PAISANOS NUESTROS
Octubre del año 1995. La sequía se
extendía a paso galopante por toda España pero, de manera especial, se había
cebado con las tierras pertenecientes a la desaparecida Confederación
Hidrográfica del Sur de España (Málaga, Almería, Cádiz, Granada, Ceuta y
Melilla) y, como es de suponer, los pantanos dependientes del referido
Organismo Autónomo estaban bajo mínimos. Los medios de comunicación recababan
información continuamente y Antonio Molina Cobos, presidente de dicha
institución, a requerimiento de Madrid, buscaba algún trabajador de la casa
para que diese respuesta a las preguntas de los periodistas. Uno tras otro, a
todos los que le ofreció el cargo, declinaron el ofrecimiento, pero mire usted
por donde se acordó de mí y, el que esto suscribe, insensato hasta la
temeridad, aceptó el puesto.
Era viernes,
pasadas las doce de la mañana, cuando me convertí en jefe de prensa de la C.H.S.E y mi primer cometido
como tal fue desplazarme a Madrid, el lunes siguiente, para asistir a una reunión
en el Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente. Por primera
vez pisaba la sede del ministerio para el que trabajaba pero, como preguntando
se va a Roma, fácilmente localicé la sala donde iba a tener lugar la reunión. Fui de los
primeros en llegar y, poco a poco, lo fueron haciendo los responsables de
prensa de las confederaciones hidrográficas de toda España. A las diez en
punto, tal y como constaba en el fax de la convocatoria, apareció en la
estancia donde estábamos acomodados Julio de Benito, asesor de comunicación del
ministro José Borrell, acompañado por dos personas y una de ellas, el jefe de
prensa del ministerio, me resultó conocida: era un paisano nuestro. Sí, alguien
nacido y criado en Periana, al que yo había tratado muy poco y que hacía más de
un cuarto de siglo que no veía, estaba allí.
Mi compañero de trabajo, Antonio Anguita, amigo de los hijos de Remedios
“La Campanillona”
y de José Antonio “El Gallo”, dice que cuando va con ellos, en el lugar más
insospechado, se encuentran con alguien de Periana y su aseveración, una vez más, se cumplió. Nada
más verlo lo reconocí y una mezcla de alegría y asombro se apoderó de mí. Él también se percató de mi presencia. Nos saludamos
rápidamente y sin poder cumplir el rito de contarnos resumidamente las
vicisitudes personales y familiares, lo habitual cuando dos perianenses se
reencuentran transcurridos muchos años, volvimos a nuestros lugares porque
estábamos demorando el inicio de la reunión.
De pronto, sin
poderlo evitar, me vi trasladado a los antiguos días de mi niñez pueblerina
cuando el tiempo pasaba con alegre lentitud y los sueños vestidos de
desbordante optimismo caminaban hacia el
futuro. Me sumergí en la memoria de la infancia y arribé a la tienda de sus
padres, la más importante de Periana, donde se podía comprar de casi todo y lo
que no encontrarás allí era inútil buscarlo en cualquiera otra. Paso la mano
sobre la enorme mesa rectangular, alrededor de la cual nos sentamos más de
veinte personas, e imagino que lo hago por el mostrador de madera donde ponía
las monedas de chicas, gordas, dos reales, pesetas, diez reales o duros cuando
mi madre me mandaba por algún “mandao”; contemplo la balanza Arisó; el
papel de estraza que utilizaban para envolver; la barrica de arencas; el
surtidor que despachaba petróleo a granel para las hornillas; los estantes
repletos de productos alimenticios, droguería, ferretería, zapatería,
mercería…; pero de manera especial observo extasiado los tarros que guardaban
aquellos deliciosos caramelos que tan pocas veces pude saborear. No tengo
empacho en confesarlo, pero siempre sentí algo de envidia hacía los niños que
sus padres tenían tienda de comestibles, en mis cortas luces pensaba que todo
lo vendible estaba a su alcance, es decir, que tenían barra libre para comer
caramelos, chocolate, dulces, galletas de coco, carne membrillo… Luego,
hablando con algunos de ellos, me confesaron que tal suposición no era cierta y
que ellos, aunque en menor medida, también sufrían racionamientos.
Al paisano nuestro
que va a ocupar esta sección de ALMAZARA,
dos años, tres meses y veinticuatro días mayor que yo, de niño lo traté muy
poco pero, en contadas ocasiones, en compañía de mi amigo y vecino Isidro
“Adolfo”, primo hermano suyo, acudí a su casa y nunca podré olvidar lo sucedido
en una de ellas. Nos encontrábamos en el almacén que daba al arroyo
Cantarranas, donde había algunos bidones llenos de petróleo, y me preguntó qué
sucedería si introducía un mixto encendido dentro de uno. Rápidamente le
contesté que se le prendería fuego a todo y, muy peliculero yo, poniendo cara
de asombro, rematé mi disertar diciendo que volaríamos por los aires. Apenas
había finalizado mi respuesta cuando le quitó el tapón a uno de los bidones,
encendió una cerilla y comenzó a jugar con ella acercándola y alejándola a la
apertura del recipiente; lentamente se iba consumiendo y yo veía, con gran
preocupación, que estaba a punto de alcanzarle los dedos, de súbito gritó y la
dejó caer encendida dentro del bidón, pensé que había llegado nuestro final e
instintivamente me tapé los ojos con las manos y di un salto hacía atrás.
Pasados algunos segundos, me destapé los ojos y descubrí que tanto él como su
primo, al que supongo le había gastado la broma con anterioridad, se partían de risa a costa mía. La cerilla, al
entrar en contacto con el petróleo, se apagó al igual que si hubiese caído en
agua.
Aquel niño bromista que me hizo
pasar uno de los mayores sustos de mi infancia y del que no sabía absolutamente
nada, ni tan siquiera habíamos coincidido una vez durante nuestra juventud, era
con el que volvía a reencontrarme cuando ambos rebasábamos los cuarenta años.
Finalizada la reunión hicimos un aparte y en un santiamén, ambos disponíamos de
muy poco tiempo, nos pusimos al día de nuestros “ires y venires” familiares y
personales. A partir de aquel día,
fueron varias las ocasiones en que volvimos a vernos en el ministerio, pero
cambios en las ocupaciones laborales volvieron a distanciarnos. Nuestros
contactos se restablecieron en mayo de 2011, cuando él, pregonero de San Isidro
2010, tuvo la deferencia de ponerse en contacto telefónico conmigo, pregonero
de San Isidro 2011, para interesarse por mi pregón, darme consejos y desearme
suerte. Esta atención, iniciada por él, espero que se convierta en una
tradición más de San Isidro. Yo hice lo propio con el pregonero de San Isidro
2012, Antonio Frías Zorrilla, y confío que éste haga lo mismo con el próximo.
Imagino que más de uno, y de dos,
estarán pensando que me he acordado de él para agradecerle su espléndido gesto;
nada más lejos de la realidad, han sido lectores de la revista quienes me han
sugerido su nombre. Yo, a nivel personal, les aconsejo que sigan leyendo y
descubrirán que su trayectoria vital y profesional lo avala y tiene méritos suficientes
para ser protagonista de esta sección de ALMAZARA.
