domingo, 14 de abril de 2013

PAISANOS NUESTROS por José Manuel Frías Raya.



PAISANOS NUESTROS
                                             
Octubre del año 1995. La sequía se extendía a paso galopante por toda España pero, de manera especial, se había cebado con las tierras pertenecientes a la desaparecida Confederación Hidrográfica del Sur de España (Málaga, Almería, Cádiz, Granada, Ceuta y Melilla) y, como es de suponer, los pantanos dependientes del referido Organismo Autónomo estaban bajo mínimos. Los medios de comunicación recababan información continuamente y Antonio Molina Cobos, presidente de dicha institución, a requerimiento de Madrid, buscaba algún trabajador de la casa para que diese respuesta a las preguntas de los periodistas. Uno tras otro, a todos los que le ofreció el cargo, declinaron el ofrecimiento, pero mire usted por donde se acordó de mí y, el que esto suscribe, insensato hasta la temeridad, aceptó el puesto.

         Era viernes, pasadas las doce de la mañana, cuando me convertí en jefe de prensa de la C.H.S.E y mi primer cometido como tal fue desplazarme a Madrid, el lunes siguiente, para asistir a una reunión en el Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente. Por primera vez pisaba la sede del ministerio para el que trabajaba pero, como preguntando se va a Roma, fácilmente localicé la sala donde iba a tener lugar la reunión. Fui de los primeros en llegar y, poco a poco, lo fueron haciendo los responsables de prensa de las confederaciones hidrográficas de toda España. A las diez en punto, tal y como constaba en el fax de la convocatoria, apareció en la estancia donde estábamos acomodados Julio de Benito, asesor de comunicación del ministro José Borrell, acompañado por dos personas y una de ellas, el jefe de prensa del ministerio, me resultó conocida: era un paisano nuestro. Sí, alguien nacido y criado en Periana, al que yo había tratado muy poco y que hacía más de un cuarto de siglo que no veía, estaba allí.  Mi compañero de trabajo, Antonio Anguita, amigo de los hijos de Remedios “La Campanillona” y de José Antonio “El Gallo”, dice que cuando va con ellos, en el lugar más insospechado, se encuentran con alguien de Periana y su  aseveración, una vez más, se cumplió. Nada más verlo lo reconocí y una mezcla de alegría y asombro se apoderó de mí. Él también se percató de mi presencia. Nos saludamos rápidamente y sin poder cumplir el rito de contarnos resumidamente las vicisitudes personales y familiares, lo habitual cuando dos perianenses se reencuentran transcurridos muchos años, volvimos a nuestros lugares porque estábamos demorando el inicio de la reunión.

         De pronto, sin poderlo evitar, me vi trasladado a los antiguos días de mi niñez pueblerina cuando el tiempo pasaba con alegre lentitud y los sueños vestidos de desbordante optimismo caminaban  hacia el futuro. Me sumergí en la memoria de la infancia y arribé a la tienda de sus padres, la más importante de Periana, donde se podía comprar de casi todo y lo que no encontrarás allí era inútil buscarlo en cualquiera otra. Paso la mano sobre la enorme mesa rectangular, alrededor de la cual nos sentamos más de veinte personas, e imagino que lo hago por el mostrador de madera donde ponía las monedas de chicas, gordas, dos reales, pesetas, diez reales o duros cuando mi madre me mandaba por algún “mandao”; contemplo la balanza Arisó; el papel de estraza que utilizaban para envolver; la barrica de arencas; el surtidor que despachaba petróleo a granel para las hornillas; los estantes repletos de productos alimenticios, droguería, ferretería, zapatería, mercería…; pero de manera especial observo extasiado los tarros que guardaban aquellos deliciosos caramelos que tan pocas veces pude saborear. No tengo empacho en confesarlo, pero siempre sentí algo de envidia hacía los niños que sus padres tenían tienda de comestibles, en mis cortas luces pensaba que todo lo vendible estaba a su alcance, es decir, que tenían barra libre para comer caramelos, chocolate, dulces, galletas de coco, carne membrillo… Luego, hablando con algunos de ellos, me confesaron que tal suposición no era cierta y que ellos, aunque en menor medida, también sufrían racionamientos.

         Al paisano nuestro que va a ocupar esta sección de ALMAZARA, dos años, tres meses y veinticuatro días mayor que yo, de niño lo traté muy poco pero, en contadas ocasiones, en compañía de mi amigo y vecino Isidro “Adolfo”, primo hermano suyo, acudí a su casa y nunca podré olvidar lo sucedido en una de ellas. Nos encontrábamos en el almacén que daba al arroyo Cantarranas, donde había algunos bidones llenos de petróleo, y me preguntó qué sucedería si introducía un mixto encendido dentro de uno. Rápidamente le contesté que se le prendería fuego a todo y, muy peliculero yo, poniendo cara de asombro, rematé mi disertar diciendo que volaríamos por los aires. Apenas había finalizado mi respuesta cuando le quitó el tapón a uno de los bidones, encendió una cerilla y comenzó a jugar con ella acercándola y alejándola a la apertura del recipiente; lentamente se iba consumiendo y yo veía, con gran preocupación, que estaba a punto de alcanzarle los dedos, de súbito gritó y la dejó caer encendida dentro del bidón, pensé que había llegado nuestro final e instintivamente me tapé los ojos con las manos y di un salto hacía atrás. Pasados algunos segundos, me destapé los ojos y descubrí que tanto él como su primo, al que supongo le había gastado la broma con anterioridad, se  partían de risa a costa mía. La cerilla, al entrar en contacto con el petróleo, se apagó al igual que si hubiese caído en agua.

Aquel niño bromista que me hizo pasar uno de los mayores sustos de mi infancia y del que no sabía absolutamente nada, ni tan siquiera habíamos coincidido una vez durante nuestra juventud, era con el que volvía a reencontrarme cuando ambos rebasábamos los cuarenta años. Finalizada la reunión hicimos un aparte y en un santiamén, ambos disponíamos de muy poco tiempo, nos pusimos al día de nuestros “ires y venires” familiares y personales.  A partir de aquel día, fueron varias las ocasiones en que volvimos a vernos en el ministerio, pero cambios en las ocupaciones laborales volvieron a distanciarnos. Nuestros contactos se restablecieron en mayo de 2011, cuando él, pregonero de San Isidro 2010, tuvo la deferencia de ponerse en contacto telefónico conmigo, pregonero de San Isidro 2011, para interesarse por mi pregón, darme consejos y desearme suerte. Esta atención, iniciada por él, espero que se convierta en una tradición más de San Isidro. Yo hice lo propio con el pregonero de San Isidro 2012, Antonio Frías Zorrilla, y confío que éste haga lo mismo con el próximo.

Imagino que más de uno, y de dos, estarán pensando que me he acordado de él para agradecerle su espléndido gesto; nada más lejos de la realidad, han sido lectores de la revista quienes me han sugerido su nombre. Yo, a nivel personal, les aconsejo que sigan leyendo y descubrirán que su trayectoria vital y profesional lo avala y tiene méritos suficientes para ser protagonista de esta sección de ALMAZARA.
        

