PAÍSANOS
NUESTROS
Periana, hasta hace
dos días, no ha tenido un campo de fútbol como Dios manda, pero su carencia no
es óbice para que algunos de mis entrañables recuerdos infantiles estén
ocupados por paisanos nuestros que eran buenísimos futbolistas. Chicos
talentosos, aguerridos y habilidosos que con un poco de fortuna podrían haber
sido alguien en el mudo del fútbol. Desgraciadamente no puedo incluirme entre
ellos, el fútbol me apasionaba y me sigue gustando hasta la exageración, pero
siempre fui una inutilidad para practicarlo.
De los niños perianenses con los que tuve la
dicha de jugar al fútbol recuerdo con envidiosilla nitidez las espectaculares
paradas de Isidro “Pizarro” y Jacinto “El Gallo”; los asombrosos regates de
Isidro “El Caribe” y José Manuel “Adolfo”; el dominio del balón de José Antonio
“El Niño de la Veinticuatro” y Juani “Mollete”; la potencia de Antoñito “El
Caribe” y Curro; los centros de Manolo “El Melillero” y Lorenzo ”El Zapatero”;
los cabezazos de José Manuel “El Negro” y Rafalito “El Caribe”; la solvencia
defensiva de José Manuel de “La Prudencia” y Fermín, la… En mi memorístico catálogo de excelentes
futbolistas perianenses también tienen cabida otros con los que nunca jugué,
pero admiraba su forma de hacerlo: José Antonio “Machaca”, Antonio “Tapaeras”,
Pedro “Nini”, Pepe de “La Anita”, Antonio “Balastrera”, Pepe de “El Chico
Martín”, Rafael “Colodra”, Antonio, Paco
y Pepe “El Negro”, Rafael “Vallejo”,
Manolito “El Guardia”, Pepe “Perfeto”, Rafael “El Charro”, Ramón “De las
Avellanas, Paco “El Electricista”,
Antonio “Corazón”, Pepe “Guirre”, Paco “Adolfo”, Rafael “El Cano”, Antonio de “Cecilio”,
Antonio y Paco de “La Garboza”, Manolo, Pepe y Antonio “Fiñana”, Rafael
“Catalino”, Antonio y Manuel Reina, Pepito “El Malagueño”, Antonio “Corro”,
José Manuel “Marchena”, Pepe “Parra”, Pedro y Rafalito “El Correo”, Antonio de
“Bernardo”, Joaquín de “El Secretario”, Paquito “Zaragoza”, Frasquito “El
Chivo”, Antonio “El Pelón”… y, de manera muy especial, al protagonista de este PAÍSANOS NUESTROS. Alguien por cuyas
venas además de glóbulos blancos y rojos circulaban balones de fútbol. Alguien
que amaba, pensaba y convivía con el fútbol las veinticuatro horas del día.
Alguien que pudo y debió haber sido un jugador de leyenda. Un perianense criado
en La Quinta que poseía todas las cualidades necesarias para ser un gran
futbolista: talento, clase, valentía, pasión, amor propio, espíritu de
sacrificio, tenacidad, coraje, velocidad endiablada… y, por encima de todo, una
afición indomable.
Ante un plantel tan fabuloso de futbolistas
–nombrados y olvidados- para qué necesitábamos nosotros, los que fuimos niños
en la Periana de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, un campo de
fútbol como Dios manda si todas las
calles, plazas, llanos y eras del pueblo las teníamos a nuestra disposición
para convertirlas en imaginarios estadios. Además, poseíamos la gran virtud del
conformismo. Lo mismo nos daba que la
superficie del terreno de juego estuviera terriza, empedrada o emporlada;
tampoco importaba mucho su grado de horizontalidad o pendiente – imperaba la ley de la botella: el que la tira va por ella-; ni mucho menos las inclemencias del tiempo
–con frío o calor se jugaba al fútbol si había balón-. Lo único imprescindible era disponer de un
balón o una pelota para patearla.
La pelota de goma o
el balón de plástico, ese era nuestro autentico suplicio. ¿Cuántas veces
cambiamos el fútbol por otro entretenimiento al no disponer de una simple
esfera que llevarnos a los pies? ¿Cuántas veces tuvimos que someternos a los
dictadores caprichos del dueño de tan preciado objeto? ¿Cuántas veces se suspendieron los partidos
al empeñar la pelota tras una tapia y no devolverla los dueños de la casa? ¿Cuántas
veces contábamos las estampas que nos faltaban para completar el álbum de
chocolate Lloret y conseguir un balón de reglamento? ¿Cuántas veces soñamos con
ser estrellas del fútbol y vernos retratados en las estampas que
coleccionábamos? ¿Cuántas preguntas relacionadas con el fútbol podría seguir formulándome?
En aquellos tiempos, repito, lo único imprescindible para jugar al fútbol era
disponer de una pelota o un balón, todo lo demás era secundario.
Al fútbol se jugaba a
cualquier hora o deshora. Antes de entrar al colegio, en el recreo, a la salida
de las clases matinales, después del almuerzo, al final de la jornada escolar,
con la merienda en la mano… Los deberes para hacer en casa aún no se habían
puesto de moda. ¡Y qué decir de los
períodos vacacionales cuando se practicaba en sesión continua! Solo ponía fin a
nuestros interminables partidos, la llamada de nuestras madres anunciándonos la
hora de comer o la llegada de la noche que impedía ver la pelota. Para jugar al fútbol siempre estábamos
equipados y preparados.
En los tiempos
actuales, lo niños, y menos niños, cuando van a jugar un partido de fútbol
necesitan equiparse de la cabeza a los pies: chándal, botas de reglamento,
calcetas, espinilleras, pantalones, camiseta, rodilleras, guantes, muñequeras,
gorras… Nada de eso necesitábamos nosotros. Para patear disponíamos de una
variadísima oferta de calzado: las sandalias hechas por alguno de los tres
zapateros del pueblo: Antonio “El Chico Martín”, Antonio Narváez, que tenía la
zapatería en la Cruz o Antonio Serrano que la tenía debajo de la tienda de
Demetrio “El Niño Buenos Aires”; los zapatos de goma repletos de ventanas para
que respirasen los dedos; las zapatillas de lona blanca que nos compraban para
hacer la primera comunión y luego convertíamos en calzado futbolero y, los más
afortunados, los zapatos Gorila o las botas de Segarra. La equipación también la llevábamos
permanentemente puesta, la ropilla de diario, y cuando aminoraba el frío, a
veces, para diferenciarnos, uno de los equipos iba descubierto de cintura para
arriba.
Ahora, al escribir
este relato sobre el primer hijo de Periana que pudo jugar en la primera
división de fútbol español, cuando los sesenta me pisan los talones y el patear
un balón por cordura personal hace tiempo que pasó a formar parte de los
placeres prohibidos, los recuerdos futboleros afloran en mi mente trasladándome
a los campos de fútbol de mi niñez pueblerina y revivo el ceremonial que
llevaba aparejado la presencia de una amada pelota o un querido balón.
- Sin pérdida de
tiempo se procedía a construir las porterías con las carteras del colegio o
unas piedras.
- Los dos mejores
jugadores -no era lícito ni ético que ambos compartieran equipo- tras decidir
con el pares o nones, los pasos, el
lanzamiento de un platillo o la pajita quién comenzaban a elegir jugadores
formaban los equipos. Este trámite
quedaba anulado cuando dos barrios o calles se enfrentaban entre sí. Como es obvio suponer, comenzaban escogiendo
a los que tenían mayor calidad futbolística, aunque a veces las amistades
y rencillas influían en la selección.
- La distribución de
los jugadores la realizaban los seleccionadores y era muy simple: si no había
voluntarios para jugar de portero colocaban bajo los ficticios palos al peor
jugador; como defensas a los más fuertes y contundentes a la hora de despejar,
prohibiéndole que atravesaran el medio campo; actuando de delanteros los
mejores jugadores que gozaban de absoluta libertad para moverse por todo el
terreno del juego.
