El exjefe superior del Cuerpo Nacional de Policía en Andalucía Oriental, para muchos, una institución en la policía, se jubiló el mismo día que cumplía los 65 años.
JOSE CANO 22/03/2015 www.diariosur.es
Se levantó a las siete y media de la mañana y repitió la que ha sido
su rutina durante los últimos tres años. Tras ponerse el uniforme, se
dirigió, puntual, a su despacho. Echó un vistazo a los periódicos para
comprobar que no había «algún sapo emponzoñado», como dicen en el
gremio. Firmó unos cuantos documentos y más tarde, sobre las diez,
compartió mesa en el bar de comisaría con los que han sido sus más
estrechos colaboradores en esta etapa. Tomó café con leche y sacarina,
nada de comer. Fue su desayuno más triste.
A la una y media, el secretario general le entregó los impresos de la
jubilación. Él le devolvió la placa y el carné que le han acompañado
durante casi 45 años. Terminó de recoger su mesa y de vaciar los cajones
–«no sabía que en tres años podía acumular tantos papeles», bromea– y
cerró, por última vez, la puerta a una vida llena de acción y
adrenalina, de compañeros que el día a día convierte en familia.
El
comisario principal Francisco Arrebola Larrubia, ‘Curro’ para los
amigos y, para muchos, una institución en la policía, se jubiló el miércoles,
el mismo día que cumplía los 65 años. Almorzó con su mujer, Angelines,
en su restaurante granadino de cabecera, Los Santanderinos. «La policía
ha sido mi vida», afirma el ya exjefe superior en Andalucía Oriental.
«Ahora tengo que aprender a pensar en otra cosa».
–¿Cómo fue el momento de quitarse el uniforme por última vez?
–Pues ha sido una sensación rara. Es un Cuerpo que te somete a
presiones, vives en el ojo del huracán. No sé cómo afrontarlo, la
verdad. Si las cosas estuviesen saliendo mal, igual tendría ganas hasta
de irme, pero ahora estamos viviendo un periodo tranquilo como una balsa
de aceite, después de dos años de gran conflictividad social. Me voy
sin dejar grandes problemas en la jefatura.
–Las últimas estadísticas la sitúan como la mejor del país...
–De las mejores. No es mérito mío, sino de los policías de estas
cuatro provincias (Málaga, Granada, Almería y Jaén). Su trabajo ha
permitido rebajar los índices de delincuencia de forma progresiva desde
hace siete años. La crisis económica ha generado mucha conflictividad
social en la calle y han sido años muy duros en este sentido. Pero la
paz interna dentro del Cuerpo, las buenas relaciones con las
instituciones, y el cuadro de mandos ayudan mucho a conseguirlo. Nuestro
objetivo ha sido la excelencia en la calidad del servicio. Si lo hemos
conseguido y hemos funcionado bien ha sido gracias al equipo.
–Se sabe los nombres (también vida y milagros) de cada funcionario.
–A la gente tienes que llamarla por su nombre. Todos somos compañeros
y nadie debe sentirse ajeno ni ir por su cuenta. La comunicación tiene
que ser directa y que cada policía sepa qué se espera de él. En las
instituciones, la distorsión del mensaje suele ser muy perjudicial.
–¿Cuál ha sido el momento más duro que ha vivido en esta etapa?
–Ha habido varios, como la muerte del abogado Salvador Andrés Reina,
asesinado en marzo 2012, al que además conocía, o la del compañero
Francisco Jiménez Díaz (que murió apuñalado por un indigente en
Carretera de Cádiz en mayo del año pasado). Son situaciones que tienes
que superar, aunque las llevaré arrastrando toda la vida. Lo único que
te queda es apoyar a las familias.
–¿Ha sentido la muerte de cerca en alguna ocasión?
–Una vez sentí ese escalofrío en una barriada conflictiva de Córdoba.
