Pregón de San Isidro Labrador 2024 de Periana a cargo de Dña. Mariola Mantas Guerrero. 10 de mayo de 2024, Plaza de la Fuente a las 20:30 horas.
Excelentísimo Señor Alcalde, autoridades, Mayordomos y Mayordomas de San Isidro 2024, Hermandad de San Isidro, Párroco de la iglesia de San Isidro Labrador, vecinos y vecinas de Periana, familiares, amigos, amigas y personas que me acompañáis hoy, muy buenas noches.
Dicen que es de bien nacida ser agradecida y, por tanto, no puedo empezar estas palabras sin dar las gracias a todas y a todos los que estáis aquí por dedicar un ratito de vuestro tiempo a escuchar las andanzas de una servidora que siempre soñó con este momento pero que nunca se hizo a la idea de que llegaría.
Por supuesto, quiero agradecer de corazón a los Mayordomos y Mayordomas que el 31 de enero de este año se acordaran de mí y me hicieran una proposición -muy decente-que no tardé en aceptar, con más de una lagrimilla de emoción de por medio y que es el motivo principal por el que hoy estoy aquí junto a San Isidro en este lugar, la fuente, esta fuente que tanto ha significado para el pueblo en general y para mí en particular.
Yo sé que él y su esposa, Santa María de la Cabeza, me protegen y me ayudan, nunca me sueltan de su mano, pero a la vez son ellos los que me dan alas para seguir adelante.
Permítanme ahora que me dirija a este grupo de trabajadores y trabajadoras incansables de forma individual porque la mayoría de estos mayordomos y mayordomas forman parte del hilo conductor de mi vida en Periana.
Gracias, Loli Moreno, junto a tus hermanas María José y Adeli, compartimos juegos, confidencias y un gran cariño en nuestro querido barrio del Carrascal.
Gracias, Eli Ortigosa, David Molina e Irene Muñoz, por aceptarme como vuestra monitora y por todas las veladas y experiencias compartidas en los campamentos de Trayamar y del Alcázar.
Gracias, Elena Pascual y Cristina Rodríguez, porque habéis formado parte de mi familia del IES Alta Axarquía.
Gracias, Antonio Escobar, por colaborar desinteresadamente con nuestro pueblo y aportar tu granito de arena para poner en marcha estas fiestas.
Gracias, Inma Sánchez y Mari Carmen Gaspar, por confiar en mí la educación de vuestro hijo e hijas y por hacerme sentir parte importante de su formación.
Gracias, Sandra Jiménez, por acogerme con tanta dulzura cuando me estaba adaptando a vivir en Periana y por nunca dejarme sola.
Gracias, Ángel Rodríguez, por confiar en mí para diseñar juntos proyectos para nuestro pueblo.
Gracias, Rocío Molina, por derrochar alegría y cuidar a nuestros niños, jóvenes y mayores.
Gracias, sobre todo, por responder solícita a todas mis peticiones.
Gracias, Mari Carmen Acuña y María José Gallardo, por atender tan bien a nuestros abuelos y abuelas y estar siempre tan pendientes de mi madre, dándome sabios consejos cuando os he necesitado.
Y, por último, gracias, Enrique Avilés, por velar por mí y por todos tus primos y primas Cucharas cuando veníamos en verano. Qué orgullosas deben de estar la Carmela y la Dolores al vernos desde ahí arriba, aquí, junto a su Patrón, siendo nosotros dos protagonistas de esta mágica noche.
Mi más cordial agradecimiento también a la Hermandad de San Isidro y a todas y todos los que han colaborado con esfuerzo y tesón para lograr que las fiestas de San Isidro 2024 sean una realidad y podamos disfrutar de un amplio abanico de actos que nos harán más amenos y entrañables estos días.
Y ya sin más preámbulos procedo a comenzar mi relato.
