PAISANOS
NUESTROS
Casi
todas las personas que han tenido la dicha de compartir amistad infantil
desinteresada, vecindad, sueños, vivencias, secretos, juegos, ilusiones, tebeos, héroes,
juguetes, confidencias…, mientras vivan mantienen una relación fraternal,
relación que solamente la muerte o la cruel desmemoria es capaz de aniquilar.
Tal hecho concurre entre el protagonista de PAISANOS NUESTROS y el autor de esta sección. Debido a tan gozosa
circunstancia, cada uno de nuestros reencuentros lo convertimos en un gran
acontecimiento. Y aunque mucho ha llovido desde que dejamos de ser niños, los
prolegómenos de las conversaciones, invariablemente, nos conducen a la Periana del ayer, -a
nuestras queridas, añoradas y disfrutadas calles de Las Monjas y del Mercado- y
revivimos algunos de los felices momentos compartidos.
Era lunes
por la mañana, pensé llamarlo por teléfono para quedar con él, pero, en el
último momento, decidí no hacerlo y presentarme en su lugar de trabajo. Faltaban cinco minutos para las diez cuando
llegué a la cita no concertada y lo encontré, en la puerta de su despacho-sede,
charlando con cuatro personas, entre ellas nuestra común amiga Cristina Morales
y, como siempre, ocupadísimo. Al detectar mi presencia, una amplia sonrisa
iluminó su cara, suspendió un instante la vertical reunión y nos saludamos
efusivamente -hacía más de dos años que no nos veíamos-, y me dijo que esperase un momento. No creo que hubiesen transcurrido cinco
minutos, medidos en el más preciso de los relojes suizos, cuando ya estábamos
sentados en los comodísimos sillones que hay junto a su lugar de trabajo, conversando
amigablemente. Lo primero que hice, al igual que siempre que nos encontramos,
es preguntarle por su hermano Pepe, mi gran amigo de la infancia, al que hace
cuarenta y cuatro años que no veo. Apenas habíamos iniciado nuestra plática y
su móvil, ese incordio permanente que nos esclaviza las veinticuatro horas del
día, sonaba por tercera vez. Con gran sensatez y acierto decidió silenciarlo.
Al preguntarme mi vecino de niñez los
motivos que me llevaban por allí y comunicárselos -quería que apareciese en
esta sección de ALMAZARA-, mi amigo de toda la vida -y nunca
mejor utilizada la expresión: lo conozco desde el día que nació-, no salía de
su asombro. Se frotó nerviosamente las manos, cerró los ojos a modo de concentración,
se acarició varias veces la barbilla y tras permanecer unos instantes en
silencio, pronunció, de forma pausada, las siguientes palabras: “con la cantidad de paisanos tan importantes
que tenemos, ¿cómo te has podido acordar de mí?” Puse en su conocimiento que habían sido lectores de la revista -una
vez más, gracias por vuestra colaboración- los que me habían sugerido su
nombre. Y le hice saber que, a nivel provincial, posiblemente sea el perianense
más conocido. Tengo la plena seguridad de que tanto en la capital como en los
101 pueblos que forman la provincia de Málaga, alguno de sus habitantes lo ha
tratado. Además, es toda una institución en el Edificio de Servicios Múltiples
y le recordé los muchos méritos que reunía para ello, pero no había forma de
convencerlo. Su negativa era rotunda. Antes de despedirnos, le esperaban media
docena de docentes en busca de asesoramiento, le dije que se lo pensase
detenidamente y me llamase por teléfono.
A los tres días contactó conmigo y su respuesta era afirmativa. Sin pérdida de
tiempo, temía que se arrepintiera,
concertamos la entrevista y estuvimos hablando casi tres horas. Tres horas que
se nos quedaron cortas: era tanto lo que él tenía por contar y yo por
preguntar; pero, desafortunadamente, compromisos adquiridos con anterioridad,
por ambas partes, impidieron que se prolongara nuestra franca, cordial, divertida
y, sobre todo, amigable conversación. En
el transcurso de ella, mi interlocutor habla pausadamente, gesticula con las
manos, prolonga los silencios y cierra los ojos cuando necesita concentrarse
para extraer el lejano recuerdo pueblerino que permanece guardado en lo más
profundo de su corazón. Mientras conversamos lo observo detalladamente y tengo
ocasión de comprobar que es el vivo retrato de su padre. Nunca había reparado
en ello, pero es idéntico a su progenitor.
Con lo
recogido en aquella entrañable conversación y lo aportado por familiares,
compañeros, conocidos y amigos he tejido lo expuesto a continuación.
Lamentablemente, me he visto obligado a mutilar parte de lo escrito; pero la
revista, al igual que todo el país, no esta atravesando su mejor momento
económico, para subsistir necesita recortar páginas…y los colaboradores debemos
predicar con el ejemplo.
JACINTO DÍAZ MARTÍN, un sindicalista con clase.
Quién
haya pasado su niñez en un pueblo, nunca será una persona de ciudad, y durante
el resto de su vida le llenará la libertad del campo.
