El País.com JUSTO NAVARRO 08/09/2000
El cementerio inglés de Málaga seguirá alimentando su leyenda, ahora tumba para el jefe de espías Desmond Bristow, jefe de la sección española del MI6 entre 1947 y 1953. Crecido en Punta Umbría, segundo hijo de un ingeniero de minas inglés, Bristow tuvo como primera lengua el castellano de Andalucía, lo que no evitó que el escritor malagueño José Antonio Muñoz Rojas, su profesor de español en Cambridge en los años de la Guerra Civil, le otorgara un ampuloso título: el peor alumno. El propio Bristow recuerda a su amigo Muñoz Rojas en un libro de memorias, Juego de topos (Ediciones B, 1993). Su formación de espía la hizo con Kim Philby, en cervecerías y despachos donde sonaban discos de Gershwin y Duke Ellington.Bristow lo recordaba en Periana, al oeste de Málaga, en esa zona de Andalucía que parece mítico refugio de agentes secretos: Periana tiene menos de 4.000 almas, a 547 metros de altitud, en la comarca de la Axarquía, en cuyo hospital murió Bristow el martes. Vivió la II Guerra Mundial en Gibraltar, capitán de los servicios de inteligencia británicos, vigilando la colaboración entre Franco y Hitler: observaba a los viajeros italianos y alemanes e intentaba evitar sabotajes contra naves aliadas en la Roca. Su misión también fue recobrar su infancia y adolescencia andaluzas. Su red de espías contaba con la ayuda de los contrabandistas españoles de tabaco, y, en los bares de Algeciras, inglés disfrazado de inglés, Bristow citaba a sus contactos en bares de prostitutas y bandidos y policías secretas fuera de servicio.
Bristow, que había nacido en 1917, unió espionaje y amistad. Tras servir en Gibraltar, Argel y Lisboa, fue nombrado después de la Guerra Mundial jefe del espionaje británico en Madrid. Entonces Franco no era ya el posible enemigo, sino un elemento de estabilidad. El nuevo peligro mundial era la Unión Soviética, y los nuevos amigos de Inglaterra eran militares que simpatizaron con los nazis. Bristow preparó la llegada del primer embajador británico a Madrid después del triunfo de Franco, y, mientras asesoraba sobre futuras operaciones comerciales hispano-británicas, participaba en cacerías en las sierras castellanas. El espionaje había dejado de ser arma de guerra para convertirse en herramienta de la paz.
Pero nunca renegó de sus amigos: ni de Kim Philby, el mítico desertor a la Unión Soviética. Bristow dejó su cargo en 1953 y, desaparecido del servicio secreto, se refugió en el sur de España. Dedicó sus recuerdos a la memoria de los amigos españoles que lo ayudaron a combatir el fascismo, héroes sin laureles: "A todos aquellos colaboradores españoles y portugueses que, en silencio, y a menudo poniéndose en peligro, apoyaron sin reservas la causa aliada".
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