Son las 4 de la tarde de un 15 de mayo de finales de los años 70. Talán, talán, tolón, tolón, las campanas de la iglesia de San Isidro, en Periana, un pueblecito de la Alta Axarquía malagueña, se desgañitan para anunciar que su patrón, San Isidro Labrador, ya está preparado para recorrer las calles de su pueblo al son de la banda de música, mientras vecinos y vecinas acompañan su paso alumbrándolo y depositando en su trono el trigo de sus cosechas, que son el pago de sus promesas y el agradecimiento por su protección.
Son las 3 de la tarde –una hora menos- del mismo día en un 4º piso de la calle León y Castillo de Las Palmas de Gran Canaria. Una familia está apurando su almuerzo con el pensamiento puesto a unos 1500 kilómetros de distancia, en los acontecimientos que están acaeciendo en su querida Periana.
Esa era mi familia. Formada por Juan Mantas, mi padre, granaino de nacimiento, canario de acogida y perianeño de corazón, y por mi madre, Dolores Guerrero, hija de Frasco la Juana y María la Cuchara, una mujer, que como muchos de sus vecinos y vecinas tuvo que emigrar a Barcelona con su familia a labrarse un futuro mejor y que por avatares de la vida acabó teniendo que separarse, durante más de 40 años, de sus seres queridos para darnos a nosotros, sus retoños, todo lo mejor.
De ese matrimonio nacieron dos hijos: Paco, conocido en estas tierras como el canario, que siempre ha llevado por bandera al pueblo de su madre, pueblo al que ha querido y quiere con locura y que con el paso del tiempo e intuyendo que su vejez se acerca, cada vez tiene más claro cuál es su prioridad de vida y de hábitat.
Y la otra parte de esta familia soy yo, Mariola, que ya desde pequeña sentí un amor inconmensurable por este lugar que hasta hace unos años no aparecía en los atlas de geografía pero que desde el primer día a mi hermano y a mí nos robó el corazón.
Esa escena familiar que acabo de evocar se repetía año tras año en mi humilde hogar. Mi madre nos relataba anécdotas, vivencias y recuerdos de las fiestas patronales de su niñez con ese magnetismo que desprende la nostalgia de los momentos felices y lo hacía con tal detalle y precisión que lograba transportarnos a aquella época, hacer nuestros sus recuerdos y, en definitiva, propició que nos fuésemos enamorando de un lugar aún sin conocerlo. Ella recordaba que los días previos los vecinos y vecinas encalaban las fachadas y adornaban sus portadas para que el santo en su recorrido se encontrara con un pueblo engalanado y con aires festivos. Siempre nos contaba que solo eran cuatro los mayordomos encargados de organizarlo todo. A su memoria venía el sonido de una banda de músicos de Casabermeja ataviados con trajes de gala mientras mi abuelo echaba con mucho esfuerzo unas cuartillas de trigo al paso de su patrón. Mi abuelo Frasco, un hombre luchador y justo donde los haya, que siempre se esforzó por llevar un bocado de comida a los suyos y, siguiendo el modelo de San Isidro, se desvelaba por sacar adelante sus cosechas. Sin dejar de lado sus creencias, acudía religiosamente de madrugada a la iglesia para dar gracias por lo poco que tenía pero que tanto apreciaba.
En esta cita anual con el recuerdo de aquellas fiestas de su infancia, cada año iban surgiendo nuevos matices, nuevos retales de situaciones vividas pero lo que no variaba era la determinante conclusión de mi madre: “El año que viene, si Dios quiere nos vamos los cuatro a Periana a pasar San Isidro” y con esa inocencia infantil nos dormíamos, con la firmeza de las palabras de mi madre y con el deseo de que ese día llegaría. Pero la promesa tardaría en cumplirse: las circunstancias económicas y laborales lo impedían año tras año.
Son las 17:00 de la tarde de finales del mes de junio de los mismos años 70, en el patio del colegio Femenino de Prácticas de Magisterio de Las Palmas de Gran Canaria. Tilín tilín tilín tilín, la campanita tocada por la Señorita Olga indica que finaliza la jornada escolar pero hoy tiene un sonido más especial y alegre porque anuncia el inicio de las vacaciones estivales.