JOSÉ MANUEL ZORRILLA BARROSO, notario de la Transición
He andado muchos
caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas
Antonio Machado, Soledades
En el año 1953, el jornal de un
bracero era de 16 pesetas; el kilo de pan costaba 4,90 pesetas, el de azúcar
11, el de arroz 6, el de garbanzos 7, el de café 105,50, el litro de aceite 12
y la arenca un real. Y en ese año, cuando el jornal de un bracero solo
alcanzaba para comprar un kilo de azúcar, otro de pan y un caramelito de anís,
la tarde del domingo 25 de enero, en el número cuatro de la por aquel tiempo
conocida como calle General Moscardó – hoy Cura José Barroso- nació José Manuel
Zorrilla Barroso –Manolo para los amigos y conocidos-, primogénito del
matrimonio formado por Manuel Zorrilla García y María Teresa Barroso Toledo,
algunos años después lo haría su única hermana, María Teresa.
La casa donde doña Margarita (lo
siento, sé que me repito más que el ajo, pero no puedo ni quiero remediarlo, la
señora Carrasco Hette forma parte de la historia de Periana, con calle incluida
y, cada vez que las circunstancias se presten a ello, aparecerá en mis
escritos) lo trajo al mundo y vivió los primeros años de su niñez, constaba de
dos plantas que apenas rebasaban los veinticinco metros cuadrados cada una. En
la inferior se encontraba el comedor, la cocina y un pequeño patio. La
superior, es decir, la cámara, estaba corrida y se utilizaba como dormitorio
común. Para ubicarla os diré que estaba en medio de las de “La Frascorra” y “La Veinticuatro”, frente
por frente al estanco de Modesto. Cumplidos los ocho años cambió de casa y de
calle, pero no de lugar. Su nueva vivienda estaba a unos quince metros y todo
el pueblo la conocía como “La Tienda de Zorrilla”, hasta que en 1991 se jubiló su padre y cerró el negocio tras mantenerlo
abierto más de cincuenta años.
UN NIÑO TRANQUILO, VALIENTE Y DECIDIDO
Testimonios recogidos entre
familiares, amigos y conocidos ponen de manifiesto que las características
definitorias de aquel niño, desde su más tierna infancia, fueron su
tranquilidad, valentía y decisión. Y muy tranquilo, valiente y decidido había
que ser para hacer lo que hizo.
No había cumplido los cuatro años cuando lo
mandaron a la escuela de párvulos, ubicada en el Carrascal, que regentaba una
maestra cuya identidad no he podido averiguar. Su estancia en el parvulario
nunca fue de su total agrado, a ello contribuyeron, de manera muy importante,
los comentarios peyorativos que le hacían algunos clientes de la tienda: “Manolito va a la escuela de los niños
chicos”, “Manolito va a los parvulitos”… Supongo que por estas y otras
circunstancias no se sentía a gusto en dicho lugar y una mañana, cuando iba
hacía el parvulario del Carrascal, se encontró con don Ernesto Iglesias Suárez,
posiblemente el maestro más temido en los anales de Periana, que se dirigía
hacia su escuela situada a espaldas del antiguo ayuntamiento. Manolo se le puso
delante, le miró fijamente y el docente sorprendido le preguntó qué quería. La
respuesta de aquel niño tranquilo, valiente y decidido le sorprendió gratamente
e incluso -aunque a los que conocieron al maestro gallego le cueste trabajo
creerlo-, le hizo sonreír: “Yo no quiero
ir a la escuela de los chiributes, yo quiero ir a la escuela de los mayores, yo
quiero ir a tu escuela”. Imagino que la espontaneidad y determinación de
aquel chiquillo despertó en don Ernesto su frustrado instinto paternal y lo
cogió de la mano llevándoselo con él. Al pasar por la puerta de la tienda de
sus padres le comunicó a Zorrilla que Manolito había cambiado de colegio. Al no
haber ningún sitio libre donde sentarlo lo acomodó en la tarima bajo su mesa.
Manolo recuerda que sólo llevaba al colegio una pizarra con su correspondiente
pizarrín donde don Ernesto le ponía muestras y que, por ser el más pequeño, los
demás que como mínimo le doblaban la edad, lo protegían y lo trataban con más
miramiento.
Son muchas las peripecias que
nuestro paisano protagonizó durante su niñez y que vienen a confirmar lo ya
expuesto. Una de las primeras que guarda en la memoria hace referencia al día
que se estrenó como jinete. Me cuenta, con una mueca de alegre complacencia
reflejada en su rostro y cierta nostalgia en sus ojos, que en la puerta de su
casa-tienda se encontraba el mulo que un cliente había dejado allí mientras efectuaba las compras.
Alguien, cuya identidad ignora y que no debía andar muy sobrado de luces (la
apreciación es mía), al verlo extasiado contemplando al equino le preguntó si
le gustaría subirse en él, le respondió que sí y lo aupó sobre el aparejo.
Manolo lo espoleó y al tener el animal mucha sed se encaminó hacía La Fuente, llegó a la pila que
vigila permanentemente San Isidro y se puso a beber. Me dice que desde las
alturas veía a la gente con inusitada satisfacción y aún recuerda lo feliz que
fue encima de aquel mulo. Pero la felicidad, al igual que sucede en la casa del
pobre, le duró poco tiempo. Percatados sus padres y el dueño del mulo de lo
sucedido, lo fueron a buscar y su aventura terminó en reprimenda. Cincuenta y
cinco años después de su estreno como jinete sigue recordando lo bien que lo
pasó, el gran berrinche que cogió cuando, a la fuerza, lo bajaron del equino y
lo desconcertado que se quedó. Para sus entendederas, lo que sucedía a su
alrededor le parecía una exageración. ¿A qué venía tanto aspaviento y
preocupación si él sólo se había dado un paseo en mulo?
Con las tranquilas peripecias que
Manolo protagonizó durante su infancia hay material más que suficiente para
escribir un grueso libro de relatos, pero le cuento una acaecida en Melilla,
algunas pinceladas de otras y doy por finalizado este apartado. ¿Que qué hacía
nuestro paisano en la ciudad norteafricana? Algo muy simple: acudió en compañía
de su familia –madre, hermana, abuelo y tíos- a visitar a su padre que se
encontraba haciendo el servicio militar. ¿Que por qué no venía su padre a
visitarlos? Porque no podía hacerlo. No, no me formule usted más preguntas.
Guarde un minuto de silencio y le informo de todo. El padre de nuestro
protagonista, “Zorrilla el de la
Tienda” (1925), gracias a las argucias de un secretario de
ayuntamiento, un brigada y un sargento del Ejército de Tierra; a una fingida
sordera; y a un generoso soborno, se libró de hacer el servicio militar
obligatorio. Transcurridos diez años recibió una notificación del Juzgado
Militar. Los corruptos habían sido investigados y todos los librados por ellos
pasaron por un tribunal militar, siendo condenados a hacer la “mili” de inmediato
en un batallón de castigo. Debido a esta excepcional circunstancia nuestro
paisano, cuando apenas tenía cinco años, viajó en el barco conocido como “El
Melillero” al continente africano para visitar a su padre que estaba
cumpliendo, con diez años de retraso, sus deberes con la Patria. Y allí aconteció
el siguiente episodio: entraron en un bar moruno para tomar té con hierbabuena,
Manolo quedó sorprendido por los botellines tan extraños que había sobre los
veladores y pensó en lo asombrados que se quedarían sus compañeros de juegos,
en Periana, al mostrarles aquellos raros platillos. Sin que sus familiares se
percataran, desapareció del lugar donde estaban sentados metiéndose detrás de
la barra. Su abuelo se da cuenta de su ausencia, piensa que se ha perdido entre
la nube de chilabas que se movían por la calle y comienza a llamarlo a grito
pelado. Manolo escucha las voces pero la cosecha de platillos era tan abundante
que prosiguió con su recolección y hasta que no terminó de recogerla, en su
totalidad, no salió de detrás del
mostrador. Al hacer acto de presencia y ser preguntado sobre dónde había
estado, con toda tranquilidad y satisfacción, se limitó a señalar los bolsillos
de sus pantalones repletos de chapas. Su abuelo duda entre calentarle el culo
por el susto recibido o abrazarlo y, quitándose las gafas para secar las lágrimas que manaban de sus miopes ojos, opta
por la segunda opción.
