miércoles, 9 de enero de 2013

Jacinto Díaz Martín, un sindicalista con clase, por José Manuel Frías Raya.



PAISANOS NUESTROS

Casi todas las personas que han tenido la dicha de compartir amistad infantil desinteresada, vecindad, sueños, vivencias,  secretos, juegos, ilusiones, tebeos, héroes, juguetes, confidencias…, mientras vivan mantienen una relación fraternal, relación que solamente la muerte o la cruel desmemoria es capaz de aniquilar. Tal hecho concurre entre el protagonista de PAISANOS NUESTROS y el autor de esta sección. Debido a tan gozosa circunstancia, cada uno de nuestros reencuentros lo convertimos en un gran acontecimiento. Y aunque mucho ha llovido desde que dejamos de ser niños, los prolegómenos de las conversaciones, invariablemente, nos conducen a la Periana del ayer, -a nuestras queridas, añoradas y disfrutadas calles de Las Monjas y del Mercado- y revivimos algunos de los felices momentos compartidos.

         Era lunes por la mañana, pensé llamarlo por teléfono para quedar con él, pero, en el último momento, decidí no hacerlo y presentarme en su lugar de trabajo.  Faltaban cinco minutos para las diez cuando llegué a la cita no concertada y lo encontré, en la puerta de su despacho-sede, charlando con cuatro personas, entre ellas nuestra común amiga Cristina Morales y, como siempre, ocupadísimo. Al detectar mi presencia, una amplia sonrisa iluminó su cara, suspendió un instante la vertical reunión y nos saludamos efusivamente -hacía más de dos años que no nos veíamos-,  y me dijo que esperase un momento.   No creo que hubiesen transcurrido cinco minutos, medidos en el más preciso de los relojes suizos, cuando ya estábamos sentados en los comodísimos sillones que hay junto a su lugar de trabajo, conversando amigablemente. Lo primero que hice, al igual que siempre que nos encontramos, es preguntarle por su hermano Pepe, mi gran amigo de la infancia, al que hace cuarenta y cuatro años que no veo. Apenas habíamos iniciado nuestra plática y su móvil, ese incordio permanente que nos esclaviza las veinticuatro horas del día, sonaba por tercera vez. Con gran sensatez y acierto decidió silenciarlo.

         Al preguntarme mi vecino de niñez los motivos que me llevaban por allí y comunicárselos -quería que apareciese en esta sección de ALMAZARA-, mi amigo de toda la vida -y nunca mejor utilizada la expresión: lo conozco desde el día que nació-, no salía de su asombro. Se frotó nerviosamente las manos, cerró los ojos a modo de concentración, se acarició varias veces la barbilla y tras permanecer unos instantes en silencio, pronunció, de forma pausada, las siguientes palabras: “con la cantidad de paisanos tan importantes que tenemos, ¿cómo te has podido acordar de mí?”  Puse en su conocimiento  que habían sido lectores de la revista -una vez más, gracias por vuestra colaboración- los que me habían sugerido su nombre. Y le hice saber que, a nivel provincial, posiblemente sea el perianense más conocido. Tengo la plena seguridad de que tanto en la capital como en los 101 pueblos que forman la provincia de Málaga, alguno de sus habitantes lo ha tratado. Además, es toda una institución en el Edificio de Servicios Múltiples y le recordé los muchos méritos que reunía para ello, pero no había forma de convencerlo. Su negativa era rotunda. Antes de despedirnos, le esperaban media docena de docentes en busca de asesoramiento, le dije que se lo pensase detenidamente y  me llamase por teléfono. A los tres días contactó conmigo y su respuesta era afirmativa. Sin pérdida de tiempo, temía que se  arrepintiera, concertamos la entrevista y estuvimos hablando casi tres horas. Tres horas que se nos quedaron cortas: era tanto lo que él tenía por contar y yo por preguntar; pero, desafortunadamente, compromisos adquiridos con anterioridad, por ambas partes, impidieron que se prolongara nuestra franca, cordial, divertida y, sobre todo, amigable conversación.  En el transcurso de ella, mi interlocutor habla pausadamente, gesticula con las manos, prolonga los silencios y cierra los ojos cuando necesita concentrarse para extraer el lejano recuerdo pueblerino que permanece guardado en lo más profundo de su corazón. Mientras conversamos lo observo detalladamente y tengo ocasión de comprobar que es el vivo retrato de su padre. Nunca había reparado en ello, pero es idéntico a su progenitor.

Con lo recogido en aquella entrañable conversación y lo aportado por familiares, compañeros, conocidos y amigos he tejido lo expuesto a continuación. Lamentablemente, me he visto obligado a mutilar parte de lo escrito; pero la revista, al igual que todo el país, no esta atravesando su mejor momento económico, para subsistir necesita recortar páginas…y los colaboradores debemos predicar con el ejemplo.

JACINTO DÍAZ MARTÍN, un sindicalista con clase.

Quién haya pasado su niñez en un pueblo, nunca será una persona de ciudad, y durante el resto de su vida le llenará la libertad del campo.