ANTON CHÉJOV, Cuentos imprescindibles
Si las cuentas no me fallan -las
matemáticas nunca han sido mi fuerte-, Jacinto va para los cincuenta y cuatro
años, hagan ustedes la operación y comprobarán que estoy en lo cierto. Doña
Margarita lo trajo al mundo, el 19 de junio de 1958, en la casa donde vivían
sus padres, Jacinto Díaz Ropero “El Gallo” y María Martín Oviedo “Gallardo”. Una
vivienda muy peculiar situada en la calle conocida como la del Mercado. Es el
segundo de cuatro hermanos. Con
anterioridad había nacido Pepe y posteriormente lo hicieron Loli y Juan.
Aquella casa, donde Jacinto pasó su
niñez, y que el autor de este escrito visitó en infinidad de ocasiones (apenas
distaba cien metros de la mía), parafraseando a la conocida canción infantil,
podemos decir que era muy particular. La caracterizaba el estar situada en una
primera planta (lo que en Periana siempre se llamó la cámara). Ello era debido
a que en la parte baja se encontraba el
negocio familiar: un almacén de material para la construcción. La altura del
almacén era considerable y, como es de suponer, para acceder a la vivienda había
que subir unas empinadas escaleras compuestas de quince peldaños. Recuerdo,
como si lo estuviera viendo en este momento, que al final o principio de las
escaleras, depende de que subieras o bajaras,
había colocada una pequeña puertecilla, pintada de azul. Jacinto me
comenta que todos los días rodaba alguien por las escaleras (el que esto
escribe, llegó a hacerlo en tres ocasiones), pero el récord, debido a “lo pingo que era” (son palabras
textuales de nuestro paisano), con gran diferencia sobre el segundo
clasificado, será siempre suyo. Me cuenta, con una pícara sonrisa en la
boca, que casi todas las semanas, su
madre tenía que llevarlo a la casa de Antonia Ríos para que le devolviera algún
hueso a su sitio.
Jacinto siempre fue un niño muy
singular y la primera de sus peculiaridades venía dada por su aspecto físico: a
diferencia de casi todos sus coetáneos que éramos morenos, él tenía la piel muy
blanca, los ojos azules y el cabello rubio. Pepa de “La Carmona” decía de él que parecía un Niño de Dios. Además, era simpático,
gracioso, alegre, pillo, ocurrente, desenvuelto, atrevido… y todas las niñas de
la calle de Las Monjas se sentían dichosas de pasearlo por las calles del
pueblo. Otro rasgo de Jacinto, desde muy pequeño, fue su acusada personalidad:
se negó a ir a la escuela de los párvulos (y eso que la maestra era Mariquita
Muñoz, su madrina), quería asistir al mismo colegio que su hermano Pepe, y su
padre se la tuvo que ingeniar para que don Francisco Guerrero “El Herraor” lo
admitiera. Tengo referencia de que sus padres intentaron, por todos los medios
a su alcance, convencerlo para que acudiese a la escuela que le correspondía
por edad, pero tuvieron que dejarlo por imposible: no hubo forma de
persuadirlo. Ni que decir tiene que, en sus inicios escolares, era el más
pequeño de la clase, y sus condiscípulos lo recuerdan como un niño vivaracho,
extrovertido, aventurero, decidido, valiente, divertido, imaginativo… y que
siempre andaba tramando algo.
Le pido
a Jacinto que me hable de la calle donde pasó su niñez y, al hacerlo, se
emociona vivamente. Me dice que siempre
se consideró muy afortunado por haber tenido la suerte de nacer y vivir en el
lugar donde lo hizo. Su calle, la calle del Mercado, era, con diferencia, la
que tenía por las mañanas más vida que todas las del pueblo. Recuerda que todos los días, sobre las siete
de la mañana, el despertador del quehacer cotidiano lo sacaba del reconfortante
sueño, pero tanto él como su hermano Pepe, lejos de enfadarse, lo agradecían.
Se levantaban y asomados al balcón de su casa, el más privilegiado de los
miradores, contemplaban extasiados el
trasiego que se generaba debajo de ellos. La frase bíblica “ganarás el pan con el sudor de la frente”, tenían ellos ocasión de
verificar como cada jornada se hacía realidad. Mujeres, hombres y niños, en
primavera, verano, otoño e invierno, con
caras soñolientas, aterridos de frío o bañados en sudor, procedían a montar
aquel inefable mercado. El rito se repetía todos los días, pero –según Jacinto-
cada uno de ellos tenía sus dosis de singularidad que lo hacía único. Entorna
los ojos y describe la llegada de los equinos con sus capachos, serones o cajas
cargados de melocotones, uvas, tomates, ciruelas, albaricoques, nísperos, pimientos,
patatas, berenjenas, naranjas, mandarinas, brevas, higos... De repente, aflora
el niño que fue y, como si los estuviese viendo, me da detalles identificativos
de algunos vendedores foráneos. Describe sus manos callosas; sus caras marcadas
por el implacable sol; sus cabezas cubiertas por sombreros, boinas o gorras;
sus rústicas vestimentas y calzado; su fumar continúo de Ideales, Celtas… Me descubre que de todos ellos, al que le tenía un afecto especial era a uno
apodado “El Helicóptero”, un hombre que traía uvas de la parte de Benamargosa.
