Presentación de “Paisanos, historia y recuerdos de Periana”
Nuestro agradecimiento a José Manuel Frías Raya por ofrecernos en este libro un testimonio de la memoria. Toda una paradoja. Ha tenido que ser un perianense de la diáspora, alejado de aquí durante tantos años, el que nos muestre la genuina idiosincrasia de este pueblo. Por eso, aplaudimos su arduo trabajo que, además de periodístico, tiene mucho de sociológico, y es fruto del tesón investigador y de la excelente retentiva que posee.
Haciendo honor al epíteto de “notario de la Transición” que José Manuel me otorga, voy a centrar mi intervención en esa encrucijada. En Periana, la generación de la Transición está formada por cuatro grupos de edad. Por orden cronológico, la integran los jóvenes que se reunían en las cuadras de Manolico Núñez; los de la OJE, que tenían su local en las casas nuevas de la Lomilleja; los del Zunit que lo teníamos al principio de la calle Cerco; los del siguiente grupo más joven, al que pertenece José Manuel; y otros de las mismas edades que no se integraron en ninguno de esos círculos.
En contra de lo que algunos piensan, los españoles nacidos en torno a los últimos años de la década de los cuarenta y primeros de los cincuenta vivimos acontecimientos trascendentales y aportamos algo esencial a la historia de España.
De boca de ciertos personajes públicos, que han nacido en libertad, se escuchan demasiadas imprecisiones y juicios equivocados sobre el tránsito de la dictadura a la democracia. Manipulan el pasado con falsos relatos abusando de esa libertad a la que hemos contribuido precisamente los que hicimos la Transición. A nosotros no nos van a meter gato por liebre porque vivimos aquellos tiempos en primera persona. Que nadie pretenda ensuciar nuestro legado.
Lo mejor que nos enseñó esa etapa fue el indiscutible valor del consenso, del acuerdo, del perdón. El efecto curativo del pacto a través de medidas de gracia y de reformas consensuadas que nos reconciliaron frente al horror de una guerra fratricida y de una dictadura cruel. Un acuerdo que, por desgracia, nunca más se ha vuelto a repetir. Y todo ello, en medio de la insoportable barbarie de ETA y de otros grupos terroristas que asesinaban sin piedad, y de unas fuerzas armadas y de seguridad en permanente amenaza de subversión.
Somos los nietos de la guerra civil, los hijos de una España que nos heló corazón. Nacimos en plena dictadura y aunque ya había pasado lo más duro de la represión, aún no había desaparecido el hambre ni el miedo.
Sufríamos las secuelas de una tragedia que no era nuestra, la habían provocado nuestros abuelos, y las consecuencias de un régimen despótico impuesto a nuestros padres tras el golpe de Estado militar que originó esa tragedia. Fue la peor de las herencias, pero supimos darle la vuelta a la situación y abrir una nueva etapa democrática mediante el abrazo y el perdón, que no el olvido, porque hay fechorías que no se pueden de olvidar. Y también sentamos las bases para el crecimiento económico, la prosperidad y la integración en Europa. Ese es nuestro legado y los que lo vivimos nos sentimos orgullosos de haber dejado una huella imborrable en la historia de este país.
Aquella proeza de transitar pacíficamente de la dictadura a la democracia en unas condiciones tan adversas fue admirada por el mundo entero y se tomó como ejemplo a seguir para otros países con regímenes autoritarios.
Paradójicamente, cuando todavía padecíamos en la escuela aquello de que “la letra con sangre entra”, ocurrió en Periana algo determinante. Al cumplir los diez años, se nos ofrecía nada menos que la posibilidad de estudiar. Todo un sueño. Maestros tan recordados como Francisco García, “Paquito la Rafaela”, o Francisco Guerrero, “Paco Herrador”, nos preparaban y nos animaban a salir del pueblo porque aquí no había instituto ni futuro. Nos ayudaban a solicitar becas de estudio para acceder a internados religiosos asequibles a los escuálidos bolsillos de nuestros padres. Sin ninguna vocación, muchos jóvenes perianenses ingresamos en colegios como el de los carmelitas de Antequera, los paules de Andújar, los teatinos de Béjar, los maristas de Ogíjares y algunos más para formar la mayor cosecha de estudiantes que hasta entonces había conocido este pueblo.
