De guardar mis cabras,
venía hacia el cortijo,
cuando de repente,
vi a una moza,
que me llamó y me dijo,
que a la finca del amo,
venía el hijo,
y ella quería lucir,
claveles rojos.
al campo me volví como en la guerra,
con valentía, sequedad y arrojo,
porque al pasar con mis cabras y mi perra,
allá en lo alto de la sierra,
yo vi una mata de claveles rojos,
pero al llegar a lo alto me aflijo,
porque entre unas matas de chumberas,
vi una madre clavelera,
que lloraba por sus hijas,
dos clavelillos rojos que ella tuviera.
Me volví muy triste y lleno de enojos
porque llevar no podía,
lo que mi moza amada me pedía,
donde encontrar claveles rojos,
de pronto recordé, que allá en la alta ermita,
las mozas del pueblo sin enojos,
le llevan a la virgen unos manojos
de rosas, pensamientos y margaritas
y también claveles rojos.
A la ermita llegué ya cansado
jadeante y cojo y entre mis manos
cogí el manojo a modo,
el manojo de claveles rojos,
al cortijo llegué cansado,
cuando vi al señorito
que me llamó y me dijo,
eh! sagal, véndeme ese ramo,
cómo he de vendérselo mi amo,
si este cabrerillo se ha quedao cojo,
por traerle a mi Matilde claveles rojos.
¿A mi Matilde has dicho? ¡Anda y retoza!
y si te quedaste cojo,
vete a curarte a tu escondida choza,
y óyelo bien que solo yo
he de llevarle claveles rojos.
No sé que cosa pasó por mi,
el señorito me clavó los ojos,
y con la fuerza que un talador tala,
me deshojó el manojo,
el manojo de claveles rojos.
Llegué al cortijo, salté tres bancos,
de lágrimas iban preñados mis ojos,
vi una maceta de claveles blancos,
y me fui al campo para transformarlos en claveles rojos,
vi al señorito y una nube cegó mis ojos,
mi cuchillo clavé en su pecho con hambre,
y los claveles blancos empapé en sangre,
y a mi Matilde llevé claveles rojos.
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