Todas las niñas corremos hacia la puerta de salida donde nos esperan para recogernos y llevarnos a casa. Yo salgo con especial ilusión porque hoy vamos a ir a comprar los billetes de avión para podernos ir de vacaciones a nuestra querida Periana, y eso es motivo de celebración y algarabía.
Con qué tiento ahorraba mi madre peseta a peseta el dinerillo sobrante del sueldo de mi padre para poder viajar en verano. Recuerdo como si fuera ayer su ritual, guardando los billetes en un sobre que depositaba dentro de una cajita dorada, tapada por un pañito blanco al que le bordaba unos piquitos en las esquinas y custodiada por estampitas de la Madre Petra, de San José de la Montaña y por supuesto de nuestro San Isidro de Periana. Qué me gustaba asistir a ese momento mágico donde mi madre, ante la atenta mirada de nosotros tres, procedía a contar el dinero que como siempre y aunque venía un poco justo, era suficiente para todos los gastos previstos. Mi madre, como todas las madres del mundo, era una gran economista.
Y comenzaban los días de preparativos: idas y venidas a las tiendas de los comerciantes indios de la zona del puerto para comprar aparatos electrónicos, más baratos al ser la isla puerto franco, pijamas de China, mantones de Manila y un sinfín de detalles para obsequiar a familiares y amigos.
Son las 7 de la mañana de un sábado de principios del mes de julio, pipipipipipipipi, el despertador de la mesita de noche de mi padre nos anuncia que nos tenemos que levantar porque ha llegado el gran día. Nervios, impaciencia e ilusión son los sentimientos que nos inundanmante la inminencia del maravilloso momento que nos espera: viajar hasta Periana.
Tres horas más tarde, din don, “se ruega a los señores pasajeros del vuelo destino a Málaga que se aproximen a la puerta de embarque”. A partir de ese momento ya nada es lo mismo. Hay que despedirse rápido de mi padre porque él hasta el 1 de agosto no puede unirse a nuestras vacaciones. Carreras para pasar el control de seguridad cargando maletas repletas de presentes pero también de ilusiones y de proyectos vacacionales.
Dos horas y media después aterrizamos y vuelven los nervios, las prisas para salir, comprobar que no nos falte nada del equipaje ni esté dañado, y de repente, al final de la salida del aeropuerto, escondido entre la vorágine de cientos de pasajeros y automóviles, sobresalía la figura de nuestro taxista, primero Antonio Guerrero y luego Pepe el Cobrador, que nos llevaría a nuestro paraíso soñado.
Antes de emprender el viaje había que pasar por la estación de trenes para recoger a mi tía Tona, hermana casi gemela, y fiel confidente de mi madre, y a sus hijos que venían desde Barcelona. ¡Ah se me olvidaba también, que no nos podíamos dejar atrás a su simpático perro Lupi!
Una vez acomodados como buenamente podíamos, bastante estrechos todo sea dicho, emprendíamos nuestro viaje hacia el dorado por la carretera vieja de Málaga, bordeando toda la costa. Al bajar la ventanilla para evitar asfixiarnos, se entremezclaba el olor a gasoil con el humo de los espetos y el aroma de los helados que saboreaban los turistas que cruzaban por los pasos de peatones mientras nosotros esperábamos bajo un calor infernal, pero como decía Víctor Jara en su canción “Te recuerdo Amanda”, no importaba nada porque íbamos a encontrarnos con él, con nuestro ansiado pueblo, con nuestra familia y con el suculento puchero con pringá que nos preparaba nuestra yaya María, mujer simpática y pizpireta que no dudaba en enfrentarse al más pintado por defender a sus nietos y nietas de cualquier contratiempo y que era capaz de quitarse el último coscurro de su boca por el mero hecho de vernos felices.
Y a partir de ese momento, vía libre a nuestra imaginación, a juegos en las calles con un sinfín de niños y niñas del barrio, entre ellos, nuestro entrañable Pepe “el largo” como lo llamamos cariñosamente, y a idas y venidas a mis deseadas Casas Nuevas a visitar a mis innumerables amigos y amigas, ceremonia que siempre acababa en casa de mi querida Carmen “la Colás” y de mi prima política Paloma.