ANTON CHÉJOV, Cuentos imprescindibles

         Si las cuentas no me fallan -las matemáticas nunca han sido mi fuerte-, Jacinto va para los cincuenta y cuatro años, hagan ustedes la operación y comprobarán que estoy en lo cierto. Doña Margarita lo trajo al mundo, el 19 de junio de 1958, en la casa donde vivían sus padres, Jacinto Díaz Ropero “El Gallo” y María Martín Oviedo “Gallardo”. Una vivienda muy peculiar situada en la calle conocida como la del Mercado. Es el segundo de cuatro hermanos.  Con anterioridad había nacido Pepe y posteriormente lo hicieron Loli y Juan. 


        Aquella casa, donde Jacinto pasó su niñez, y que el autor de este escrito visitó en infinidad de ocasiones (apenas distaba cien metros de la mía), parafraseando a la conocida canción infantil, podemos decir que era muy particular. La caracterizaba el estar situada en una primera planta (lo que en Periana siempre se llamó la cámara). Ello era debido a que en la parte baja  se encontraba el negocio familiar: un almacén de material para la construcción. La altura del almacén era considerable y, como es de suponer, para acceder a la vivienda había que subir unas empinadas escaleras compuestas de quince peldaños. Recuerdo, como si lo estuviera viendo en este momento, que al final o principio de las escaleras, depende de que subieras o bajaras,  había colocada una pequeña puertecilla, pintada de azul. Jacinto me comenta que todos los días rodaba alguien por las escaleras (el que esto escribe, llegó a hacerlo en tres ocasiones), pero el récord, debido a “lo pingo que era” (son palabras textuales de nuestro paisano), con gran diferencia sobre el segundo clasificado, será siempre suyo. Me cuenta, con una pícara sonrisa en la boca,  que casi todas las semanas, su madre tenía que llevarlo a la casa de Antonia Ríos para que le devolviera algún hueso a su sitio.

         Jacinto siempre fue un niño muy singular y la primera de sus peculiaridades venía dada por su aspecto físico: a diferencia de casi todos sus coetáneos que éramos morenos, él tenía la piel muy blanca, los ojos azules y el cabello rubio. Pepa de “La Carmona”  decía de él que parecía  un Niño de Dios. Además, era simpático, gracioso, alegre, pillo, ocurrente, desenvuelto, atrevido… y todas las niñas de la calle de Las Monjas se sentían dichosas de pasearlo por las calles del pueblo. Otro rasgo de Jacinto, desde muy pequeño, fue su acusada personalidad: se negó a ir a la escuela de los párvulos (y eso que la maestra era Mariquita Muñoz, su madrina), quería asistir al mismo colegio que su hermano Pepe, y su padre se la tuvo que ingeniar para que don Francisco Guerrero “El Herraor” lo admitiera. Tengo referencia de que sus padres intentaron, por todos los medios a su alcance, convencerlo para que acudiese a la escuela que le correspondía por edad, pero tuvieron que dejarlo por imposible: no hubo forma de persuadirlo. Ni que decir tiene que, en sus inicios escolares, era el más pequeño de la clase, y sus condiscípulos lo recuerdan como un niño vivaracho, extrovertido, aventurero, decidido, valiente, divertido, imaginativo… y que siempre andaba tramando algo.

Le pido a Jacinto que me hable de la calle donde pasó su niñez y, al hacerlo, se emociona vivamente.  Me dice que siempre se consideró muy afortunado por haber tenido la suerte de nacer y vivir en el lugar donde lo hizo. Su calle, la calle del Mercado, era, con diferencia, la que tenía por las mañanas más vida que todas las del pueblo.   Recuerda que todos los días, sobre las siete de la mañana, el despertador del quehacer cotidiano lo sacaba del reconfortante sueño, pero tanto él como su hermano Pepe, lejos de enfadarse, lo agradecían. Se levantaban y asomados al balcón de su casa, el más privilegiado de los miradores,  contemplaban extasiados el trasiego que se generaba debajo de ellos. La frase bíblica “ganarás el pan con el sudor de la frente”, tenían ellos ocasión de verificar como cada jornada se hacía realidad. Mujeres, hombres y niños, en primavera, verano, otoño e invierno,  con caras soñolientas, aterridos de frío o bañados en sudor, procedían a montar aquel inefable mercado. El rito se repetía todos los días, pero –según Jacinto- cada uno de ellos tenía sus dosis de singularidad que lo hacía único. Entorna los ojos y describe la llegada de los equinos con sus capachos, serones o cajas cargados de melocotones, uvas, tomates, ciruelas, albaricoques, nísperos, pimientos, patatas, berenjenas, naranjas, mandarinas, brevas, higos... De repente, aflora el niño que fue y, como si los estuviese viendo, me da detalles identificativos de algunos vendedores foráneos. Describe sus manos callosas; sus caras marcadas por el implacable sol; sus cabezas cubiertas por sombreros, boinas o gorras; sus rústicas vestimentas y calzado; su fumar continúo de Ideales, Celtas…   Me descubre que de todos ellos,  al que le tenía un afecto especial era a uno apodado “El Helicóptero”, un hombre que traía uvas de la parte de Benamargosa. Era de los más madrugadores y siempre colocaba la mercancía al lado de su almacén. También sentía simpatía por otro llamado Balbino que, con un burro, venía de Regalón y traía los mejores albaricoques que ha comido en su vida… Y me dice que días especiales para él era cuando venían los baratos: el de la porcelana, el tío de los lotes, el de la ropa, el de los plásticos…  pero su preferido era uno procedente de Vélez-Málaga, por varias razones: ayudaba a montarlo,  ejercía de vendedor, y cambiaba tebeos con el hijo del dueño que era, más o menos, de su misma edad. A veces, también se peleaban, pero sus disgustos eran pasajeros, rápidamente hacían las paces y volvían a ser amigos… 