Era de los más madrugadores y siempre colocaba la mercancía al lado de su
almacén. También sentía simpatía por otro llamado Balbino que, con un burro,
venía de Regalón y traía los mejores albaricoques que ha comido en su vida… Y
me dice que días especiales para él era cuando venían los baratos: el de la
porcelana, el tío de los lotes, el de la ropa, el de los plásticos… pero su preferido era uno procedente de
Vélez-Málaga, por varias razones: ayudaba a montarlo, ejercía de vendedor, y cambiaba tebeos con el
hijo del dueño que era, más o menos, de su misma edad. A veces, también se
peleaban, pero sus disgustos eran pasajeros, rápidamente hacían las paces y
volvían a ser amigos…
Finalizado
el censo de vendedores interinos
foráneos, pasa revista a sus vecinos, es
decir, los que tenían puesto fijo en el mercado. Saliendo a relucir los nombres
de Salvador y Pura “La Silva”, Dolores “La Carmona”, Domingo “Cenizo”
y Carmen “Del Charro”, Rafael “El Moro” y Dolores “La Porretona”, Paco
“Alegre” y Amparo “El Blanqueaor”,
Filomena “Matagallo” y Domingo “Conde”, Pedro “El Rosquilero” y Carmen “La Porretona”, Rafael “El
Tulipán” y Dolores “El Santo”, Isidro “El Pescaero” y Mercedes de “Las
Angustias”, Isidro “Farauta”, Antoñillo
“El Pescaero”, Antonio “El Caribe”…
Y como
no, hablando de vendedores, Jacinto apostilla que sería imperdonable no hacer
referencia a Antonio Larrubia Ordóñez “Curro”, ese amigo esforzado o hermano
mayor que tuvimos todos los niños de la calle de Las Monjas y alrededores. Era
nuestro Ángel protector, no le tenía miedo a nada y se enfrentaba con quién
fuese menester. Durante algún tiempo formó parte del mercado como vendedor de almejas.
Suena el
teléfono. Jacinto me dice que es su hijo y mientras habla con él, me viene a la
mente que mi madre –que fue vecina suya en Málaga durante algún tiempo-, en más
de una ocasión, me refirió lo guapo que era. Le comento ese hecho a Jacinto y
me muestra, orgulloso, algunas fotos suyas. Las observó detenidamente y aquel
niño guapo del que hablaba mi madre -y que no tengo el gusto de conocer- se ha
convertido en un joven alto y muy atractivo que podría ganarse la vida como
actor o modelo. Se lo comento a Jacinto y me dice que ha participado en algunos
desfiles.
Reanudamos
nuestro imaginario pasear por el mercado y compara, de manera muy atinada, lo
que todos los días sucedía delante de su casa con un zoco marroquí y me dice
que era un gozo inigualable para los sentidos. Y todos ellos, en mayor o menor
medida, eran partícipes del regocijante acontecer. La vista se recreaba contemplando aquel
colorido sin igual, que cada mañana se ofrecía como una fiesta para los ojos.
El oído captaba, voluntaria e involuntariamente, los pregones, las peleas, las
voces, los regateos, las conversaciones privadas y públicas, las risas, los
llantos… El olfato absorbía aquel olor singular que caracterizaba a la calle
del Mercado. El gusto valía para saborear aquella fruta robada, motivo de
confesión y comunión, o las uvas pasas que quedaban en el fondo de las cajas. El tacto permitía acariciar y contrastar la
delicada solidez de aquellos inigualables productos agrícolas.
Le pregunto a Jacinto por los placeres
culinarios de su niñez y, sin titubear, me responde que lo que más le gustaba
era una arenca o un trozo de bacalao, ir tirándole pellizquillos para coger un
trocillo de su suculenta carne y comérsela con pan tierno mojado en aceite. Aunque
tampoco le hacía asco a un hoyo de aceite espolvoreado con azúcar, y si podía
entremeterlo con una pastilla de
chocolate, mejor que mejor. Los chumbos también salen a colación y recuerda al
matrimonio formado por Mariquita “La
Eroma” y Manolico “Batatal” que los vendían sentados en el
escalón de su casa. Y me dice que todas las mañanas, durante su época de recolección,
desde la inigualable atalaya de su balcón, acechaba su llegada para ser el primer
cliente. En alguna ocasión -aunque no sabe precisar cuántas-, mientras bajaba
en tiempo de récord mundial las escaleras de su casa, niño y plato, al unísono,
rodaron por ellas. De pronto, se emociona y no puede disimularlo, su semblante
y voz lo delatan. Me mira fijamente y dice, con ternura infinita, que cuando
acude al pueblo en busca de tranquilidad y silencio, su madre siempre le tiene
reservado un buen trozo de bacalao y lo mima como si continuase siendo un niño.
Le comunico que la última vez que la vi, en el velatorio de mi padre, estuve
charlando con ella y la encontré muy bien. Jacinto cerciora mi apreciación y,
tras un prolongado silencio, añade que su madre siempre ha trabajado mucho y
ahora, a sus setenta y seis años, está
viviendo una segunda juventud repleta de actividad. Me pide que le acompañe y me muestra, con
satisfacción incontenible, una pintura sobre cristal realizada por su
progenitora, que ocupa un lugar privilegiado de su casa. De regreso al lugar
donde charlamos, me informa de que tiene casa en Periana –circunstancia que yo
ignoraba-. Le pregunto por su ubicación y me dice que perteneció a don Manuel
“El Practicante”, situada en la calle Cádiz, a dos pasos de donde vive su
madre. También me comenta que le gustaría ir por pueblo mucho más de lo que va.