Manolo era el nieto mayor, ojito
derecho de su abuelo, y él, conocedor de tal circunstancia, sacaba provecho. En
más de una ocasión lo sorprendió en compañía de sus amigos robándole naranjas,
higos y brevas del haza que tenía frente al cementerio. Al descubrir su
presencia, Manolo y sus compinches de pillerías salían corriendo y
desaparecían. Cuando se encontraba aquel mismo día o al siguiente con su abuelo
y éste le preguntaba sobre el robo de frutas, Manolo ponía cara de asombro y,
con toda tranquilidad, argumentaba que, debido a su miopía, posiblemente lo
había confundido a él y a sus amigos con otros niños, puesto que a esa hora
ellos se encontraba en tal o cual sitio. Su abuelo sabía con certeza que eran
su nieto y acompañantes los que habían aligerado el peso de los árboles, pero
reía su ocurrencia y se limitaba a decirle que si, por un casual, se enteraba de
quiénes eran los ladrones le informara de ello.
Al
preguntarle a Manolo por sus
preferencias alimenticias en la niñez me cuenta que de su familia
materna guarda su mejor recuerdo culinario: el puchero con arroz. En aquellos lejanos
tiempos de nuestra infancia –cuando apenas había personas gordas en el pueblo-,
este era un plato muy habitual en la dieta de los perianenes. Sus ingredientes
esenciales eran los garbanzos –que había que echar en agua el día anterior para
que salieran tiernos-, el arroz, un trocillo de tocino añejo, un chorreón de
aceite, un tomate y un pimiento. Si las posibilidades económicas lo permitían
se le podía añadir un buen pedazo de tocino fresco, magro, pollo, gallina,
costilla,… con los que se hacía la exquisita pringá. Nuestro paisano me dice
que su abuela Carmen lo preparaba en una enorme olla, para que cuando
regresaran del campo su abuelo Antonio y sus tíos reventados de trabajar,
repusieran las fuerzas gastadas. En ocasiones, a los comensales habituales se
añadían los nietos, y aunque hubo veces que entre adultos y niños superaban la
docena, gracias a lo previsora que era su abuela nadie se quedaba con hambre.
Manolo hace una larga pausa, se pasa los dedos pulgar e índice por las
comisuras de los labios, y con deleite manifiesto me da a conocer que jamás podrá olvidar el blanquísimo color
de aquel sublime manjar, su inigualable sabor y que nunca ha comido otro
similar. Como postre sobre lo expuesto con anterioridad reseñaré que esta popular
comida recibía tres nombres en Periana. Las clases populares le llamaban, olla,
las medias, puchero y las altas, cocido.
El hijo de Manuel y María Teresa es
un manantial inagotable contando vivencias de su feliz niñez. Su buen escribir
lo traslada al relato oral y el que tiene el placer de escucharlo, si conoce
los lugares donde aconteció lo narrado y las gentes que los protagonizaron, sin
necesidad de realizar ningún esfuerzo suplementario, las vive y se siente
participe de ellas. La precisión, concisión y amenidad las conjuga en perfecta
armonía con su cinéfila afición y visionas lo relatado con deleite y
emoción. A ello contribuye su voz
rotunda que adquiere matices en función del hecho a contar. Incluso, a veces,
da la impresión de que mide sus palabras para expresar con total exactitud lo
que quiere decir. Y, en todo momento, su cara no puede esconder la sonrisa que
la adorna al recordar estas vivencias.
Pocas de sus peticiones no fueron
complacidas por el viejo Zorrilla, al que yo recuerdo con chaqueta, chaleco,
camisa abrochada hasta el último botón, gafas de gordos cristales, sombrero,
garrote y una gruesa correa rodeándole la generosa barriga. El abuelo le
permitió que en la cámara de su vivienda, situada en la calle Vélez, frente al
bar de Muñoz, una pequeña habitación la convirtiera toda ella en pajarera, con
nidos, bebederos, comederos, árbol interior y puerta de cristales. Llegó a
tener más de treinta pájaros entre canarios, verderones y jilgueros que se
reproducían libremente. Gente que la visitó me cuenta que era una auténtica
maravilla, donde predominaba el detallismo y buen gusto. Parecía imposible que
un niño de su edad hubiese sido capaz de construirla sin más ayuda que la de su
amigo José Antonio Aranda “El Niño de la Veinticuatro”.
Seguimos hablando del período más
feliz de la vida y me dice que la calle donde nació era un lugar magnifico para
jugar debido a que tenía una acera muy ancha y no pasaban bestias. Allí se
reunía con sus amigos de entonces y que, a pesar de mucho tiempo transcurrido,
siguen ocupando lugar preferencial en su agenda de la amistad: sus primos
Rafalito de “Leoncio” y Antonio “El Chino”, Manolo “Cuco”, Rafael “Pallares”,
José María y Paco Palomo “Los Herrador”, Manolo “El Rodri”,… Con algunos de
ellos he tenido ocasión de hablar recabando información para elaborar este
escrito y han sacado a relucir su buena condición. El ser hijo de tendero le
otorgaba ciertos privilegios que compartía con sus amigos. Cuando metía la mano
en algún tarro de caramelos no se limitaba a coger para él, lo hacía también para
ellos y solía repartir las estampas repetidas de los álbumes de chocolate entre
los que no las tenían. Las ocupaciones laborales los dispersaron por múltiples
lugares de la geografía, pero siguen conservando aquella indisoluble amistad
que, nacida en la remota niñez, cimentada en la adolescencia y consolidada en
la juventud, pasearon y disfrutaron por todos los rincones de Periana.
Mi confesada pizca de envidia hacia los niños
que tenían tienda de comestibles, la hacía extensible a los que entraban al
cine sin pagar entrada, siendo Manolo uno de los afortunados. Ello era debido a
que su abuelo Zorrilla formaba parte del cuarteto de los copropietarios del
Monumental Cinema. Además, su padre fue durante muchos años su administrador
único. Me cuenta, con viva emoción que, cuando vio la maravillosa película de
Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso,
se sintió retratado en ella. Él en el papel de Totó y Elías (proyectista del
cine en Periana) en el de Alfredo. Al igual que los protagonistas de la
deliciosa película italiana, Manolo y Elías tenían una amistad entrañable. Se
pasaba las horas junto al operador del cine en la cabina de proyecciones y éste
le mostraba los secretos de su quehacer, permitiéndole ayudar a colocar los
rollos de celuloide en la máquina de proyección y a empalmar las cintas rotas
con un poquito de acetona. Pero asegura que lo que más le atraía era ver por un
agujero, desde aquella cabina, las películas para mayores. Además, lo abastecía
de unos carboncillos, restos de los electrodos que producían la potente luz
requerida para proyectar la película en la pantalla, que Manolo utilizaba como
gruesos pizarrines. También le dejaba quedarse con los fotogramas sobrantes de
los cortes dados a la película y él los regalaba o utilizaba como objetos de
trueque con otros niños. En aquellos tiempos, los fotogramas, sobre todo si
eran de besos, puñetazos o duelos, se cotizaban mucho y los chiquillos
anhelábamos tenerlos para poderlos observar a través de los visores que salían
en los sobres sorpresas que vendía Paco “El Correo”, donde venían los tebeos y
los indios. Habiendo salido a relucir los tebeos apostillaré que Manolo se
describe como un voraz lector de ellos, a lo que contribuyó Carmen “La Veinticuatro” que,
además de contarle muchos cuentos, le dejaba leer todos los que recibía en su
papelería. Con sinceras muestras de agradecimiento hacia ella, nuestro paisano
me dice que, recordando estos pasajes de su vida, no duda del origen de su
vocación.