Finalizado el censo de  vendedores interinos foráneos,  pasa revista a sus vecinos, es decir, los que tenían puesto fijo en el mercado. Saliendo a relucir los nombres de  Salvador y Pura “La Silva”,  Dolores “La Carmona”, Domingo “Cenizo” y Carmen “Del Charro”, Rafael “El Moro” y Dolores “La Porretona”, Paco “Alegre” y Amparo “El Blanqueaor”,  Filomena “Matagallo” y Domingo “Conde”, Pedro “El Rosquilero” y Carmen “La Porretona”, Rafael “El Tulipán” y Dolores “El Santo”, Isidro “El Pescaero” y Mercedes de “Las Angustias”, Isidro “Farauta”,  Antoñillo “El Pescaero”, Antonio “El Caribe”… 

Y como no, hablando de vendedores, Jacinto apostilla que sería imperdonable no hacer referencia a Antonio Larrubia Ordóñez “Curro”, ese amigo esforzado o hermano mayor que tuvimos todos los niños de la calle de Las Monjas y alrededores. Era nuestro Ángel protector, no le tenía miedo a nada y se enfrentaba con quién fuese menester. Durante algún tiempo formó parte del mercado  como vendedor de almejas.

Suena el teléfono. Jacinto me dice que es su hijo y mientras habla con él, me viene a la mente que mi madre –que fue vecina suya en Málaga durante algún tiempo-, en más de una ocasión, me refirió lo guapo que era. Le comento ese hecho a Jacinto y me muestra, orgulloso, algunas fotos suyas. Las observó detenidamente y aquel niño guapo del que hablaba mi madre -y que no tengo el gusto de conocer- se ha convertido en un joven alto y muy atractivo que podría ganarse la vida como actor o modelo. Se lo comento a Jacinto y me dice que ha participado en algunos desfiles.

Reanudamos nuestro imaginario pasear por el mercado y compara, de manera muy atinada, lo que todos los días sucedía delante de su casa con un zoco marroquí y me dice que era un gozo inigualable para los sentidos. Y todos ellos, en mayor o menor medida, eran partícipes del regocijante acontecer.  La vista se recreaba contemplando aquel colorido sin igual, que cada mañana se ofrecía como una fiesta para los ojos. El oído captaba, voluntaria e involuntariamente, los pregones, las peleas, las voces, los regateos, las conversaciones privadas y públicas, las risas, los llantos… El olfato absorbía aquel olor singular que caracterizaba a la calle del Mercado. El gusto valía para saborear aquella fruta robada, motivo de confesión y comunión, o las uvas pasas que quedaban en el fondo de las cajas.  El tacto permitía acariciar y contrastar la delicada solidez de aquellos inigualables productos agrícolas.

         Le pregunto a Jacinto por los placeres culinarios de su niñez y, sin titubear, me responde que lo que más le gustaba era una arenca o un trozo de bacalao, ir tirándole pellizquillos para coger un trocillo de su suculenta carne y comérsela con pan tierno mojado en aceite. Aunque tampoco le hacía asco a un hoyo de aceite espolvoreado con azúcar, y si podía entremeterlo con  una pastilla de chocolate, mejor que mejor. Los chumbos también salen a colación y recuerda al matrimonio formado por Mariquita “La Eroma” y Manolico “Batatal” que los vendían sentados en el escalón de su casa. Y me dice que todas las mañanas, durante su época de recolección, desde la inigualable atalaya de su balcón, acechaba su llegada para ser el primer cliente. En alguna ocasión -aunque no sabe precisar cuántas-, mientras bajaba en tiempo de récord mundial las escaleras de su casa, niño y plato, al unísono, rodaron por ellas. De pronto, se emociona y no puede disimularlo, su semblante y voz lo delatan. Me mira fijamente y dice, con ternura infinita, que cuando acude al pueblo en busca de tranquilidad y silencio, su madre siempre le tiene reservado un buen trozo de bacalao y lo mima como si continuase siendo un niño. Le comunico que la última vez que la vi, en el velatorio de mi padre, estuve charlando con ella y la encontré muy bien. Jacinto cerciora mi apreciación y, tras un prolongado silencio, añade que su madre siempre ha trabajado mucho y ahora, a sus setenta y seis años,  está viviendo una segunda juventud repleta de actividad.  Me pide que le acompañe y me muestra, con satisfacción incontenible, una pintura sobre cristal realizada por su progenitora, que ocupa un lugar privilegiado de su casa. De regreso al lugar donde charlamos, me informa de que tiene casa en Periana –circunstancia que yo ignoraba-. Le pregunto por su ubicación y me dice que perteneció a don Manuel “El Practicante”, situada en la calle Cádiz, a dos pasos de donde vive su madre. También me comenta que le gustaría ir por pueblo mucho más de lo que va.



