El poeta lo dejó bien dicho y con las palabras justas y hermosas, Nuestras vidas son los ríos…
El novelista americano nos contó una historia de dos personas de diferente raza y color a las que unió su viaje por el río, que era una huída de la esclavitud o un buscar la libertad.
Otro novelista, éste español, nos dejó otra historia hermosa y áspera El río que nos lleva.
En el periódico del día otro poeta actual es el que se lamenta de la muerte de uno más de nuestros ríos.
El verano pasado quise que mi hija hiciera el descenso de un río asturiano. Por suerte sigue siendo un río vivo.
El viaje de Ulises ,aunque marino, también es navegación. La Odisea del héroe nos sirve a todos como referente en nuestra particular odisea.
Todo esto viene a cuento porque últimamente tengo un sueño persistente, el de estar navegando por un río rodeado de mucha gente. Todos compartimos ese camino de agua pero es como si el río no fuera el mismo para todos. Están los apresurados, los que viven la navegación como carrera o competición. Orgullosos muestran su musculatura, sus atuendos deportivos y su material ultra ligero. Son la vanguardia deportivo-estética que marca las tendencias. Lucen sus cuerpos y demandan para sí la corriente principal. Están los que se acomodan a una embarcación más lenta pero que les permite hacer el viaje en grupo. Más atentos a la estrecha convivencia codo con codo para ellos pasa desapercibida la vida cambiante de los diversos tramos del río. Están los laboriosos más atentos a la fábrica y la construcción, la búsqueda y selección de materiales, la reparación de herramientas y naves que al disfrute del fluir en la corriente. Están los accidentados, volcados, perdidos, retrasados, sujetos de percances varios cuyo mayor goce parece ser el poder contar con un auditorio al que relatar sus desgracias reales o inventadas. Están los ascetas, los anacoretas que se dejan llevar sin timón o remo, los solitarios, los trapenses silenciosos, los de espíritu franciscano que viven al día y cogen lo que el río les da sin lamentar lo que les quita.
Al escuchar a unos y otros parece como si no habláramos del mismo río. Mientras unos hablan de velocidad, de vértigo, de espuma, de rápidos o de remolinos. Otros hablan de placidez, de aguas mansas, de dejarse arrastrar, de transparencia y silencio.
A todo esto, es el río el que no deja de hablarnos en su lenguaje de agua. Su voz nos trae a los que queramos escucharlo un mensaje eterno y democrático: el final es el mismo para todos.
El novelista americano nos contó una historia de dos personas de diferente raza y color a las que unió su viaje por el río, que era una huída de la esclavitud o un buscar la libertad.
Otro novelista, éste español, nos dejó otra historia hermosa y áspera El río que nos lleva.
En el periódico del día otro poeta actual es el que se lamenta de la muerte de uno más de nuestros ríos.
El verano pasado quise que mi hija hiciera el descenso de un río asturiano. Por suerte sigue siendo un río vivo.
El viaje de Ulises ,aunque marino, también es navegación. La Odisea del héroe nos sirve a todos como referente en nuestra particular odisea.
Todo esto viene a cuento porque últimamente tengo un sueño persistente, el de estar navegando por un río rodeado de mucha gente. Todos compartimos ese camino de agua pero es como si el río no fuera el mismo para todos. Están los apresurados, los que viven la navegación como carrera o competición. Orgullosos muestran su musculatura, sus atuendos deportivos y su material ultra ligero. Son la vanguardia deportivo-estética que marca las tendencias. Lucen sus cuerpos y demandan para sí la corriente principal. Están los que se acomodan a una embarcación más lenta pero que les permite hacer el viaje en grupo. Más atentos a la estrecha convivencia codo con codo para ellos pasa desapercibida la vida cambiante de los diversos tramos del río. Están los laboriosos más atentos a la fábrica y la construcción, la búsqueda y selección de materiales, la reparación de herramientas y naves que al disfrute del fluir en la corriente. Están los accidentados, volcados, perdidos, retrasados, sujetos de percances varios cuyo mayor goce parece ser el poder contar con un auditorio al que relatar sus desgracias reales o inventadas. Están los ascetas, los anacoretas que se dejan llevar sin timón o remo, los solitarios, los trapenses silenciosos, los de espíritu franciscano que viven al día y cogen lo que el río les da sin lamentar lo que les quita.
Al escuchar a unos y otros parece como si no habláramos del mismo río. Mientras unos hablan de velocidad, de vértigo, de espuma, de rápidos o de remolinos. Otros hablan de placidez, de aguas mansas, de dejarse arrastrar, de transparencia y silencio.
A todo esto, es el río el que no deja de hablarnos en su lenguaje de agua. Su voz nos trae a los que queramos escucharlo un mensaje eterno y democrático: el final es el mismo para todos.
Gracias a José Manuel Rejano Cabello por participar en este blog.
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