A
continuación recuerda su niñez rebosante de amistad y salen a relucir los
nombres de algunos de sus mejores amigos: Antonio y Salvador “Silva”, Miguel y
José Antonio “De los Nervios”, José Antonio Peña “Manzanares”, Antonio “El
Mellizo”, Antonio de “La Purita”,
José Manuel Carrera “Adolfo”, Antonio “El Zocato”, Isidro y José Manuel “Los
Caribe”, José Manuel “Pantorras”, Pepe
“Lustiano”, su primo Manolo “Gallardo”… También hace referencia a Isidro
“Adolfo”, Curro, su hermano Pepe, su primo José Antonio “El Gallo” y José
Manuel de “La Margara”,
el que esto suscribe. Los cinco éramos algo mayores que él, pero muchas veces
se venía con nosotros y hacíamos muy buenas migas. La amistad es parte
fundamental de su vida y me facilita su dirección de correo electrónico: jacintoelgallo@hotmail.es, para que
quién lo desee pueda contactar con él.
Con una
gran sonrisa dibujada en su rostro, me enumera los juegos que llenaron las
horas felices de su añorada niñez: platillos, bolas, gancho y rueda,
barquillas, indios, trompo, pilla-pilla, el escondite, el pañuelo… Y sobre todo,
recuerda “su portería”. Si, la portería de Jacinto, aquella que formaban los
troncos de los dos gigantescos y hermosos árboles que había junto al
matadero. Cuando, en aquellos tiempos,
ningún niño quería jugar al fútbol de portero, él siempre elegía esa posición,
y reconozco que lo hacía bastante bien. Incluso recuerdo que se ponía unos
guantes para parar. Me dice que fueron tantas las horas pasadas debajo de
aquellos árboles, que conocía a la perfección las peculiaridades de cada uno de
ellos. Recordamos, ahogados en nostalgia,
la muchas tardes que los dos, él parando y yo chutándole, pasamos allí. Isidro “Adolfo” y su hermano Pepe ya
estudiaban en Granada. Antes de dar por
finalizado el apartado dedicado a los entretenimientos de su niñez, Jacinto
rememora que siendo niño le encantaba escuchar a los hombres que iban vendiendo
coplas de ciego o romances en papel de colores. Le digo que tal afición la
compartíamos, y haciendo dúo, comenzamos a tararear una de aquellas coplas: Eran dos hermanos huérfanos/ criados en
Barcelona/ el niño se llama Enrique/ la niña se llama Lola… sonrisas y
lágrimas conviven en nuestro rostro, nos miramos fijamente y permanecemos unos
instantes en silencio.
Jacinto,
al igual que su hermano Pepe, siempre fue un niño muy responsable. Lo recuerdo,
cuando aún no había cumplido los siete años, quedarse encargado del polvero y
despachar tejas, cemento, yeso, rasillas, ladrillos… y realizar las cuentas del
cobro con total solvencia. También recuerdo cuando le comunicábamos que nos
íbamos a jugar a determinado sitio y él, con la mayor naturalidad del mundo,
nos decía que no podía acompañarnos. Sus padres lo habían dejado al cuidado del
almacén y tenía que cumplir su cometido.
Le pregunto
por el día más feliz de su infancia y, sin pensarlo un instante, me dice que
fue aquel que los Reyes Magos le trajeron un camión rojo cargado de bombonas.
Al hacerlo por el más triste, su semblante sonriente se viste de tristeza
instantáneamente. Hace una prolongada pausa, y con voz apagada menciona aquel nefasto día que alguien comentó en la escuela, que el
camión de “El Gallo” había “roao” por la Peña, pero no sabía precisar si había sido el de
su padre o de su tío Juan. Rápidamente abandonó el colegio y emprendió el
camino hacia su casa lloroso y apesadumbrado.
Jacinto no puede seguir articulando palabra y se encamina hacía el
cuarto de baño. Cuando regresa, el frescor del agua aplicada en los ojos ha conseguido
borrar su repentina desolación.
TIEMPO DE ESTUDIOS
Su etapa
escolar en Periana, la realizó integra en la escuela de don Francisco Guerrero
“El Herraor”. Con diez años comenzó el Bachiller Elemental en el Instituto
Reyes Católicos de Vélez-Málaga, siendo su compañero de fatigas Antonio de “La Feli”. En el cercano pueblo
axarquico solamente realizó primero, estudiando los tres restantes cursos en el
Seminario que los Hermanos Maristas tenían en Ojigares (Granada). Los recuerdos
de su paso por el colegio granadino le afloran con exactitud pasmosa y, dada la
imposibilidad de poderlos reflejar todos, transcribo solamente algunos:
El
afecto especial que nació allí y que continua sintiendo por Rafael Benítez
Frías “El Manchao”, su profesor de Historia,
al que cariñosamente continúa llamando hermano y cada vez que se
encuentran, un fraternal abrazo le hace rememorar aquellos tiempos lejanos. El
mucho deporte que practicaba, sobre todo balonmano y fútbol, pero cuando jugaba al deporte rey adelantó su
posición en el campo, abandonando la portería para convertirse en un rápido y
hábil medio izquierdo. El singular reglamento de aquel seminario, solo habitado
por varones, donde se compatibilizaban
los estudios con el trabajo manual y todos los residentes, sin excepción
alguna, tenían que lavar, barrer, fregar, ayudar en la cocina… labrar el campo,
sembrar y recoger las cosechas. El que todas las comidas llevaran patatas y las
muchas horas que pasó pelándolas…
Fueron
tres los años que becado permaneció en el referido seminario y sus estancias en
Periana muy cortas: Navidad, Semana Santa y un mes en verano. Incluso, hubo
alguna Semana Santa que no visitó el pueblo. Según me cuenta, en el periodo
estival se dedicaban a recuperar las asignaturas suspendidas, y los que habían
aprobado todo el curso empleaban su tiempo en estudiar idiomas, música,
pintura, practicar deporte…
Concluido
el Bachiller Elemental, los curas detectan que no tiene vocación religiosa y le
invitan a que prosiga sus estudios en otro lugar. Quinto lo hace en Castilleja
de la Cuesta
(Sevilla), lugar donde estudiaba su hermano Pepe. Para realizar sexto y COU,
vuelve a sus orígenes y se matricula en el Instituto de Vélez-Málaga.