A continuación recuerda su niñez rebosante de amistad y salen a relucir los nombres de algunos de sus mejores amigos: Antonio y Salvador “Silva”, Miguel y José Antonio “De los Nervios”, José Antonio Peña “Manzanares”, Antonio “El Mellizo”, Antonio de “La Purita”, José Manuel Carrera “Adolfo”, Antonio “El Zocato”, Isidro y José Manuel “Los Caribe”, José Manuel “Pantorras”,   Pepe “Lustiano”, su primo Manolo “Gallardo”… También hace referencia a Isidro “Adolfo”, Curro, su hermano Pepe, su primo José Antonio “El Gallo” y José Manuel de “La Margara”, el que esto suscribe. Los cinco éramos algo mayores que él, pero muchas veces se venía con nosotros y hacíamos muy buenas migas. La amistad es parte fundamental de su vida y me facilita su dirección de correo electrónico: jacintoelgallo@hotmail.es, para que quién lo desee pueda contactar con él.

Con una gran sonrisa dibujada en su rostro, me enumera los juegos que llenaron las horas felices de su añorada niñez: platillos, bolas, gancho y rueda, barquillas, indios, trompo, pilla-pilla, el escondite, el pañuelo… Y sobre todo, recuerda “su portería”. Si, la portería de Jacinto, aquella que formaban los troncos de los dos gigantescos y hermosos árboles que había junto al matadero.  Cuando, en aquellos tiempos, ningún niño quería jugar al fútbol de portero, él siempre elegía esa posición, y reconozco que lo hacía bastante bien. Incluso recuerdo que se ponía unos guantes para parar. Me dice que fueron tantas las horas pasadas debajo de aquellos árboles, que conocía a la perfección las peculiaridades de cada uno de ellos.  Recordamos, ahogados en nostalgia, la muchas tardes que los dos, él parando y yo chutándole, pasamos allí.  Isidro “Adolfo” y su hermano Pepe ya estudiaban en Granada.  Antes de dar por finalizado el apartado dedicado a los entretenimientos de su niñez, Jacinto rememora que siendo niño le encantaba escuchar a los hombres que iban vendiendo coplas de ciego o romances en papel de colores. Le digo que tal afición la compartíamos, y haciendo dúo, comenzamos a tararear una de aquellas coplas: Eran dos hermanos huérfanos/ criados en Barcelona/ el niño se llama Enrique/ la niña se llama Lola… sonrisas y lágrimas conviven en nuestro rostro, nos miramos fijamente y permanecemos unos instantes en silencio.

Jacinto, al igual que su hermano Pepe, siempre fue un niño muy responsable. Lo recuerdo, cuando aún no había cumplido los siete años, quedarse encargado del polvero y despachar tejas, cemento, yeso, rasillas, ladrillos… y realizar las cuentas del cobro con total solvencia. También recuerdo cuando le comunicábamos que nos íbamos a jugar a determinado sitio y él, con la mayor naturalidad del mundo, nos decía que no podía acompañarnos. Sus padres lo habían dejado al cuidado del almacén y tenía que cumplir su cometido.

Le pregunto por el día más feliz de su infancia y, sin pensarlo un instante, me dice que fue aquel que los Reyes Magos le trajeron un camión rojo cargado de bombonas. Al hacerlo por el más triste, su semblante sonriente se viste de tristeza instantáneamente. Hace una prolongada pausa, y con voz apagada menciona aquel nefasto  día que alguien comentó en la escuela, que el camión de “El Gallo” había “roao” por la Peña, pero no sabía precisar si había sido el de su padre o de su tío Juan. Rápidamente abandonó el colegio y emprendió el camino hacia su casa lloroso y apesadumbrado.   Jacinto no puede seguir articulando palabra y se encamina hacía el cuarto de baño. Cuando regresa, el frescor del agua aplicada en los ojos ha conseguido borrar su repentina desolación.

TIEMPO DE ESTUDIOS
Su etapa escolar en Periana, la realizó integra en la escuela de don Francisco Guerrero “El Herraor”. Con diez años comenzó el Bachiller Elemental en el Instituto Reyes Católicos de Vélez-Málaga, siendo su compañero de fatigas Antonio de “La Feli”. En el cercano pueblo axarquico solamente realizó primero, estudiando los tres restantes cursos en el Seminario que los Hermanos Maristas tenían en Ojigares (Granada). Los recuerdos de su paso por el colegio granadino le afloran con exactitud pasmosa y, dada la imposibilidad de poderlos reflejar todos, transcribo solamente algunos:

El afecto especial que nació allí y que continua sintiendo por Rafael Benítez Frías “El Manchao”, su profesor de Historia,  al que cariñosamente continúa llamando hermano y cada vez que se encuentran, un fraternal abrazo le hace rememorar aquellos tiempos lejanos. El mucho deporte que practicaba, sobre todo balonmano y fútbol,  pero cuando jugaba al deporte rey adelantó su posición en el campo, abandonando la portería para convertirse en un rápido y hábil medio izquierdo. El singular reglamento de aquel seminario, solo habitado por varones,  donde se compatibilizaban los estudios con el trabajo manual y todos los residentes, sin excepción alguna, tenían que lavar, barrer, fregar, ayudar en la cocina… labrar el campo, sembrar y recoger las cosechas. El que todas las comidas llevaran patatas y las muchas horas que pasó pelándolas… 