- No había árbitro,
pero esta misión la desempeñaba casi siempre los capitanes, es decir, los que
habían formado los equipos y el dueño de la pelota o balón, con el que había
que tener mucho tacto para no enfadarlo y que se marchara con el esférico a
otra parte.
- El partido
comenzaba con un bote de la pelota en el centro del campo.
-Solían pitarse muy
pocas faltas, pero era de obligado cumplimiento hacerlo cuando el contrario
salía muy perjudicado del lance o manando sangre.
-
Alta, alta, alta… este grito lo lanzaba al unísono todos los miembros del
equipo contrario al pasar la pelota una cuarta por encima de la cabeza de su
portero.
- La aplicación del
fuera de juego, offside u orsay, que nosotros llamábamos
“orzai”, daba lugar a muchas polémicas y a veces se llegaba al acuerdo de no
aplicarlo. Había jugadores especialistas
en permanecer siempre en tal irregular posición para marcar goles, de ellos se
decía despectivamente que estaban a la “pesca”, y los defensas del equipo
contrario solían empujarles o pellizcarlos para que la abandonaran.
- Cuando se lanzaba una falta directa,
la barrera se intentaba colocar lo más cerca posible del balón, excepto cuando
el lanzador tenía mucha fuerza y bastante mala leche.
- En los lanzamientos de penalti, a
veces, estaba permitido que el portero “titular” fuese sustituido por otro
jugador de campo que paraba mejor.
- Si el partido
comenzaba con menos de once jugadores, conforme iban llegando se integraban a
los equipos. En el transcurso del mismo
también era reglamentario que se produjeran abandonos e incorporaciones.
- La duración del
partido era ilimitada. Se jugaba
mientras las fuerzas aguantaban, es decir, hasta que se iba el dueño de la
pelota o balón, nos llamaban nuestras madres o se hacía de noche.
- Si el partido se
jugaba en una calle o plaza se detenía cuando pasaba una mujer embarazada o con
un niño en brazos, personas mayores,
alguna autoridad o las fuerzas vivas del pueblo.
Dichosos tiempos
aquellos cuando los niños de Periana con tan poco éramos tan felices. Niños
flacos y morenos que compartíamos un mismo sueño: ser futbolistas, jugar en un
equipo de primera división, llegar a la selección, vivir del futbol, vernos
retratados en los cromos… Al día de hoy,
ningún perianense lo ha conseguido, pero hubo uno, Pedro Téllez Núñez, Pedrito
“Mendas” (1), el
protagonista de este PAISANOS NUESTROS que
estuvo a punto de lograrlo.
PEDRO TÉLLEZ NÚÑEZ, el futbolista que pudo triunfar
Todos los humanos estamos hechos de la
sustancia con la que se trenzan los sueños.
W. SHAKESPEARE
Dolores Núñez
Perea, la mujer de José Téllez López, no daba crédito a las palabras de Doña
Margarita: “otra vez estaba embarazada”. Siete eran los hijos que ya tenían: Dolores,
Antonio, Pepa, Rafael, Pepe, Paco y Manolo. Además, aunque lo estaba de muy
poco tiempo, todo hacía suponer que era de dos criaturas. El traer niños al
mundo por parejas entonces, al igual que ahora, suele llamar la atención y
rápidamente se extendió la noticia por
todo Periana. La gestación, salvo algún
que otro malestar –parece ser que el futuro futbolista comenzó a practicar en
el vientre de su madre-, transcurrió con absoluta normalidad, pero cuando llegó
la hora de dar a luz, en lugar de hacerlo en la calle Alta número 27 (hoy 25)
que era donde vivía, aconsejada por Doña Margarita y don Ángel acudió a
Hospital Civil de Málaga y allí, el 18 de junio de 1948, nacieron María Pura y
Pedro.
El posparto
transcurrió con absoluta normalidad y Dolores, mujer experimentada en aquellos
menesteres, se recuperó rápidamente y a los pocos días en compañía de sus dos
nuevos retoños emprendió regreso a Periana. Todas las vecinas de la Quinta y
aledaños desfilaron por la casa de Dolores, mujer afable y servicial, para llevarle algún presente y conocer a los
mellizos.
Si
con anterioridad a su llegada al mundo el protagonista de esta sección de ALMAZARA vislumbró inclinaciones
futbolísticas, me cuentan que las continuó tras su nacimiento y antes de
comenzar a andar los pies de Pedro no podían estarse quietos y todo lo que se
ponía a su alcance lo golpeaba sin piedad. Su madre, que necesitaba más horas
de las que tenía el día para poder atender a aquella numerosísima familia,
percatada de las tendencias pateadoras de su hijo y con la intención de
refrenarlas comenzó a llamarle la atención e indicó a sus hermanos que hicieran
lo mismo, pero todos los esfuerzos resultaron estériles, no había forma de
aminorarlos y una vez que comenzó a andar el patear iba cada vez a más. Cualquier objeto esférico –desde una aceituna
a una naranja- lo convertía en pelota y muy pronto puso de manifiesto su
extraordinaria habilidad. Se me olvidaba contar que también fueron victimas de
su instinto pateador los hermanos con los que compartió cama, siendo Manolo, el
que le antecedía en edad, el más perjudicado.
UN CARTERO DE DIEZ AÑOS
Pedro era una
polvorilla de niño. Valía para todo y todo lo hacía bien. En la escuela era un
número uno. Jugando al fútbol sobresalía por encima de todos. Corriendo era una bala. De labia andaba
sobrado. A la hora de pelearse, tampoco lo hacía mal. Su puntería a mano, con honda o tirachinos pocos la podían igualar… Pero
Pedro, a todas las virtudes reseñadas con anterioridad unía la de ser un niño
pillo, previsor, listo y capaz.
Desde que tuvo uso de
razón, -y parece ser que en el desarrollo de esta capacidad humana, al igual
que en otras muchas, Pedro iba muy por delante de su edad cronológica-, fue
consciente de que en su casa había muchas bocas que alimentar y siguiendo el
ejemplo de sus hermanos, muy pronto comenzó a arrimar el hombro. Su primer trabajo
fue de vendedor de periódicos a los siete años por la tarde-noche. Le faltaban
algunos meses para alcanzar la decena cuando se pluriempleo, convirtiéndose en
cartero de Periana. En ambos empleos tenía el mismo patrón: Paco “El Correo”.
Les cuento cómo se
colocó. Su hermano Paco era el cartero del pueblo, al comentarle su jefe que
necesitaba un niño para vender periódicos le dijo que Pedro, su hermano menor,
podía hacerlo. Le preguntó por su edad y al decirle que estaba a punto de
cumplir los siete años, a Paco “El Correo” le pareció muy pequeño para tal
menester, no obstante le sometió a prueba durante algunos días y la superó con
matricula de honor. Pedro iba a las
casas y establecimientos públicos para llevar los periódicos, esto le permitió
tener contacto con la gente más influyente del pueblo –los únicos que en
aquellos tiempos se podían permitir tal lujo- y cuando la ocasión se prestó a
ello supo utilizarlo a su favor. De
labia he dicho con anterioridad que andaba sobrado, de luces y decisión también. Cuando comenzaron a construirse las Casas
Nuevas del Barrero todos los obreros de Periana querían trabajar en ellas, sus
hermanos Pepe y Rafael lo intentaron, pero fracasaron. Su madre dijo que allí
solo contrataban a los recomendados y Pedro se quedó con aquel comentario. Él conocía al jefe de las obras de llevarle
el periódico, un hombre forastero que se hospedaba en la Fonda Giralda, así que
decidió dialogar con él e interceder por sus hermanos. Llegó como todas las
tardes, lo saludó y le pidió permiso para hablarle de un asunto muy
importante. Aquel señor, asombrado por
la espontaneidad y gracejo del niño repartidor,
le preguntó su edad y le dijo que estaba dispuesto a escuchar lo que
tenía que contarle. Pedro, que se explicaba como un libro abierto, le informó
detalladamente de todo lo relativo a su familia. Con su decir consiguió emocionar a su
interlocutor y éste le dijo que a las ocho de la mañana del día siguiente, se
presentaran sus hermanos en el tajo para comenzar a trabajar. Finalizada su jornada laboral, llegó a su
casa más contentó que unas castañuelas y le contó a su familia lo sucedido.