JOSÉ MANUEL ZORRILLA BARROSO, notario de la Transición

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas

Antonio Machado, Soledades
        

En el año 1953, el jornal de un bracero era de 16 pesetas; el kilo de pan costaba 4,90 pesetas, el de azúcar 11, el de arroz 6, el de garbanzos 7, el de café 105,50, el litro de aceite 12 y la arenca un real. Y en ese año, cuando el jornal de un bracero solo alcanzaba para comprar un kilo de azúcar, otro de pan y un caramelito de anís, la tarde del domingo 25 de enero, en el número cuatro de la por aquel tiempo conocida como calle General Moscardó – hoy Cura José Barroso- nació José Manuel Zorrilla Barroso –Manolo para los amigos y conocidos-, primogénito del matrimonio formado por Manuel Zorrilla García y María Teresa Barroso Toledo, algunos años después lo haría su única hermana, María Teresa.

La casa donde doña Margarita (lo siento, sé que me repito más que el ajo, pero no puedo ni quiero remediarlo, la señora Carrasco Hette forma parte de la historia de Periana, con calle incluida y, cada vez que las circunstancias se presten a ello, aparecerá en mis escritos) lo trajo al mundo y vivió los primeros años de su niñez, constaba de dos plantas que apenas rebasaban los veinticinco metros cuadrados cada una. En la inferior se encontraba el comedor, la cocina y un pequeño patio. La superior, es decir, la cámara, estaba corrida y se utilizaba como dormitorio común. Para ubicarla os diré que estaba en medio de las de “La Frascorra” y “La Veinticuatro”, frente por frente al estanco de Modesto. Cumplidos los ocho años cambió de casa y de calle, pero no de lugar. Su nueva vivienda estaba a unos quince metros y todo el pueblo la conocía como “La Tienda de Zorrilla”, hasta que en 1991 se jubiló su padre y cerró el negocio tras mantenerlo abierto más de cincuenta años.

UN NIÑO TRANQUILO, VALIENTE Y DECIDIDO
Testimonios recogidos entre familiares, amigos y conocidos ponen de manifiesto que las características definitorias de aquel niño, desde su más tierna infancia, fueron su tranquilidad, valentía y decisión. Y muy tranquilo, valiente y decidido había que ser para hacer lo que hizo. 


No había cumplido los cuatro años cuando lo mandaron a la escuela de párvulos, ubicada en el Carrascal, que regentaba una maestra cuya identidad no he podido averiguar. Su estancia en el parvulario nunca fue de su total agrado, a ello contribuyeron, de manera muy importante, los comentarios peyorativos que le hacían algunos clientes de la tienda: “Manolito va a la escuela de los niños chicos”, “Manolito va a los parvulitos”… Supongo que por estas y otras circunstancias no se sentía a gusto en dicho lugar y una mañana, cuando iba hacía el parvulario del Carrascal, se encontró con don Ernesto Iglesias Suárez, posiblemente el maestro más temido en los anales de Periana, que se dirigía hacia su escuela situada a espaldas del antiguo ayuntamiento. Manolo se le puso delante, le miró fijamente y el docente sorprendido le preguntó qué quería. La respuesta de aquel niño tranquilo, valiente y decidido le sorprendió gratamente e incluso -aunque a los que conocieron al maestro gallego le cueste trabajo creerlo-, le hizo sonreír: “Yo no quiero ir a la escuela de los chiributes, yo quiero ir a la escuela de los mayores, yo quiero ir a tu escuela”. Imagino que la espontaneidad y determinación de aquel chiquillo despertó en don Ernesto su frustrado instinto paternal y lo cogió de la mano llevándoselo con él. Al pasar por la puerta de la tienda de sus padres le comunicó a Zorrilla que Manolito había cambiado de colegio. Al no haber ningún sitio libre donde sentarlo lo acomodó en la tarima bajo su mesa. Manolo recuerda que sólo llevaba al colegio una pizarra con su correspondiente pizarrín donde don Ernesto le ponía muestras y que, por ser el más pequeño, los demás que como mínimo le doblaban la edad, lo protegían y lo trataban con más miramiento.


Son muchas las peripecias que nuestro paisano protagonizó durante su niñez y que vienen a confirmar lo ya expuesto. Una de las primeras que guarda en la memoria hace referencia al día que se estrenó como jinete. Me cuenta, con una mueca de alegre complacencia reflejada en su rostro y cierta nostalgia en sus ojos, que en la puerta de su casa-tienda se encontraba el mulo que un cliente  había dejado allí mientras efectuaba las compras. Alguien, cuya identidad ignora y que no debía andar muy sobrado de luces (la apreciación es mía), al verlo extasiado contemplando al equino le preguntó si le gustaría subirse en él, le respondió que sí y lo aupó sobre el aparejo. Manolo lo espoleó y al tener el animal mucha sed se encaminó hacía La Fuente, llegó a la pila que vigila permanentemente San Isidro y se puso a beber. Me dice que desde las alturas veía a la gente con inusitada satisfacción y aún recuerda lo feliz que fue encima de aquel mulo. Pero la felicidad, al igual que sucede en la casa del pobre, le duró poco tiempo. Percatados sus padres y el dueño del mulo de lo sucedido, lo fueron a buscar y su aventura terminó en reprimenda. Cincuenta y cinco años después de su estreno como jinete sigue recordando lo bien que lo pasó, el gran berrinche que cogió cuando, a la fuerza, lo bajaron del equino y lo desconcertado que se quedó. Para sus entendederas, lo que sucedía a su alrededor le parecía una exageración. ¿A qué venía tanto aspaviento y preocupación si él sólo se había dado un paseo en  mulo?

Con las tranquilas peripecias que Manolo protagonizó durante su infancia hay material más que suficiente para escribir un grueso libro de relatos, pero le cuento una acaecida en Melilla, algunas pinceladas de otras y doy por finalizado este apartado. ¿Que qué hacía nuestro paisano en la ciudad norteafricana? Algo muy simple: acudió en compañía de su familia –madre, hermana, abuelo y tíos- a visitar a su padre que se encontraba haciendo el servicio militar. ¿Que por qué no venía su padre a visitarlos? Porque no podía hacerlo. No, no me formule usted más preguntas. Guarde un minuto de silencio y le informo de todo. El padre de nuestro protagonista, “Zorrilla el de la Tienda” (1925), gracias a las argucias de un secretario de ayuntamiento, un brigada y un sargento del Ejército de Tierra; a una fingida sordera; y a un generoso soborno, se libró de hacer el servicio militar obligatorio. Transcurridos diez años recibió una notificación del Juzgado Militar. Los corruptos habían sido investigados y todos los librados por ellos pasaron por un tribunal militar, siendo condenados a hacer la “mili” de inmediato en un batallón de castigo. Debido a esta excepcional circunstancia nuestro paisano, cuando apenas tenía cinco años, viajó en el barco conocido como “El Melillero” al continente africano para visitar a su padre que estaba cumpliendo, con diez años de retraso, sus deberes con la Patria. Y allí aconteció el siguiente episodio: entraron en un bar moruno para tomar té con hierbabuena, Manolo quedó sorprendido por los botellines tan extraños que había sobre los veladores y pensó en lo asombrados que se quedarían sus compañeros de juegos, en Periana, al mostrarles aquellos raros platillos. Sin que sus familiares se percataran, desapareció del lugar donde estaban sentados metiéndose detrás de la barra. Su abuelo se da cuenta de su ausencia, piensa que se ha perdido entre la nube de chilabas que se movían por la calle y comienza a llamarlo a grito pelado. Manolo escucha las voces pero la cosecha de platillos era tan abundante que prosiguió con su recolección y hasta que no terminó de recogerla, en su totalidad, no salió de detrás del  mostrador. Al hacer acto de presencia y ser preguntado sobre dónde había estado, con toda tranquilidad y satisfacción, se limitó a señalar los bolsillos de sus pantalones repletos de chapas. Su abuelo duda entre calentarle el culo por el susto recibido o abrazarlo y, quitándose las gafas para secar las  lágrimas que manaban de sus miopes ojos, opta por la segunda opción. 