Fuimos cuatro compañeros a Los Vikingos en busca de un delincuente
joven y violento. Íbamos a entrar en su casa para detenerlo cuando, al
abrir la puerta, oí el gatillo en la nuca. Conozco perfectamente el
sonido de una pistola al percutir. Si no se le encasquilla, estaría
muerto. En ese momento, te sube la adrenalina y te lanzas como un felino
a por él. Cuando te vas a casa y ves a tu mujer y a tus hijas dormidas,
se te viene todo a la cabeza y piensas que podrías estar en el otro
barrio, dentro de una cajita de pino. Mis compañeros dicen que soy el
policía con más suerte del mundo.
–¿Y eso? ¿Ha tenido más episodios tan afortunados como ése?
–Le voy a contar otra anécdota. Perseguíamos a un delincuente que
disparó a una periodista de Málaga tras confundirla con otra persona. Lo
localizamos pero no encontrábamos el arma. Me subí al tejado de su casa
para ver si la había arrojado allí y la cubierta se hundió, y yo con
ella. Fui a caer en un falso techo de la vivienda, justo donde estaba el
arma, y otras tantas más.
–También se jugó el tipo al detener a la banda del Fiat. ¿Cómo recuerda aquel servicio?
–En Málaga había un grupo de atracadores que siempre usaba en sus
golpes un turismo de la marca Fiat. Un día, tomaron a dos rehenes y se
atrincheraron en el interior de una tienda de repuestos. Querían montar
el espectáculo del siglo: exigieron la presencia de un juez y de la
prensa, y facilidades para salir del país. Tomamos todo el contorno y
viendo que pasaba el tiempo sin solucionar nada, cogí un rifle y me colé
dentro de la tienda. Era ellos o yo. Finalmente, decidieron deponer las
armas y entregarse. Los que más miedo pasaron fueron los dos rehenes.
–¿En qué ha cambiado el policía de antes respecto al de hoy día?
–Actualmente, está mucho más especializado y es muy eficaz en su
terreno, mientras que en aquella época hacíamos de todo. El problema
surge al cambiar de parcela, porque para muchos puede resultar
traumático. En el fondo, el policía es el mismo y sabe que su profesión
es de riesgo.
–¿Qué consejo le daría a un agente recién llegado de la academia?
–Un policía no es un funcionario al uso. Si estás en un operativo no
puedes abandonarlo porque se cumpla tu jornada. Aquí no hay horas y es
necesario tener mucha voluntad de querer hacer bien tu trabajo. Tiene
mucho de vocacional y de riesgo. Mi primer consejo es que pruebe y, si
no le gusta, que abandone a tiempo.
–¿Y qué empujó a aquel joven de 21 años a entrar en la policía?
–Yo no tenía ningún referente de mi familia en el Cuerpo. Mi vocación
surgió tras conocer a un policía de Torremolinos que era amigo de mi
hermano. No permitía que nadie le pagara una cerveza y, si lo hacía, él
invitaba a la siguiente ronda. En resumen, un hombre bueno y trabajador.
Yo quería estudiar, pero también independizarme, así que, tras estudiar
el bachillerato y la reválida, me preparé las oposiciones y aprobé.
Después hice Derecho, pero ya dentro del Cuerpo.
–Y ahora, tras la jubilación, ¿cree que acertó con aquella decisión?
–La policía me ha dado muchos dolores de cabeza, pero compensa. Tiene
algo de quijotesco, de luchar por el desvalido. Es una droga, te
engancha. Y cuando resuelves un caso o lo evitas, tiene un plus de
satisfacción que yo no veo en otras profesiones. A veces cargas con la
situación y el drama de las víctimas, pero al final te paras y piensas:
«Yo no lo he hecho».
–¿Qué laguna debe cubrir esta sociedad en materia de seguridad?
–Tenemos una sociedad muy garantista. Los sumarios no se ganan por
falta de pruebas, sino por defectos de forma. Todo eso está muy bien.
Pero, ¿qué pasa con las víctimas? Nos falta dar una vuelta de tuerca,
atender más y mejor a las víctimas. Protegerlas. En materia de violencia
de género se ha conseguido, pero no ocurre lo mismo con la persona que
sufre un atraco o un robo. Las víctimas son las grandes olvidadas del
sistema garantista.
–¿Le ha sorprendido investigar tantos casos de corrupción en los últimos años en Andalucía?