Como suele decir nuestro alcalde Rafa Torrubia con tantísima admiración, el verano empezaba cuando los Cucharas llegaban a Periana.
Sería imposible condensar en pocos minutos y en breves páginas todas las emociones contenidas y situaciones vividas. Como recogía Rocío Jurado en una de sus famosas canciones:” que no daría yo por empezar de nuevo”. Me encantaría volver al pasado para acompañar a mi madre y a mis tías a ponerle velas a su bendito patrón y contemplar en sus miradas la devoción y afecto que sentían por él, o ir al cementerio a rendir pleitesía a los que ya no estaban con nosotros. No sé lo que daría por ver a mi padre enfundado en su sombrero de paja y con un tallo de albahaca en su bolsillo, regalado por Concha “la Muñequera”, recorrer las calles, bares y comercios contando sus chistes y repartiendo alegría a su paso. Qué feliz estaría si pudiera gritar a los cuatro vientos que su hija iba a ser la pregonera de estas fiestas.
Para los jóvenes de la familia, el pueblo era nuestra válvula de escape, la única forma de vernos diariamente sin preocupaciones, de poder compartir nuestras inquietudes e incluso el gusto a la hora de vestir. Con nuestras camisetas Meyba y nuestras zapatillas Victoria, hasta incluso llegamos a crear tendencia de moda.
Para los mayores, era un lugar de reencuentro, donde las cinco hermanas Dolores, Antonia, Teresa, Juani y Reme, se veían durante unos días, no siempre todos los años, y compartían recuerdos, llantos, risas, devociones, visitas a sus primas Cucharas de la Cruz y meriendas con las tortas de la Anita del Horno, esas que tanto gustaban a las benjaminas de la familia y con una chupetailla a la botella de aguardiente del alambique.
Dos meses daban para mucho y yo, que siempre he sido un alma inquieta, empecé a implicarme en las actividades deportivas y celebraciones de verano, especialmente en la organización de campamentos en los que durante una semana y en plena naturaleza, realizábamos todo tipo de actividades lúdicas, compartiendo sobre todo risas y momentos entrañables. De esa etapa guardo recuerdos indescriptibles y amistades muy valiosas.
Fue Rafael García, tesorero del Ayuntamiento, quien me dio la posibilidad de colaborar en una feria de agosto amenizando las veladas matutinas con música que grababa la noche antes en un radiocasette junto a mi amigo y compañero de mil batallas José, al que mis tías llamaban cariñosamente el primillo, ya que su padre Antonio Cenizo tenía cierto parentesco familiar con mi abuela. A partir de ese día no he dejado ni un solo verano de formar parte de la organización de la feria del melocotón y de la de agosto, apoyada en todo momento por las corporaciones municipales sin importarme su ideología. Agradezco la confianza que siempre han depositado en mí.
También me gustaba ir a casa de mi vecina Mari de Yescas y su marido Pepe. Mientras degustábamos algunos productos típicos, sus hijos Loli y Sergio me relataban una y otra vez todos los pormenores acaecidos en las fiestas de San Isidro de ese año y si me quedaba con alguna duda mi amiga Puri Parra me daba más detalles, a veces por teléfono y otras de forma presencial, y así me iba yo haciendo a la idea de lo que me estaba perdiendo. Con el paso del tiempo mi querido José me llamaba desde la cabina de al lado de su casa y descolgando el auricular con una paciencia infinita, me permitía escuchar la banda, los cohetes, las campanas y la algarabía en general de este día tan señalado y eso para mí era un chute de adrenalina que me permitía coger fuerzas para aguantar los dos meses que aún me quedaban para volver a mi preciada tierra.
Y con tanto evento de día, unido a salidas nocturnas a las discotecas Caipe, Níkara y posteriormente a las Pirámides, no es de extrañar que casi sin darnos cuenta se nos iba pasando el tiempo y tocaba ir preparando la vuelta a casa. Ese era el peor momento del verano.
