sábado, 25 de mayo de 2013

Pregón nº 21 de las Fiestas de San Isidro Labrador realizado por Jesús Isidro Zorrilla Martín.




PREGÓN Nº 21 DE LAS FIESTAS PATRONALES DE SAN ISIDRO LABRADOR  DEL AÑO 2008
REALIZADO POR JESÚS ISIDORO ZORRILLA MARTÍN


Buenas noches, Periana.

Dice el refrán que es de bien nacido el ser agradecido. Y es que el estar aquí esta noche ante vosotros, en las fiestas que celebramos, es motivo de orgullo. Por eso le doy las gracias a los mayordomos por haberme ofrecido la oportunidad de dar el pregón; a mis padres por haberme dado la vida; a Periana que me ha visto nacer y crecer, aunque haya estado fuera del pueblo muchos años ( lo que aprovecho para recordar a todos aquellos paisanos que se tuvieron que ir pero que, donde hayan estado, llevan a su pueblo y a San Isidro en lo más profundo de su corazón ); a San Isidro porque es en su honor estas fiestas y se merece recordarlo en su vida de vida de cristiano, padre de familia y trabajador.
Por eso, quisiera aprovechar la oportunidad que se me brinda para recordar la figura de nuestro patrón. Y recordarlo como creyente, como padre de familia y trabajador. Todo ello junto a una gran mujer, María Toribia (que luego será Santa María de la Cabeza).
Me ha resultado difícil preparar el pregón porque me preguntaba qué les digo a mis paisanos de San Isidro que no sepan ya y que, quienes me han precedido como pregoneros, no hayan ahondado ya. Pero una cosa es clara: cada uno de nosotros siente la devoción hacia San Isidro de manera muy personal. Y eso es lo difícil: poner palabras a unos sentimientos que nacen de lo más hondo de nuestro ser y, luego, compartirlo con quienes escuchan. Por eso, he querido saber,  quienes me han precedido como pregoneros, cómo sentían esa devoción. Y eso ayuda.
Pero… no quiero extenderme más que me pasa como a los curas, que nos enrollamos más de la cuenta.

Por eso, permitidme que os diga quién es San Isidro, empezando por quienes lo conocieron de primera mano: Juan Diácono, su biógrafo.
Isidro fue un hombre aparentemente normal, casado y con un hijo, Ejerció de casado toda su vida y se sacrificó con el trabajo cotidiano, una yunta de bueyes y la vida familiar.
Juan Diácono, su primer biógrafo, escribió un siglo después de su muerte, hacía 1275: “de intachables costumbres, tuvo legítima mujer e hijo, rigió convenientemente su cada y vivió dignamente”. Isidro y María, su mujer, forman uno de esos pocos matrimonios a los que la Iglesia ha elevado a los altares.
Nació en Madrid en 1080 más o menos, y Madrid era, en aquel entonces un pueblecito, y recién conquistado por los cristianos, bajo Alfonso VI, de manos de los musulmanes. Conquistada Madrid, las mezquitas se convirtieron en Iglesias. De las Iglesias que había en aquel entonces sólo dos tuvieron un significado especial para Isidro: la Iglesia de Santa María Magdalena, donde solía refugiarse a rezar y donde le ocurrió el prodigio del lobo que quería comerse a su borrico; y la de San Andrés, cerca de la puerta de los Moros, a la que iba cada día antes de irse a trabajar. Junto a ella estaba la casa de su amo, Iván de Vargas, donde vivió y le ocurrió el milagro del pozo.
El nombre de Isidro es una abreviatura de Isidoro. Se lo pusieron sus padres, cristianos mozárabes, es decir, cristianos que vivían en medio de musulmanes, por Isidoro de Sevilla. Quizá porque naciera el día de la festividad del santo o porque, cuando nació, pasó por la villa el traslado de los restos de San Isidoro de Sevilla a León. Lope de Vega, en su poema “El Isidro”, relata cómo recibe de San Isidoro el nombre:

“Que aunque el nombre fue verdad
Que le vino de su herencia
Por su humildad e inocencia
Imitó su santidad
Pero no imitó su ciencia.
Así que, por ignorante,
No es Isidro desigual
A su heroico original
Más retratos semejantes
Es su parte principal.”