En el
año 1976 se traslada a Málaga para estudiar Magisterio, en la especialidad de
Ciencias Humanas. Le pregunto por las razones que le indujeron a ello, y me
dice que desde muy pequeño lo tenía decidido, siendo su tío Pepe “El Gallo”,
Maestro Nacional, el referente en que se había mirado. El año que finaliza la
carrera, la
Delegación Provincial del MEC cierra las listas de interinos
y ante las oscuras perspectivas, en lo concerniente al trabajo que se le avecinan,
hace el servicio militar obligatorio. El sorteo le adjudica Tenerife y por
primera vez en su vida, viaja en avión, un Hércules del ejército que lo
traslada de Sevilla a Canarias. Dentro de lo que cabe, en la mili lo pasó
bastante bien. Lo captan como maestro
alfabetizador y tiene su primer contacto con la Educación de Adultos. Se
puede decir que le tocó la lotería, ya que se vio rebajado de todo servicio. Esta
experiencia educativa la trasvasó a
Periana y junto a un grupo de maestros: Antonio “El Zocato”, Victoria “Maleta”,
José Antonio “Manzanares”, Paco “El Carpintero”, Mari de “El Santo”, Antonio de
“La Purita”,
Victoria “De la Margara”,
Maria Ángeles “Barranco”, Antonio “El Mellizo”, Toñi de “Pacojunco”… puso en
marcha, en el año 1984, un programa de educación de adultos encaminado a
alfabetizar y a la obtención del Certificado y Graduado Escolar. Su primo, José
Antonio “El Gallo”, colaboró para poner en práctica la referida actividad.
UN PARADO QUE NO SE ESTÁ QUIETO
Finaliza
la mili, y las perspectivas laborales dentro del Magisterio no han mejorado
nada. Las listas de interinidad siguen cerradas. Su hermano Pepe, también
maestro, ejerce en Sevilla y Jacinto se marcha con él. En la capital andaluza se
dedica a preparar oposiciones y a realizar las sustituciones que, en plan compadreo,
le surgen. Terminado el curso regresa a Periana, y aunque oficialmente se
encontraba parado, no se está un momento quieto. Se convierte en agricultor, y
lo mismo siembra garbanzos que varea y recoge aceitunas en las tierras que le
cedieron sus tíos, Manolo y Domingo “Gallardo”. Participa en las “corridas” del
melocotón y se desplaza para venderlos a Nerja, Torrox, Torre del Mar, Málaga…
Algunos San Isidros, en asociación con Miguel de “Los Nervios”, Antonio “El
Mellizo”, Manolo “El Horno” y su
primo Manolo “Gallardo”, consigue en la subasta, hacerse con la barra de la
caseta oficial. También trabajó algún verano en el bar que sus tíos, Carmela
“El Gallo” y Antonio “Duardillo”, regentaban en Roquetas de Mar. Y allí, en
Almería, aprendió el arte de cocinar. Yo, con conocimiento de causa, puedo afirmar
que es un magnifico cocinero. Sus
paellas son de las que dejan huella perpetua. Desde que tuve el placer de
degustarla, hace ya algunos lustros, he comido muchas veces el referido plato,
incluso en la tierra de la que es típica, pero ninguna de ellas ha conseguido
superar la que preparó mi amigo de infancia.
A
Jacinto no le da miedo el trabajo, y animado por sus amigos Salvador y Antonio
“La Silva”
acude a Francia a vendimiar. El día señalado, son casi doscientos los
perianenses, mujeres y hombres, cargados de maletas y bultos, que llegan a la
estación de Málaga para coger el tren que los trasladará a la frontera del país
vecino. Los responsables del viaje,
intentan acomodarlos como si en lugar de personas fueran animales o mercancías.
En un vagón con capacidad para quince personas, pretenden meter más de treinta.
Jacinto se rebela ante aquel atropello, toma la palabra y convence a sus
paisanos para que no toleren semejante humillación. Son temporeros que necesitan salir de su país
para ganarse el sustento, pero ante todo son personas y deben exigir viajar
como tales. Los perianenses, en su totalidad, se muestran de acuerdo con él y
se niegan a subir a los vagones. Los
vendimiadores de Humilladero que iban a viajar en el mismo tren, enterados de
lo acordado por los procedentes de Periana se unen a ellos, y juntos deciden
luchar para conseguir un medio de transporte digno. Unos y otros, para
presionar en sus reivindicaciones, deciden cortar las vías del tren. De manera
espontánea y por aclamación popular Jacinto se ve convertido en portavoz y negociador de los vendimiadores.