Con anterioridad he referido que mis
relaciones con Manolo fueron escasas pero, en este momento, cuatro y diez de la
madrugada del domingo 26 de agosto de 2012, cuando iba a dar por finalizado
este apartado dedicado a su infancia, golpean en mi mente, ávidas por salir a
la luz, dos cuestiones relacionadas con él que os voy a contar. La primera hace
referencia a que fue el primer niño de Periana que consiguió un balón de
reglamento al rellenar el álbum del chocolate Lloret. No, el número cuarenta de
“Ciudad Secreta”, no lo consiguió pero, al tener sus padres tienda y vender
pastillas sueltas, le fue muy fácil reunir cuarenta envoltorios de medias
libras de chocolate para intercambiarlos por la estampa que nunca salía. La
segunda aconteció una tarde en el montón de arena que Jacinto “El Gallo” tenía
junto a la tapia de la casa de María Felisa, por encima del lavadero de Las
Pilas. Ignoro las causas que dieron lugar al incidente, pero él y Curro se enzarzaron
en un conato de pelea que no llegó a mayores. Aquel suceso me sorprendió mucho
porque era la primera vez que veía a alguien plantarle cara y pararle los pies
al que posiblemente fuese el niño más fuerte y atrevido de Periana, mi gran
amigo de niñez Antonio Larrubia Ordóñez.
TIEMPO DE ESTUDIOS
Nuestro paisano, tal y como he
reseñado, comenzó su singladura escolar en los parvulitos donde apenas
permaneció unas semanas. Con don Ernesto estuvo hasta los ocho años, primero en
la escuela ubicada detrás del antiguo ayuntamiento y, a continuación, en el
grupo escolar de La
Lomilleja. Al preguntarle a Manolo por sus relaciones con don
Ernesto, la profundidad de su mirada desprende destellos de sinceridad y su
agradable voz se hace aún más creíble y rotunda para poner de manifiesto que
jamás tuvo problema alguno con él y que nunca le puso la mano encima. Su
estancia en la escuela del maestro gallego la recuerda como un tiempo agradable
y provechoso, donde aprendió las primeras letras; repleto de recuerdos infantiles,
entre los que ocupa un lugar de honor aquellos días excepcionales cuando
repartían el queso de bola. Todos los niños, en el más absoluto silencio,
observaban expectantes cómo el docente se sacaba la navaja del bolsillo y,
armado de paciencia, lo iba troceando en el número exacto de porciones para que
cada alumno recibiera su ración y nunca sobrara ni faltara un ápice.
En los Carmelitas de Antequera (mayo 1964) cursos 1º y 2º de bachiller. Manolo está justo delante de la columna. Antonio Rodríguez López (el de la autoescuela), es el tercero por la derecha, Guerrero, de Las Rozas. Segundo, el de Los Romanes, el septimo por la izquierda detrás de los curas. En la fila siguiente, el primero por la izquierda, Moyano, maestro muy popular entre sus colegas perianenses: el sexto, Antonio Quintana, de Las Rozas: y el onceavo, un sobrino de las dueñas de la posada. El cura sentado en el centro es el padre José Carrillo, confesor de la Casa de Alba.
Con ocho años,
su padre lo cambió a la escuela de don Francisco “De la Rafaela”, donde permaneció
un par de cursos estudiando duro para preparar el Ingreso. Y, con cierta
nostalgia, recuerda que Perico “El de la Corazón” y José Manuel “El Yoyo” eran los
encargados de disolver, en una tinajilla con agua, la leche en polvo que venía
en sacos, agitando la mezcla con una caña gruesa. Leche que él, al igual que la
mayoría de los niños, tomaba en un cachuchillo que Antonio “El Latero”, cuyo taller se encontraba en un local contiguo a
la que fue mi casa en Periana, hacía con un lata de leche condensada a la que
ponía una asa.
En la "Peña el Sombrero" con los amigos (abril 1966). De izquierda a derecha, Rafael Barroso, Juani "Balastrera", Manolo, Antonio Barroso, Fernando Altea (hijo de un guardia civil) y Salvador "Cartabones".
Con diez años
se presentó para Ingreso en el Instituto “Nuestra Señora de la Victoria” de Málaga.
Aprobó y empezó sus estudios de Bachiller, interno en el colegio Nuestra Señora del Carmen de Antequera. Allí,
en septiembre de 1963, arribó nuestro paisano con el ajuar que le hizo Catalina
Moreno Silva, Catalina “Zorrilla”, -ver número 35 de ALMAZARA-. Aún recuerda que todas las prendas iban marcadas con sus
siglas y el número asignado: MZ 43. Estudia el Bachiller Elemental y, para hacer
el Superior, al no ser impartido en ese centro, se matricula en el Instituto “Pedro
Espinosa”, que apenas distaba 400 metros del colegio donde seguía residiendo.
Pero un incidente con un cura llamado Antonio, cuando cursaba quinto de
Bachiller, provocó su expulsión de los carmelitas en el mes de enero del año
1968, cuando acababa de cumplir 15 años. De este mismo internado, tal y como
puse de manifiesto en el número 31 de ALMAZARA,
también fue expulsado nuestro paisano Miguel Blanca Gómez. Y, en ambos casos,
hubo chicas de por medio. Los motivos fueron los que siguen. El cura encargado
del refectorio o comedor salió de la sala de visitas acompañado por varias
chicas y algunos de los internos que estaban en el recreo lanzaron prolongados
abucheos (“¡uuuuuuuh!”). El religioso
se sintió ridiculizado y les mandó a todos que se pusieran de rodillas. Manolo,
que estaba de espaldas y ajeno al incidente, no aceptó el castigo colectivo y
continuó como si tal cosa. Cuando llegó al comedor para cenar, el cura Antonio
le hizo saber que no comería hasta que se pusiera de rodillas. Nuestro paisano
se niega nuevamente y se marcha al dormitorio con el estómago vacío. Allí, el
cura vuelve a ordenarle que cumpla el castigo y Manolo tranquilamente se
reafirma en su postura. Al día siguiente, el padre José Carrillo, director del
colegio (posteriormente fue confesor de la Casa de Alba y oficiante de la ceremonia matrimonial
de la hija de la duquesa y el torero), le comunica a Manolo Zorrilla que su
hijo ha sido expulsado. Su primo Antonio Barroso se solidariza con él y los dos
se marchan a vivir a la pensión “El Toril”, junto al mercado de Antequera,
donde permaneció hasta acabar el Bachiller Superior. Nuestro paisano me refiere
que en aquel colegio de los carmelitas llegó a coincidir con muchos estudiantes
de Periana. Le pido la identidad de algunos de ellos y salen a relucir los
nombre de Paco Martín “El hijo de Pepe Leyes” Antonio Barroso “El Chino”,
Miguel Blanca “El hijo de Manuela Gómez”, José Antonio “Pascualillo”, Paco “El
Largo”, Antoñito “El Pescadero”, Paco y José María “Los Herrador”, José Antonio
“El Gallo”, Antonio “Matagallo”, Pepe “Senón”, Alfonso Monci, Pepe “Buenos
Aires”, José Antonio “Sobrino de Eugenia la Sacristana”, dos
muchachos de las Rozas apellidados Quintana y Guerrero, Segundo de “Los
Romanes… Hizo PREU en el Instituto “Sierra
Bermeja” de Málaga para poder estar más cerca de su madre que, aquejada de
hemiplejía por un infarto cerebral, se encontraba ingresada en un hospital de la capital. Su asignatura
favorita siempre fue la
Geografía, repudiaba el Latín y el Griego, a lo que
contribuyó el mal talante de los profesores que se las impartieron. Por eso,
hizo el Bachiller de Ciencias, a pesar de su preferencia por las letras.
