Málaga hoy 10/03/2010.
NO. No estamos ante una maldición bíblica, ni en el capítulo dos del diluvio universal. La pertinaz lluvia que se ha instalado al completo en nuestro invierno es solo la muestra que necesitábamos para acabar de comprender que a la naturaleza no hay quien la domine, y que cuando se le antoja, puede remover el suelo que pisamos y recordarnos que estamos de prestado habitando un planeta con su dinámica propia, a la que como cualquier invitado, debemos adaptarnos.
Vamos por mal camino si nos empeñamos en seguir engañados en la convicción de que no hay ingeniero que no pueda hacer frente a los denominados "caprichos de la naturaleza", reparamos desperfectos y acabamos cerrando el episodio, hasta el próximo susto. Aquel mensaje del positivismo según el cual el hombre era capaz de dominar la naturaleza, nos sigue haciendo mucho daño. No podemos modificar el terreno sobre el que construimos autopistas o carreteras. Es el que tenemos. Y si nuestras pistas tienen que discurrir sobre zonas que pueden deslizarse, debemos contar con esa posibilidad, y si es posible, prevenirla.
La arcilla está presente en muchas zonas de la provincia donde cuando hay inviernos lluviosos las tierras se acaban deslizando, sobre todo si están en pendiente. "Los olivos andan" decían los ancianos antaño en Periana, asumiendo con resignación que esto es lo que hay que esperar después de lluvias torrenciales y prolongadas. De los ciudadanos de 2010 se espera al menos que sean capaces de interesarse por el terreno que pisan.
Al parecer los alumnos de geografía no paran de preguntar. Ya es algo. Mira por donde, los profes tienen la oportunidad de explicar lo que ocurre cuando las zonas pobladas discurren sobre terrenos como los denominados Flysch, un término alemán que hace referencia a la sedimentación clásica del fondo marino, y que quiere decir -según Wikipedia- terreno que fluye, se desliza o que resbala. Este año, los observadores no se fijarán solo en las maravillas paisajísticas que originan las suaves colinas del Flysch de Colmenar que se prolonga de Vélez a Álora, o del Flysch de Guadalhorce-Teba que pone en contacto la Sierra de las Nieves con el Valle del Guadiaro, y que recorre tierras de Casarabonela, Alozaina, Coín, y sigue hacia el norte por Ardales, Cañete y Teba. Un Flysch que se prolonga desde el bajo Guadiaro y el oeste de Estepona. Y para qué olvidarse de las arcillas expansivas que se extienden desde Teatinos hacia Cártama o Pizarra, o algunas zonas inestables de la denominada "cobertera maláguide" que se sitúa desde el Candado hasta el arroyo Totalán en Rincón de la Victoria.
Habría que preguntarse cuántos ciudadanos antes de comprar su casa se han informado si es firme el terreno sobre el que se ha construido, o bien, la construcción ha necesitado de estudios de ingeniería previos para afianzarla. Si tenemos en cuenta que durante décadas se ha dado un fenómeno de autoconstrucción en zonas rurales, podemos concluir que finalmente es un milagro que no tengamos que contabilizar más.
NO. No estamos ante una maldición bíblica, ni en el capítulo dos del diluvio universal. La pertinaz lluvia que se ha instalado al completo en nuestro invierno es solo la muestra que necesitábamos para acabar de comprender que a la naturaleza no hay quien la domine, y que cuando se le antoja, puede remover el suelo que pisamos y recordarnos que estamos de prestado habitando un planeta con su dinámica propia, a la que como cualquier invitado, debemos adaptarnos.
Vamos por mal camino si nos empeñamos en seguir engañados en la convicción de que no hay ingeniero que no pueda hacer frente a los denominados "caprichos de la naturaleza", reparamos desperfectos y acabamos cerrando el episodio, hasta el próximo susto. Aquel mensaje del positivismo según el cual el hombre era capaz de dominar la naturaleza, nos sigue haciendo mucho daño. No podemos modificar el terreno sobre el que construimos autopistas o carreteras. Es el que tenemos. Y si nuestras pistas tienen que discurrir sobre zonas que pueden deslizarse, debemos contar con esa posibilidad, y si es posible, prevenirla.
La arcilla está presente en muchas zonas de la provincia donde cuando hay inviernos lluviosos las tierras se acaban deslizando, sobre todo si están en pendiente. "Los olivos andan" decían los ancianos antaño en Periana, asumiendo con resignación que esto es lo que hay que esperar después de lluvias torrenciales y prolongadas. De los ciudadanos de 2010 se espera al menos que sean capaces de interesarse por el terreno que pisan.
Al parecer los alumnos de geografía no paran de preguntar. Ya es algo. Mira por donde, los profes tienen la oportunidad de explicar lo que ocurre cuando las zonas pobladas discurren sobre terrenos como los denominados Flysch, un término alemán que hace referencia a la sedimentación clásica del fondo marino, y que quiere decir -según Wikipedia- terreno que fluye, se desliza o que resbala. Este año, los observadores no se fijarán solo en las maravillas paisajísticas que originan las suaves colinas del Flysch de Colmenar que se prolonga de Vélez a Álora, o del Flysch de Guadalhorce-Teba que pone en contacto la Sierra de las Nieves con el Valle del Guadiaro, y que recorre tierras de Casarabonela, Alozaina, Coín, y sigue hacia el norte por Ardales, Cañete y Teba. Un Flysch que se prolonga desde el bajo Guadiaro y el oeste de Estepona. Y para qué olvidarse de las arcillas expansivas que se extienden desde Teatinos hacia Cártama o Pizarra, o algunas zonas inestables de la denominada "cobertera maláguide" que se sitúa desde el Candado hasta el arroyo Totalán en Rincón de la Victoria.
Habría que preguntarse cuántos ciudadanos antes de comprar su casa se han informado si es firme el terreno sobre el que se ha construido, o bien, la construcción ha necesitado de estudios de ingeniería previos para afianzarla. Si tenemos en cuenta que durante décadas se ha dado un fenómeno de autoconstrucción en zonas rurales, podemos concluir que finalmente es un milagro que no tengamos que contabilizar más.
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