Nuestros padres estaban seguros de que sólo a través de los estudios podíamos alcanzar una vida mejor que la suya y, sobre todo, la formación que ellos añoraban porque no la pudieron tener. Creo que esta historia os suena a casi todos. Querían que estudiáramos y también, en el fondo y muy a su pesar, que nos alejáramos del pueblo. De alguna manera, deseaban apartarnos del insoportable ambiente de penuria y atraso que se respiraba para que buscáramos un horizonte más abierto, próspero y esperanzador que el suyo.
En esos internados, seguíamos padeciendo unos métodos docentes basados en la memorística, a base de coscorrones y castigos, tan comunes en la enseñanza de aquella época. Pero al fin la letra nos entró y al mismo tiempo nos fuimos contagiando de un entorno más cosmopolita por el contacto con otros compañeros. Abrazamos los aires de libertad que trajo el mayo francés del 68 y el pacifismo jipi, con la moda de los pelos largos, las camisas de flores y los porros.
Tuvimos la suerte de vivir de cerca el auge de la música pop de los Beatles, los Rolling, los Brincos, los Bravos y tantos más. A la sombra de esos grupos musicales nació un conjunto tan autóctono como los duraznos o el aceite verdial. Se llamaba los Bristong y estaba formado por Paco Martín, Paco Palomo, Antonio Barroso, Paco Javier y Paco Navas. Algunos os acordaréis de los escándalos que se montaban porque muchachos y muchachas bailábamos pegados en nuestros clubes al calor de esa música.
Junto a la diversión surgieron tímidas actitudes de protesta como el boicot al cura fotógrafo, cuando deliberadamente nos salíamos de la iglesia al empezar el sermón y regresábamos cuando alguien nos avisaba de que ya había acabado. O cuando las fachadas del pueblo se llenaron de pintadas contra ese cura.
Algunos se acordarán cómo escuchábamos a escondidas las noticias, que estaban censuradas por el régimen, en la clandestina Radio Pirenaica que emitía en onda corta desde Bucarest. O cuando nos pasábamos de mano en mano libros prohibidos de la editorial Ruedo Ibérico. Sabíamos que nos estábamos jugando el tipo ante la actitud represiva de la guardia civil, más interesada en perseguir los delitos políticos o ideológicos que de otra índole, pero nos arriesgábamos y persistíamos porque buscábamos el fin de la dictadura, la libertad.
El caldo de cultivo ya estaba preparado y cuando pasamos a los estudios superiores nos contagiábamos de la rebeldía universitaria que, junto al movimiento obrero, encabezó la lucha contra el franquismo. Muchos sufrimos las porras de los grises y algunos, los calabozos de la Puerta del Sol. Por si alguien no lo sabe, los grises eran los policías nacionales, cuyo uniforme era de ese color, el gris de la represión.
Estábamos asistiendo a los últimos coletazos de la dictadura, sentíamos la democracia al alcance de la mano, por eso nos revelábamos y arrimábamos el hombro para conseguirla. Fue un verdadero clamor popular, el sueño de nuestra generación.
Lo malo era que pasábamos demasiado tiempo fuera del pueblo y alejados de nuestros familiares. Cada vez regresábamos menos a menudo y cuando acabamos los estudios superiores, casi todos nos quedamos por esos mundos desarrollando nuestro trabajo profesional y formando nuestras propias familias en otros lugares. Al final, estudiantes y emigrantes nos alejamos del pueblo en una enorme diáspora que redujo el censo de población a la mitad.
Mi intención, con estas notas, es poner en valor la osadía de la generación que vivió el final del franquismo y el principio de la democracia porque, como he dicho, se escuchan demasiadas mentiras interesadas. Es la generación que, en parte, recoge el libro que estamos presentando, y que trajo la reconciliación, la democracia y la prosperidad a la España de hoy, tan diferente de la que habíamos heredado. Una España que, como alguien ha dicho, no la reconoce ni la madre que la parió.