Fueron tres los años que becado permaneció en el referido seminario y sus estancias en Periana muy cortas: Navidad, Semana Santa y un mes en verano. Incluso, hubo alguna Semana Santa que no visitó el pueblo. Según me cuenta, en el periodo estival se dedicaban a recuperar las asignaturas suspendidas, y los que habían aprobado todo el curso empleaban su tiempo en estudiar idiomas, música, pintura, practicar deporte…

Concluido el Bachiller Elemental, los curas detectan que no tiene vocación religiosa y le invitan a que prosiga sus estudios en otro lugar. Quinto lo hace en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), lugar donde estudiaba su hermano Pepe. Para realizar sexto y COU, vuelve a sus orígenes y se matricula en el Instituto de Vélez-Málaga.

En el año 1976 se traslada a Málaga para estudiar Magisterio, en la especialidad de Ciencias Humanas. Le pregunto por las razones que le indujeron a ello, y me dice que desde muy pequeño lo tenía decidido, siendo su tío Pepe “El Gallo”, Maestro Nacional, el referente en que se había mirado. El año que finaliza la carrera, la Delegación Provincial del MEC cierra las listas de interinos y ante las oscuras perspectivas, en lo concerniente al trabajo que se le avecinan, hace el servicio militar obligatorio. El sorteo le adjudica Tenerife y por primera vez en su vida, viaja en avión, un Hércules del ejército que lo traslada de Sevilla a Canarias. Dentro de lo que cabe, en la mili lo pasó bastante bien.  Lo captan como maestro alfabetizador y tiene su primer contacto con la Educación de Adultos. Se puede decir que le tocó la lotería, ya que se vio rebajado de todo servicio. Esta experiencia educativa la trasvasó  a Periana y junto a un grupo de maestros: Antonio “El Zocato”, Victoria “Maleta”, José Antonio “Manzanares”, Paco “El Carpintero”, Mari de “El Santo”, Antonio de “La Purita”, Victoria “De la Margara”, Maria Ángeles “Barranco”, Antonio “El Mellizo”, Toñi de “Pacojunco”… puso en marcha, en el año 1984, un programa de educación de adultos encaminado a alfabetizar y a la obtención del Certificado y Graduado Escolar. Su primo, José Antonio “El Gallo”, colaboró para poner en práctica la referida actividad.


UN PARADO QUE NO SE ESTÁ QUIETO

Finaliza la mili, y las perspectivas laborales dentro del Magisterio no han mejorado nada. Las listas de interinidad siguen cerradas. Su hermano Pepe, también maestro, ejerce en Sevilla y Jacinto se marcha con él. En la capital andaluza se dedica a preparar oposiciones y a realizar las sustituciones que, en plan compadreo, le surgen. Terminado el curso regresa a Periana, y aunque oficialmente se encontraba parado, no se está un momento quieto. Se convierte en agricultor, y lo mismo siembra garbanzos que varea y recoge aceitunas en las tierras que le cedieron sus tíos, Manolo y Domingo “Gallardo”. Participa en las “corridas” del melocotón y se desplaza para venderlos a Nerja, Torrox, Torre del Mar, Málaga… Algunos San Isidros, en asociación con Miguel de “Los Nervios”, Antonio “El Mellizo”, Manolo “El Horno” y su primo Manolo “Gallardo”, consigue en la subasta, hacerse con la barra de la caseta oficial. También trabajó algún verano en el bar que sus tíos, Carmela “El Gallo” y Antonio “Duardillo”, regentaban en Roquetas de Mar. Y allí, en Almería,   aprendió el arte de cocinar.  Yo, con conocimiento de causa, puedo afirmar que es un magnifico cocinero.  Sus paellas son de las que dejan huella perpetua. Desde que tuve el placer de degustarla, hace ya algunos lustros, he comido muchas veces el referido plato, incluso en la tierra de la que es típica, pero ninguna de ellas ha conseguido superar la que preparó mi amigo de infancia. 