¿QUÉ CARRERA HAGO?
Ingreso, Bachillerato y PREU forman
parte de la historia. Los estudios preparatorios han terminado y llega la hora
de la verdad. La
Universidad espera. La mayoría de sus condiscípulos se
deciden por Magisterio. Manolo, en cambio, no tiene claro qué carrera estudiar.
Hizo ciencias pero lo que mejor se le da es escribir. Todos los profesores, a
lo largo de sus estudios, han elogiado su forma de redactar. Las manualidades también
se le dan de maravilla y en esos días de incertidumbre, previos a la decisión
trascendental, se le pasa por la cabeza que podría hacer Formación Profesional.
La duda lo embarga y se aproxima la fecha de matriculación. El dilema a resolver
es complejo y acude a su tío José “El Cura” en busca de consejo y orientación.
Éste sabe de su facilidad para escribir y le propone asistir a una conferencia
de un periodista amigo suyo. Al terminar, departen durante un buen rato, Manolo
despeja sus dudas y decide estudiar periodismo.
Casualmente,
en el curso 1971-72, cuando accede a la Universidad, por un Real Decreto de 17 de
Septiembre de 1971, las Escuelas Oficiales de Periodismo de Madrid y Barcelona
se convierten en Facultades de Ciencias de la Información. Nuestro
paisano se matricula en la Universidad Complutense de Madrid, pero no
marchará a la Capital
de Reino hasta enero de 1972 que fue cuando comenzó sus estudios la primera
promoción de periodistas universitarios. Allí compartió piso en la calle Ibiza con los
hijos de María Núñez y Paco de “El Estanco”, Paco e Ignacio. Su segunda
residencia sería una habitación doble en el barrio de Argüelles. En tercer
curso, él con Antonio Oviedo “El Recovero”, que estudiaba para policía, y
Rafael Ortigosa, “El Batanero”, que trabajaba en el Banco Hispano Americano,
alquilaron un piso en Aluche, donde permaneció hasta acabar la carrera. Varios
años vivió con ellos nuestro paisano José Antonio Frías Ruiz “Cencerra”,
también estudiante de periodismo, que dirigió el diario Sur de Málaga durante 17 años.
Manolo estudia en una Universidad
politizada y bulliciosa que rezuma por todos sus poros ansias de libertad y se presta
a vivir con toda intensidad aquellos históricos momentos que culminaron con la
muerte de Franco y la llegada de la democracia. Durante sus años en la facultad
convivió con un grupo de compañeros que más tarde serían reputados periodistas,
entre ellos, el más conocido, Arturo Pérez Reverte, autor de “El Capitán Alatriste” y otras novelas. Eran
tiempos convulsos en los que nuestro paisano tuvo algunos incidentes con los
antidisturbios en la
Complutense. Me cuenta con cierto regusto que, una vez,
varios estudiantes, perseguidos por los “grises” a caballo, entraron en los
comedores universitarios y se camuflaron con los demás. Al momento llegaron
refuerzos a pie y ordenaron a todos los comensales que dejaran sus bandejas y
salieran de uno en uno. A la salida, había un estrecho pasillo flanqueado a
ambos lados por policías de botas altas, casco y porra en mano con la que se
golpeaban la palma de la otra mano o el lateral de la pierna en actitud
amenazante. Cuando Manolo vio que al final le esperaban varios autobuses (las
tristemente famosas “lecheras”) en los que iban entrando los resignados estudiantes
para trasladarlos a los calabozos de la Puerta del Sol, se armó de valentía y decisión,
se acercó a uno de los “grises” y, sin pestañear, le dijo: “¿Me permite, por favor?”. Ante el asombro de sus amigos, el
policía se apartó y le dejó marchar, librándose de dormir aquella noche en
“chirona”. Cuando lo recuerda, todavía se le pone la piel de gallina.
Formando parte del equipo de fútbol del colegio de los carmelitas de Antequera. Delante de él, su primo Antonio Barroso (Marzo 1967)
Él también contribuyó con su granito
de arena a que el cambio dejase de ser una utopía para convertirse en palpable
realidad, pero nunca pudo imaginar que, por su profesión, actuaría como notario
de aquel apasionante tiempo que pasó a la historia con el nombre de la Transición.
Le pregunto a Manolo por su época de
estudiante y me dice que nunca fue un alumno brillante, que su hermana María
Teresa, a la que la enfermedad de su madre condicionó de manera importante sus
estudios, teniendo que realizar varios cursos de Bachillerato por libre, era
mucho mejor estudiante que él. Pero yo sé, de fuentes fidedignas, que algunas
matrículas de honor figuran en su expediente universitario. Al preguntarle por
los periodos vacacionales me confiesa que cuando volvía al pueblo, los mejores
momentos que recuerda los pasó con su pandilla en el Zuny, aquel club que un grupo de amigos montaron en una casa de
Enrique “El de la Dulcería”
situada frente a la barbería de Pepe “El Rubio” y la tienda de la Inés.
LA
CALLE TE
ESPERA
En junio de
1976 nuestro paisano acaba sus estudios de periodismo, se queda sin vacaciones
y empieza a trabajar. Lo suyo fue terminar y besar el santo, aunque no se libró
de pasar unos meses como becario. A ello contribuyó que el 4 de mayo comenzó a
publicarse el diario El País. Su
primer director, Juan Luis Cebrián, que permaneció al frente del mismo hasta
1988, había sido subdirector del diario vespertino Informaciones, dirigido por Jesús de la Serna, y se llevó con él a
bastantes profesionales de este periódico. Un compañero de facultad de Manolo,
que trabajaba en ese diario, le comunica que en la redacción necesitan gente.
Se presenta e inmediatamente lo aceptan, comenzando aquel mismo día a trabajar
en la sección de nacional, bajo la jefatura de Abel Hernández, del que habla
como “mi maestro”. En su primera
experiencia como periodista nuestro paisano compartió despacho con María
Antonia Iglesias, periodista que luego dirigió los informativos de TVE y hoy es
una famosísima tertuliana radiofónica y hábil polemista del programa La Noria de Telecinco. Me dice que ya tenía su
carácter, pero él la recuerda con mucho cariño y admiración porque de ella
aprendió a dar los primeros pasos dentro del complejo mundo del periodismo.
Normalmente, a todo novato que llega
a la redacción de un periódico el primer destino que se le encomienda es “hacer
calle” (en el argot periodístico se llama así a cubrir informaciones fuera de
la redacción: manifestaciones, ruedas de prensa, sucesos, inauguraciones,
entrevistas…) Nuestro paisano no iba a ser una excepción. Y fue precisamente
haciendo calle, como el periodista José Manuel Zorrilla Barroso –así firmaba
sus escritos- se anotó su primer tanto profesional a los pocos días de
estrenarse como tal. La empresa textil INDUYCO estaba en huelga. Sus
trabajadores, procedentes de la
Plaza de España, subían por la Gran Vía hacia la Plaza de Callao, donde les
esperaban los antidisturbios. El joven periodista, que caminaba por la
perpendicular calle Silva para cubrir la información, se encuentra en tierra de
nadie, en medio de los unos y los otros. Los policías comienzan a lanzar botes
de humo contra los manifestantes, un bote cae junto a Manolo que espera a que
se vacíe, lo coge y se lo guarda. Al llegar a la redacción de su periódico,
tosiendo y con los ojos irritados, da cuenta a su redactor-jefe de lo sucedido
y le muestra la prueba. Éste le pide que lo acompañe para hablar con el director.
