martes, 18 de noviembre de 2008

Serie Romances IV



EN EL BANQUILLO


Llegó el día de dejarla,
porque así lo quiso Dios,
le di un beso y un adiós,
y me marché sin mirarla.

Porque si otra vez la miro,
no me aparto de su lado,
hasta que no hubiese dado,
junto a mí el poeta suspiró,
salí y la puerta cerré.

Y con la mirada incierta,
volviendo a mirar la puerta,
falto de valor lloré,
allí dentro me dejaba,
mis ilusiones, mi vida,
mi felicidad perdida.

La mujer que yo adoraba,
la que mi vida endulzó,
diez años con su presencia,
y al marcharme, mi existencia,
allí dentro se quedó,
vivir no,
existir nada más.

Un año estuve sin verla,
pero el dejar de quererla,
eso no lo hice jamás.

Mi amor estaba dormido,
más no muerto señor juez,
un día la vi otra vez,
y ese día me ha perdido.

Iban muy juntos, los vi,
y sentí en el corazón,
rabia, locura, pasión,
algo que nunca sentí.

Mi cerebro echo un volcán,
vete detrás, me decía,
aquella mujer me atraía,
como el acero al imán.

Caminamos un buen trecho,
ellos delante, yo detrás,
ella iba con su amante,
yo solo con mi despecho.

Sentí en mi pecho bullir,
tristes deseos de muerte,
que maldiciendo mi suerte,
merecían morir.

Como ocurrió no lo sé,
yo en vano de recordar,
solo sé que vi brillar,
un cuchillo entre mis manos,
y aquel hombre junto a mí caía,
la suerte así lo quería.

Más lo maté pecho a pecho,
a ella iba a perdonarla,
yo ya me iba señor juez,
lo mismo que la otra vez.

De su vera sin matarla,
pero oí un grito maldito,
de su garganta escaparse,
grito que vino a clavarse.

En mi alma, maldito grito,
con aquel grito expresaba,
la mujer tal sentimiento,
que lanzando un juramento.

La miré y vi que lloraba,
llorar por el que moría,
maldiciéndome quizás,
nadie ha sufrido jamás.

Lo que yo sufrí aquel día,
mirándola enloquecí,
y maldije mi existencia,
y dije, pues no hay clemencia,
ni para él ni para ti.

Y atraído por el mal,
y perdida ya la razón,
supe hallarle el corazón,
con la punta del puñal.

Esta es la historia de todo,
digo la verdad y no miento,
no quito nada ni aumento,
y a mi suerte me acomodo,
La maté porque una ingrata,
no debe inspirar clemencia,
firmé hacia mi sentencia,
justo es que muera el que mata
.

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