Rafael decía que eso era imposible y no atendió lo dicho por su hermano. Pepe
se presentó al día siguiente en la obra y estuvo trabajando en ella hasta su
finalización. Rafael al enterarse de que
su hermano había sido admitido se entrevistó con el referido señor, pero éste
le dijo que, tal y como le había dicho a su hermano pequeño, era a la ocho de
la mañana cuando se debía haber presentado y no lo admitió.
Pedro, a pesar de su
corta edad, no solo pensaba en colocar a sus hermanos, también lo hacía sobre
su futuro y cuando las ocupaciones escolares y futboleras se lo permitían
acompañaba a su hermano cartero en el reparto y le echaba una mano. Pronto
llegó a conocer todas las calles del pueblo así como los nombres y apellidos de
la mayoría de sus habitantes. Al emigrar
Paco a Tarifa, donde ya se encontraba su hermano Antonio, Pedro, tras superar
la prueba correspondiente, se convirtió en cartero titular de Periana. Su jefe
le aconsejó que se buscase un ayudante. El jovencísimo cartero le habló de su
primo Rafael Núñez Ruiz “El Cano”, de edad similar a suya, y a Paco “El Correo”
le pareció bien.
Los primos se
llevaban de maravilla, compaginando perfectamente la asistencia a la escuela,
juegos, el reparto del correo, la venta de periódicos y cuantas tareas le
encomendaba su jefe. Compartían su
afición por el fútbol y al llevar siempre una pelotilla en el bolsillo, en
cuanto podían se ponían a jugar. Siendo innumerables las veces que Paco “El
Correo” tuvo que regañarle por hacerlo en su misma puerta.
Pedro con cara de
satisfacción y mucha nostalgia en sus ojos me hace saber que su primer sueldo
como cartero fue de 30 pesetas mensuales. Nada más tener ese dinero en la mano
salió corriendo como nunca lo había hecho en su vida, la empinada cuesta a
subir no fue obstáculo para llegar a su casa en tiempo de final olímpica, le
entregó el dinero a su madre a la que quería con locura y se sintió feliz e importante
por colaborar al sostenimiento de su familia.
Fueron muchas las
aventuras y desventuras que el niño cartero vivió y padeció en el desempeño de
su profesión. De todas ellas les voy a
contar una que tiene caracteres casi bélicos.
Aconteció una calurosa tarde del mes de mayo. Pedro, con un manojo de cartas, ordenadas de
la casa más cercana a la más lejana, se dirigía hacia el “Barrihumo” para
proceder a su reparto. Se adentró en el callejón de Arrojo. No se veía un alma por ninguna parte. De pronto,
cuando se encontraba en la mediación del mismo, escucho una voz que parecía
venir de ultratumba: “arriba todos, nos invade uno de la Quinta”. Por todas partes aparecieron niños y al igual
que si fueran feroces guerreros comenzaron a tirarle piedras. Pedro dio media
vuelta y cogió la cuesta abajo que se perdía, más que correr parecía que
volaba, las piedras silbaban a su alrededor.
Afortunadamente ninguna le alcanzó pero las cartas quedaron esparcidas
por todo el trayecto.
UN
RECUERDO DE LA ESCUELA
Las ocupaciones
laborales de Pedro jamás le impidieron asistir a clase, pasando todos sus años
de escolarización en Periana con don Ernesto Iglesias Suárez(2). Y, al igual
que la mayoría de los alumnos de aquel severo profesor gallego, fue victima de
sus incansables manos pegadoras. Pedro, haciendo gala de una prodigiosa
memoria, me cuenta lo ocurrido durante una jornada escolar. Aquel día, al contrario de lo habitual, el de
Villamarín comenzó sacando a la pizarra a los alumnos más pequeños, es decir,
los que rondaban los ocho años, en lugar de hacerlo con los mayores como era lo
normal. El tema a tratar eran los
números decimales. Pedro me confiesa que en todos los días de su vida jamás se
había topado con ellos ni los había oído nombrar. El primero en salir al estrado fue Paco “El
Terrao”, el profesor le pidió que escribiera tres enteros con quince milésimas,
el muchacho se encomendó a todos los santos del cielo, pero la inspiración no
le llegó, le mandó otro número e ídem de lo mismo. El pobre alumno volvió a su
sitio más caliente que una trébede en día de matanza colectiva de cerdos. La
misma suerte corrieron Paquillo “Alegre” y Alfonso “El Herrador”. Pedro, viendo que se aproximaba su hora, me
cuenta que miraba para todos los lados, agachaba la cabeza cuando el profesor
fijaba la vista en la zona donde él se encontraba, los sudores del que ve
cercano su desafortunado destino comenzaron a correrle por todo el cuerpo, pero
albergaba la esperanza de que no lo sacara. De
pronto, en el silencio miedoso de la clase, los ojos de profesor se fijaron en
él y con su inconfundible voz le ordenó: “Téllez, a la pizarra”. Me cuenta que cogió la tiza y se le cayó tres
veces al suelo. El profesor le dictó que escribiera cuarenta y cinco enteros
con una centésima. Al no haberlo hecho nunca, no tenía ni la menor idea de cómo
hacerlo. Comenzó a resoplar y a mirar de
reojo al maestro para ver por donde le podían venir los palos hasta que la
vista se le nubló. Ni que decir tiene que volvió a su pupitre igual de caliente
que sus compañeros de infortunio.
Pero
como las desgracias, tal y como decía mí vecina Dolores “La Chata”, nunca
vienen solas, el profesor los dejó arrestados en la escuela a la hora de salir
para almorzar. Algunos compañeros de clase, una vez que se marchó don Ernesto,
se aproximaron a la puerta del colegio para mofarse de los castigados. Con todo
lujo de detalles me ha relatado Pedro lo sucedido durante su cautiverio, y os
notifico que es digno de contar, pero al ser un poco largo y no disponer de espacio
para contarlo todo, me limitaré a transcribir la parte final. La noticia
rápidamente fue conocida por toda la chiquillería de Periana y Maria Pura, la
hermana melliza de Pedro, al enterarse de lo ocurrido se plantó llorando en la
casa de doña Rosario, la primera mujer de don Ernesto que era también maestra,
pidiendo clemencia para su hermano y los otros retenidos. A doña Rosario le hizo tanta gracia lo
contado por aquella dispuesta y atrevida niña, que rápidamente escribió una
nota para que se la llevase a su marido que se encontraba en el bar Benítez y
éste, nada mas leerla regresó a la escuela y procedió a la liberación de los
niños.
Mi amigo Paco, hombre
desconfiado, ocurrente y previsor, que
tuvo al docente gallego varios cursos como profesor, dice que todos los
alumnos damnificados deberían reunirse para formar una asociación y solicitar,
con efectos retroactivos, la medalla de oro al sufrimiento con distintivo rojo
y pensionada con la máxima cuantía posible. También piensa que si hay justicia
en el más allá, cada año de clase con don Ernesto se debería convalidar, como
mínimo, por uno de infierno o tres de
purgatorio.
¿LOS NIÑOS POBRES NO PODEMOS ESTUDIAR?
Lo he dicho con
anterioridad y me vuelvo a reafirmar en mi apreciación: el uso que Pedro hacía
de la razón era muy superior al que le correspondía por edad. Él, al contrario de lo que sucedía con la
mayoría de los niños de su edad, quería estudiar. Sabía que en el estudio estaba el futuro y la
posibilidad de una vida mejor. Sus vecinos, los hijos de Pepe Núñez y María
Rosa, estaban todos estudiando y él quería seguir sus pasos. Un día le formuló a Rafael Núñez Ruiz la
siguiente pregunta: “Rafael, ¿yo puedo estudiar o eso solamente pueden hacerlo
los hijos de los ricos?”. La sensata
repuesta de Rafael fue la siguiente: “Para estudiar se necesitan dos
requisitos, que la persona valga para ello y que su familia pueda hacer frente
a los gastos, o que consiga una beca”.