 
Manolo era el nieto mayor, ojito derecho de su abuelo, y él, conocedor de tal circunstancia, sacaba provecho. En más de una ocasión lo sorprendió en compañía de sus amigos robándole naranjas, higos y brevas del haza que tenía frente al cementerio. Al descubrir su presencia, Manolo y sus compinches de pillerías salían corriendo y desaparecían. Cuando se encontraba aquel mismo día o al siguiente con su abuelo y éste le preguntaba sobre el robo de frutas, Manolo ponía cara de asombro y, con toda tranquilidad, argumentaba que, debido a su miopía, posiblemente lo había confundido a él y a sus amigos con otros niños, puesto que a esa hora ellos se encontraba en tal o cual sitio. Su abuelo sabía con certeza que eran su nieto y acompañantes los que habían aligerado el peso de los árboles, pero reía su ocurrencia y se limitaba a decirle que si, por un casual, se enteraba de quiénes eran los ladrones le informara de ello.

Al  preguntarle a Manolo por sus  preferencias alimenticias en la niñez me cuenta que de su familia materna guarda su mejor recuerdo culinario: el puchero con arroz. En aquellos lejanos tiempos de nuestra infancia –cuando apenas había personas gordas en el pueblo-, este era un plato muy habitual en la dieta de los perianenes. Sus ingredientes esenciales eran los garbanzos –que había que echar en agua el día anterior para que salieran tiernos-, el arroz, un trocillo de tocino añejo, un chorreón de aceite, un tomate y un pimiento. Si las posibilidades económicas lo permitían se le podía añadir un buen pedazo de tocino fresco, magro, pollo, gallina, costilla,… con los que se hacía la exquisita pringá. Nuestro paisano me dice que su abuela Carmen lo preparaba en una enorme olla, para que cuando regresaran del campo su abuelo Antonio y sus tíos reventados de trabajar, repusieran las fuerzas gastadas. En ocasiones, a los comensales habituales se añadían los nietos, y aunque hubo veces que entre adultos y niños superaban la docena, gracias a lo previsora que era su abuela nadie se quedaba con hambre. Manolo hace una larga pausa, se pasa los dedos pulgar e índice por las comisuras de los labios, y con deleite manifiesto me da a conocer  que jamás podrá olvidar el blanquísimo color de aquel sublime manjar, su inigualable sabor y que nunca ha comido otro similar. Como postre sobre lo expuesto con anterioridad reseñaré que esta popular comida recibía tres nombres en Periana. Las clases populares le llamaban, olla, las medias, puchero y las altas, cocido.

El hijo de Manuel y María Teresa es un manantial inagotable contando vivencias de su feliz niñez. Su buen escribir lo traslada al relato oral y el que tiene el placer de escucharlo, si conoce los lugares donde aconteció lo narrado y las gentes que los protagonizaron, sin necesidad de realizar ningún esfuerzo suplementario, las vive y se siente participe de ellas. La precisión, concisión y amenidad las conjuga en perfecta armonía con su cinéfila afición y visionas lo relatado con deleite y emoción.  A ello contribuye su voz rotunda que adquiere matices en función del hecho a contar. Incluso, a veces, da la impresión de que mide sus palabras para expresar con total exactitud lo que quiere decir. Y, en todo momento, su cara no puede esconder la sonrisa que la adorna al recordar estas vivencias.

Pocas de sus peticiones no fueron complacidas por el viejo Zorrilla, al que yo recuerdo con chaqueta, chaleco, camisa abrochada hasta el último botón, gafas de gordos cristales, sombrero, garrote y una gruesa correa rodeándole la generosa barriga. El abuelo le permitió que en la cámara de su vivienda, situada en la calle Vélez, frente al bar de Muñoz, una pequeña habitación la convirtiera toda ella en pajarera, con nidos, bebederos, comederos, árbol interior y puerta de cristales. Llegó a tener más de treinta pájaros entre canarios, verderones y jilgueros que se reproducían libremente. Gente que la visitó me cuenta que era una auténtica maravilla, donde predominaba el detallismo y buen gusto. Parecía imposible que un niño de su edad hubiese sido capaz de construirla sin más ayuda que la de su amigo José Antonio Aranda “El Niño de la Veinticuatro”.


Seguimos hablando del período más feliz de la vida y me dice que la calle donde nació era un lugar magnifico para jugar debido a que tenía una acera muy ancha y no pasaban bestias. Allí se reunía con sus amigos de entonces y que, a pesar de mucho tiempo transcurrido, siguen ocupando lugar preferencial en su agenda de la amistad: sus primos Rafalito de “Leoncio” y Antonio “El Chino”, Manolo “Cuco”, Rafael “Pallares”, José María y Paco Palomo “Los Herrador”, Manolo “El Rodri”,… Con algunos de ellos he tenido ocasión de hablar recabando información para elaborar este escrito y han sacado a relucir su buena condición. El ser hijo de tendero le otorgaba ciertos privilegios que compartía con sus amigos. Cuando metía la mano en algún tarro de caramelos no se limitaba a coger para él, lo hacía también para ellos y solía repartir las estampas repetidas de los álbumes de chocolate entre los que no las tenían. Las ocupaciones laborales los dispersaron por múltiples lugares de la geografía, pero siguen conservando aquella indisoluble amistad que, nacida en la remota niñez, cimentada en la adolescencia y consolidada en la juventud, pasearon y disfrutaron por todos los rincones de Periana.

 Mi confesada pizca de envidia hacia los niños que tenían tienda de comestibles, la hacía extensible a los que entraban al cine sin pagar entrada, siendo Manolo uno de los afortunados. Ello era debido a que su abuelo Zorrilla formaba parte del cuarteto de los copropietarios del Monumental Cinema. Además, su padre fue durante muchos años su administrador único. Me cuenta, con viva emoción que, cuando vio la maravillosa película de Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso, se sintió retratado en ella. Él en el papel de Totó y Elías (proyectista del cine en Periana) en el de Alfredo. Al igual que los protagonistas de la deliciosa película italiana, Manolo y Elías tenían una amistad entrañable. Se pasaba las horas junto al operador del cine en la cabina de proyecciones y éste le mostraba los secretos de su quehacer, permitiéndole ayudar a colocar los rollos de celuloide en la máquina de proyección y a empalmar las cintas rotas con un poquito de acetona. Pero asegura que lo que más le atraía era ver por un agujero, desde aquella cabina, las películas para mayores. Además, lo abastecía de unos carboncillos, restos de los electrodos que producían la potente luz requerida para proyectar la película en la pantalla, que Manolo utilizaba como gruesos pizarrines. También le dejaba quedarse con los fotogramas sobrantes de los cortes dados a la película y él los regalaba o utilizaba como objetos de trueque con otros niños. En aquellos tiempos, los fotogramas, sobre todo si eran de besos, puñetazos o duelos, se cotizaban mucho y los chiquillos anhelábamos tenerlos para poderlos observar a través de los visores que salían en los sobres sorpresas que vendía Paco “El Correo”, donde venían los tebeos y los indios. Habiendo salido a relucir los tebeos apostillaré que Manolo se describe como un voraz lector de ellos, a lo que contribuyó Carmen “La Veinticuatro” que, además de contarle muchos cuentos, le dejaba leer todos los que recibía en su papelería. Con sinceras muestras de agradecimiento hacia ella, nuestro paisano me dice que, recordando estos pasajes de su vida, no duda del origen de su vocación.