A Jacinto no le da miedo el trabajo, y animado por sus amigos Salvador y Antonio “La Silva” acude a Francia a vendimiar. El día señalado, son casi doscientos los perianenses, mujeres y hombres, cargados de maletas y bultos, que llegan a la estación de Málaga para coger el tren que los trasladará a la frontera del país vecino. Los responsables del  viaje, intentan acomodarlos como si en lugar de personas fueran animales o mercancías. En un vagón con capacidad para quince personas, pretenden meter más de treinta. Jacinto se rebela ante aquel atropello, toma la palabra y convence a sus paisanos para que no toleren semejante humillación.  Son temporeros que necesitan salir de su país para ganarse el sustento, pero ante todo son personas y deben exigir viajar como tales. Los perianenses, en su totalidad, se muestran de acuerdo con él y se niegan a subir a los vagones.   Los vendimiadores de Humilladero que iban a viajar en el mismo tren, enterados de lo acordado por los procedentes de Periana se unen a ellos, y juntos deciden luchar para conseguir un medio de transporte digno. Unos y otros, para presionar en sus reivindicaciones, deciden cortar las vías del tren. De manera espontánea y por aclamación popular Jacinto se ve convertido en  portavoz y negociador de los vendimiadores. La noticia es difundida por los medios de comunicación, y responsables de los principales sindicatos se personan en la estación para solidarizarse con los temporeros humilladerenses y perianenses. Sorprendidos por la perfecta organización de la protesta preguntan por el promotor de la misma, y no salen de su asombro al comprobar que alguien ajeno a sus organizaciones haya sido capaz de montar semejante movida.  Gracias al buen hacer de Jacinto los vendimiadores consiguieron su objetivo y viajaron a la frontera en autobuses. A partir de aquel día, jamás volvió a repetirse la escena de vendimiadores apretujados en vagones como si fueran arencas. Los oportunistas de siempre se apuntaron el tanto, pero Jacinto, mi amigo de toda la vida, el hijo de Jacinto “El Gallo” y María “Gallardo”, sabe muy bien que fue él, con su instinto de rebeldía ante la injusticias, quién contribuyó a que todos los vendimiadores de nuestra provincia, viajaran un poco más cómodos.

Algunos de sus compañeros de vendimia no daban un duro por Jacinto, pensaban que no sería capaz de soportar las ocho horas diarias de trabajo con el patrón pegado a la espalda, pero se equivocaron en sus pronósticos. No sólo aguantó aquella campaña, sino que volvió otras más.  Reconoce que su trato con la clase obrera le enriqueció mucho y aprendió a ser solidario. Sus compañeros de fatigas le confesaban que su objetivo era ahorrar el máximo dinero posible para pasar el invierno. Esto le hizo cambiar de planes: tenía pensado, una vez finalizada la vendimia, tomarse unas vacaciones en Italia, pero regresó a Periana. Con el dinero ahorrado podía vivir una larga temporada, mientras esperaba que cambiasen las cosas en la enseñanza.

EJERCE LA CARRERA ESTUDIADA

Y, afortunadamente, las cosas cambiaron para él. En septiembre de 1984 comienza a trabajar como profesor de adultos contratado por el Ayuntamiento de Málaga. Lo destinan a Torremolinos –que todavía era una barriada malagueña-  y allí permaneció cuatro cursos.  Jacinto llega a una nueva Educación de Adultos, que apenas tiene varios meses de vida, donde todo esta por hacer. Le proporcionan como lugar para dar las clases una casa situada frente al Colegio La Paz, casa que él tuvo que acondicionar para tal menester. El siguiente paso es buscar a los adultos para que acudan a clase: cada profesor tenía que ingeniárselas para llenar su aula de alumnos, ya que de ello dependía su continuidad en el trabajo. Aún faltaban varios años para que Paco Lobatón, a través de Canal Sur, realizase su famosa campaña de captación. 


Cerca de la casa habilitada como colegio había un hogar de jubilados, y allí se dirige Jacinto para conseguir alumnos. El caprichoso azar juega a su favor y la primera persona que conoce es a José Morgado, un jubilado torremolinense, que se portó con él como si fuera un padre y, rebosante de gratitud, me dice que jamás lo podrá olvidar. No sólo le ayudó a llenar la clase de alumnos, sino que todos los días se lo llevaba a su casa a comer y le acompañaba a donde fuese necesario. Cercano al colegio había un terreno abandonado de propiedad municipal y Jacinto fija sus ojos en él. Piensa que ponerlo en cultivo puede ser una actividad gratificante para sus alumnos y un  reclamo para atraerlos al colegio.  El señor Morgado le acompaña para conseguir su cesión, y una vez lograda, le ayudó a vallarlo, limpiarlo y acondicionarlo para sembrarlo. La mayoría de los jubilados que acudían al hogar habían trabajado en el campo y estaban cansados de tanta partida de cartas y dominó, así que vieron el cielo abierto cuando se le ofreció la posibilidad de entretenerse labrando un huerto comunal y llenar la despensa de sus casas con verdura natural. Sembraron rábanos, lechugas, tomates, acelgas, pimientos, berenjenas, ajos, judías, habas, patatas…

Del éxito y repercusión que tuvo el huerto del centro de adultos de Torremolinos da cuenta el siguiente el hecho: en la finca “La Cónsula” se montó una exposición para dar a conocer las actividades que realizaban los centros de Educación de Adultos de la Capital. El entonces alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, la visitó acompañado del concejal de Cultura Curro Flores, y al llegar al lugar asignado al colegio de nuestro paisano, quedó tan gratamente sorprendido por la experiencia que la mandó incluir en un informe-expositivo donde figuraban los logros conseguidos por el Ayuntamiento en educación. El huerto comunal, ideado por Jacinto y copiosamente imitado, fue ampliamente publicitado por el regidor malagueño como una actividad innovadora en la Educación de Adultos Malagueña.