Concha
Velasco, según la letra de la canción, le decía a su madre que quería ser
artista. Y Pedro “Mendas”, antes de que
apareciera esa canción, tenía a la suya frita haciéndole saber, continuamente,
que quería estudiar. Dolores de “La Perea” sabía que en su casa no había plan
para estudios, pero era tanta la insistencia de su hijo que fue a hablar con
José García Téllez, Pepe “Guirre”(3), sobrino de su marido, que estudiaba
en el colegio de los Padres Teatinos de Béjar
(Salamanca), el cual estaba de vacaciones estivales en Periana. Le
comentó que su hijo la traía loca, se le había metido en la cabeza que quería
estudiar y no había forma de hacerle cambiar de opinión. Pepe – primer perianense que estudió en el
referido colegio- hizo las gestiones necesarias y consiguió que los curas le dieran
media beca. Había que buscar la cuantía de la otra mitad para que Pedro pudiera
hacer su sueño realidad. Su padre, José “Mendas” un modesto cabrero y camarero
ocasional (que según me han contado hacía el mejor café que se podía tomar en
Periana, era un excelente contador de chistes y siempre andaba de buen humor)
no estaba en condiciones de asumirla. Pedro sabía que era la ocasión de su
vida, contactó con sus hermanos Antonio y Paco, que tenían una cobranza en
Tarifa, y estos, sin dudarlo un momento, dijeron que ellos se hacían cargo de lo
que faltase. Al contarme lo narrado con anterioridad, al igual que sucedía cada
vez que salían a relucir sus padres durante la conversación que mantuvimos, la
emoción embarga a Pedro de la cabeza a los pies, su voz se entrecorta, apenas
puede articular palabra, se pasa la mano por los ojos para refrenar las
lágrimas que están a punto de brotar y me dice que jamás olvidará lo que
hicieron por él, que mientras viva se lo agradecerá con toda su alma y su
corazón.
HE VENIDO A ESTUDIAR
La
madre de Pedro cogiendo de aquí, sacando de allá, economizando hasta donde el
diario vivir podía aguantar y dejando algo por deber preparó el ajuar de su
hijo, aquel singular niño que cada momento le hacía saber que él, quería
estudiar.
Desde
que Pedro tuvo la certeza de que su sueño lo haría realidad un cosquilleo se
apoderó de su ser. Siguió trabajando hasta el último momento y esperaba
emocionado, ilusionado y algo asustado el día de su partida. Y ese día, como todo en esta vida,
llegó. Aún era de noche cuando, en compañía
de su padre y algunos hermanos que se turnaban para portar la maleta de cartón
donde iba el ajuar que con tanto trabajito había reunido su querida madre, la
mañana del lunes 7 de noviembre de 1960 arribó a La Lomilleja para junto a
Adolfo “Pantorras”, Pepe “El Terrao”, Paco “Tapaeras”, Rafael “Catalino” y
Antonio “Corazón” emprender viaje hacía Béjar.
Les acompañó Manuel Arrebola “Pantorras”, padre de Adolfo, hombre
acostumbrado a viajar ya que había sido emigrante en Alemania. Este fue su
recorrido: Periana-Málaga en autobús, Málaga-Madrid en tren, Madrid-Ávila en
autobús, Ávila-Béjar en autobús, Béjar-Colegio en taxi. Llegando a su destino la tarde del día
8. Al día siguiente se encontraron con
la sorpresa de que debido a la festividad de San Andrés Avelino, un santo
italiano que perteneció a la Orden de los Teatinos, no hubo colegio. Si llevaban casi dos meses perdidos – el
curso había comenzado a mediados de septiembre- qué importaba un día más. Los
llevaron a Cantagallo, una pequeña población cercana a Béjar, y Pedro se pasó
todo el día jugando al fútbol con un balón de cuero, así mitigó, en parte, la
añoranza de su familia, de sus amigos y de Periana.
Pedro tenía muy claro
que estaba allí para estudiar y muy pronto dejó constancia de ello. Comenzó sus estudios en el curso llamado de
ingreso, pero al mes de estar allí lo pasaron a primero de bachiller. Los nuevos condiscípulos le dijeron que ahora
se iban a enterar de lo que valía un peine, que los estudios que emprendía eran
muy complicados; pero Pedro, que ya estaba curado de espantos, no se dejó
asustar, se adaptó perfectamente a su nuevo curso y lo finalizo con una de las
mejores notas de la clase, situación que
se repitió durante todo el bachillerato, no suspendiendo jamás una sola asignatura.
Pedro era un niño y además de estudiar mucho, de vez en cuando, se comportaba
como tal. A unos doscientos metros del colegio se encontraba la plaza de toros
de Béjar, conocida como “La Ancianita”, la más antigua de España, cuya
reinauguración, tras mucho tiempo de remodelación, se anunció a bombo y
platillo. Nuestro paisano no quería
perderse tal acontecimiento, así que se ausentó del colegio y subido en la rama
de un castaño, a más de veinte metros de altura, lo presenció todo
magníficamente. Era la primera vez que asistía a una corrida de toros y tan
entusiasmado estaba con lo que ocurría en el ruedo que se le pasó la hora de
volver al colegio. En el recuento lo echaron de menos y al regresar fue
duramente reprendido por los curas y castigado severamente. Pero valiéndose de su poder de convicción,
argumentó su afición a los toros, circunstancia que no era verdad, consiguiendo
ablandar el corazón de sus sancionadores y logró que el castigo quedara
reducido a la mitad.
Pedro
era consciente de que no volvería a Periana hasta el mes de julio, no estaban
las cosas para gastos de viajes en vacaciones de Navidad y Semana Santa. Muy a
menudo, la nostalgia le invadía al acordarse de su familia, sus amigos, su
casa, su pueblo… y la combatía de la mejor manera que se puede hacer, es decir,
llorando; pero jamás consintió que nadie le viera llorar, lo hacía en el váter,
en la cama con la cabeza tapada o escondido en algún lugar poco frecuentado.
La
vida en el colegio salmantino era dura, muy dura. Diana a las seis y media de
la mañana, aseo, rezos, desayuno, misa diaria, sala de estudios, clases,
almuerzo, clases, sala de estudios, rosario, cena, cama… tenían todo el día
programado y sólo disponían de dos recreos de media hora cada uno, que Pedro
aprovechaba para volverse loco jugando al fútbol con balones de cuero y
liberarse de toda la tensión acumulada.
La disciplina también era espartana y todo estaba vigilado y controlado,
hasta la correspondencia que salía o llegaba.
La comida era
manifiestamente mejorable, pero Pedro, niño de poco comer y acostumbrado a los
potajes de garbanzos, lentejas o habichuelas, -aunque los de los curas no se
podían comparar con los de su madre-, lo
llevaba mejor que la mayoría de sus compañeros.
Eso sí, el pan nunca le faltaba, pero si no hay nada que meterle dentro,
su comer se hace aburrido. Sus
progenitores no podían enviarle dinero para poder tener en la taquilla
salchichón, chorizo, latillas de… y esas otras cosas que mezcladas con el
primer alimento natural, tan buenas migas hacen. Los domingos había comida especial: patatas
fritas con un huevo, a Pedro los huevos no le sentaban nada bien, lo cambiaba
por las patatas, y siempre tenía lista de espera para proceder al trueque.
Un porcentaje
considerable de estudiantes no pudieron soportar aquel durísimo tren de vida y
abandonaban. Pedro fue de los pocos que aguantaron hasta el final. Tenía muy
claro que allí estaba su porvenir. Si regresaba a Periana le esperaban los
duros trabajos del campo y guardar cabras.
Además, el muy tunante, desde el primer momento supo trajinarse a los
curas y estos confiaban que algún día formaría parte de su congregación.