Con anterioridad he referido que mis relaciones con Manolo fueron escasas pero, en este momento, cuatro y diez de la madrugada del domingo 26 de agosto de 2012, cuando iba a dar por finalizado este apartado dedicado a su infancia, golpean en mi mente, ávidas por salir a la luz, dos cuestiones relacionadas con él que os voy a contar. La primera hace referencia a que fue el primer niño de Periana que consiguió un balón de reglamento al rellenar el álbum del chocolate Lloret. No, el número cuarenta de “Ciudad Secreta”, no lo consiguió pero, al tener sus padres tienda y vender pastillas sueltas, le fue muy fácil reunir cuarenta envoltorios de medias libras de chocolate para intercambiarlos por la estampa que nunca salía. La segunda aconteció una tarde en el montón de arena que Jacinto “El Gallo” tenía junto a la tapia de la casa de María Felisa, por encima del lavadero de Las Pilas. Ignoro las causas que dieron lugar al incidente, pero él y Curro se enzarzaron en un conato de pelea que no llegó a mayores. Aquel suceso me sorprendió mucho porque era la primera vez que veía a alguien plantarle cara y pararle los pies al que posiblemente fuese el niño más fuerte y atrevido de Periana, mi gran amigo de niñez Antonio Larrubia Ordóñez.

TIEMPO DE ESTUDIOS
        
Nuestro paisano, tal y como he reseñado, comenzó su singladura escolar en los parvulitos donde apenas permaneció unas semanas. Con don Ernesto estuvo hasta los ocho años, primero en la escuela ubicada detrás del antiguo ayuntamiento y, a continuación, en el grupo escolar de La Lomilleja. Al preguntarle a Manolo por sus relaciones con don Ernesto, la profundidad de su mirada desprende destellos de sinceridad y su agradable voz se hace aún más creíble y rotunda para poner de manifiesto que jamás tuvo problema alguno con él y que nunca le puso la mano encima. Su estancia en la escuela del maestro gallego la recuerda como un tiempo agradable y provechoso, donde aprendió las primeras letras; repleto de recuerdos infantiles, entre los que ocupa un lugar de honor aquellos días excepcionales cuando repartían el queso de bola. Todos los niños, en el más absoluto silencio, observaban expectantes cómo el docente se sacaba la navaja del bolsillo y, armado de paciencia, lo iba troceando en el número exacto de porciones para que cada alumno recibiera su ración y nunca sobrara ni faltara un ápice. 

 En los Carmelitas de Antequera (mayo 1964) cursos 1º y 2º de bachiller. Manolo está justo delante de la columna. Antonio Rodríguez López (el de la autoescuela), es el tercero por la derecha, Guerrero, de Las Rozas. Segundo, el de Los Romanes, el septimo por la izquierda detrás de los curas. En la fila siguiente, el primero por la izquierda, Moyano, maestro muy popular entre sus colegas perianenses: el sexto, Antonio Quintana, de Las Rozas: y el onceavo, un sobrino de las dueñas de la posada. El cura sentado en el centro es el padre José Carrillo, confesor de la Casa de Alba.

         Con ocho años, su padre lo cambió a la escuela de don Francisco “De la Rafaela”, donde permaneció un par de cursos estudiando duro para preparar el Ingreso. Y, con cierta nostalgia, recuerda que Perico “El de la Corazón” y José Manuel “El Yoyo” eran los encargados de disolver, en una tinajilla con agua, la leche en polvo que venía en sacos, agitando la mezcla con una caña gruesa. Leche que él, al igual que la mayoría de los niños, tomaba en un cachuchillo que Antonio “El Latero”, cuyo  taller se encontraba en un local contiguo a la que fue mi casa en Periana, hacía con un lata de leche condensada a la que ponía una asa.


         En la "Peña el Sombrero" con los amigos (abril 1966). De izquierda a derecha, Rafael Barroso, Juani "Balastrera", Manolo, Antonio Barroso, Fernando Altea (hijo de un guardia civil) y Salvador "Cartabones".

 Con diez años se presentó para Ingreso en el Instituto “Nuestra Señora de la Victoria” de Málaga. Aprobó y empezó sus estudios de Bachiller, interno en el colegio Nuestra Señora del Carmen de Antequera. Allí, en septiembre de 1963, arribó nuestro paisano con el ajuar que le hizo Catalina Moreno Silva, Catalina “Zorrilla”, -ver número 35 de ALMAZARA-. Aún recuerda que todas las prendas iban marcadas con sus siglas y el número asignado: MZ 43.  Estudia el Bachiller Elemental y, para hacer el Superior, al no ser impartido en ese centro, se matricula en el Instituto “Pedro Espinosa”, que apenas distaba 400 metros del colegio donde seguía residiendo. Pero un incidente con un cura llamado Antonio, cuando cursaba quinto de Bachiller, provocó su expulsión de los carmelitas en el mes de enero del año 1968, cuando acababa de cumplir 15 años. De este mismo internado, tal y como puse de manifiesto en el número 31 de ALMAZARA, también fue expulsado nuestro paisano Miguel Blanca Gómez. Y, en ambos casos, hubo chicas de por medio. Los motivos fueron los que siguen. El cura encargado del refectorio o comedor salió de la sala de visitas acompañado por varias chicas y algunos de los internos que estaban en el recreo lanzaron prolongados abucheos (“¡uuuuuuuh!”). El religioso se sintió ridiculizado y les mandó a todos que se pusieran de rodillas. Manolo, que estaba de espaldas y ajeno al incidente, no aceptó el castigo colectivo y continuó como si tal cosa. Cuando llegó al comedor para cenar, el cura Antonio le hizo saber que no comería hasta que se pusiera de rodillas. Nuestro paisano se niega nuevamente y se marcha al dormitorio con el estómago vacío. Allí, el cura vuelve a ordenarle que cumpla el castigo y Manolo tranquilamente se reafirma en su postura. Al día siguiente, el padre José Carrillo, director del colegio (posteriormente fue confesor de la Casa de Alba y oficiante de la ceremonia matrimonial de la hija de la duquesa y el torero), le comunica a Manolo Zorrilla que su hijo ha sido expulsado. Su primo Antonio Barroso se solidariza con él y los dos se marchan a vivir a la pensión “El Toril”, junto al mercado de Antequera, donde permaneció hasta acabar el Bachiller Superior. Nuestro paisano me refiere que en aquel colegio de los carmelitas llegó a coincidir con muchos estudiantes de Periana. Le pido la identidad de algunos de ellos y salen a relucir los nombre de Paco Martín “El hijo de Pepe Leyes” Antonio Barroso “El Chino”, Miguel Blanca “El hijo de Manuela Gómez”, José Antonio “Pascualillo”, Paco “El Largo”, Antoñito “El Pescadero”, Paco y José María “Los Herrador”, José Antonio “El Gallo”, Antonio “Matagallo”, Pepe “Senón”, Alfonso Monci, Pepe “Buenos Aires”, José Antonio “Sobrino de Eugenia la Sacristana”, dos muchachos de las Rozas apellidados Quintana y Guerrero, Segundo de “Los Romanes…  Hizo PREU en el Instituto “Sierra Bermeja” de Málaga para poder estar más cerca de su madre que, aquejada de hemiplejía por un infarto cerebral, se encontraba ingresada en un hospital de la capital. Su asignatura favorita siempre fue la Geografía, repudiaba el Latín y el Griego, a lo que contribuyó el mal talante de los profesores que se las impartieron. Por eso, hizo el Bachiller de Ciencias, a pesar de su preferencia por las letras. 