El gabinete de prensa de la policía que informaba directamente a los medios de
comunicación de lo acaecido, había notificado que se había tratado de una
simple escaramuza. En el periódico pensaban que era una más de las múltiples
manifestaciones que se producían a diario, pero él tenía la prueba de que había
sido algo más importante. A los jefes le gustó su determinación y forma de
trabajar y, a partir de aquel momento, comenzaron a considerarlo un poco más.
España vivía
un tiempo apasionante y la casualidad se alía con nuestro paisano para
encontrarse en el lugar adecuado en el momento justo. Apenas lleva un mes
trabajando, su redactor-jefe lo envía a un determinado portal del barrio de
Salamanca de Madrid, donde vivía Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes,
que debía presentar al rey una terna de candidatos para ocupar la presidencia
del gobierno tras la dimisión de Carlos Arias Navarro. Nada más llegar al lugar
indicado varios escoltas le rodean: “¿Dónde
va usted? ¿Qué hace usted aquí? ¿Su carné? …Aquí no puede estar”. En el
preciso momento que nuestro paisano iba a dar respuesta a todas las
interrogantes, el presidente de las Cortés, que salía de su domicilio, se
aproxima y toma la palabra: “Un momento,
un momento, ¿Qué desea usted?” Manolo se dirige a la tercera autoridad de
la nación, con la tranquilidad y decisión que le caracterizan, de la siguiente
forma: “Señor, trabajo en el diario
Informaciones y me envía mi redactor-jefe para que usted me facilite la terna
de candidatos a la presidencia del gobierno que va a presentar al rey”. Don
Torcuato, ante el asombro de sus guardaespaldas, responde a nuestro paisano: “Pues sí, su redactor-jefe tiene razón, en
estos momentos me dirijo a la
Zarzuela para comunicársela a su majestad, lo que no le puedo decir a usted es a quién va a
elegir el rey, pero la terna la componen José María de Areilza, Manuel Fraga y
Adolfo Suárez”. Todos sospechaban que los integrantes de la terna serían
aquellos tres conocidos políticos, pero nadie lo sabía con certeza. Imagino la
satisfacción con la que Manolo acudiría a la sede de su periódico.
"Cumbre" de la oposición democrática en el hotel Eurobuilding de Madrid. Sentados, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius. Detrás Xavier Vinader, Pedro J. Ramírez y, al fondo a la izquierda, con bigote, J. Manuel Zorrilla (4 septiembre 1976
Los acontecimientos se suceden con
una rapidez vertiginosa y nuestro paisano, desde su atalaya periodística,
levanta acta diaria de lo que acontece en el bullicioso Madrid donde se cuece la Transición, desde la Plataforma Democrática
a la peluca de Carrillo. Son tantas las informaciones que cada día le mandan
cubrir y tan poco el tiempo disponible que, a veces, necesitaría desdoblarse
para estar en varios lugares a la vez. El joven licenciado, que pasó
directamente de las aulas de la
Universidad a la redacción de un periódico importante, se ha
convertido en todo un profesional, capaz de redactar de inmediato cualquier
noticia para que su redactor-jefe dé el visto bueno y enviarla a la imprenta.
Manolo cada día hace mejor su trabajo pero no se conforma con acomodarse a la
rutina y, cuando las circunstancias se lo permiten, pone su inventiva a
trabajar.
Este afán suyo por innovar le valió
para anotarse otro buen tanto profesional. El miércoles 15 de diciembre de 1976
se celebró el referéndum sobre la
Ley para la Reforma Política. Lo mandaron a cubrir la jornada
electoral y se le ocurrió hablar con los presidentes de las mesas para que le
dieran el total de electores que tenía cada una y pedirles que le comunicaran
el número de los que habían votado hasta las dos de la tarde, hora del cierre
de su periódico. Realizó un amplio recorrido por los colegios electorales del
distrito centro y calculó el primer porcentaje de votación que se efectuaba en
España. Aquel día lloviznaba sobre Madrid y recuerda que llegó empapado, pero
con los cálculos en su cuaderno, a la calle san Roque donde se encontraba la
sede del diario Informaciones. La
noticia referente a los porcentajes de votación, que en aquella ocasión fueron
muy elevados, se publicó en portada y sus jefes quedaron encantados. Desde
entonces, cada vez que ha habido votaciones en nuestro país, a las dos (casual
coincidencia) y a las seis de la tarde, de manera oficial, el Ministerio del
Interior facilita el porcentaje de los electores que han votado.
Trabajando en
el vespertino madrileño también cubrió la información laboral durante algún
tiempo, dando cuenta de numerosas huelgas y litigios. Tuvo ocasión de tratar
directamente con los dirigentes de UGT, Nicolás Redondo, Manuel Chávez y Joaquín
Almunia; con los de Comisiones Obreras, Marcelino Camacho, Julián Ariza,
Nicolás Sartorius y, especialmente, con Antonio Gutiérrez, el responsable de
prensa que era vecino suyo y luego sucedería a Camacho en la secretaría general.
Al igual que con los líderes sindicales, también tenía “hilo directo” con los
de los empresarios, Carlos Ferrer Salat y José María Cuevas.
Nuestro
paisano aún sacaba tiempo para no perderse las visitas que hacía al periódico
el escritor Gonzalo Torrente Ballester el día que entregaba su colaboración
semanal en Informaciones. Recuerda
que al profesor le gustaba hablar
tanto como escribir y se quedaba horas y horas en la redacción comentando los
acontecimientos con su áspera voz gallega y dando sabios consejos a los novatos
como Manolo. También le gustaba mirar por encima del hombro de un circunspecto
Antonio Fraguas mientras éste iba dibujando las viñetas que luego firmaba como Forges.
Permitidme que
haga una mínima pausa en lo concerniente
a la actividad profesional de nuestro paisano para adentrarme, brevemente, en
su vida personal. A finales de agosto de 1977, abandonó la soltería contrayendo
matrimonio con Inés, una enfermera natural de Bernuy de Porreros (Segovia), a
la que conoció en la boda de su compañero de facultad Felipe Sahagún, en la
actualidad profesor de la Universidad
Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de El Mundo. Hay un dicho popular según el
cual “las bodas en bodas iniciadas suelen
ser muy afortunadas” y, hasta el día de la fecha (35 años), según tengo
entendido, la cosa les va bastante bien. Manolo, que de niño decía tener tres
papás (su padre y los dos abuelos), al casarse tuvo uno más ya que, un
castellano cabal, de nombre Casto, el progenitor de su mujer, lo quería como si
fuera su propio hijo y para todo requería su asesoramiento y opinión.
SU LLEGADA A LA
ADMINISTRACIÓN
Las ventas de Informaciones, desde que apareció El País, fueron disminuyendo de manera
considerable debido a que muchos de sus lectores se pasaron al nuevo periódico.
Manolo se siente muy a gusto, con sus compañeros se lleva de maravilla, pero la
evidencia pone de manifiesto que la empresa para la que trabaja se va al garete
y, antes de que le coja el toro, comienza a buscarse la vida. Un compañero de
la agencia sindical SIS le dice que necesitan gente. Se presenta en el despacho
del director y queda muy sorprendido al ver que se trata de Vicente Cebrián,
padre de José Luis, el director de El
País. Según tengo entendido, padre e hijo eran periodistas de raza y se
parecían en lo físico como dos gotas de agua. Manolo causa una grata impresión
al respetado don Vicente y comienza a trabajar para su agencia.