La noticia es difundida por los medios de comunicación, y responsables de los principales
sindicatos se personan en la estación para solidarizarse con los temporeros
humilladerenses y perianenses. Sorprendidos por la perfecta organización de la
protesta preguntan por el promotor de la misma, y no salen de su asombro al
comprobar que alguien ajeno a sus organizaciones haya sido capaz de montar
semejante movida. Gracias al buen hacer
de Jacinto los vendimiadores consiguieron su objetivo y viajaron a la frontera
en autobuses. A partir de aquel día, jamás volvió a repetirse la escena de
vendimiadores apretujados en vagones como si fueran arencas. Los oportunistas
de siempre se apuntaron el tanto, pero Jacinto, mi amigo de toda la vida, el
hijo de Jacinto “El Gallo” y María “Gallardo”, sabe muy bien que fue él, con su
instinto de rebeldía ante la injusticias, quién contribuyó a que todos los
vendimiadores de nuestra provincia, viajaran un poco más cómodos.
Algunos
de sus compañeros de vendimia no daban un duro por Jacinto, pensaban que no
sería capaz de soportar las ocho horas diarias de trabajo con el patrón pegado
a la espalda, pero se equivocaron en sus pronósticos. No sólo aguantó aquella
campaña, sino que volvió otras más. Reconoce
que su trato con la clase obrera le enriqueció mucho y aprendió a ser
solidario. Sus compañeros de fatigas le confesaban que su objetivo era ahorrar
el máximo dinero posible para pasar el invierno. Esto le hizo cambiar de
planes: tenía pensado, una vez finalizada la vendimia, tomarse unas vacaciones
en Italia, pero regresó a Periana. Con el dinero ahorrado podía vivir una larga
temporada, mientras esperaba que cambiasen las cosas en la enseñanza.
EJERCE LA CARRERA ESTUDIADA
Y,
afortunadamente, las cosas cambiaron para él. En septiembre de 1984 comienza a
trabajar como profesor de adultos contratado por el Ayuntamiento de Málaga. Lo
destinan a Torremolinos –que todavía era una barriada malagueña- y allí permaneció cuatro cursos. Jacinto llega a una nueva Educación de Adultos,
que apenas tiene varios meses de vida, donde todo esta por hacer. Le
proporcionan como lugar para dar las clases una casa situada frente al Colegio La Paz, casa que él tuvo que
acondicionar para tal menester. El siguiente paso es buscar a los adultos para
que acudan a clase: cada profesor tenía que ingeniárselas para llenar su aula
de alumnos, ya que de ello dependía su continuidad en el trabajo. Aún faltaban
varios años para que Paco Lobatón, a través de Canal Sur, realizase su famosa
campaña de captación.
Cerca de
la casa habilitada como colegio había un hogar de jubilados, y allí se dirige
Jacinto para conseguir alumnos. El caprichoso azar juega a su favor y la
primera persona que conoce es a José Morgado, un jubilado torremolinense, que
se portó con él como si fuera un padre y, rebosante de gratitud, me dice que
jamás lo podrá olvidar. No sólo le ayudó a llenar la clase de alumnos, sino que
todos los días se lo llevaba a su casa a comer y le acompañaba a donde fuese
necesario. Cercano al colegio había un terreno abandonado de propiedad
municipal y Jacinto fija sus ojos en él. Piensa que ponerlo en cultivo puede
ser una actividad gratificante para sus alumnos y un reclamo para atraerlos al colegio. El señor Morgado le acompaña para conseguir
su cesión, y una vez lograda, le ayudó a vallarlo, limpiarlo y acondicionarlo
para sembrarlo. La mayoría de los jubilados que acudían al hogar habían
trabajado en el campo y estaban cansados de tanta partida de cartas y dominó,
así que vieron el cielo abierto cuando se le ofreció la posibilidad de
entretenerse labrando un huerto comunal y llenar la despensa de sus casas con
verdura natural. Sembraron rábanos, lechugas, tomates, acelgas, pimientos,
berenjenas, ajos, judías, habas, patatas…
Del
éxito y repercusión que tuvo el huerto del centro de adultos de Torremolinos da
cuenta el siguiente el hecho: en la finca “La Cónsula” se montó una
exposición para dar a conocer las actividades que realizaban los centros de
Educación de Adultos de la
Capital. El entonces alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, la
visitó acompañado del concejal de Cultura Curro Flores, y al llegar al lugar
asignado al colegio de nuestro paisano, quedó tan gratamente sorprendido por la
experiencia que la mandó incluir en un informe-expositivo donde figuraban los
logros conseguidos por el Ayuntamiento en educación. El huerto comunal, ideado
por Jacinto y copiosamente imitado, fue ampliamente publicitado por el regidor
malagueño como una actividad innovadora en la Educación de Adultos
Malagueña.