La noche antes de la marcha, mi casa se convertía en un largo peregrinar de vecinos, especialmente los Yescas, la María Lángara y la Rafaela la Juana y de familiares, como nuestros primos Molletes y la Carmela la Filomena. Todos ellos venían a traernos detalles gastronómicos y algunos objetos significativos del pueblo. Me viene a la memoria, un colgador de llaves con la imagen de San Isidro que custodiaba la puerta de entrada de mi casa de Las Palmas. Cuando nos sentábamos a ver la tele por las noches, lo contemplábamos con nostalgia, pero a la vez con mucha estima porque nos recordaba que no estábamos solos, que teníamos un trocito de nuestra querida Periana y de su admirado patrón con nosotros, y ese era el botín tan preciado al que nos aferrábamos para continuar el día a día.
Y como todo llega a su fin, el 31 de agosto tocaba despedirse enfundados en un fuerte abrazo acompañado de muchas lágrimas, sobre todo de los más mayores que no sabían si se iban a poder volver a ver el próximo año.
El inicio de nuestro periplo de retorno empezaba con un largo deambular por el aeropuerto cargados de cajas y maletas, con un exceso de kilos en el equipaje que mi madre resolvía avispadamente para no pagarlos.
La recompensa a la bondad de algunos transeúntes y de las azafatas que tan amablemente hacían la vista gorda cuando pesaban los bultos, se traducía en un puñado de melocotones o en una botellita de nuestro preciado oro líquido, dependiendo del favor que nos hubieran hecho.
Y vuelta a la rutina, a las clases, al trabajo, a la soledad de los cuatro que convivíamos en un piso de apenas 50 metros cuadrados, y como no, al ahorro y a la añoranza de los tiempos vividos. Lo único que nos daba algo de aliento era el aroma, impregnado por toda la casa, de esos duraznos que mi padre había recogido la mañana antes de nuestra partida con José, el mozo de Nacle, y con su mujer Antonia o el olor al caldo recién hecho por mi madre con un trozo del pollo que con tantísimo cariño nos regalaban la Cecilia “del Comedor” y Pepe Aliaga.
Y así fue pasando el tiempo, y esos niños crecieron, los adultos envejecieron y los más mayores nos fueron dejando. Y yo empecé a constatar que la promesa de mi madre se iba a hacer realidad, aunque hubiera que esperar. Cuando yo le pedía que me concretara cuándo exactamente nos íbamos a ir a vivir a Periana, siempre me recitaba uno de sus chascarrillos: “el tiempo le dijo al tiempo y el tiempo le contestó, que con el tiempo tendría, tiempo, lugar y ocasión” y yo ya entendía que eso significaba que no sabía cuándo pero intuía que podía ser pronto y como siempre, mi madre no me defraudó y acertó.
Como decía el poeta Antonio Machado en su poema Cantares:
“todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar”
Y así fue como en el año 2005 dejé mi querida isla, en la que como es normal tuve que despedirme de grandes amigos y amigas, especialmente de mis compañeros del colegio de árbitros de baloncesto; Pablo, Marco, Pedro y Roberto y de mi querida amiga y compañera de profesión Elena, para emprender rumbo a mi oasis soñado.
Y por fin, el momento más esperado de mi vida se materializó cuando tuve mi primer encuentro visual con él mientras vertía un saco de trigo sobre su trono desde el balcón de la casa de la familia Camacho González. En la oscuridad de la noche, los ojos de San Isidro se clavaron en los míos y desde ese momento comprendí que no me había equivocado al elegirlo como mi ejemplo a seguir, ni a este singular municipio como mi morada definitiva.
Gracias a ese instante entré en simbiosis con este santo campesino, que me presentó a su desconocida esposa Sta María de la Cabeza y me dio a conocer su extensa y milagrosa vida de penurias, pero a su vez de gozo por sus encuentros con Dios y con su palabra.