Incluso llegó a sacarle al superior de la orden, las dos sotanas que para las
ceremonias religiosas todos los alumnos debían incluir en su obligatorio ajuar.
En Béjar llegó a
haber una auténtica colonia de niños de Periana, conocida como el Concilio
Vaticano II, ellos solían decir que eran 12+1, 12 de Periana y una de Viñuela,
Pepe Torés, primo de los “Tapaeras”. La
tropa perianense, salvó error u omisión, estaba integrada por Pepe “Guirre”,
Antonio “Matagallo”, Pedro “Mendas”,
Adolfo “Pantorras”, Pepe “El Terrao”, Paco “Tapaeras”, Rafael
“Catalino”, Antonio “Corazón”, Manolo “Collarea”, Rafael “Pallares”, Antonio
“Tapaeras”, Pedro “Corazón”, Pepe
“Coliche”, Paco “Junco”, Ramón de “Las Avellanas”, Luis “El Zapatero”, Antonio
de “La Magdalena”, Paco “Santico”, Antonio de “Cecilio”, Paco “Montaño”, Rafael
“El Cano”… Decir que Antonio “Tapaeras” era la voz solista del Coro de la
Escolanía de los Teatinos, los curas lo cuidaban como oro en paño, es decir,
que le hacían la puñeta no dejándole hacer nada de lo que le apetecía: bañarse,
jugar al fútbol o presenciar la segunda parte de los partidos que el Béjar
jugaba en su campo, se hacía tarde y podía resfriarse. Su voz era muy valiosa y
los domingos y fiestas de guardar le hacían cantar hasta en ocho misas.
Con notas de ensueño
finalizó Pedro en Béjar los tres primeros cursos del bachiller. Los restantes
debía de hacerlos en el colegio que los Padres Teatinos tenían en
Mallorca. Y allí marcha para proseguir
sus estudios en compañía de Paco “Tapaeras” y Rafael “Catalino”. Cuarto lo realiza con la brillantez
acostumbrada y sin la menor novedad.
Pero llega el momento de hacer quinto y la disyuntiva que se la presenta
a Pedro son de las que te quitan el sueño y hacen que tu vivir sea un constante
preocupar. Al finalizar el quinto de
bachiller había que hacer el noviciado y vestir permanente sotana, esto
equivalía a que dejabas de pertenecer a tus padres y pasaban a formar parte de
la orden religiosa. Su siguiente destino sería Navarra, donde los Teatinos
tenían otro centro y hacer el noviciado, para continuar compaginando los
estudios de Filosofía y Letras y sacerdocio.
Los curas querían pillar a Pedro y Pedro se quería escapar.
En el mes de junio de
1965, con la excelencia de los cursos anteriores finaliza quinto de bachiller y
su vida se convierte en un sin vivir. Sabía cómo se las gastaban los curas y
estaba convencido de que harían todo lo posible para no dejarlo marchar. Se
arma de valor y acude directamente al prefecto, le cuenta su planeada,
estudiada y ensayada situación. Le dice
que no duerme nada, come poco y está las veinticuatro horas del día dándole
vueltas a la cabeza, pues las dudas le asaltan en lo referente a su vocación.
El prefecto le remite al padre espiritual, Pedro hace la misma puesta en
escena, un poco mejorada por la representación anterior. La respuesta que recibe por parte del sacerdote es que eso son
tentaciones pasajeras, le recetó un poco de sosiego y que volviera a hablar con
él cuando pasaran algunos días. El mes
de julio estrena sus primeros días, se aproxima la fecha para que Pedro se
incorpore al colegio de Navarra, las
entrevistas con el padre espiritual se suceden, lo convence de que necesita
vacaciones para reflexionar su futuro y
el mismo día que debía partir para el norte de España lo hace para Periana.
EN PERIANA SIN UN DURO Y CON EL BACHILLER EN EL
AIRE
Pedro
llega al pueblo y se siente libre.
Recupera la cordura algo perdida en los últimos tiempos y se enfrenta
con la dura y cruda realidad: no dispone de los certificados de bachiller para
poder seguir estudiando ni sus padres pueden costearle el continuar haciéndolo.
Él, al igual que otros muchos perianenses hacían en la década de los años
sesenta del pasado siglo cuando tenían algún problema, acudió a la casa de los
hermanos Rey –don Pedro y don Santiago- los curas del pueblo. ¡Qué gran deuda
tiene Periana con ellos! Tras contarles
su situación le facilitó la dirección de los colegios y, al poco tiempo, los
religiosos de Béjar, tras el pago de mil pesetas por cada curso de bachiller
–todo un dineral para aquellos tiempos- le enviaron los certificados
correspondientes. Los de Mallorca se
vengaron de la pillería de Pedro -fue de los pocos alumnos que terminaron
quinto de Bachiller sin ingresar en la orden- y tardaron siete meses en
enviárselos, es decir, el tiempo necesario para que perdiese un año de
estudios. Por supuesto que también le
hicieron pagar las mil pesetas correspondientes por curso de bachillerato.
A TARIFA CON SUS HERMANOS
Béjar
y Mallorca forman parte del pasado. El próximo destino de Pedro es Tarifa. No, no fueron los vientos los que le llevaron
a la bella localidad gaditana. Les
cuento brevemente la historia. Antonio,
el mayor de los hermanos varones de Pedro, conocedor del incierto futuro que le
aguardaba en Periana, mientras hacía el servicio militar tanteaba a sus
compañeros de quinta para ver si en sus lugares de origen podría llevar una
vida mejor. Finalizada la mili, uno de ellos le propuso que se marchara con él
a la zona de Cádiz para trabajar en una cobranza. No se lo pensó dos veces y allí se plantó. El negocio marchaba bien y le sugirió a su jefe,
un señor de Vélez-Málaga, encargarse de la zona de Tarifa, éste dio el visto
bueno y así fue como los hermanos “Mendas” llegaron a la ciudad del viento.
Antes que Pedro lo habían hecho Paco y Manolo.
Pedro llega a Tarifa e inmediatamente se
pone a trabajar con sus hermanos, lo de ir casa por casa cobrando es para él,
cartero a los diez años en Periana, pan comido.
Se matrícula por libre en el Instituto de Algeciras y realiza sexto de
bachiller. A continuación, también por
libre lo hace en la Escuela de Magisterio de Cádiz y se hace maestro. Pero no
crean ustedes que aquí finalizan las ocupaciones de Pedro, exprime su tiempo al
máximo y le queda tiempo para entrenar cada día con la Unión Deportiva Tarifa
que militaba en la primera regional y hacerse con un puesto en el equipo.
PEDRO Y EL FÚTBOL
Hay personas que nacen con un don
especial y desde su más tierna infancia ponen de manifiesto las cualidades que
tienen para desarrollarlo. Son unos privilegiados a los que la sabia y
caprichosa naturaleza dota de unas capacidades singulares que les hace destacar
en dicha actividad, muy por encima del resto de los mortales. Pedro Núñez
Téllez, Pedrillo “Mendas”, pertenece al
grupo de los favorecidos y vino al mundo dotado con la magia del fútbol en su
ser y desde muy niño comenzó a apuntar maneras. Me cuentan, que apenas
levantaba un palmo del suelo y ya asombraba con los prodigios que sus pies eran
capaces de hacer con un objeto esférico.
El
primer campo de fútbol donde jugó fue su propia casa y su primer balón una
naranjilla verde a la que pateaba con mimo y precisión. La empedrada calle
donde vivía fue su segundo campo, allí el peloteo individual dio paso al
colectivo y sus imposibles regates y habilidad para llevar la pelota pegada al
pie causaban la admiración de los viandantes y la desesperación de sus
adversarios. Pedrillo crecía y los campos
donde poner de manifiesto sus cualidades futbolísticas lo hacían
también: calles, plazas, eras, llanos…y cuando los mayores no lo tenían ocupado
el campo de los campos: el llano de La Lomilleja.
Las
dotes futbolísticas de Pedrillo no pasan
desapercibidas y todos los aficionados del pueblo hablan de ellas. Para la chiquillería formar parte de su
equipo era tener casi garantizado el triunfo.