¿QUÉ CARRERA HAGO?
        
Ingreso, Bachillerato y PREU forman parte de la historia. Los estudios preparatorios han terminado y llega la hora de la verdad. La Universidad espera. La mayoría de sus condiscípulos se deciden por Magisterio. Manolo, en cambio, no tiene claro qué carrera estudiar. Hizo ciencias pero lo que mejor se le da es escribir. Todos los profesores, a lo largo de sus estudios, han elogiado su forma de redactar. Las manualidades también se le dan de maravilla y en esos días de incertidumbre, previos a la decisión trascendental, se le pasa por la cabeza que podría hacer Formación Profesional. La duda lo embarga y se aproxima la fecha de matriculación. El dilema a resolver es complejo y acude a su tío José “El Cura” en busca de consejo y orientación. Éste sabe de su facilidad para escribir y le propone asistir a una conferencia de un periodista amigo suyo. Al terminar, departen durante un buen rato, Manolo despeja sus dudas y decide estudiar periodismo.

         Casualmente, en el curso 1971-72, cuando accede a la Universidad, por un Real Decreto de 17 de Septiembre de 1971, las Escuelas Oficiales de Periodismo de Madrid y Barcelona se convierten en Facultades de Ciencias de la Información. Nuestro paisano se matricula en la Universidad Complutense de Madrid, pero no marchará a la Capital de Reino hasta enero de 1972 que fue cuando comenzó sus estudios la primera promoción de periodistas universitarios. Allí compartió piso en la calle Ibiza con los hijos de María Núñez y Paco de “El Estanco”, Paco e Ignacio. Su segunda residencia sería una habitación doble en el barrio de Argüelles. En tercer curso, él con Antonio Oviedo “El Recovero”, que estudiaba para policía, y Rafael Ortigosa, “El Batanero”, que trabajaba en el Banco Hispano Americano, alquilaron un piso en Aluche, donde permaneció hasta acabar la carrera. Varios años vivió con ellos nuestro paisano José Antonio Frías Ruiz “Cencerra”, también estudiante de periodismo, que dirigió el diario Sur de Málaga durante 17 años.

Manolo estudia en una Universidad politizada y bulliciosa que rezuma por todos sus poros ansias de libertad y se presta a vivir con toda intensidad aquellos históricos momentos que culminaron con la muerte de Franco y la llegada de la democracia. Durante sus años en la facultad convivió con un grupo de compañeros que más tarde serían reputados periodistas, entre ellos, el más conocido, Arturo Pérez Reverte, autor de “El Capitán Alatriste” y otras novelas. Eran tiempos convulsos en los que nuestro paisano tuvo algunos incidentes con los antidisturbios en la Complutense. Me cuenta con cierto regusto que, una vez, varios estudiantes, perseguidos por los “grises” a caballo, entraron en los comedores universitarios y se camuflaron con los demás. Al momento llegaron refuerzos a pie y ordenaron a todos los comensales que dejaran sus bandejas y salieran de uno en uno. A la salida, había un estrecho pasillo flanqueado a ambos lados por policías de botas altas, casco y porra en mano con la que se golpeaban la palma de la otra mano o el lateral de la pierna en actitud amenazante. Cuando Manolo vio que al final le esperaban varios autobuses (las tristemente famosas “lecheras”) en los que iban entrando los resignados estudiantes para trasladarlos a los calabozos de la Puerta del Sol, se armó de valentía y decisión, se acercó a uno de los “grises” y, sin pestañear, le dijo: “¿Me permite, por favor?”. Ante el asombro de sus amigos, el policía se apartó y le dejó marchar, librándose de dormir aquella noche en “chirona”. Cuando lo recuerda, todavía se le pone la piel de gallina.


Formando parte del equipo de fútbol del colegio de los carmelitas de Antequera. Delante de él, su primo Antonio Barroso (Marzo 1967)


Él también contribuyó con su granito de arena a que el cambio dejase de ser una utopía para convertirse en palpable realidad, pero nunca pudo imaginar que, por su profesión, actuaría como notario de aquel apasionante tiempo que pasó a la historia con el nombre de la Transición.

Le pregunto a Manolo por su época de estudiante y me dice que nunca fue un alumno brillante, que su hermana María Teresa, a la que la enfermedad de su madre condicionó de manera importante sus estudios, teniendo que realizar varios cursos de Bachillerato por libre, era mucho mejor estudiante que él. Pero yo sé, de fuentes fidedignas, que algunas matrículas de honor figuran en su expediente universitario. Al preguntarle por los periodos vacacionales me confiesa que cuando volvía al pueblo, los mejores momentos que recuerda los pasó con su pandilla en el Zuny, aquel club que un grupo de amigos montaron en una casa de Enrique “El de la Dulcería” situada frente a la barbería de Pepe “El Rubio” y la tienda de la Inés.

LA CALLE TE ESPERA

         En junio de 1976 nuestro paisano acaba sus estudios de periodismo, se queda sin vacaciones y empieza a trabajar. Lo suyo fue terminar y besar el santo, aunque no se libró de pasar unos meses como becario. A ello contribuyó que el 4 de mayo comenzó a publicarse el diario El País. Su primer director, Juan Luis Cebrián, que permaneció al frente del mismo hasta 1988, había sido subdirector del diario vespertino Informaciones, dirigido por Jesús de la Serna, y se llevó con él a bastantes profesionales de este periódico. Un compañero de facultad de Manolo, que trabajaba en ese diario, le comunica que en la redacción necesitan gente. Se presenta e inmediatamente lo aceptan, comenzando aquel mismo día a trabajar en la sección de nacional, bajo la jefatura de Abel Hernández, del que habla como “mi maestro”. En su primera experiencia como periodista nuestro paisano compartió despacho con María Antonia Iglesias, periodista que luego dirigió los informativos de TVE y hoy es una famosísima tertuliana radiofónica y hábil polemista del programa La Noria de Telecinco. Me dice que ya tenía su carácter, pero él la recuerda con mucho cariño y admiración porque de ella aprendió a dar los primeros pasos dentro del complejo mundo del periodismo.

