jueves, 13 de noviembre de 2008

Serie Romances III


FUE MÍA UNA VEZ




Quién es esa mujer,
¿pero tú no la conoces?,
si es artista y cordobesa,
con andares de gitana.

Vistes como una marquesa,
y andas como una sultana,
si la vieras a caballo,
yo en Córdoba la encontré.

¿En Córdoba? Sí, allí fue,
cuando en la feria de mayo,
las treinta mulas compré,
comentando la corrida,
en la que Antonio Cañero,
sacando su jaca herida,
puso el rejón más certero,
que había puesto en su vida.

Estábamos Pepe Gil,
Paco el de Puente Genil,
y el niño sabio de Lora,
y en la puerta del mercantil,
tomando una de pastora.

Qué de trajes, cuanta alegría,
aquel bullir no cesa,
a donde contribuía,
la gracia y soberanía,
de la mujer cordobesa.

Entre tanta animación,
un grito de admiración,
alarmó a la gente seria,
cuando por la Concepción,
se vio asomar a la feria,
El cuerpo más soberano,
más gallardo y más serrano,
que viera del sol la luz,
sobre un potro jerezano.

Del mejor porte andaluz,
vaya mujer con hechura,
luciendo un traje campero,
de vistosas colgaduras,
que sólo le iguala el cielo.

Ángel que tenga su cara,
no tiene Dios en el cielo,
en su hermosura tan rara,
que si un ángel la mirara,
los demás sentirían celos.

Era arrogante y morena,
y el pelo como la pena,
que desgarra las entrañas,
y llevaba las pestañas,
de la propia macarena.

Era tanta su destreza,
para montar en la jaca,
que entre todas las mujeres,
ella sola se destaca.

Fíjate si llevaría,
el potro con gallardía,
cuando hasta el propio Cañero,
tiró a su paso el sombrero,
diciéndole una alegría.

Mezcla de gitana y reina,
llegó entre palmas y olés,
espuelas de oro en tus pies,
y por corona y por peina,
un sombrero cordobés.

Aquella mujer preciosa,
de hermosura tan completa,
se iba meciendo orgullosa,
como en la mejor maceta,
se mece la mejor rosa.

Preso quedé en su mirar,
como el día la aurora,
y estoy tan esclavo ahora,
como la perla que llora,
su esclavitud en el mar.

Sé que no me pertenece,
que no es de mi condición,
pero ya no hay solución,
porque el hombre siempre obedece,
cuando manda el corazón.

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