La Quinta con él a la cabeza se convierte en un equipo potentísimo. Juegan contra todos los barrios del pueblo y
de todos los partidos, tanto los jugados en campo propio como ajeno, salen
victoriosos. A veces, muchas veces, el equipo rival no aceptaba deportivamente
la derrota sufrida en campo propio y los vencedores tienen que salir por
piernas al ser despedidos por una lluvia de piedras. Los corridos toman nota y
al devolverle la visita sus adversarios les pagaran con la misma piedra.
La
rivalidad entre barrios era feroz, pero cuando se trataba de defender en nombre
de Periana, los mejores jugadores de cada uno se unían y formaban una autentica
selección para enfrentarse a los pueblos limítrofes. Estos partidos casi
siempre se jugaban en la época estival y una tropa de niños, integrada por los
jugadores y acompañantes, después de comer, provistos de cantimploras,
tirachinos y munición en los bolsillos emprendían la marcha hacia Las Ventas,
Riogordo, Cuevas Bajas, Zafarraya... Si el equipo local ganaba no sucedía nada,
pero si lo hacía el visitante la cosa solía terminar bastante mal: insultos,
empujones, puñetazos y para finalizar la función pedradas vienen, pedradas
van. Casi siempre, previniendo el
conflictivo final: los capitanes o encargados de los equipos, antes de comenzar
el partido acordaban la fecha para la devolución de la visita. Ni que decir
tiene que en todos estos encuentros Pedrillo “Mendas” jugaba de titular. Y
aunque corriendo no le ganaba nadie, cuando la cosa se ponía seria siempre fue
de los últimos en abandonar la batalla campal, era peleista y le gustaba
repartir al igual que sabía encajar.
Pedro
rompe tantas sandalias como todos sus hermanos juntos. Se levanta dando patadas a una pelota y se
acuesta con idéntica situación. Incluso
dormido sueña con glorias futbolísticas y el hermano con el que comparte cama
paga las consecuencias al se tomado por un balón. Su madre le regaña continuamente, pero
termina por aceptar la inevitable realidad: su hijo es fútbol y nada ni nadie
le puede cambiar. Desde muy niño, debido a sus ocupaciones escolares y
laborales siempre anduvo escaso de tiempo, pero él se administraba a la
perfección y todos los días, incluidos los domingos y fiestas de guardar, unos
cuantos partidillos de fútbol, con su correspondiente ración de goles, no le
podían faltar. Jugar al fútbol le era tan necesario como respirar. Por primera vez en mi escrito han salido
relucir los goles, se me había olvidado reflejarlo, pero la naturaleza fue tan
espléndida con Pedrillo que también lo dotó del arte goleador.
Llega
a Béjar y relacionada con su indomable afición recibe una triple satisfacción.
Primero, que entre tanto estudio y rezos había pequeños recreos para poder
patear un balón; segundo, que en el colegio hay televisión para poder ver los
partidos y tercero, que debido a las buenas relaciones que los curas mantienen
con los directivos del Béjar, equipo que militaba en la tercera división,
podría ver todos los partidos. Por cierto, Pedro, al igual que otros niños de
Periana, contribuyó a la construcción del campo de fútbol del colegio
acarreando algún carrillo de tierra. También colaboró en la edificación de la
piscina. Sus dotes futbolísticas no pasan desapercibido y los estudiantes
mayores, a veces, reclaman su presencia para jugar contra otros colegios. Por
primera vez en su vida se viste de futbolista.
Entre
los días más felices de su niñez, Pedro menciona aquel que visitó el Estadio
Santiago Bernabéu. Estudiaba en Béjar y acudió de excursión junto a sus
compañeros de curso a Madrid. Entre los lugares a visitar se encontraba el
campo del Real Madrid, su equipo favorito.
Alegría y emoción, a partes iguales, le embargaban al entrar a aquel
santuario del fútbol. Con los ojos más abiertos que platos contemplaba
extasiado las distintas instalaciones y soñaba despierto que algún día él,
Pedro Téllez Núñez, el hijo de Dolores “La Perea” y José “Mendas”, pisaría como jugador el cuidadísimo césped
que veía desde la gradas. Pedro se puso a hacer números, por aquel entonces
tenía trece años, y se dio cuenta de que suponiendo que sus sueños se hicieran
realidad, aún quedaba muy lejos aquel día, así que rápidamente cambió de
parecer. Sin que los curas que los
custodiaban se dieran cuenta y con el asentimiento de algún cómplice compañero
logro zafarse del grupo. Anduvo desorientado por un laberinto de solitarios
pasillos hasta que encontró un lugar por
donde acceder al césped y se topó con un jardinero. Pedro le pidió, por favor,
que le dejara tocar el césped del Bernabéu. El empleado del club se negó a ello
y le rogó que se incorporara a su grupo.
Nuestro paisano sacó a relucir sus dotes de persuasión, le dijo que era
el sueño de su vida y con alguna legrimilla en los ojos logró permiso para un
solo minuto. Pedro accede al césped, lo
besa, lo pisa, se revuelca y tendido con los ojos mirando hacia el cielo deja
volar su imaginación… no puede contener las lágrima y rompe a llorar. El cuidador al ver sus ojos manando lágrimas se acerca a él, le pregunta
si le pasa algo, Pedro se incorpora rápidamente y le dice que no, el hombre le
acaricia la cabeza y se echa a reír. Pedrillo le da las gracias efusivamente y
se incorpora a su grupo. Ha pasado mucho
tiempo, casi toda una vida, desde aquel feliz día, pero nunca lo ha podido
olvidar.
Tal
y como he reflejado con anterioridad solamente regresaba a Periana en verano, y
al no quedarle nunca ninguna asignatura pendiente la mayor parte de su tiempo
lo ocupaba el fútbol. Partidos en la La
Peña, La Lomilleja y en algún pueblo cercano. Periana contra los Estudiantes.
Los Estudiantes contra Periana. La
primera vez que integró el equipo de los Estudiantes se sintió raro, y muy reconfortado. Lo había conseguido: él,
Pedrillo “Mendas”, el hijo de un modesto cabrero, el menor de nueve hermanos,
había convertido su sueño en realidad.
Dejó de jugar en el equipo de los niños y pasó a forma parte del de los
mayores. Los partidos adquieren cierta
solemnidad y cuando Periana se enfrentaba a algún pueblo, chicos y grandes
animábamos al equipo con la canción oficial:
El equipo de Periana
es un equipo feroz.
Tiene cinco delanteros
que son artilleros
al pie del balón.
La media son dos leones.
La defensa la mejor.
Y tiene un porteracho
que por altibacho
no le cuelan un gol.
Alabin, alaban, alabin, bon, ban.
Periana, Periana y nadie más.
Referente
a los partidos que se diputaban en el llano de La Lomilleja me han contado,
-yo, que pertenezco a otra generación, jugué allí centenares de veces y jamás
viví algo similar- que a veces, sin saber por qué, la Guardia Civil se
presentaba y requerían la pelota que se llevaban al cuartel. Los niños inmediatamente iban corriendo a
contarle a don Justo, el cura, lo sucedido y éste, dejaba lo que estuviera
haciendo y poniéndose al frente de la procesión emprendían la marcha hacia la
Casa Cuartel de la Guardia Civil. Al llegar, el guardia de puerta se cuadraba, el párroco preguntaba por
la pelota, al instante la tenía en sus manos y se la entregaba a los
niños. Los muchachos se quedaban
asombrados del poder que tenía don Justo, más que la Guardia Civil que era la
que mandaba en el pueblo. Instantáneamente los aplausos y vítores al cura, en
muestra de agradecimiento, atronaban al unísono.
