domingo, 2 de noviembre de 2008

Serie Romances



El Romance que a continuación os voy a contar se lo aprendió mi padre. Antiguamente cuando iban a la campaña de la aceituna el único entretenimiento era el de aprenderse cosas antiguas, y era José López Ruíz apodado "José Florián" el que se los recitaba a mi padre que hoy me lo cuenta a mi y yo os lo ofrezco a todos vosotros. He de deciros que me ha costado mucho trabajo copiarlo, y lo he echo fiel a su original, si la mente de mi padre no falla y mi pulso tampoco así es como a principios de siglo se escribían los romances...






“El casamiento de Andrés Porras y María Palizas”


Astro, cielo, sol y luna,
se oscurecen por no ver,
en mi casa aquel retrato,
que yo tengo por mujer.

A la muerte le de vergüenza,
de llegarla a conocer,
los niños de mí se burlan,
y los más grandes también.

Todo el mundo me desprecia,
pobre desgraciado Andrés,
si a la mar fuera por agua,
me viniera sin beber.

Si ustedes me dan licencia,
mi historia os contaré,
todos me escuchen atentos,
sin mover manos ni pies,
ni sonarse las narices,
ni toser por el revés.

Nací en Periana señores,
por debajo del cuartel,
mi madre fue Doña Pina,
mi padre yo no lo sé.

Mi oficio fue colillero,
en tabernas y cafés,
me crié con más fatigas
que un borracho puede tener.

Entré en quintas fui soldado,
en un batallón de a pié,
me encontré todos los palos,
perdidos en el cuartel.

Como un tambor boca abajo,
me dieron tres veces cien,
del calabozo y el cepo,
por milagro escapé bien.

No estuve en más hospitales,
que el de Cuenca y Jaén,
de Pamplona y Alicante,
el de Cádiz y Teruel,
y otros diez o doce o quince,
que sus nombres no los sé.

Tan buenas trazas me dí,
que mandó mi coronel,
que me dieran la licencia,
que no me podía ni ver.

Llegué a mi casa muy bueno,
por si había que comer,
me enamoré de una vieja,
tía de matusalén.

Una zagala de 80,
creyendo que tenía parné,
abrevié mi casamiento,
no sé si me amonesté.

Fuí a la iglesia y me leyeron
un pedazo de papel,
recé el diario y me dicen,
ya está usted casado Andrés.

Nos salimos de la iglesia,
y en la gente reparé,
el ruido de los cencerros,
de calderos y almirez.

Los demonios parecían,
la causa no sé por qué,
tal vez fuera que mi esposa,
no pudo llegar a pié.

Busqué un borrico alquilao,
y yo iba tirando de él,
la causa de no matarla,
fue porque me eché a correr.

Llegué a mi casa corriendo,
ella entró al anochecer,
unas poleas hicieron,
con dos cuartillas de miel.

Mandé que hicieran la cama,
y al punto en ella me entré,
como aquel que tiene sarna,
a dos manos me arrasqué.

Valla un modo de picar,
cada purga como una nuez,
y de esos blancos con rabo,
cada uno como un alfiler.

Viene mi esposa a acostarse,
se enrosca como un chisquel,
yo me estuve enterando de ella,
de la cabeza a los pies.

Su cuerpo era pura tierra,
sin plumas en el churrusquel,
y en las piernas más arrugas,
que momentos tiene un mes.

Su espinazo parecía,
una escalera de pié,
yo disimulé mi enojo,
hasta que dieron las tres.

Y empezó a cagar paella,
ahora sí que estamos bien,
cagó en la cama y la alcoba,
y el pasaiso también.

Si no la saco arrastrando,
se caga hasta la pared,
salí al campo renegando,
de la leche que mamé.

Allí estuve tres días,
pensando lo que iba a hacer,
viene la guardia civil,
y me amarra con un cordel,
y me llevan a Periana,
a disposición del Juez,
y por sentencia me echan,
que me junte con mi mujer,
y con política le dije,
si no se caga está bien,
pero si se vuelve a cagar,
la reviento a puntapiés.

Por mano de la justicia,
me junté con mi mujer,
pero la até en el corral,
y allí le dí de comer.

No hay mal que por bien no venga,
que ahora pienso de vender,
quien carros de estiércol a duro,
que me los llena en un mes.

Estercola plados y viñas,
sin menearse de pié,
y aquel que quiera saberlo,
un duro cuesta el papel.


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