Los padres eran pobres, pero ricos en fe. Auténticos educadores, en el corazón de Isidro cultivan el amor a Dios y a los demás. Esa pobreza obliga a dedicarse a los pocos años a las duras faenas del campo, quizá como pocero. Sin embargo, queda huérfano a los pocos años. Se ve abandonado. Dicen que la soledad es la patria de los fuertes y el silencio, su oración.
Niño aún tiene que ganarse la vida. Trabaja como labriego de varios señores. Entre ellos Iván de Vargas. Cierto día le soplaron al oído del amo unos jornaleros: “Señor, Isidro se levanta al amanecer, recorre todas las Iglesias de Madrid para rezar, viene al trabajo y no hace ni la mitad de lo que debía de hacer.”
Un día Iván de Vargas se levanta muy de mañana y toma el camino de su finca. Y… efectivamente, Isidro no había llegado. Se escondió sobre un otero para ver mejor. Cuando lo vio venir, corrió a su encuentro furioso, dispuesto a reprenderle duramente. Pero… su sorpresa fue grande cuando al acercarse vio como, junto a la yunta de Isidro, había otras dos de color blanco que araban junto con la de Isidro. Iván de Vargas se quedó perplejo y reflexionaba. Cuando bajó del cerro y se llegó a su campo, sólo encontró a Isidro con su yunta. Iván le dice: “Isidro, te ruego por Dios a quien sirves con fidelidad, que me digas quiénes eran los que te ayudaban en la labranza. Los he visto con mis ojos y, de repente, han desaparecido". E Isidro le respondió: "En presencia de Dios, a quien sirvo honradamente, os digo que no he llamado ni visto a nadie que me ayude sino sólo a Dios a quien invoco y tengo en mi amparo".
Iván de Vargas comprendió que la mano de Dios estaba con su criado. Al despedirse de Isidro le confesó: "Menosprecio cuanto me dijeron de ti los aduladores y chismosos. De ahora en adelante pongo bajo tu mano todo lo que poseo en este campo y dejo a tu libre voluntad cuanto se ha de hacer". 
Además de este prodigio, se cuentan más, como por ejemplo el llamado "la olla de San Isidro". Se cuenta que cada año, Isidro organizaba una gran comida popular donde eran invitados los más pobres y marginados de Madrid. Sin embargo, en una ocasión, el número de personas superó lo previsto y la comida que habían preparado no llegaba ni a la mitad de los convocados. Isidro metió el puchero en la olla y la comida se multiplicó. Hubo para todos y más.
Más aún. En un año de sequía y temiendo que el campo del patrón no rindiese, Isidro golpeó con su arada y salió un chorro de agua del campo. Salió tanta agua que pudo abastecer las viviendas de la villa de Madrid.
Después que el musulmán Alí-ben-Yusuf pusiera cerco a Madrid en 1109, muchos cristianos huyen y se traslada a Torrelaguna, donde conoce a María Toribia y se casa con ella. De este matrimonio nace un hijo, Illán (Juan) protagonista de uno de los milagros más portentosos que se le atribuyen al matrimonio. Un día, jugando Juan cerca de un pozo, se cayó. Angustiados los padres sin poder hacer algo por salvarlo, se pusieron a rezar. El agua del pozo empezó a subir y el niño salió sano y salvo. Al cabo de unos años la familia regresa a Madrid para cuidar de las tierras de la familia Vargas.
Isidro tuvo una muerte normal. Después de una vida de monótono y continuado trabajo en el campo, murió en su lecho rodeado de su mujer y su hijo. Murió en torno a Noviembre de 1172. Y fue enterrado en la parroquia de San Andrés.
Cuarenta años después, hacia el 1212 se descubre su cuerpo incorrupto. Ese año tiene lugar la batalla de las Navas de Tolosa que enfrenta a cristianos y musulmanes. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, en su Historia de los hechos de España cuenta que "un hombre del lugar, muy desaliñado en su ropa y persona, que  tiempo atrás había guardado ganado en aquellas montañas indicó un camino más fácil completamente accesible por una subida de la ladera del monte". En esa batalla, las tropas de Al Nasir sufrió la más cruenta derrota.
Alfonso VIII celebró misa de acción de gracias en Toledo y a su paso por Madrid, al ver el cuerpo de San Isidro, exclamó: "Este es el pastor que me mostró el camino cuando alcancé la victoria de las Navas de Tolosa". Y, en la carta que escribió al Papa contándole los pormenores de la batalla, le dice: " por la guía de cierto rústico que nos envió Dios sin esperarlo, hallaron nuestros magnates, en el mismo sitio, otro paraje bastante más fácil". Desde ese momento, comenzó a ser venerado como santo por el pueblo de Madrid. Y el domingo de 14 de junio de 1619, Pablo V firmó en la basílica de Santa María la Mayor el decreto de beatificación y fijó la fiesta del nuevo beato para el 15 de mayo. La cofradía de San Eloy de los plateros madrileños regaló un arca de plata, sustituyendo el arca de Alfonso VIII donde se encontraban descritos los cinco milagros de Isidro Labrador: el del molino, el de los bueyes, el del lobo, el de la olla y el de los pobres.
El 12 de marzo de 1622, el Papa Gregorio XV canonizó a cuatro santos españoles: Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Teresa de Jesús. Lope de Vega escribió: "un labrador para humildes; un humilde para sabios; un sabio para gentiles; y una mujer fuerte para la flaqueza de las que en tantas provincias aflige el miedo".
Desde entonces, San Isidro Labrador se ha convertido, por tradición, en patrón de todos los labradores. Siglos más tarde, Juan XXIII, extendió su patronazgo a todos los agricultores y campesinos españoles por un documento dado en Roma el 16 de Diciembre de 1960.
También su mujer María Toribia, fue declarada beata por Inocencio XII el 11 de agosto de 1697. Y en 1752 proclamada santa con el nombre de Santa María de la Cabeza.
Para mí, San Isidro en Periana, como patrón, significa un modelo a seguir como trabajador y cristiano que no sólo confía en sus fuerzas y posibilidades sino que sabe confiar en la providencia de Dios, dedicando a Dios un rato de su tiempo. Es modelo de esfuerzo, de sacrificio, de saber contentarse con el pan nuestro de cada día, de saber compartir con los demás, de encomendarse a Dios cada día. Es modelo de superación, de fortaleza, de entereza ante las maledicencias, las críticas, las envidias y las codicias.