Normalmente, a todo novato que llega a la redacción de un periódico el primer destino que se le encomienda es “hacer calle” (en el argot periodístico se llama así a cubrir informaciones fuera de la redacción: manifestaciones, ruedas de prensa, sucesos, inauguraciones, entrevistas…) Nuestro paisano no iba a ser una excepción. Y fue precisamente haciendo calle, como el periodista José Manuel Zorrilla Barroso –así firmaba sus escritos- se anotó su primer tanto profesional a los pocos días de estrenarse como tal. La empresa textil INDUYCO estaba en huelga. Sus trabajadores, procedentes de la Plaza de España, subían por la Gran Vía hacia la Plaza de Callao, donde les esperaban los antidisturbios. El joven periodista, que caminaba por la perpendicular calle Silva para cubrir la información, se encuentra en tierra de nadie, en medio de los unos y los otros. Los policías comienzan a lanzar botes de humo contra los manifestantes, un bote cae junto a Manolo que espera a que se vacíe, lo coge y se lo guarda. Al llegar a la redacción de su periódico, tosiendo y con los ojos irritados, da cuenta a su redactor-jefe de lo sucedido y le muestra la prueba. Éste le pide que lo acompañe para hablar con el director. El gabinete de prensa de la policía que informaba directamente a los medios de comunicación de lo acaecido, había notificado que se había tratado de una simple escaramuza. En el periódico pensaban que era una más de las múltiples manifestaciones que se producían a diario, pero él tenía la prueba de que había sido algo más importante. A los jefes le gustó su determinación y forma de trabajar y, a partir de aquel momento, comenzaron a considerarlo un poco más.

         España vivía un tiempo apasionante y la casualidad se alía con nuestro paisano para encontrarse en el lugar adecuado en el momento justo. Apenas lleva un mes trabajando, su redactor-jefe lo envía a un determinado portal del barrio de Salamanca de Madrid, donde vivía Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, que debía presentar al rey una terna de candidatos para ocupar la presidencia del gobierno tras la dimisión de Carlos Arias Navarro. Nada más llegar al lugar indicado varios escoltas le rodean: “¿Dónde va usted? ¿Qué hace usted aquí? ¿Su carné? …Aquí no puede estar”. En el preciso momento que nuestro paisano iba a dar respuesta a todas las interrogantes, el presidente de las Cortés, que salía de su domicilio, se aproxima y toma la palabra: “Un momento, un momento, ¿Qué desea usted?” Manolo se dirige a la tercera autoridad de la nación, con la tranquilidad y decisión que le caracterizan, de la siguiente forma: “Señor, trabajo en el diario Informaciones y me envía mi redactor-jefe para que usted me facilite la terna de candidatos a la presidencia del gobierno que va a presentar al rey”. Don Torcuato, ante el asombro de sus guardaespaldas, responde a nuestro paisano: “Pues sí, su redactor-jefe tiene razón, en estos momentos me dirijo a la Zarzuela para comunicársela a su majestad, lo que  no le puedo decir a usted es a quién va a elegir el rey, pero la terna la componen José María de Areilza, Manuel Fraga y Adolfo Suárez”. Todos sospechaban que los integrantes de la terna serían aquellos tres conocidos políticos, pero nadie lo sabía con certeza. Imagino la satisfacción con la que Manolo acudiría a la sede de su periódico.

"Cumbre" de la oposición democrática en el hotel Eurobuilding de Madrid. Sentados, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius. Detrás Xavier Vinader, Pedro J. Ramírez y, al fondo a la izquierda, con bigote, J. Manuel Zorrilla (4 septiembre 1976

Los acontecimientos se suceden con una rapidez vertiginosa y nuestro paisano, desde su atalaya periodística, levanta acta diaria de lo que acontece en el bullicioso Madrid donde se cuece la Transición, desde la Plataforma Democrática a la peluca de Carrillo. Son tantas las informaciones que cada día le mandan cubrir y tan poco el tiempo disponible que, a veces, necesitaría desdoblarse para estar en varios lugares a la vez. El joven licenciado, que pasó directamente de las aulas de la Universidad a la redacción de un periódico importante, se ha convertido en todo un profesional, capaz de redactar de inmediato cualquier noticia para que su redactor-jefe dé el visto bueno y enviarla a la imprenta. Manolo cada día hace mejor su trabajo pero no se conforma con acomodarse a la rutina y, cuando las circunstancias se lo permiten, pone su inventiva a trabajar.

Este afán suyo por innovar le valió para anotarse otro buen tanto profesional. El miércoles 15 de diciembre de 1976 se celebró el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política. Lo mandaron a cubrir la jornada electoral y se le ocurrió hablar con los presidentes de las mesas para que le dieran el total de electores que tenía cada una y pedirles que le comunicaran el número de los que habían votado hasta las dos de la tarde, hora del cierre de su periódico. Realizó un amplio recorrido por los colegios electorales del distrito centro y calculó el primer porcentaje de votación que se efectuaba en España. Aquel día lloviznaba sobre Madrid y recuerda que llegó empapado, pero con los cálculos en su cuaderno, a la calle san Roque donde se encontraba la sede del diario Informaciones. La noticia referente a los porcentajes de votación, que en aquella ocasión fueron muy elevados, se publicó en portada y sus jefes quedaron encantados. Desde entonces, cada vez que ha habido votaciones en nuestro país, a las dos (casual coincidencia) y a las seis de la tarde, de manera oficial, el Ministerio del Interior facilita el porcentaje de los electores que han votado.

         Trabajando en el vespertino madrileño también cubrió la información laboral durante algún tiempo, dando cuenta de numerosas huelgas y litigios. Tuvo ocasión de tratar directamente con los dirigentes de UGT, Nicolás Redondo, Manuel Chávez y Joaquín Almunia; con los de Comisiones Obreras, Marcelino Camacho, Julián Ariza, Nicolás Sartorius y, especialmente, con Antonio Gutiérrez, el responsable de prensa que era vecino suyo y luego sucedería a Camacho en la secretaría general. Al igual que con los líderes sindicales, también tenía “hilo directo” con los de los empresarios, Carlos Ferrer Salat y José María Cuevas.
        
         Nuestro paisano aún sacaba tiempo para no perderse las visitas que hacía al periódico el escritor Gonzalo Torrente Ballester el día que entregaba su colaboración semanal en Informaciones. Recuerda que al profesor le gustaba hablar tanto como escribir y se quedaba horas y horas en la redacción comentando los acontecimientos con su áspera voz gallega y dando sabios consejos a los novatos como Manolo. También le gustaba mirar por encima del hombro de un circunspecto Antonio Fraguas mientras éste iba dibujando las viñetas que luego firmaba como Forges.

         Permitidme que haga una mínima  pausa en lo concerniente a la actividad profesional de nuestro paisano para adentrarme, brevemente, en su vida personal. A finales de agosto de 1977, abandonó la soltería contrayendo matrimonio con Inés, una enfermera natural de Bernuy de Porreros (Segovia), a la que conoció en la boda de su compañero de facultad Felipe Sahagún, en la actualidad profesor de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de El Mundo. Hay un dicho popular según el cual “las bodas en bodas iniciadas suelen ser muy afortunadas” y, hasta el día de la fecha (35 años), según tengo entendido, la cosa les va bastante bien. Manolo, que de niño decía tener tres papás (su padre y los dos abuelos), al casarse tuvo uno más ya que, un castellano cabal, de nombre Casto, el progenitor de su mujer, lo quería como si fuera su propio hijo y para todo requería su asesoramiento y opinión.

SU LLEGADA A LA ADMINISTRACIÓN

         Las ventas de Informaciones, desde que apareció El País, fueron disminuyendo de manera considerable debido a que muchos de sus lectores se pasaron al nuevo periódico. Manolo se siente muy a gusto, con sus compañeros se lleva de maravilla, pero la evidencia pone de manifiesto que la empresa para la que trabaja se va al garete y, antes de que le coja el toro, comienza a buscarse la vida. Un compañero de la agencia sindical SIS le dice que necesitan gente. Se presenta en el despacho del director y queda muy sorprendido al ver que se trata de Vicente Cebrián, padre de José Luis, el director de El País. Según tengo entendido, padre e hijo eran periodistas de raza y se parecían en lo físico como dos gotas de agua. Manolo causa una grata impresión al respetado don Vicente y comienza a trabajar para su agencia. 