Cercano al huerto había tres corrales abandonados y nuestro paisano, pensó sacarle provecho a los mismos. Una vez conseguida la pertinente autorización, los alumnos de su centro de adultos se convirtieron también en avicultores y comenzaron a criar gallinas, pollos, pavos y, casi sin darse cuenta, montaron una granja escuela. Todos los niños de los colegios de Torremolinos desfilaron por allí.  Las aves, al igual que los productos agrícolas, se repartían, equitativamente, entre todos sus cuidadores, es decir, los asistentes al colegio. Y, de vez en cuando, eran utilizadas junto a los productos agrícolas para preparar almuerzos a los que asistían todos los alumnos del centro de adultos. El huerto se encontraba en el lugar que hoy ocupa la casa de la cultura de Torremolinos, y al ser recuperado por el Ayuntamiento para tal menester, le proporcionaron un nuevo terreno, donde ampliaron las actividades agrícolas con el establecimiento de un vivero.

Jacinto, que vivía en Málaga, llegaba todos los días a Torremolinos sobre las diez y media de la mañana, y allí permanecía hasta las ocho de la noche.  Disfrutaba con su trabajo y sus alumnos estaban encantados con él. Diariamente recibía invitaciones para almorzar en la casa de unos o de otros, y los regalos en fechas significativas, o cuando a sus agradecidos alumnos se les antojaba, eran continuos.

LA TARDE QUE CAMBIÓ SU VIDA

La Nueva Educación de Adultos Andaluza, en aquellos tiempos,  era la hermana pobre de la enseñanza. La provisionalidad era su calificativo más usual y, como es de suponer, los profesores que ejercían en ella vivían con la incertidumbre de no saber si continuarían el curso siguiente. Las asambleas estaban a la orden del día y Jacinto participa en ellas de manera muy activa. Al finalizar una, Godofredo Camacho, histórico líder sindical de Málaga, se acerca a él y le pregunta si dispone de unos minutos para hablar. Se reúnen, e inmediatamente Godofredo le propone  que se una a su sindicato con la condición de liberado un día por semana. La plática se prolonga bastante tiempo y al finalizar la misma, Camacho ha cambiado de parecer y le pide que sea a tiempo completo, es decir, dedicándose íntegramente a tareas sindicales. Jacinto está encantado con su trabajo de maestro,  donde es querido y respetado. Sabe que la vida sindical es dura, complicada y llena de sinsabores. La razón le dice que siga donde está,  pero una fuerza misteriosa e incontrolable, la misma que le llevó a encabezar aquella revuelta en la estación del tren, cuando marchaba a Francia para vendimiar, le aconseja lo contrario. El corazón, una vez más,  puede más que la razón y termina aceptando.

Aquella tarde, marzo de 1991, se incorpora al SATE (Sindicato Autónomo de los Trabajadores de la Enseñanza).  Y esa misma tarde asume la responsabilidad dentro de la organización a la que acaba de acceder,  de máximo dirigente sindical del sector laboral de la Educación de Adultos para nuestra provincia. Tres días después, se ve moderando una complicadísima asamblea. La prepara concienzudamente y aunque desde diversos ángulos, gente muy bregada y experimentada, le lanzaron todo tipo de munición, consigue salir airoso de la misma. Se da cuenta de que su tranquila y metódica vida ha terminado.  A partir de aquella tarde, la tarde que cambió su vida, sabe a que hora sale cada día de casa, pero la hora de regreso es una incógnita permanente.

Recuerda sus duros inicios sindicales y el constante ajetreo diario. Reuniones. Convocatorias. Negociaciones.  Asambleas. Manifestaciones. Entrevistas. Y las palabras predominantes: ¡LUCHA! ¡TRABAJO! ¡LUCHA! ¡TRABAJO! Su llegada al sindicato coincide con la reducción de la oferta educativa y los más afectados, como es lógico suponer,  serían los últimos en llegar, es decir, la Nueva Educación de Adultos Andaluza que apenas tenía un lustro de vida.  Los docentes que se dedicaban a ella, personal laboral e interinos mayoritariamente, en más de una ocasión se vieron con pie y medio en la calle. Es cierto que todos los sindicatos tenían su sección dedicada a la Educación de Adultos, pero el que verdaderamente apostó por ella fue el SATE.  Prueba irrefutable de tal aseveración es que la mayoría de los docentes que ejercían en la misma, eran afiliados de dicho sindicato. 

Jacinto parece tener el don de la bilocación y lo mismo lo puedes encontrar en su sede-despacho resolviendo los asuntos diarios, asesorando a los compañeros, respondiendo a continuas llamadas telefónicas… que lo puedes ver encabezando una manifestación, escuchar sus palabras en cualquier emisora de radio o televisión, leer sus declaraciones en la prensa o debatiendo  en cualquier medio de comunicación. Y además, le queda tiempo para llenar con alumnos y profesores de adultos casi treinta autobuses para trasladarse a Sevilla, donde, en alguna ocasión, llegaron a manifestarse más de veinte mil personas en defensa de la Educación de Adultos.  Los demás sindicatos se adherían a la convocatoria, pero el responsable de ella, es decir, el que se la trabajaba era el SATE.

Según me cuentan personas que han compartido muchas horas con nuestro paisano, Jacinto es un hábil, inteligente y duro negociador, que trabaja la estrategia a la perfección,  y al que no le importa pasarse las horas que sean necesarias hablando con sus interlocutores, para defender a los compañeros que han depositado su confianza en él. Desde que se incorporó al sindicato, en todas las elecciones sindicales a las que se ha presentado como personal laboral o funcionario, ha resultado elegido, unas veces delegado del Comité de Empresa y otras delegado de la Junta de Personal. En las últimas elecciones sindicales, por primera vez, encabezo las listas de su sindicato, y estuvo a punto de doblar los resultados de las anteriores, tenían 4 representantes y han pasado a 7, faltándole 3 votos para conseguir el octavo.