Esa fue también la razón principal que me llevó a recibir la imposición de la medalla como hermana de la Hermandad de San Isidro y posteriormente, a ser miembro de su Junta Directiva con el fin de ser parte activa de todos y cada uno de los actos que se celebran en torno a la figura de estas dos buenas personas.
Eso me ha permitido poder vivir más de cerca la procesión de San Isidro, sintiendo el fervor popular pero sin olvidar el compromiso religioso. He podido acompañarlo mientras el pueblo lo vitorea, lo alumbra y le regala una lluvia de granos de trigo que no cesa durante su largo recorrido a hombros de los portadores y portadoras hasta encerrarse de madrugada en la Iglesia ante la atenta mirada de sus apenados feligreses, a los que solo consuela la idea de que dentro de un año podrán volverlo a ver salir.
Pero cuando realmente comprendo la veneración que la gente de Periana siente por San Isidro, es cuando Gloria Sánchez, hija de Juan lechera y madre de mi querida amiga Inma Toledo, me relata año tras año como se le ponen los vellos de punta cuando ve el vídeo de la salida procesional que todos los 15 de mayo le envío puntualmente a las cuatro y diez de la tarde. Es ahí cuando se demuestra cuánto se puede querer a alguien sin tenerlo a su lado.
Bien, sigo compartiendo con vosotros mis primeros pasos por esta tierra. Al año siguiente de instalarme definitivamente aquí, en 2006, en la Iglesia de Periana y bajo la atenta mirada de un San Isidro milagroso, en una ceremonia oficiada por el párroco Antonio Sosa, amigo y gran devoto de nuestro Patrón, me uní en matrimonio a José, después de muchos años de amistad y amor mutuo. Por él no me importó dejar atrás todo lo que tenía. Él cuidó y cuida de mí y de mi familia como suya propia, además de acompañarme y apoyarme en todos mis proyectos y locuras. Gracias, José, porque contigo todo es más fácil, más bonito, mejor.
Fruto de esta unión gané una nueva familia porque Lourdes, Jorge y Domingo, junto con Juani y Belén, mis cuñados, entraron a formar parte de mi vida. Ellos han logrado que mi estancia aquí sea cada día más reconfortante porque siempre están a mi lado, dándome grandes dosis de afecto y transmitiéndome su amor por San Isidro. A este plantel se unieron mis sobrinas y sobrinos: Toñi, mi ahijada Estela, Jorge y Jairo, y posteriormente sus parejas Paco y José, a los que adoro. Sé que es un amor correspondido porque nunca me dejan sola y me hacen partícipe de todos sus acontecimientos importantes.
Dicen que “para tener éxito hay que creer en algo con tanta pasión que se convierta en una realidad.” Y así fue como cumplí mi sueño de ser docente en el IES Alta Axarquía, aquel instituto que yo veía todos los veranos cuando iba a darme un chapuzón en la piscina y del que siempre había anhelado formar parte.
Aquí, he constituido mi hogar, rodeada de alumnado, profesorado y personal no docente que valora mi trabajo y me anima a seguir en la enseñanza. En estos años he conocido a gente increíble, alumnos muy especiales como Melisa y Álvaro y he forjado amistades que perduran a lo largo del tiempo. Muchos de esos amigos y amigas, así como alumnos y alumnas a los que he visto marchar para emprender nuevos proyectos, están hoy apoyándome, no tengo palabras para agradecer que estén a mi lado en estos momentos tan importantes. He aprendido muchísimo de todos y todas y valoro los grandes consejos que he recibido, especialmente, de mi buen amigo Javi Caro. Con el paso del tiempo he podido comprobar cómo hay muchos docentes que sienten un gran cariño por Periana y por su gente, sacrificando su vida familiar por trabajar en un lugar que en la mayoría de los casos no los vio nacer pero sí los vio crecer como personas y como profesionales; Javier, Marisa, Inma y Samuel, mis compañeros y compañeras del equipo directivo saben a qué me refiero. Muchas gracias a los cuatro por enseñarme tantas cosas y por ser nuestros embajadores fuera y dentro del municipio.