–La corrupción es congénita al ser humano, pero cuando uno tiene un
puesto público debe ser pulcro y transparente. No creo que en Andalucía
haya más casos que en Madrid, Galicia, País Vasco, Cataluña o cualquier
otro punto. No me lo creo. Lo importante es que ahora tenemos medios
para investigarla, igual que el blanqueo, lo que nos está permitiendo
tener mejor resultados que nunca. Pero a mi edad ya no me sorprende
nada.
–¿Cómo ve la amenaza yihadista? ¿Está la policía preparada para combatirla o es el terrorismo más imprevisible?
–Tenemos mucha información y muy bien controlados los puntos más
sensibles. Actualmente no hay ningún peligro concreto, pero eso no
significa que no pueda haberlo en cualquier momento. Cualquier forma de
terrorismo es difícil de combatir e investigar. El de ETA tenía una base
social que lo alimentaba y, una vez roto ese sustento, la banda comenzó
a contar los días de su derrota. La suerte del terrorismo yihadista es
que carece de esa base social en España.
–¿Cuál ha sido su principal reto dentro de la policía?
–Organizar todo el dispositivo de seguridad de la Expo 92 en Sevilla.
Fue muy duro. Había una amenaza terrorista planeando sobre aquel
evento, pero teníamos muy buena información y no sólo se trabajó en
Sevilla, sino en todo el país. Ese año bajó mucho la delincuencia y todo
salió muy bien. Teníamos mucha gente trabajando, un buen servicio de
información y una responsabilidad muy grande para que no ocurriera nada.
Por allí pasaron 42 millones de personas.
–Viviría alguna situación delicada...
–Hubo que vencer riesgos muy fuertes. Todos los días recibíamos
varios avisos de bomba. Pero nunca hizo falta desalojar el recinto.
Teníamos muy bien estudiado su modus operandi y podíamos predecir si se
trataba de un amenaza falsa o una realidad. El terrorismo estuvo muy
controlado. Lo peor fue el espionaje entre algunos países allí
representados. Intervinimos material de última generación para escuchas
telefónicas, armas blancas y hasta de fuego. Nuestra imagen y
credibilidad salió muy reforzada.
–Tuvo que ser una experiencia agotadora, con avisos de bomba diarios...
–En dos años sólo disfruté de un día de permiso. Mis superiores me
prometieron una temporada más relajada dando conferencias sobre
seguridad. Eso me lo dijeron el 6 de diciembre y el día 18 estaba camino
de la Comisaría Provincial de Cádiz para hacerme cargo de ella (ríe).
–¿Qué análisis hace de la evolución de la delincuencia en la provincia?
–En Málaga hemos conseguido controlar la delincuencia, y hemos batido
récords en la lucha contra el crimen organizado. Los resultados de las
investigaciones contra el blanqueo han sido muy buenos, y esa es la
clave para alejar de la Costa del Sol a estos grupos. A estas
organizaciones les hacen daño dos cosas: que los metas en prisión y que
les quites el dinero.
–Siempre ha insistido en la importancia de combatir los hurtos. ¿Le ha funcionado la receta?
–La labor de nuestros policías de la Udyco ha sido fantástica, pero
el trabajo contra la delincuencia callejera, aunque pueda parecer menos
estimulante, es igual o más importante. Hemos tenido que innovar mucho
para combatir los hurtos de forma más eficaz. La fórmula es levantarte
cada mañana y preguntarte: ¿qué quiere mi cliente? Al ciudadano no le
preocupan tanto los grandes alijos como que le roben la bici o el móvil a
su hijo.
–Usted es más de Sabina que de Perales, pero ¿a qué dedicará el tiempo libre?
–Toca abrir una nueva etapa en la vida. De momento, me retiro al
campo –a su Periana natal– para disfrutar de tiempo libre y
tranquilidad. No quiero ser un abuelo Cebolleta con los amigos y la
familia. Me tengo jurado que no voy a hablar de esto. Tus batallitas ya
no interesan a nadie. Tengo que cerrar la puerta del pasado, olvidarme
de lo anterior y empezar de cero. Si alguna vez erré, pido perdón a los
de dentro y a los de fuera.
Curro a disfrutar la jubilación
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