Los sindicatos mayoritarios, conscientes de su buen hacer, en más de una ocasión han intentado atraérselo hacía sus filas. Pero Jacinto ha rechazado todas las propuestas recibidas. De haber querido podía ser la cabeza visible de su sindicato a nivel andaluz, pero prefiere seguir donde está. Aunque a más de uno le pueda parecer una utopía, al día de hoy, sigue creyendo en el sindicalismo asambleario y no en el piramidal. Tiene muy claro que los  trabajadores, en las asambleas, exponen lo que quieren y la misión de los sindicalistas es trasladar sus reivindicaciones a los órganos competentes.

Desde que accedió al sindicato, cuatro han sido los delegados de Educación que ha conocido y tratado: Juan Paniagua, Juan Alcaraz, José Nieto y Antonio Escámez. Y, en la actualidad, es el sindicalista más veterano del Edificio de Servicios Múltiples; siendo muy posible, que también lo sea de su sindicato a nivel regional. Me cuenta que cuando va por la calle lo saluda mucha gente a la que no reconoce, pero esto no tiene nada de extraño, son tantas las personas que durante los 21 años que lleva dedicado, en cuerpo y alma, a la actividad sindical con las que ha hablado por teléfono,  recibido en su despacho para responder a sus preguntas o asesorarle, coincidido en cualquier evento… que es imposible reconocerlas a todas. Algunos docentes agradecidos me informan que cuando tiene que defender a un compañero lo hace hasta las últimas consecuencias, y no le importa permanecer junto a él las horas que sean necesarias mientras declara ante un inspector. A más de uno, tengo entendido que le sacó las castañas del fuego, y algunas veces la castaña estaba tan caliente que le podía abrasar las manos. 

Jacinto, en su larga vida sindical, ha vivido momentos muy duros y complicados, pero estos los voy a obviar y me referiré a algunos de los momentos buenos que, afortunadamente, también los hubo y que, al igual que los otros, nunca podrá olvidar.

De las muchas actividades que ha realizado como sindicalista siente predilección especial por los ocho Encuentros de Educadores de Personas Adultas que planeó, dirigió y coordinó a nivel andaluz, en los que participaron cientos de personas. Siendo todo un referente en la Nueva Educación de Adultos Andaluza y que fue imitado por otras comunidades. También fue el iniciador y máximo responsable de  algunas jornadas medioambientales para docentes, que abrieron el camino a otras iniciativas similares y que fueron todo un éxito.

Como responsable de la asesoría jurídica de su sindicato,  ha realizado multitud de reclamaciones, casi todas ellas finalizadas de manera exitosa, y que han reportado a los docentes demandantes cantidades nada desdeñables.  Algunos perianenses que trabajan o trabajaron en la Educación de Adultos pueden confirmar lo expuesto con anterioridad. 

         Uno de sus logros, del que se siente muy satisfecho y tiene motivos para ello, es lo conseguido en el pacto por la estabilidad de los interinos.  Todo comenzó en una multitudinaria asamblea que se celebró en el Instituto Miraflores de Málaga. La convocatoria apenas tuvo difusión, pero la asistencia de docentes fue masiva, había gente hasta en los servicios. Entre los presentes se encontraban los entonces parlamentarios andaluces Ildefonso del Olmo y Rafael Centeno. Fue una apuesta personal de Jacinto a la que posteriormente se unieron los demás sindicatos con representación en el sector. Entre los logros que propició cabe resaltar la homologación retributiva con el personal funcionario. 

Otro momento dulce de recordar fue durante la negociación de la Ley 3/ 1990 de 27 de marzo para la Educación de Adultos. Su sindicato aportó mucho durante la negociación de la Ley. Y posteriormente colaboró a su desarrollo haciendo aportaciones a  los Decretos que la desarrollan y a las Órdenes correspondientes a esos Decretos.




Podría seguir mi escrito con un número de páginas similar a las ya leídas sobre Jacinto Díaz Martín, tengo información más que suficiente para ello, pero el sentido común y las instrucciones recibidas del Consejo de Redacción de ALMAZARA me sugieren que debo finalizar. Simplemente añadir que es un experto en Educación de Adultos y que a nivel andaluz, posiblemente sea la persona que mejor domina el tema. Con frecuencia, compañeros de Andalucía y de otras comunidades autónomas, le piden asesoramiento referente a legislación.

Cuando alguien, con conocimiento de causa, escriba la historia de la Nueva Educación de Adultos Andaluza, nuestro paisano deberá ocupar un lugar importante en ella. La Educación de Adultos y los docentes que la hicieron y hacen posible le deben mucho a Jacinto Díaz Martín, al hijo de María “Gallardo”  y Jacinto “El Gallo”.  Un maestro con clase en Torremolinos que, por caprichos del azar, aparcó hace veintiún años la docencia, para convertirse en un reputado sindicalista.

JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA

Publicado en el número 34 de ALMAZARA


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