Cercano
al huerto había tres corrales abandonados y nuestro paisano, pensó sacarle
provecho a los mismos. Una vez conseguida la pertinente autorización, los
alumnos de su centro de adultos se convirtieron también en avicultores y
comenzaron a criar gallinas, pollos, pavos y, casi sin darse cuenta, montaron
una granja escuela. Todos los niños de los colegios de Torremolinos desfilaron
por allí. Las aves, al igual que los
productos agrícolas, se repartían, equitativamente, entre todos sus cuidadores,
es decir, los asistentes al colegio. Y, de vez en cuando, eran utilizadas junto
a los productos agrícolas para preparar almuerzos a los que asistían todos los
alumnos del centro de adultos. El huerto se encontraba en el lugar que hoy
ocupa la casa de la cultura de Torremolinos, y al ser recuperado por el Ayuntamiento
para tal menester, le proporcionaron un nuevo terreno, donde ampliaron las
actividades agrícolas con el establecimiento de un vivero.
Jacinto,
que vivía en Málaga, llegaba todos los días a Torremolinos sobre las diez y
media de la mañana, y allí permanecía hasta las ocho de la noche. Disfrutaba con su trabajo y sus alumnos
estaban encantados con él. Diariamente recibía invitaciones para almorzar en la
casa de unos o de otros, y los regalos en fechas significativas, o cuando a sus
agradecidos alumnos se les antojaba, eran continuos.
LA TARDE QUE CAMBIÓ SU
VIDA
La Nueva Educación de
Adultos Andaluza, en aquellos tiempos,
era la hermana pobre de la enseñanza. La provisionalidad era su
calificativo más usual y, como es de suponer, los profesores que ejercían en
ella vivían con la incertidumbre de no saber si continuarían el curso
siguiente. Las asambleas estaban a la orden del día y Jacinto participa en
ellas de manera muy activa. Al finalizar una, Godofredo Camacho, histórico
líder sindical de Málaga, se acerca a él y le pregunta si dispone de unos minutos
para hablar. Se reúnen, e inmediatamente Godofredo le propone que se una a su sindicato con la condición de
liberado un día por semana. La plática se prolonga bastante tiempo y al
finalizar la misma, Camacho ha cambiado de parecer y le pide que sea a tiempo
completo, es decir, dedicándose íntegramente a tareas sindicales. Jacinto está
encantado con su trabajo de maestro,
donde es querido y respetado. Sabe que la vida sindical es dura,
complicada y llena de sinsabores. La razón le dice que siga donde está, pero una fuerza misteriosa e incontrolable,
la misma que le llevó a encabezar aquella revuelta en la estación del tren,
cuando marchaba a Francia para vendimiar, le aconseja lo contrario. El corazón,
una vez más, puede más que la razón y
termina aceptando.
Aquella
tarde, marzo de 1991, se incorpora al SATE
(Sindicato Autónomo de los Trabajadores de la Enseñanza). Y esa misma tarde asume la responsabilidad
dentro de la organización a la que acaba de acceder, de máximo dirigente sindical del sector
laboral de la Educación
de Adultos para nuestra provincia. Tres días después, se ve moderando una
complicadísima asamblea. La prepara concienzudamente y aunque desde diversos
ángulos, gente muy bregada y experimentada, le lanzaron todo tipo de munición,
consigue salir airoso de la misma. Se da cuenta de que su tranquila y metódica
vida ha terminado. A partir de aquella
tarde, la tarde que cambió su vida, sabe a que hora sale cada día de casa, pero
la hora de regreso es una incógnita permanente.
Recuerda
sus duros inicios sindicales y el constante ajetreo diario. Reuniones.
Convocatorias. Negociaciones. Asambleas.
Manifestaciones. Entrevistas. Y las palabras predominantes: ¡LUCHA! ¡TRABAJO! ¡LUCHA! ¡TRABAJO! Su llegada al sindicato
coincide con la reducción de la oferta educativa y los más afectados, como es
lógico suponer, serían los últimos en
llegar, es decir, la Nueva
Educación de Adultos Andaluza que apenas tenía un lustro de
vida. Los docentes que se dedicaban a
ella, personal laboral e interinos mayoritariamente, en más de una ocasión se
vieron con pie y medio en la calle. Es cierto que todos los sindicatos tenían
su sección dedicada a la Educación
de Adultos, pero el que verdaderamente apostó por ella fue el SATE.
Prueba irrefutable de tal aseveración es que la mayoría de los docentes
que ejercían en la misma, eran afiliados de dicho sindicato.
Jacinto
parece tener el don de la bilocación y lo mismo lo puedes encontrar en su
sede-despacho resolviendo los asuntos diarios, asesorando a los compañeros,
respondiendo a continuas llamadas telefónicas… que lo puedes ver encabezando
una manifestación, escuchar sus palabras en cualquier emisora de radio o
televisión, leer sus declaraciones en la prensa o debatiendo en cualquier medio de comunicación. Y además,
le queda tiempo para llenar con alumnos y profesores de adultos casi treinta
autobuses para trasladarse a Sevilla, donde, en alguna ocasión, llegaron a
manifestarse más de veinte mil personas en defensa de la Educación de Adultos. Los demás sindicatos se adherían a la
convocatoria, pero el responsable de ella, es decir, el que se la trabajaba era
el SATE.
Según me
cuentan personas que han compartido muchas horas con nuestro paisano, Jacinto
es un hábil, inteligente y duro negociador, que trabaja la estrategia a la
perfección, y al que no le importa
pasarse las horas que sean necesarias hablando con sus interlocutores, para
defender a los compañeros que han depositado su confianza en él. Desde que se
incorporó al sindicato, en todas las elecciones sindicales a las que se ha
presentado como personal laboral o funcionario, ha resultado elegido, unas
veces delegado del Comité de Empresa y otras delegado de la Junta de Personal. En las
últimas elecciones sindicales, por primera vez, encabezo las listas de su
sindicato, y estuvo a punto de doblar los resultados de las anteriores, tenían
4 representantes y han pasado a 7, faltándole 3 votos para conseguir el octavo.