Con
diecisiete años Pedro llega a Tarifa. Esta allí para estudiar, ayudar a sus
hermanos y, por supuesto, jugar al fútbol. Jugar en el Tarifa, que militaba en
primera regional, estaba muy caro. Su plantilla la componían jugadores cedidos
por el Algeciras que militaba en la segunda división, de equipos de primera y
segunda que hacían allí el servicio militar y de la cantera. Pedro consigue que le hagan una prueba y algo
debieron de ver en él, al permitirle entrenar con el primer equipo. Por primera vez utiliza equipación completa,
incluidas botas de fútbol, regalo de su hermano Paco. A partir de entonces
siempre se las facilitó el club donde jugaba. En los entrenamientos lo da todo,
lucha, pelea y se esfuerza como el que más; su entrega y ansia por jugar no
pasa desapercibida y a mitad de temporada comienza a ser alineado en algunos
partidos. En la temporada 1966-67 su titularidad es indiscutible. Juega con el siete a la espalda y su juego es
un compendio de Gento (famoso extremo del Real Madrid y de la selección
española) y de Messi. Del primero tenía
su endiablada velocidad y del segundo su olfato goleador. No, no exagero nada,
yo he tenido la suerte de verlos jugar a los tres. Además, a las pruebas me
remito, su primer año de titular fue máximo goleador del equipo con 24
goles. De los actuales jugadores yo lo
compararía con Pedrito del Barcelona, pero su velocidad era superior a la del
futbolista canario.
Nuestro
paisano, Pedrillo “Mendas”, conocido futbolísticamente por Téllez, rápidamente
comienza a ser conocido, valorado y temido. Los porteros de los equipos rivales
se pasan todo el partido gritando: “al
siete, al siete, marca al siete”. Los defensas le temen más que a una vara
verde y sus tobillos aún conservan la huellas de las muchas “caricias” que
recibió. Pero Pedro es de goma y jamás
sufrió ninguna grave lesión, tan solo de niño, jugando en el llano de La
Lomilleja se le salió un hueso y Antonia Ríos, con sus prodigiosas manos, lo
devolvió a su lugar.
Pedro
en todos los campos donde jugaba iba dejando constancia de su clase y los
medios de comunicación de aquellos tiempos –aún el fútbol no tenía la
relevancia que tiene en la actualidad- comienzan a hacerse eco de él. Y como muestra copio textualmente lo
publicado por un diario gaditano.
(O-5) El Tarifa endosó al Cádiz una
goleada en “Carranza”
El
once tarifeño fue muy superior
En el Estadio “Ramón
de Carranza” se celebró el encuentro de Regional entre los equipos de Cádiz y
de la U. D. Tarifa, cuyo resultado fue de 5-0 a favor de los visitantes.
El encuentro empieza
con ligero dominio de los locales, pero pronto la U. D. Tarifa se hace dueña de
la situación, y a los 10 minutos hay un tiro fortísimo de Málaga, que sale
lamiendo el poste. Siguen dominando los
visitantes, y a los 20 minutos hay una colada peligrosa de Téllez que tira, se
le escapa al portero la pelota y Málaga, que seguía la jugada de cerca, clava
el balón en la red. A los 40 minutos, un
centro de Cruz lo recoge Téllez y bate por segunda vez al portero local. Con
este resultado termina la primera parte.
Comienza la segunda
parte con dominio absoluto de los visitantes, haciendo éstos fútbol de calidad, y a los 10 minutos es de nuevo
Téllez quien marca el tercer gol. A los 25
minutos, en una buena jugada de toda la delantera visitante, es de nuevo
Téllez quien pone el marcador en 4 – 0. Continua el Tarifa presionando el
portal de los locales y a los 35 minutos, Pepín hace una internada, tira a
puerta, da el balón en un poste y el rechace lo recoge Cabeza estableciendo el
5 – 0 definitivo.
Buen partido
realizado por los discípulos de López Púa, siendo superior al contrario. Todo
el conjunto estuvo a la misma altura, pero, por su facilidad goleadora,
destacaremos al joven Téllez. Por el bando local destacamos a Corona, Santana y
la dureza de López. El arbitraje del señor Jiménez, excelente.
Alineaciones:
TARIFA: Juanini;
Valencia, Sánchez, Narváez, Ojeda, Cabeza; Téllez, Currito, Málaga, Santa Cruz
y Pepín.
CADIZ: Rosado;
Davila, Barrera, López; Corona, Quiñónez; Sánchez, Macias, Rivera, Torres y
Rodríguez.
Tras la exhibición
realizada por nuestro paisano en el Ramón de Carranza, el Cádiz, que militaba
en la segunda división, le ficha.
En aquellos tiempos
no era como ahora, donde la papanatería
futbolística ha llegado al extremo de que detrás de cada niño que con
pulcritud da patadas a un balón hay varios ojeadores siguiendo sus progresos e
emitiendo informes. Pero Pedro nació con
estrella futbolística y Francisco
Sánchez Febrero, un directivo del Elche C. F., equipo que militaba en la
primera división, lo vio jugar y aconsejó su fichaje. Pedro, en unión su hermano Paco, marcha a la
capital ilicitana donde permanece un mes a prueba. Allí estuvo a las órdenes
del mítico Alfredo Di Stéfano –del que dice fue muy amable y atento con
él- y compartió entrenamiento con
jugadores como Aranquistain, Vavá, Asensi, Llompart, Iborra, Emilio, Curro,
Lico, Ciriaco… Siendo alineado en un partido amistoso que jugó el Elche contra
una selección valenciana. Pedro, que fue tratado a cuerpo de rey en tierras
alicantinas, no sabía si estaba soñando
o lo que le sucedía era una realidad. La
impresión que causó al equipo técnico fue fabulosa y le dijeron que ya se
pondrían en contacto con él para que se incorporara al inicio de la temporada.
Los días pasaban y la
tan esperada llamada del Elche no llegaba.
A finales de julio recibe un telegrama del Cádiz que militaba en la
segunda división, con el que había firmado un contrato previo, notificándole
que el día 4 de agosto a las 8 de la tarde se personase en la secretaria del
club, allí fueron presentados a la prensa y se les notificó que los
entrenamientos comenzarían el día 8 en el “Bazán” de San Fernando. El Estadio
Ramón de Carranza donde jugaba sus
partidos el Cádiz, se estaba preparando para la disputa del más prestigioso de
los torneos de veraniegos, el Carranza, donde acudían los mejores equipos del
mundo.
Pedro se establece en
Cádiz donde comparte piso con varios compañeros del equipo. Está ilusionado y
decepcionado al mismo tiempo. Va a jugar con el Cádiz en la segunda división
del fútbol español, pero su sueño era hacerlo con el Elche en primera. El 7 de agosto recibe una llamada urgente de
sus hermanos residentes en Tarifa donde la notifican que el Elche ha enviado
dos telegramas para que se presentara en las oficinas del club para firmar su
fichaje. Pedro se vuelve loco y no sabe
como actuar. Argumenta que su padre se encuentra enfermo y consigue que le den
unos cuantos días de permiso para reflexionar. Marcha a Tarifa e intercambia
opiniones con sus hermanos, consultan a expertos en cuestiones futbolísticas,
pero en lugar de aclararle la situación se la complican cada vez más. Lo
evidente era que había sido presentado con el Cádiz, su fotografía salido en la
prensa y publicada alguna entrevista como nuevo jugador del equipo gaditano. Le
hablan de un precedente similar ocurrido a un jugador del Murcia que fichó por
el Atlético de Madrid y fue sancionado duramente por la Federación Española de
Fútbol. Con todo el dolor de su alma y
su corazón rechaza la oferta del Elche y con ello la posibilidad de jugar en
primera división.
Desilusionado,
resignado y un poco amargado se incorpora a los entrenamientos: pruebas
físicas, técnicas, tácticas, partidillos de entrenamiento… La liga esta a punto
de comenzar. El número 7 es suyo. Pedro se recupera anímicamente y, con razón,
piensa que jugar en el Cádiz puede ser un escaparate magnifico. Confía
plenamente en sus posibilidades y está seguro que la temporada siguiente jugará
en primera división. Pero vuelve a
sufrir una nueva decepción, le detectan una pleuresía traumática. En la actualidad
su curación es fácil y rápida, pero en aquellos tiempos era algo diferente,
requería muchos antibióticos, bastante descanso y buena alimentación. Se marcha a Tarifa para recuperarse con su
familia. La temporada 1967-68, la que estaba llamada a ser la de su
consagración, se transforma en una gigantesca decepción, la pasa sin tocar
balón, pide la baja al Cádiz y se la dan.