Por poco
tiempo, porque el SIS cierra y sus trabajadores son adscritos a la agencia PYRESA, que
pertenecía a la cadena de los periódicos del Movimiento y que después se llamó
Medios de Comunicación Social del Estado (MCSE). Tras el cierre de PYRESA, se
incorpora a la revista del Ministerio de Economía y Hacieda, “Información Comercial Española”, cuyo
responsable era un joven funcionario llamado Luis Linde, Secretario General
Técnico, con quien Manolo tenía que despachar los contenidos de cada edición y
que hoy es el flamante gobernador del Banco de España.
Meses más
tarde, Josep Meliá, íntimo amigo de Adolfo Suárez, quiere potenciar la Secretaría de Estado
para la Información
(ahora, Oficina del Portavoz del Gobierno) y ofrece trabajo a los periodistas
de MCSE, oferta que acepta nuestro paisano. Su nuevo lugar de trabajo estaba
ubicado en el complejo de la
Moncloa, junto a la residencia de los presidentes del
gobierno. Allí se encargó, con Aurora Mínguez -actual corresponsal de RNE en
Berlín, a la que califica de bellísima persona y excelente profesional-, de
elaborar los resúmenes de todos los editoriales y artículos de opinión
publicados en los periódicos de Madrid y Barcelona. Trabajaban desde las doce
de la noche hasta pasadas las siete de la mañana (debido a este horario
intempestivo les llamaban “los panaderos”) y el dossier confeccionado por ellos
lo encontraban, a primera hora sobre la mesa de sus despachos, el rey, el presidente
del gobierno, ministros y altos mandos del ejército y del CSID. Como en
aquellos tiempos no existía Internet, una vez impresos, los resúmenes eran distribuidos
por motoristas a las correspondientes dependencias oficiales.
Manolo se
entera del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 cuando hacía
cola para pagar en un supermercado que había cerca de su domicilio. Vuelve a su
casa, pone la televisión y la radio y se informa de todo lo que se había liado.
Conecta telefónicamente con su compañera de trabajo y una vez más, con
tranquilidad y valentía, decide ir con su colega a trabajar. Al llegar a la Moncloa a media noche, la
policía, que había montado un aparato excepcional de seguridad, les inspecciona
minuciosamente y les deja pasar. Allí no había nadie, ellos dos eran los únicos
en todo el edificio, ni tan siquiera habían llegado los periódicos. A las
cuatro de la mañana aparecieron las primeras ediciones dando cuenta del golpe
de Tejero y proceden, como de costumbre, a elaborar el dossier más inquietante
que recuerda, permaneciendo en su puesto hasta el final de la jornada.
DIRECTOR DE UN PERIÓDICO
Estamos a
principios de 1983. La UCD
había perdido las elecciones celebradas el 28 de octubre de 1982. El PSOE
gobierna con mayoría absoluta y la nueva directora general de prensa, Malén
Aznares, actual responsable del suplemento dominical de El País, le ofrece a Manolo cuatro periódicos ubicados
respectivamente en Almería, Cuenca, Huesca y Jerez para que decida cuál de
ellos quiere dirigir. Por su cercanía a Madrid, elige Diario de Cuenca. Muy tranquilo, valiente y decidido había de ser
para, habiéndole dado la posibilidad de elegir, escoger aquella opción aunque
estuviera más cerca de su lugar de residencia. Cuenca era una las ciudades más
conservadoras de España y en ella residía el obispo José Guerra Campos, el
prelado más ultraconservador del país y uno de los 59 procuradores a Cortes que
votaron en contra de la Ley
para la Reforma
Política que derogaba los Principios Fundamentales del
Movimiento. El jueves 20 de enero de 1983 aparece publicado en el Boletín
Oficial del Estado su nombramiento, y nuestro paisano, a punto de cumplir los
treinta años, se convierte en el director de periódico en activo más joven de
España. Era una situación provisional, mientras se acordaba la subasta o el
cierre de todos los periódicos de MCSE, sin embargo, consiguió mantener abierto
aquel diario casi dos años incrementando sus ventas un 25%. El aumento del
número de compradores lo consiguió cambiando la línea editorial para darle
prioridad a los temas locales que pasaron a ocupar diariamente la portada del
mismo, especialmente los relacionados con la cultura. En Cuenca se había
abierto el primer museo de arte abstracto de España con obras de Zóbel, Saura,
Tàpies, Torner, Chirino, Guerrero, Canogar, Chillida y tantos otros, a los que
nuestro paisano acogió en las páginas de su diario y le dieron la oportunidad
de acercarse a la pintura más vanguardista.
Pero teniendo por vecino a un
personaje como Guerra Campos, lo normal es que se produjera algún encontronazo
con él y vaya si lo tuvo. El divorcio, desde hacía algún tiempo, era una
realidad en España y en un acto religioso, el obispo arremetió duramente contra
el rey por haber sancionado, con su firma, la Ley que lo hacía posible. Si eres director de un
periódico y tienes un compromiso con tus lectores, una noticia como aquella debía
ocupar la primera página del diario y así lo hizo nuestro paisano. Las
consecuencias derivadas de ello casi dieron lugar a un conflicto institucional.
Más adelante, se armó de valor y visitó al obispo con el que mantuvo una fatua
conversación que Guerra Campos se negó a que la grabara y, como pésimo
interlocutor, dio grandes cambiadas para no responder sus preguntas.
Mostrando a José Bono y Manuel Miralles la maqueta de "Diario de Cuenca" en su visita a la imprenta del periódico, durante la campaña para las elecciones autonómicas (26 julio 1983).
Entre las muchas anécdotas que vivió
en Cuenca, Manolo rememora, con especial satisfacción, la publicación de un
reportaje sobre la inconstitucionalidad de los símbolos franquistas que
abundaban en las dependencias de la propia Administración. Al día siguiente, el
gobernador civil, Manuel Miralles –hermano mayor del conocido periodista
Melchor Miralles-, mandó a la policía nacional para que quitara los viejos
escudos y emblemas. La conservadora Cuenca se convertía así en una de las
primeras ciudades que acabó con los símbolos de la dictadura.
Coincidiendo con la época en la que
dirigió el periódico conquense, intervino junto a Emilio Romero en Estudio abierto, un programa de la
primera de TVE que dirigía José María Iñigo, para hablar de los Medios de
Comunicación Social del Estado. De aquella época recuerda la madrugada cuando
José Bono, en plena campaña electoral, se le presentó en la sede del periódico
y le estuvo enseñando los talleres. A partir de aquel día mantuvieron una
relación cordial y, una vez elegido presidente de Castilla-La Mancha, le hizo
la primera entrevista que concedió. Le preguntó todo lo que quiso y Bono no
eludió una sola cuestión, dando como resultado una provechosa entrevista que
publicó durante dos fines de semana consecutivos en “Diario de Cuenca”.
Acabada su
etapa en la Ciudad
de las “Casas Colgadas” regresó a Madrid para incorporarse a su puesto en la Moncloa. Trayendo
en su equipaje una sólida experiencia profesional, un puñado de amigos
entrañables y una relación privilegiada con la cultura de vanguardia. También se
trajo tema para su tesis doctoral, pero hubieron de pasar muchos años hasta
terminarla y defenderla.