         Por poco tiempo, porque el SIS cierra y sus trabajadores son adscritos a la agencia PYRESA, que pertenecía a la cadena de los periódicos del Movimiento y que después se llamó Medios de Comunicación Social del Estado (MCSE). Tras el cierre de PYRESA, se incorpora a la revista del Ministerio de Economía y Hacieda, “Información Comercial Española”, cuyo responsable era un joven funcionario llamado Luis Linde, Secretario General Técnico, con quien Manolo tenía que despachar los contenidos de cada edición y que hoy es el flamante gobernador del Banco de España.

         Meses más tarde, Josep Meliá, íntimo amigo de Adolfo Suárez, quiere potenciar la Secretaría de Estado para la Información (ahora, Oficina del Portavoz del Gobierno) y ofrece trabajo a los periodistas de MCSE, oferta que acepta nuestro paisano. Su nuevo lugar de trabajo estaba ubicado en el complejo de la Moncloa, junto a la residencia de los presidentes del gobierno. Allí se encargó, con Aurora Mínguez -actual corresponsal de RNE en Berlín, a la que califica de bellísima persona y excelente profesional-, de elaborar los resúmenes de todos los editoriales y artículos de opinión publicados en los periódicos de Madrid y Barcelona. Trabajaban desde las doce de la noche hasta pasadas las siete de la mañana (debido a este horario intempestivo les llamaban “los panaderos”) y el dossier confeccionado por ellos lo encontraban, a primera hora sobre la mesa de sus despachos, el rey, el presidente del gobierno, ministros y altos mandos del ejército y del CSID. Como en aquellos tiempos no existía Internet, una vez impresos, los resúmenes eran distribuidos por motoristas a las correspondientes dependencias oficiales.

         Manolo se entera del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 cuando hacía cola para pagar en un supermercado que había cerca de su domicilio. Vuelve a su casa, pone la televisión y la radio y se informa de todo lo que se había liado. Conecta telefónicamente con su compañera de trabajo y una vez más, con tranquilidad y valentía, decide ir con su colega a trabajar. Al llegar a la Moncloa a media noche, la policía, que había montado un aparato excepcional de seguridad, les inspecciona minuciosamente y les deja pasar. Allí no había nadie, ellos dos eran los únicos en todo el edificio, ni tan siquiera habían llegado los periódicos. A las cuatro de la mañana aparecieron las primeras ediciones dando cuenta del golpe de Tejero y proceden, como de costumbre, a elaborar el dossier más inquietante que recuerda, permaneciendo en su puesto hasta el final de la jornada.

DIRECTOR DE UN PERIÓDICO

         Estamos a principios de 1983. La UCD había perdido las elecciones celebradas el 28 de octubre de 1982. El PSOE gobierna con mayoría absoluta y la nueva directora general de prensa, Malén Aznares, actual responsable del suplemento dominical de El País, le ofrece a Manolo cuatro periódicos ubicados respectivamente en Almería, Cuenca, Huesca y Jerez para que decida cuál de ellos quiere dirigir. Por su cercanía a Madrid, elige Diario de Cuenca. Muy tranquilo, valiente y decidido había de ser para, habiéndole dado la posibilidad de elegir, escoger aquella opción aunque estuviera más cerca de su lugar de residencia. Cuenca era una las ciudades más conservadoras de España y en ella residía el obispo José Guerra Campos, el prelado más ultraconservador del país y uno de los 59 procuradores a Cortes que votaron en contra de la Ley para la Reforma Política que derogaba los Principios Fundamentales del Movimiento. El jueves 20 de enero de 1983 aparece publicado en el Boletín Oficial del Estado su nombramiento, y nuestro paisano, a punto de cumplir los treinta años, se convierte en el director de periódico en activo más joven de España. Era una situación provisional, mientras se acordaba la subasta o el cierre de todos los periódicos de MCSE, sin embargo, consiguió mantener abierto aquel diario casi dos años incrementando sus ventas un 25%. El aumento del número de compradores lo consiguió cambiando la línea editorial para darle prioridad a los temas locales que pasaron a ocupar diariamente la portada del mismo, especialmente los relacionados con la cultura. En Cuenca se había abierto el primer museo de arte abstracto de España con obras de Zóbel, Saura, Tàpies, Torner, Chirino, Guerrero, Canogar, Chillida y tantos otros, a los que nuestro paisano acogió en las páginas de su diario y le dieron la oportunidad de acercarse a la pintura más vanguardista. 

Pero teniendo por vecino a un personaje como Guerra Campos, lo normal es que se produjera algún encontronazo con él y vaya si lo tuvo. El divorcio, desde hacía algún tiempo, era una realidad en España y en un acto religioso, el obispo arremetió duramente contra el rey por haber sancionado, con su firma, la Ley que lo hacía posible. Si eres director de un periódico y tienes un compromiso con tus lectores, una noticia como aquella debía ocupar la primera página del diario y así lo hizo nuestro paisano. Las consecuencias derivadas de ello casi dieron lugar a un conflicto institucional. Más adelante, se armó de valor y visitó al obispo con el que mantuvo una fatua conversación que Guerra Campos se negó a que la grabara y, como pésimo interlocutor, dio grandes cambiadas para no responder sus preguntas. 


Mostrando a José Bono y Manuel Miralles la maqueta de "Diario de Cuenca" en su visita a la imprenta del periódico, durante la campaña para las elecciones autonómicas (26 julio 1983).

Entre las muchas anécdotas que vivió en Cuenca, Manolo rememora, con especial satisfacción, la publicación de un reportaje sobre la inconstitucionalidad de los símbolos franquistas que abundaban en las dependencias de la propia Administración. Al día siguiente, el gobernador civil, Manuel Miralles –hermano mayor del conocido periodista Melchor Miralles-, mandó a la policía nacional para que quitara los viejos escudos y emblemas. La conservadora Cuenca se convertía así en una de las primeras ciudades que acabó con los símbolos de la dictadura.

Coincidiendo con la época en la que dirigió el periódico conquense, intervino junto a Emilio Romero en Estudio abierto, un programa de la primera de TVE que dirigía José María Iñigo, para hablar de los Medios de Comunicación Social del Estado. De aquella época recuerda la madrugada cuando José Bono, en plena campaña electoral, se le presentó en la sede del periódico y le estuvo enseñando los talleres. A partir de aquel día mantuvieron una relación cordial y, una vez elegido presidente de Castilla-La Mancha, le hizo la primera entrevista que concedió. Le preguntó todo lo que quiso y Bono no eludió una sola cuestión, dando como resultado una provechosa entrevista que publicó durante dos fines de semana consecutivos en “Diario de Cuenca”.

         Acabada su etapa en la Ciudad de las “Casas Colgadas” regresó a Madrid para incorporarse a su puesto en la Moncloa. Trayendo en su equipaje una sólida experiencia profesional, un puñado de amigos entrañables y una relación privilegiada con la cultura de vanguardia. También se trajo tema para su tesis doctoral, pero hubieron de pasar muchos años hasta terminarla y defenderla.