Quiero llamar la atención sobre la actitud de aquellos estudiantes que, aunque sólo volvíamos a Periana por vacaciones, añorábamos nuestra tierra como el que más. Dentro de nosotros latía la esperanza de salir del oscurantismo y entrar en la modernidad, de vivir en libertad igual que vivía el resto de europeos, y al final lo conseguimos.
Las nuevas generaciones estáis recogiendo los frutos de las semillas que nosotros sembramos. Nada menos que un Estado de derecho que protege a los ciudadanos y crea espacios dignos para la convivencia. Supimos consensuar una Constitución que va a cumplir 46 años y que nos permite elegir libremente a los que nos gobiernan, expresar pacíficamente nuestras ideas sin miedo a la represión y acceder a una justicia algo raquítica, pero equitativa. Gracias a esas conquistas, tenemos un país plenamente integrado en Europa, en el que se ha instalado la libertad, el progreso y el bienestar. Un país respetado en el contexto mundial que en vez de producir emigrantes los acoge y en el que hay un futuro esperanzador para todos.
Sin embargo, una inquietante sombra intenta oscurecer ese legado. Temo con preocupación que nuestros hijos puedan dilapidar la valiosísima herencia que les hemos dejado. Algunos prestan atención a las arengas reaccionarias que proliferan en la escena púbica y en las redes sociales. Se dejan engatusar por posiciones ultraconservadoras que denigran la democracia, acaban con las libertades y desprecian la solidaridad. Parece que ignoran que esas ideas representan una peligrosa vuelta al pasado, un enorme retroceso para la prosperidad que sus abuelos conquistaron. Qué frágil es la memoria. A los que padecimos la deplorable dictadura de Franco no nos engañan, por muchas máscaras que se pongan, por muchos cantos de sirena que entonen, por muchas patrañas que propaguen. La mejor arma para luchar contra esa lacra es la reflexión seria, el estudio y el conocimiento.
Nosotros heredamos las consecuencias una guerra y una dictadura y, a cambio, os hemos dejado una democracia moderna y avanzada. De vosotros, los adultos de hoy, es la responsabilidad de no permitir que nuestros nietos se vean obligados a volver a luchar por lo que ya habíamos conseguido sus abuelos.
En el panorama político actual, lo que más añoro es el espíritu de la Transición. La actitud de aquellos que, por encima de sus enormes diferencias, supieron ceder, darse un abrazo y caminar juntos. No me siento cómodo ante la calumnia y la bronca permanente. Me enferman esos gabinetes que vomitan patrañas y desinformación, puro excremento. Echo de menos a políticos honestos con visión de Estado que se dediquen a gestionar lo público en beneficio de todos, capaces de confrontar sus ideas y sus propuestas con razonamientos, no con insultos, descalificaciones y falsedades. Y también quisiera ver a ciudadanos bien informados, proactivos y valientes que huyan de la banalización y de la incultura, que rechacen la mentira, que no se dejen engañar y que se lo piensen bien antes de elegir a sus representantes. Rescatar el espíritu de consenso y moderación del final de los años setenta es, sin lugar a dudas, la mejor medicina para renovar la confianza en la democracia con mayúsculas y alejar el peligro de involución.
Somos una generación que se va extinguiendo. Es ley de vida. He querido expresar aquí este testimonio, que es nuestro legado, porque a estas atura de la vida quién no siente nostalgia de lo vivido, de sus años tiernos, de su gente, de su tierra. En la noble aventura de la Transición participamos muchos jóvenes perianenses que hoy nos sentimos muy orgullosos de aquella gesta. Recordemos ahora, con el mayor respeto, especialmente a los que se han ido quedando por el camino porque también compartieron aquellas ilusiones, aquellas esperanzas y ayudaron a construir todo lo que hoy tenemos. Os pido un merecido aplauso para ellos y para José Manuel Frías que con su libro nos ha despertado estos recuerdos. Muchas gracias a todos.
Periana, 1 de junio de 2024 José Manuel Zorrilla Barroso