Además como esposo. Compartiendo gozos y alegrías, penas y tristezas de cada día con su esposa, Santa María de la Cabeza. Humildes, de gran corazón. Juntos a  las duras y a las maduras. Familia unida en tiempos de hambre y de incertidumbre. A Isidro el día se le hace corto y el trabajo ligero. Sin darse cuenta el crepúsculo le envuelve y las sombras de la noche empiezan a arroparle. Baja de las colinas, cuelga su arado en el ubio, se atenaza el capote en la noche helada. Cruza el "arroyo aprendiz de río" y penetra de nuevo en la villa. Sigue la marcha cachazuda de la pareja de bueyes. Empezaba, entonces, para él la vida de familia.
En el umbral, antes de retirarse a la ermita, le aguarda María. Sonrisa a flor de labios, tierna y, sobre todo, santa. Un rapazuelo de pocos años, dando brincos, se acerca para ayudar a su padre a desuncir los animales.
Isidro trastea en el establo de Iván de Vargas. Cuelga la aguijada, ata los bueyes, los acaricia y llama por sus nombres. Llena de pienso el pesebre.
María, impaciente y restregándose las manos con el delantal, se acerca y le dice con cariño: "Pero, ¿qué haces? Se diría que alguien te da de comer en los barbechos". En la mesa humea la olla de hortalizas con tropezones de vaca. Allí se sienta con los pobres mendigos que le gustaba acoger todos los días en su frugal mesa. Este gesto lo recuerda la liturgia de la misa de San Isidro al pedir para nosotros que sepamos compartir nuestro pan de cada día con nuestros hermanos.
Periana, que tiene a San Isidro por patrón, y seguro que fue gracias a la gente que vino a poblar este lugar, sobre todo del Reino de Granada, tiene un gran ejemplo a seguir de fe y de humanidad para con su familia y para con los demás.

Ya sólo me queda callar
Y que empecemos a disfrutar
De fiesta tan particular
Que mañana Dios dirá.


¡VIVA SAN ISIDRO!
¡VIVA SAN ISIDRO!
¡VIVA SAN ISIDRO! 

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