Incluso las nuevas generaciones, mi grupo de los Mariolos y mis chicas del crucero, se han dejado atrapar por nuestras costumbres y tradiciones y algunos ya tienen encargados sus sacos de trigo para ofrecérselos al patrón como agradecimiento a oposiciones aprobadas, a promesas cumplidas o a enfermedades sanadas.
Dentro de mi proyecto de vida no puedo dejar de nombrar a mis niñas y niños del grupo Nacidos para colaborar que, de forma voluntaria, y con una amplia sonrisa me siguen en mis andanzas, en algunas ocasiones algo descabelladas. Gracias, gracias y mil veces gracias porque cada día nos dais una lección de humildad, de fidelidad y de trabajo desinteresado. Desde aquí pido un compromiso por parte de todos y todas para que siempre los protejamos y animemos porque ellos y ellas son nuestras futuras portadoras de trono, nuestros próximos miembros de la Junta Directiva de la Hermandad, o nuestros siguientes mayordomos y mayordomas.
No querría acabar estas líneas sin dar las gracias de todo corazón al pueblo de Periana por la gran acogida que siempre nos ha dado a mí y a mi familia, por el aprecio que he sentido por parte de su gente y por la ayuda que he recibido cuando la he necesitado. Me gustaría nombrar a Antoñita Moreno y a mi prima Irene Mostazo que siempre han estado muy pendientes de mí para que no me faltara nada en estos días previos.
Me gustaría también agradecer a mis vecinos y vecinas de mi querido barrio del Carrascal todo lo que han hecho por nosotros. Juntos hemos formado una gran familia que se apoya tanto en los buenos como en los malos momentos.
Son aproximadamente las 21:30 horas de la noche del viernes 10 de mayo de 2024, mi sueño ya cumplido va llegando a su fin pero antes de acabar mi pregón quiero volver a retomar a mi familia, recordar a los que ya no están físicamente pero que estoy segura que están junto a San Isidro y Santa María de la Cabeza escuchando todas estas vivencias y orgullosísimos de vernos tan felices.
Pero también me gustaría mencionar a los que están aquí presentes.
Empezaré por mis tías Tere y Reme que son las únicas supervivientes de esa saga. Ellas siguen cuidándonos a todos con esmero, añorando más que nadie a sus queridas hermanas y manteniendo vivo el amor y devoción por su pueblo y por su San Isidro querido. Gracias por seguir siempre acompañándonos en nuestro camino.
Continuaré con mi querido hermano Paco, al que no sé como agradecer sus desvelos para que no me falte de nada, que desde la distancia se sigue emocionando con mis relatos sobre nuestro patrón, y al que nunca le pesa acudir cuando lo necesito junto a su luchadora y dulce compañera Ana.
Y acabaré con mis primos Chico y Fran que me miman y dan su apoyo. Ellos, embriagados por los recuerdos del pueblo que los acogió como veraneantes y ahora como vecinos, se suman como uno más a sus tradiciones y costumbres. Desde aquí os pido a vosotros y a nuestros primos de Barcelona, representados hoy por Inma, Mónica, Mari y Cristi que me ayudéis a continuar con el legado de nuestras madres y abuelos, manteniéndonos siempre unidos en torno al pueblo de nuestros antepasados y a su veneradísimo patrón.
Ahora, que toca despedirse, me doy cuenta que es diferente el sonido que hoy me une a ti, San Isidro. Esta vez se oye el susurro de los presentes, hace un rato escuchamos los acordes de nuestra banda municipal y próximamente se oirá el estallido de los fuegos artificiales anunciando el comienzo de las fiestas. Todos ellos son recuerdos distintos a los que te evocaban en mi niñez pero no por ellos menos importantes porque constituyen la idiosincrasia de un pueblo que te aclama y te implora con gran fervor, no desoigas su voz, glorioso San Isidro, y sé siempre su protector.
Muchas gracias
VIVA SAN ISIDRO
VIVA SANTA MARÍA DE LA CABEZA
VIVAN LOS MAYORDOMOS Y MAYORDOMAS
Y VIVAN TODOS Y TODAS LAS PRESENTES
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