La enfermedad queda
superada. Pedro recupera las ilusiones
por volver a jugar al fútbol, él mejor que nadie sabe de sus posibilidades. Acaba de cumplir veinte años y tiene por
delante un futuro más que prometedor.
Durante todo el verano del año 1968 se machaca físicamente, pierde los
kilos que le sobraban, y recupera la forma física, la velocidad y, sobre todo,
las ilusiones. Se ofrece al Tarifa, su
anterior club, y encantados le abren las puertas para jugar con ellos. Pedro vuelve a ser el extremo veloz y goleador de antes. La temporada que realiza es fantástica y de
nuevo el Elche se interesa por él. Le notifican que los únicos requisitos para
firmarle era que no tuviera compromiso con ningún club ni problemas con el
servicio militar. Pedro cometió el
segundo error de su vida deportiva. Se precipitó,
al igual que la vez anterior, y comunicó al Elche que debía realizar el
servicio militar en el año 1970, circunstancia que no era del todo cierta: era
estudiante de Magisterio y podía pedir prorrogas, además en aquel tiempo
existía una Ley (conocida como elegidor de cuervos) según la cual habiendo
servido más de tres hermanos, en su caso fueron cinco, podía elegir regimiento
y lugar de España donde realizarla.
Queda claro que el problema de la mili no existía. Pero la posibilidad
de jugar en primera división, una vez más, se esfumó.
VIDA DESPUÈS DEL FÚTBOL
Estamos en el verano
del año 1971. Pedro ha concluido el
servicio militar realizado en artillería de costa, terminado la carrera de
Magisterio y le ofrecen la posibilidad de ejercer en Tarifa. Tiene ofertas de varios equipos y en el Elche
se siguen acordando de él. Ha cumplido
los 23 años y se plantea seriamente su futuro.
El fútbol ha sido su vida, su pasión y su ilusión. La posibilidad de ser alguien en el mundo del
fútbol ha llamado dos veces a su puerta y a estar escrito en su destino, las ha dejado escapar. El dicho
popular dice “a la tercera va la vencida”, pero Pedro, que desde muy niño
demostró una sensatez fuera de lo común, conoce los interiores del mundo de
fútbol, detrás del deslumbrante oropel se esconde la oscura y dura realidad,
nada es tan bonito como lo pintan y él lo sabe de primera mano, conoce a
futbolistas que jugaron en equipos muy grandes, llegaron a ser internacionales
y luego lo pasaron muy mal. Desde niño tuvo dos ilusiones: jugar al fútbol y
estudiar. Es el único de los hermanos
que ha podido realizar una carrera.
Recuerda los sacrificios que la buena de su madre tuvo que hacer para
que él pudiera estudiar; la ayuda de sus hermanos para completar la media beca
recibida; lo orgullosa que su familia se sentía de él cuando regresaba los veranos
a Periana y traía todas las asignaturas aprobadas con notas de ensueño. Pero
Pedro tampoco olvida que siempre anheló construirles a sus padres la mejor casa
que jamás hubiera existido en Periana. Sus padres se lo merecían todo y él
pensaba compensarle el enorme sacrificio realizado para sacar a los nueve
hermanos adelante. En aquellos tiempos los futbolistas no ganaban las
barbaridades de hoy, pero si eras bueno, y Pedro era muy bueno, un buen
pellizco podías ganar. La papeleta que
Pedro tiene ante sí es difícil de solventar: aventura o estabilidad. Él sabe
mejor que nadie que le sobran facultades para jugar y triunfar en un club de
primera división, pero no puede obviar que la diosa fortuna, que tan benévola
se mostró con él al dotarle de todas las cualidades requeridas para ser un
futbolista de leyenda, por dos veces le ha jugado una mala pasada. No quiere
consejos de nadie, es su futuro lo que está en juego y es él quién debe tomar
la decisión crucial. Corazón y razón entablan una dura lucha. Los días pasan y
hay que decidirse ya. Pedro Téllez
Núñez, Pedrillo “Mendas”, con lágrimas en los ojos elige la docencia, será
maestro –lo fue durante 37 años-, pero todos los días de su vida seguirá
formulándose la misma pregunta: ¿hubiera triunfado yo?
Descartada la idea de
ser profesional del fútbol, Pedro se vuelca en su profesión. En el año 1975
aprueba las oposiciones de maestro y le dan a elegir destino en Cataluña,
Canarias o el País Vasco, se decide por Cataluña donde tenía familia. Durante
seis años ejerce de maestro-director en un pueblecito de la Costa Brava llamado
el Port de la Selva. Tiene posibilidades de jugar en el Figueras, pero las
rechaza. Participa en el concurso de traslados y le asignan la localidad pedida
en segunda lugar, Algeciras, allí permaneció dos meses hasta que en comisión de
servicios le adjudican Tarifa, donde permanecerá el resto de su vida laboral y
en el mismo centro docente, el Colegio Guzmán “El Bueno”, del que fue director
durante 12 años.
En el año 1977
contrajo matrimonio en la iglesia de San Mateo de Tarifa con Ángeles Silva
Jiménez, empresaria hostelera, natural de Bolonia, una pedanía de Tarifa,
siendo padres de tres hijos: Pedro, farmacéutico, Ángel y Estefanía,
odontólogos. En la actualidad es un inquieto jubilado que regenta junto a su
mujer un complejo de apartamentos en Bolonia, anhela que sus hijos le hagan
abuelo, sigue amando el fútbol y siempre que sus ocupaciones se lo permiten se
da una vuelta por Periana. El fútbol era
su vida, pero un buen día descubrió que más allá del fútbol había vida y se
podía ser feliz.
P.D.: Al día de hoy, que yo
sepa, ningún perianense ha tenido la dicha de jugar en la primera división del
fútbol español. Pero hubo un paisano nuestro, Pedro Téllez Núñez, Pedrito
“Mendas”, conocido futbolísticamente por Téllez, que estuvo a punto de lograrlo
y el destino se lo impidió.
1)
El origen de los apodos que todos, o casi
todos, tenemos en Periana, desde siempre, me ha interesado. En ALMAZARA se ha publicado algún trabajo sobre el referido tema. Al saber de donde viene el de “Mendas” os lo voy
a contar. Varias personas estaban
tratando sobre la venta de algunos animales, el tira y afloja se prolongaba más
de la cuenta y nadie vislumbraba el final. De pronto, José Téllez López, el
padre de Pedro, dijo una cantidad y a todas las partes le pareció bien. Uno de los presentes –posiblemente gitano-
gritó: ¡Viva tu menda! ¡Has dado en el clavo! A partir de aquel momento, el
apodo “Mendas” pasó a acompañar a José y
a todos sus descendientes.
2)
En el Boletín Oficial del Estado del
miércoles 4 de enero de 1939 apareció una Orden de la Subsecretaría del
Ejército destinando a don Ernesto Iglesias Suárez, Alférez provisional de
Infantería, como subinstructor de la Academia Militar de Ávila. ¿Pensáis lo mismo
qué yo?
3)
Y hablando de apodos. Ahí va el origen de
otro. En el llano de La Lomilleja se jugó un partido de fútbol, el portero de
uno de los equipos era José García Téllez, según me contaron testigos
presenciales del encuentro su actuación fue colosal. Hizo paradas memorables y
de todos los colores. En aquellos tiempos el Atlético de Madrid tenía un gran
portero conocido como Aguirre. Uno de los espectadores que no sabía decir el
nombre del guardameta rojiblanco comenzó a decir que Pepe era mejor que “Guirre”,
de ahí viene el apodo que el hijo de Diego “El Moruno” y Dolores “Pacojunco”
lleva desde entonces.
JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA