PREGÓN Nº 21 DE LAS
FIESTAS PATRONALES DE SAN ISIDRO LABRADOR DEL AÑO 2008
REALIZADO POR JESÚS
ISIDORO ZORRILLA MARTÍN
Buenas noches, Periana.
Dice el refrán que es de bien nacido el ser
agradecido. Y es que el estar aquí esta noche ante vosotros, en las fiestas que
celebramos, es motivo de orgullo. Por eso le doy las gracias a los mayordomos
por haberme ofrecido la oportunidad de dar el pregón; a mis padres por haberme
dado la vida; a Periana que me ha visto nacer y crecer, aunque haya estado
fuera del pueblo muchos años ( lo que aprovecho para recordar a todos aquellos
paisanos que se tuvieron que ir pero que, donde hayan estado, llevan a su
pueblo y a San Isidro en lo más profundo de su corazón ); a San Isidro porque
es en su honor estas fiestas y se merece recordarlo en su vida de vida de
cristiano, padre de familia y trabajador.
Por eso, quisiera aprovechar la oportunidad que
se me brinda para recordar la figura de nuestro patrón. Y recordarlo como
creyente, como padre de familia y trabajador. Todo ello junto a una gran mujer,
María Toribia (que luego será Santa María de la Cabeza).
Me ha resultado difícil preparar el pregón
porque me preguntaba qué les digo a mis paisanos de San Isidro que no sepan ya
y que, quienes me han precedido como pregoneros, no hayan ahondado ya. Pero una
cosa es clara: cada uno de nosotros siente la devoción hacia San Isidro de
manera muy personal. Y eso es lo difícil: poner palabras a unos sentimientos
que nacen de lo más hondo de nuestro ser y, luego, compartirlo con quienes escuchan.
Por eso, he querido saber, quienes me han precedido como pregoneros, cómo
sentían esa devoción. Y eso ayuda.
Pero… no quiero extenderme más que me pasa como
a los curas, que nos enrollamos más de la cuenta.
Por eso, permitidme que os diga quién es San
Isidro, empezando por quienes lo conocieron de primera mano: Juan Diácono, su
biógrafo.
Isidro fue un hombre aparentemente normal,
casado y con un hijo, Ejerció de casado toda su vida y se sacrificó con el
trabajo cotidiano, una yunta de bueyes y la vida familiar.
Juan Diácono, su primer biógrafo, escribió un
siglo después de su muerte, hacía 1275: “de intachables costumbres, tuvo
legítima mujer e hijo, rigió convenientemente su cada y vivió dignamente”.
Isidro y María, su mujer, forman uno de esos pocos matrimonios a los que la Iglesia ha elevado a los
altares.
Nació en Madrid en 1080 más o menos, y Madrid
era, en aquel entonces un pueblecito, y recién conquistado por los cristianos,
bajo Alfonso VI, de manos de los musulmanes. Conquistada Madrid, las mezquitas
se convirtieron en Iglesias. De las Iglesias que había en aquel entonces sólo
dos tuvieron un significado especial para Isidro: la Iglesia de Santa María
Magdalena, donde solía refugiarse a rezar y donde le ocurrió el prodigio del
lobo que quería comerse a su borrico; y la de San Andrés, cerca de la puerta de
los Moros, a la que iba cada día antes de irse a trabajar. Junto a ella estaba
la casa de su amo, Iván de Vargas, donde vivió y le ocurrió el milagro del
pozo.
El nombre de Isidro es una abreviatura de
Isidoro. Se lo pusieron sus padres, cristianos mozárabes, es decir, cristianos
que vivían en medio de musulmanes, por Isidoro de Sevilla. Quizá porque naciera
el día de la festividad del santo o porque, cuando nació, pasó por la villa el
traslado de los restos de San Isidoro de Sevilla a León. Lope de Vega, en su
poema “El Isidro”, relata cómo recibe de San Isidoro el nombre:
“Que aunque el nombre fue verdad
Que le vino de su herencia
Por su humildad e inocencia
Imitó su santidad
Pero no imitó su ciencia.
Así que, por ignorante,
No es Isidro desigual
A su heroico original
Más retratos semejantes
Es su parte principal.”
Los padres eran pobres, pero ricos en fe.
Auténticos educadores, en el corazón de Isidro cultivan el amor a Dios y a los
demás. Esa pobreza obliga a dedicarse a los pocos años a las duras faenas del
campo, quizá como pocero. Sin embargo, queda huérfano a los pocos años. Se ve
abandonado. Dicen que la soledad es la patria de los fuertes y el silencio, su
oración.
Niño aún tiene que ganarse la vida. Trabaja como
labriego de varios señores. Entre ellos Iván de Vargas. Cierto día le soplaron
al oído del amo unos jornaleros: “Señor, Isidro se levanta al amanecer, recorre
todas las Iglesias de Madrid para rezar, viene al trabajo y no hace ni la mitad
de lo que debía de hacer.”
Un día Iván de Vargas se levanta muy de mañana y
toma el camino de su finca. Y… efectivamente, Isidro no había llegado. Se
escondió sobre un otero para ver mejor. Cuando lo vio venir, corrió a su
encuentro furioso, dispuesto a reprenderle duramente. Pero… su sorpresa fue
grande cuando al acercarse vio como, junto a la yunta de Isidro, había otras
dos de color blanco que araban junto con la de Isidro. Iván de Vargas se quedó
perplejo y reflexionaba. Cuando bajó del cerro y se llegó a su campo, sólo
encontró a Isidro con su yunta. Iván le dice: “Isidro, te ruego por Dios a
quien sirves con fidelidad, que me digas quiénes eran los que te ayudaban en la
labranza. Los he visto con mis ojos y, de repente, han desaparecido". E Isidro
le respondió: "En presencia de Dios, a quien sirvo honradamente, os digo
que no he llamado ni visto a nadie que me ayude sino sólo a Dios a quien invoco
y tengo en mi amparo".
Iván de Vargas comprendió que la mano de Dios
estaba con su criado. Al despedirse de Isidro le confesó: "Menosprecio
cuanto me dijeron de ti los aduladores y chismosos. De ahora en adelante pongo
bajo tu mano todo lo que poseo en este campo y dejo a tu libre voluntad cuanto
se ha de hacer".
Además de este prodigio, se cuentan más, como
por ejemplo el llamado "la olla de San Isidro". Se cuenta que cada
año, Isidro organizaba una gran comida popular donde eran invitados los más
pobres y marginados de Madrid. Sin embargo, en una ocasión, el número de
personas superó lo previsto y la comida que habían preparado no llegaba ni a la
mitad de los convocados. Isidro metió el puchero en la olla y la comida se
multiplicó. Hubo para todos y más.
Más aún. En un año de sequía y temiendo que el
campo del patrón no rindiese, Isidro golpeó con su arada y salió un chorro de
agua del campo. Salió tanta agua que pudo abastecer las viviendas de la villa
de Madrid.
Después que el musulmán Alí-ben-Yusuf pusiera
cerco a Madrid en 1109, muchos cristianos huyen y se traslada a Torrelaguna,
donde conoce a María Toribia y se casa con ella. De este matrimonio nace un
hijo, Illán (Juan) protagonista de uno de los milagros más portentosos que se
le atribuyen al matrimonio. Un día, jugando Juan cerca de un pozo, se cayó.
Angustiados los padres sin poder hacer algo por salvarlo, se pusieron a rezar.
El agua del pozo empezó a subir y el niño salió sano y salvo. Al cabo de unos
años la familia regresa a Madrid para cuidar de las tierras de la familia
Vargas.
Isidro tuvo una muerte normal. Después de una
vida de monótono y continuado trabajo en el campo, murió en su lecho rodeado de
su mujer y su hijo. Murió en torno a Noviembre de 1172. Y fue enterrado en la
parroquia de San Andrés.
Cuarenta años después, hacia el 1212 se descubre
su cuerpo incorrupto. Ese año tiene lugar la batalla de las Navas de Tolosa que
enfrenta a cristianos y musulmanes. El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de
Rada, en su Historia de los hechos de España cuenta que "un hombre del
lugar, muy desaliñado en su ropa y persona, que tiempo atrás había
guardado ganado en aquellas montañas indicó un camino más fácil completamente
accesible por una subida de la ladera del monte". En esa batalla, las
tropas de Al Nasir sufrió la más cruenta derrota.