Los
sindicatos mayoritarios, conscientes de su buen hacer, en más de una ocasión
han intentado atraérselo hacía sus filas. Pero Jacinto ha rechazado todas las
propuestas recibidas. De haber querido podía ser la cabeza visible de su
sindicato a nivel andaluz, pero prefiere seguir donde está. Aunque a más de uno
le pueda parecer una utopía, al día de hoy, sigue creyendo en el sindicalismo
asambleario y no en el piramidal. Tiene muy claro que los trabajadores, en las asambleas, exponen lo que
quieren y la misión de los sindicalistas es trasladar sus reivindicaciones a
los órganos competentes.
Desde
que accedió al sindicato, cuatro han sido los delegados de Educación que ha
conocido y tratado: Juan Paniagua, Juan Alcaraz, José Nieto y Antonio Escámez.
Y, en la actualidad, es el sindicalista más veterano del Edificio de Servicios
Múltiples; siendo muy posible, que también lo sea de su sindicato a nivel
regional. Me cuenta que cuando va por la calle lo saluda mucha gente a la que
no reconoce, pero esto no tiene nada de extraño, son tantas las personas que
durante los 21 años que lleva dedicado, en cuerpo y alma, a la actividad
sindical con las que ha hablado por teléfono, recibido en su despacho para responder a sus
preguntas o asesorarle, coincidido en cualquier evento… que es imposible
reconocerlas a todas. Algunos docentes agradecidos me informan que cuando tiene
que defender a un compañero lo hace hasta las últimas consecuencias, y no le importa
permanecer junto a él las horas que sean necesarias mientras declara ante un
inspector. A más de uno, tengo entendido que le sacó las castañas del fuego, y
algunas veces la castaña estaba tan caliente que le podía abrasar las manos.
Jacinto,
en su larga vida sindical, ha vivido momentos muy duros y complicados, pero
estos los voy a obviar y me referiré a algunos de los momentos buenos que,
afortunadamente, también los hubo y que, al igual que los otros, nunca podrá
olvidar.
De las
muchas actividades que ha realizado como sindicalista siente predilección
especial por los ocho Encuentros de Educadores de Personas Adultas que planeó,
dirigió y coordinó a nivel andaluz, en los que participaron cientos de
personas. Siendo todo un referente en la Nueva Educación de
Adultos Andaluza y que fue imitado por otras comunidades. También fue el
iniciador y máximo responsable de
algunas jornadas medioambientales para docentes, que abrieron el camino
a otras iniciativas similares y que fueron todo un éxito.
Como
responsable de la asesoría jurídica de su sindicato, ha realizado multitud de reclamaciones, casi
todas ellas finalizadas de manera exitosa, y que han reportado a los docentes
demandantes cantidades nada desdeñables. Algunos perianenses que trabajan o trabajaron
en la Educación
de Adultos pueden confirmar lo expuesto con anterioridad.
Uno
de sus logros, del que se siente muy satisfecho y tiene motivos para ello, es
lo conseguido en el pacto por la estabilidad de los interinos. Todo comenzó en una multitudinaria asamblea
que se celebró en el Instituto Miraflores de Málaga. La convocatoria apenas
tuvo difusión, pero la asistencia de docentes fue masiva, había gente hasta en
los servicios. Entre los presentes se encontraban los entonces parlamentarios
andaluces Ildefonso del Olmo y Rafael Centeno. Fue una apuesta personal de
Jacinto a la que posteriormente se unieron los demás sindicatos con
representación en el sector. Entre los logros que propició cabe resaltar la
homologación retributiva con el personal funcionario.
Otro
momento dulce de recordar fue durante la negociación de la Ley 3/ 1990 de 27 de marzo
para la Educación
de Adultos. Su sindicato aportó mucho
durante la negociación de la
Ley. Y posteriormente colaboró a su desarrollo haciendo
aportaciones a los Decretos que la
desarrollan y a las Órdenes correspondientes a esos Decretos.
Podría
seguir mi escrito con un número de páginas similar a las ya leídas sobre
Jacinto Díaz Martín, tengo información más que suficiente para ello, pero el
sentido común y las instrucciones recibidas del Consejo de Redacción de ALMAZARA me sugieren que debo
finalizar. Simplemente añadir que es un experto en Educación de Adultos y que a
nivel andaluz, posiblemente sea la persona que mejor domina el tema. Con
frecuencia, compañeros de Andalucía y de otras comunidades autónomas, le piden
asesoramiento referente a legislación.
Cuando alguien,
con conocimiento de causa, escriba la historia de la Nueva Educación de
Adultos Andaluza, nuestro paisano deberá ocupar un lugar importante en ella. La Educación de Adultos y
los docentes que la hicieron y hacen posible le deben mucho a Jacinto Díaz
Martín, al hijo de María “Gallardo” y
Jacinto “El Gallo”. Un maestro con clase
en Torremolinos que, por caprichos del azar, aparcó hace veintiún años la
docencia, para convertirse en un reputado sindicalista.
JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA
Publicado
en el número 34 de ALMAZARA
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