JEFE DE PRENSA DE UN MINISTERIO

         Manolo tiene la suerte de ir dejando amigos y constancia de su buen hacer profesional por donde pasa. Fue precisamente un colega de la época en la que estuvo cubriendo información laboral quien le propuso ir al Ministerio de Transportes, Turismo y Comunicaciones, del que era titular Abel Caballero (1985-1988), para trabajar en el gabinete de prensa. Nuestro paisano, cansado de la rutina de su trabajo en la Moncloa, no se lo piensa mucho. A continuación ocupó este Ministerio José Barrionuevo (1988-1991) que, con anterioridad, había sido concejal del ayuntamiento de Madrid con el alcalde Enrique Tierno Galván y ministro de Interior en la época más dura del terrorismo. Éste le propone que se haga cargo de la jefatura de prensa. Me dice que llegó a conocer bien a Barrionuevo y las palabras que salen de su boca para referirse a él son todas elogiosas. También mantuvo buenas relaciones con el subsecretario del Departamento, Emilio Pérez Touriño, quien años más tarde desbancó a Manuel Fraga de la presidencia de la Xunta de Galicia. Después de Barrionuevo, José Borrell (1991-1996) unificó Obras Públicas y Transportes para formar el macroministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, del que nuestro paisano siguió siendo jefe de prensa. Pero desconfiaba de la interinidad de su situación y preparó oposiciones a funcionario, sacando las de técnico superior de la Administración.

         Una vez más y van… supero con creces el espacio asignado a esta sección de ALMAZARA. Así que, sintiéndolo mucho, no podré contarles a ustedes cómo Manolo conoció a Felipe González en la sede central del PSOE situada entonces en la calle Santa Engracia; los más y los menos que tuvo con los antiguos censores del franquismo -viejos compañeros de Camilo José Cela- cuando trabajaba en la Moncloa; la forma tan impetuosa en que Javier Solana, ministro de Cultura, le despertó de una plácida siesta; su aventura periodística dentro de la cárcel de Carabanchel durante un motín de presos; la llamada que recibió del GRAPO para recoger un comunicado en el que reivindicaba el asesinato sobre el que Manolo había informado; o el incidente que tuvo con el equipo de protocolo de La Zarzuela que estorbaba el trabajo de los reporteros, el día que el rey inauguró el AVE Madrid-Sevilla. En esta ocasión, como en muchas otras, puso en práctica la máxima que sigue desde que comenzó a trabajar como periodista en la Administración: “Mi cometido fundamental es facilitar la labor de mis compañeros periodistas”. Máxima que continúa aplicando desde la jefatura de prensa de AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) y que mereció el año pasado el premio a la transparencia informativa que concede la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA).

         Hace mucho tiempo, aunque no recuerdo a quién, en dónde ni cuándo, escuché decir a un conferenciante que “son los hombres quienes hacen a las profesiones y no las profesiones las que hacen a los hombres”. Esta verdad incuestionable, durante mucho tiempo, ha permanecido guardada en algún recóndito lugar de mi memoria y en estos momentos, cuando escribía sobre la trayectoria profesional de nuestro paisano, me ha venido a la mente. Y a él se le puede aplicar con absoluta certeza. Los que fueron sus compañeros de trabajo para definirlo, invariablemente, utilizan los calificativos de honesto, trabajador, responsable, servicial… y todos le guardan afecto sin fisuras. 

Con el Ministro de Transportes, José Barrionuevo, visitando las obras de la Estación de Atocha, poco antes de inaugurarse la primera línea del AVE Madrid-Sevilla. A la derecha de Borrell, semioculto, con gabardina blanca, el arquitecto Rafael Moneo, autor del proyecto de la nueva estación. (6 de noviembre de 1991).

         Manolo me asegura que nunca se marcó una meta profesional y que no recuerda haber perjudicado a nadie en su trayectoria periodística. Han sido las oportunidades, guiadas por el caprichoso azar, las que llamaron a su puerta y él, como de costumbre, con tranquilidad, valentía y decisión, las aprovechó; más como reto personal que por otros motivos. Me dice que siempre siguió un consejo que su madre le repetía desde muy pequeño: “Si otro lo puede hacer, tu también”. Se dejó llevar por el devenir del destino y el destino lo encaminó a vivir desde dentro aquel periodo único de la historia de España, al lado de los que hicieron la Transición y trajeron la democracia a nuestro país, pero conservando la independencia de criterio que le daba, y le sigue dando, el no haber poseído nunca un carné político. 

Con el Ministro de Obras Públicas, José Borrell, y la secretaria de Estado de Medio Ambiente, Cristina Narbona, durante una excursión por los Picos de Europa, en Asturias (15 de noviembre de 1992)




A día de hoy,  cuando se aproxima a los  sesenta años y tiene casi amortizada su vida laboral, José Manuel Zorrilla Barroso espera jubilarse y poder disponer de más tiempo para dedicárselo a su familia; al huertecillo que cultiva en la parcela anexa a la casa donde vive en Boadilla del Monte, a 20 kilómetros de Madrid, y que cada año le proporciona jugosas hortalizas; a leer las novedades editoriales y los muchos libros aparcados que tiene; a ver cine, teatro y exposiciones; a seguir corriendo los 30 kilómetros semanales que acostumbra (ha finalizado cuatro maratones, cinco medias maratones y muchas “sansilvestres”) o a recuperar la práctica del tiro con arco que abandonó hace tiempo; y si sus hijos, Viviana y Rodrigo, le dieran la sorpresa de hacerlo abuelo, a disfrutar de sus nietos. Pero yo sé que Manolo, cuando el retiro sea una realidad, dedicará parte de su tiempo a escribir. Nuestro paisano es un escritor nato al que el azar desvió de su vocacional camino por la senda paralela del periodismo.

Tres generaciones: José Manuel con su padre Manolo y su hijo Rodrigo Manuel, después del pregón de las fiestas de San Isidro Labrador (13 de mayo de 2010)


De su buena pluma dan cuenta las muchas informaciones que publicó en el diario donde encontró su primer trabajo y en el periódico que dirigió; también ha dejado constancia de ello en su tesis doctoral “El titular de la noticia. Estudio de los titulares informativos en los diarios de difusión nacional” que, tras muchas horas de investigación y escritura robadas al sueño y a las vacaciones, defendió el 30 de julio de 1996 en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, obteniendo un sobresaliente “cum laude”; y, cómo no, en el magnifico pregón de San Isidro 2010 con el que, según me confiesa, trató de sacarse la vieja espina de no haber podido disfrutar de las fiestas del pueblo durante su juventud. Desde que ocupa la jefatura de prensa de AEMET, también mata el gusanillo elaborando El Observador, una revista de meteorología de la que ya lleva publicados más de ochenta números. 

La familia: Viviana, Manolo, Rodrigo e Inés ( 6 de julio de 2012)


         Quiero finalizar este escrito haciendo una sugerencia a todos los lectores de ALMAZARA. De ahora en adelante, cuando a través de televisión, la radio o los periódicos tengáis acceso a la previsión del tiempo y veáis impreso en la pantalla, oigáis a través de las ondas o leáis en la hoja de papel que dicha información ha sido facilitada por AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) recordad que un paisano nuestro, José Manuel Zorrilla Barroso -Manolo para los amigos y conocidos- cuyo rostro transpira nostalgia cuando habla de Periana, es el jefe de prensa del referido organismo y que, de alguna manera, ha colaborado para que esa información llegue a todos nosotros.


         JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA
Artículo publicado en la Revista Almazara nº 36

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