Alfonso VIII celebró misa de acción de gracias
en Toledo y a su paso por Madrid, al ver el cuerpo de San Isidro, exclamó:
"Este es el pastor que me mostró el camino cuando alcancé la victoria de
las Navas de Tolosa". Y, en la carta que escribió al Papa contándole los
pormenores de la batalla, le dice: " por la guía de cierto rústico que nos
envió Dios sin esperarlo, hallaron nuestros magnates, en el mismo sitio, otro
paraje bastante más fácil". Desde ese momento, comenzó a ser venerado como
santo por el pueblo de Madrid. Y el domingo de 14 de junio de 1619, Pablo V
firmó en la basílica de Santa María la
Mayor el decreto de beatificación y fijó la fiesta del nuevo
beato para el 15 de mayo. La cofradía de San Eloy de los plateros madrileños
regaló un arca de plata, sustituyendo el arca de Alfonso VIII donde se encontraban
descritos los cinco milagros de Isidro Labrador: el del molino, el de los
bueyes, el del lobo, el de la olla y el de los pobres.
El 12 de marzo de 1622, el Papa Gregorio XV
canonizó a cuatro santos españoles: Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco
Javier y Teresa de Jesús. Lope de Vega escribió: "un labrador para
humildes; un humilde para sabios; un sabio para gentiles; y una mujer fuerte
para la flaqueza de las que en tantas provincias aflige el miedo".
Desde entonces, San Isidro Labrador se ha
convertido, por tradición, en patrón de todos los labradores. Siglos más tarde,
Juan XXIII, extendió su patronazgo a todos los agricultores y campesinos
españoles por un documento dado en Roma el 16 de Diciembre de 1960.
También su mujer María Toribia, fue declarada beata por Inocencio
XII el 11 de agosto de 1697. Y en 1752 proclamada santa con el nombre de Santa
María de la Cabeza.
Para mí, San Isidro en Periana, como patrón,
significa un modelo a seguir como trabajador y cristiano que no sólo confía en
sus fuerzas y posibilidades sino que sabe confiar en la providencia de Dios,
dedicando a Dios un rato de su tiempo. Es modelo de esfuerzo, de sacrificio, de
saber contentarse con el pan nuestro de cada día, de saber compartir con los
demás, de encomendarse a Dios cada día. Es modelo de superación, de fortaleza,
de entereza ante las maledicencias, las críticas, las envidias y las codicias.
Además como esposo. Compartiendo gozos y
alegrías, penas y tristezas de cada día con su esposa, Santa María de la Cabeza. Humildes,
de gran corazón. Juntos a las duras y a las maduras. Familia unida en
tiempos de hambre y de incertidumbre. A Isidro el día se le hace corto y el
trabajo ligero. Sin darse cuenta el crepúsculo le envuelve y las sombras de la
noche empiezan a arroparle. Baja de las colinas, cuelga su arado en el ubio, se
atenaza el capote en la noche helada. Cruza el "arroyo aprendiz de
río" y penetra de nuevo en la villa. Sigue la marcha cachazuda de la
pareja de bueyes. Empezaba, entonces, para él la vida de familia.
En el umbral, antes de retirarse a la ermita, le
aguarda María. Sonrisa a flor de labios, tierna y, sobre todo, santa. Un
rapazuelo de pocos años, dando brincos, se acerca para ayudar a su padre a
desuncir los animales.
Isidro trastea en el establo de Iván de Vargas. Cuelga la
aguijada, ata los bueyes, los acaricia y llama por sus nombres. Llena de pienso
el pesebre.
María, impaciente y restregándose las manos con
el delantal, se acerca y le dice con cariño: "Pero, ¿qué haces? Se diría
que alguien te da de comer en los barbechos". En la mesa humea la olla de
hortalizas con tropezones de vaca. Allí se sienta con los pobres mendigos que
le gustaba acoger todos los días en su frugal mesa. Este gesto lo recuerda la
liturgia de la misa de San Isidro al pedir para nosotros que sepamos compartir
nuestro pan de cada día con nuestros hermanos.
Periana, que tiene a San Isidro por patrón, y seguro que fue
gracias a la gente que vino a poblar este lugar, sobre todo del Reino de
Granada, tiene un gran ejemplo a seguir de fe y de humanidad para con su
familia y para con los demás.
Ya sólo me queda callar
Y que empecemos a disfrutar
De fiesta tan particular
Que mañana Dios dirá.
¡VIVA SAN ISIDRO!
¡VIVA SAN ISIDRO!
¡VIVA SAN ISIDRO!
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