JEFE DE PRENSA DE UN MINISTERIO
Manolo tiene
la suerte de ir dejando amigos y constancia de su buen hacer profesional por
donde pasa. Fue precisamente un colega de la época en la que estuvo cubriendo
información laboral quien le propuso ir al Ministerio de Transportes, Turismo y
Comunicaciones, del que era titular Abel Caballero (1985-1988), para trabajar
en el gabinete de prensa. Nuestro paisano, cansado de la rutina de su trabajo
en la Moncloa,
no se lo piensa mucho. A continuación ocupó este Ministerio José Barrionuevo
(1988-1991) que, con anterioridad, había sido concejal del ayuntamiento de
Madrid con el alcalde Enrique Tierno Galván y ministro de Interior en la época
más dura del terrorismo. Éste le propone que se haga cargo de la jefatura de prensa.
Me dice que llegó a conocer bien a Barrionuevo y las palabras que salen de su
boca para referirse a él son todas elogiosas. También mantuvo buenas relaciones
con el subsecretario del Departamento, Emilio Pérez Touriño, quien años más
tarde desbancó a Manuel Fraga de la presidencia de la Xunta de Galicia. Después de
Barrionuevo, José Borrell (1991-1996) unificó Obras Públicas y Transportes para
formar el macroministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, del
que nuestro paisano siguió siendo jefe de prensa. Pero desconfiaba de la
interinidad de su situación y preparó oposiciones a funcionario, sacando las de
técnico superior de la
Administración.
Una vez más y
van… supero con creces el espacio asignado a esta sección de ALMAZARA. Así que, sintiéndolo mucho,
no podré contarles a ustedes cómo Manolo conoció a Felipe González en la sede
central del PSOE situada entonces en la calle Santa Engracia; los más y los
menos que tuvo con los antiguos censores del franquismo -viejos compañeros de
Camilo José Cela- cuando trabajaba en la Moncloa; la forma tan impetuosa en que Javier
Solana, ministro de Cultura, le despertó de una plácida siesta; su aventura
periodística dentro de la cárcel de Carabanchel durante un motín de presos; la llamada
que recibió del GRAPO para recoger un comunicado en el que reivindicaba el
asesinato sobre el que Manolo había informado; o el incidente que tuvo con el
equipo de protocolo de La
Zarzuela que estorbaba el trabajo de los reporteros, el día
que el rey inauguró el AVE Madrid-Sevilla. En esta ocasión, como en muchas
otras, puso en práctica la máxima que sigue desde que comenzó a trabajar como
periodista en la
Administración: “Mi
cometido fundamental es facilitar la labor de mis compañeros periodistas”.
Máxima que continúa aplicando desde la jefatura de prensa de AEMET (Agencia
Estatal de Meteorología) y que mereció el año pasado el premio a la
transparencia informativa que concede la Asociación de Periodistas de Información
Ambiental (APIA).
Hace mucho
tiempo, aunque no recuerdo a quién, en dónde ni cuándo, escuché decir a un
conferenciante que “son los hombres quienes
hacen a las profesiones y no las profesiones las que hacen a los hombres”.
Esta verdad incuestionable, durante mucho tiempo, ha permanecido guardada en
algún recóndito lugar de mi memoria y en estos momentos, cuando escribía sobre
la trayectoria profesional de nuestro paisano, me ha venido a la mente. Y a él
se le puede aplicar con absoluta certeza. Los que fueron sus compañeros de
trabajo para definirlo, invariablemente, utilizan los calificativos de honesto,
trabajador, responsable, servicial… y todos le guardan afecto sin fisuras.
Con el Ministro de Transportes, José Barrionuevo, visitando las obras de la Estación de Atocha, poco antes de inaugurarse la primera línea del AVE Madrid-Sevilla. A la derecha de Borrell, semioculto, con gabardina blanca, el arquitecto Rafael Moneo, autor del proyecto de la nueva estación. (6 de noviembre de 1991).
Manolo me
asegura que nunca se marcó una meta profesional y que no recuerda haber
perjudicado a nadie en su trayectoria periodística. Han sido las oportunidades,
guiadas por el caprichoso azar, las que llamaron a su puerta y él, como de
costumbre, con tranquilidad, valentía y decisión, las aprovechó; más como reto
personal que por otros motivos. Me dice que siempre siguió un consejo que su
madre le repetía desde muy pequeño: “Si
otro lo puede hacer, tu también”. Se dejó llevar por el devenir del destino
y el destino lo encaminó a vivir desde dentro aquel periodo único de la
historia de España, al lado de los que hicieron la Transición y trajeron
la democracia a nuestro país, pero conservando la independencia de criterio que
le daba, y le sigue dando, el no haber poseído nunca un carné político.
Con el Ministro de Obras Públicas, José Borrell, y la secretaria de Estado de Medio Ambiente, Cristina Narbona, durante una excursión por los Picos de Europa, en Asturias (15 de noviembre de 1992)
A día de hoy, cuando se aproxima a los sesenta años y tiene casi amortizada su vida
laboral, José Manuel Zorrilla Barroso espera jubilarse y poder disponer de más
tiempo para dedicárselo a su familia; al huertecillo que cultiva en la parcela
anexa a la casa donde vive en Boadilla del Monte, a 20 kilómetros de
Madrid, y que cada año le proporciona jugosas hortalizas; a leer las novedades
editoriales y los muchos libros aparcados que tiene; a ver cine, teatro y
exposiciones; a seguir corriendo los 30 kilómetros
semanales que acostumbra (ha finalizado cuatro maratones, cinco medias maratones
y muchas “sansilvestres”) o a recuperar la práctica del tiro con arco que
abandonó hace tiempo; y si sus hijos, Viviana y Rodrigo, le dieran la sorpresa
de hacerlo abuelo, a disfrutar de sus nietos. Pero yo sé que Manolo, cuando el
retiro sea una realidad, dedicará parte de su tiempo a escribir. Nuestro
paisano es un escritor nato al que el azar desvió de su vocacional camino por
la senda paralela del periodismo.
Tres generaciones: José Manuel con su padre Manolo y su hijo Rodrigo Manuel, después del pregón de las fiestas de San Isidro Labrador (13 de mayo de 2010)
De su buena pluma dan cuenta las
muchas informaciones que publicó en el diario donde encontró su primer trabajo
y en el periódico que dirigió; también ha dejado constancia de ello en su tesis
doctoral “El titular de la noticia.
Estudio de los titulares informativos en los diarios de difusión nacional”
que, tras muchas horas de investigación y escritura robadas al sueño y a las
vacaciones, defendió el 30 de julio de 1996 en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense
de Madrid, obteniendo un sobresaliente “cum laude”; y, cómo no, en el magnifico
pregón de San Isidro 2010 con el que, según me confiesa, trató de sacarse la
vieja espina de no haber podido disfrutar de las fiestas del pueblo durante su
juventud. Desde que ocupa la jefatura de prensa de AEMET, también mata el
gusanillo elaborando El Observador,
una revista de meteorología de la que ya lleva publicados más de ochenta
números.
La familia: Viviana, Manolo, Rodrigo e Inés ( 6 de julio de 2012)
Quiero
finalizar este escrito haciendo una sugerencia a todos los lectores de ALMAZARA. De ahora en adelante, cuando
a través de televisión, la radio o los periódicos tengáis acceso a la previsión
del tiempo y veáis impreso en la pantalla, oigáis a través de las ondas o leáis
en la hoja de papel que dicha información ha sido facilitada por AEMET (Agencia
Estatal de Meteorología) recordad que un paisano nuestro, José Manuel Zorrilla Barroso
-Manolo para los amigos y conocidos- cuyo rostro transpira nostalgia cuando
habla de Periana, es el jefe de prensa del referido organismo y que, de alguna
manera, ha colaborado para que esa información llegue a todos nosotros.
JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA
Artículo publicado en la Revista Almazara nº 36