"El Rincón de los Vencidos", un primer adelanto de su primer capítulo "El fin del camino".
Pagué al taxista, y me bajé. Por fin había llegado al pueblo, estaba muy cambiado desde la última vez, se notaba que había pasado bastante tiempo, quizás demasiado. Estaba allí otra vez, aunque ésta no tenía a dónde ir, nadie me esperaba, nadie sabía que estaba allí: no sabía qué hacer. Aunque, si estaba de nuevo en el pueblo significaba que el círculo se cerraría muy pronto.
Pensé que lo mejor sería volver a lo que tiempo atrás fue mi “último hogar”, pero antes necesitaba regresar al lugar dónde comenzaron todos los fantasmas que me han atormentado. No estaba seguro de cómo llegar, le pregunté a un joven de unos 19 o 20 años, y su cara me resultó familiar. Yo quería saber cómo llegar al Parque del Amor: ningún fantasma está muerto hasta que te enfrentas a él para vencerle.
Gracias a la ayuda del chico pude llegar. A diferencia de mi última visita, esta vez no había ningún banco libre. Eché un vistazo rápido, y vi un anciano sentado solo, podía sentarme a su lado, supuse que no le importaría que lo hiciera, además, así podría distraerme un poco con sus historias. Para mi sorpresa, aquel hombre era poco hablador.
Al verlo de cerca sentí que lo había conocido antes, su cara me era familiar, pero no lo suficiente como para reconocerlo, era una extraña sensación, difícil de explicar. Allí sentado, por un segundo, me vi reflejado en él, pensé que ese podría ser mi futuro: solitario en un banco, con un gran abrigo rodeando mi cuerpo, y la mirada perdida en el suelo.
En un impulsó grité al viento:
¡No! El hombre, que por primera vez alzó sus ojos, me miró con sus ojos casi negros, hundidos en las cuencas, tan clavados que a duras penas podría ver bien. Sentí un poco de miedo, un escalofrío recorrió mi espalda, y me dejó allí plantado, inmóvil, y sin poder articular palabra o gesto alguno. Mientras tanto, el hombre me dijo algo sorprendente:Déjalo chico, eso no tiene solución. Hagas lo que hagas no podrás salir de ese dolor, hay momentos en la vida que nos marcan de forma especial, unos para bien, y otros, por desgracia, para mal. En esos momentos es cuando debes actuar de una forma racional, pero por desgracia casi nunca es así. Aquí donde me ves, he viajado mucho, en mi juventud fui un apuesto joven pero dejé pasar una oportunidad, y nunca más volvió.
El anciano hizo una breve pausa, tal vez esperaba alguna respuesta por mi parte, pero yo estaba paralizado, no podía decir nada, él siguió hablando:
En la vida, sólo tenemos una oportunidad; hay que saber aprovecharla o dejarla ir. Ahora pensarás que es fácil, sólo hay dos opciones. Pero, no lo es, muy pocos saben reconocer esa oportunidad. Y si la reconocen, actuarán de tal forma que sólo llegarán a saber las con-secuencias de esa acción; nunca dónde les llevaba el camino que dejaron escapar. Pero aunque duela, no pueden pasarse el resto de la vida pensando en lo que nunca fue, no tiene sentido hacerlo. No se puede cambiar el pasado.
No fui capaz de preguntarle por qué me contaba aquello, por qué me sentía tan reflejado en su historia. No pude reaccionar, me había dejado congelado, absorto en sus tristes palabras y recordando mi vida. Al volver a la realidad, al presente, ya se había ido; y aunque alcé mi vista para recorrer el parque con la mirada, no pude verlo en los alrededores.
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I. El Fin del Camino.
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