RAFAEL ÁLVAREZ
DE CIENFUEGOS LÓPEZ: Periana en el
corazón.
La melancolía es el gesto supremo
del
espíritu.
Aristóteles.
En el mes de enero del año 1940 un
joven y recién casado matrimonio, formado por Gloria Rivera Fernández y Rafael
Álvarez de Cienfuegos López, arribó a Periana. El municipal, Antonio Larrubia
Mostazo “Cartabones”, siguiendo las instrucciones del alcalde, Paco Molina, les
esperaba en la estación del ferrocarril y los acompañó a la que sería su
residencia provisional durante algún tiempo, la “Posá de Arranquina”, situada
en la calle Camino de Vélez.
El cabeza de familia del referido matrimonio, don Rafael Álvarez de Cienfuegos López, nació en una casa, donde se amaba la música,
situada en la Plaza Nueva
de Granada, en el seno de una conocida familia liberal perteneciente a la alta
burguesía local, el 29 de septiembre de 1913. Su padre, médico de balneario y catedrático de
Microbiología en la Facultad
de Medicina de Granada, fue militante de la CEDA (Confederación Española de Derechas
Autónomas) y durante la
II República ocupó algunos meses el cargo
de presidente de la
Diputación de la ciudad de la Alhambra. Su
madre, hija de un general que participó en la Guerra de Cuba, era una mujer muy culta que había estudiado
pintura y piano. Don Rafael era el cuarto de seis hermanos, cinco de ellos
varones, todos los cuales realizaron estudios universitarios, la mujer no.
D. Rafael Álvarfez de Cienfuegos.
Álvarez de Cienfuegos finalizó sus estudios de Medicina, en la Universidad de Granada, el 29 de junio de 1939 y el 24 de octubre, del mismo año, contrae matrimonio. Al poco tiempo su mujer queda embarazada y don Rafael, el futuro médico de Periana, se dedica a buscar trabajo con ahínco; pero las perspectivas laborales, en aquellos tiempos de posguerra, no eran muy alentadoras. Las posibilidades de poder ejercer en su ciudad natal, a pesar de lo muy relacionadas que estaban sus familias, quedan pronto descartadas. El embarazo de Gloria crece por días y el recién casado esta dispuesto a aprovechar lo que salga, una tarde se encuentra con un compañero de Facultad y éste le informa de que en un pueblo de Málaga, llamado Periana, necesitan un médico. La referida plaza había salido a concurso oposición, pero parece ser que no llegó a cubrirse. El novel médico granadino, que jamás había oído hablar de nuestro pueblo, acude a un mapa para ubicarlo y no consigue localizarlo. Prosigue sus indagaciones y descubre donde se encuentra situado. Se pone en contacto con el Ayuntamiento y su secretario, Antonio Mata Carrera, conocido como “Mata” y hermano de mi abuela materna, Margarita Mata, a la que no llegué a conocer, le informa de las condiciones. El puesto era para un médico de 2ª categoría, con un sueldo anual de 3.500 pesetas más 150 por asistencia a la Guardia Civil y familiares. También le pone al día de que el censo de la población de Periana era el siguiente:
Presentes
(P): 2637 varones y 2702 mujeres.
Ausentes
(A): 195 varones y 34 mujeres.
Transeúntes
(T): 1 varón y 2 mujeres.
Población de
derecho (P+A): Varones 2832 + 2736
mujeres = 5568
Población de
hecho (P+T): Varones 2638 + 2704
mujeres= 5342
Periana necesitaba un médico y a don Rafael le urgía
trabajar, así que rápidamente llegaron a
un acuerdo y a los pocos días se traslada
a nuestro pueblo en compañía de su mujer. Enseguida comienza a pasar consulta
en la que por aquel entonces era conocida como calle general Aranda (hoy calle
Alameda y espero que algún día, no muy lejano, Miguel Blanca Gómez) y allí
mismo, limítrofe con la consulta, encuentra una casa en alquiler donde se
traslada a vivir el joven matrimonio.
El secretario del Ayuntamiento, Antonio Mata, que vivía en la misma calle, fue el encargado de realizar el trato.
Con posterioridad se trasladaron a las que Gloria llama “Casas protegidas”, que
en Periana siempre han sido conocidas
como las “Casas nuevas” de La
Lomilleja. Su
vivienda, donde permanecieron muy poco tiempo, estaba situada en la hoy denominada
calle Cádiz.
Las hijas de don Rafael me muestran el libro de
familia de sus padres, comienzo a
hojearlo y veo las fotografías de sus progenitores. Rápidamente me viene a la mente lo dicho por mi madre y
tengo ocasión de verificar que no exageró lo más mínimo, todo era cierto. Gloria,
la esposa de don Rafael, era una mujer bellísima. También observó la foto de su
padre, un joven de 26 años de ojos vivos e inteligentes con los que mira
confiado al futuro y que, según me cuenta sus hijas, a los pocos días de llegar
a Periana se dejó bigote para aparentar más edad.
Don Rafael, rápidamente conecta con la realidad de un
pueblo dividido, gris y triste, al que la Guerra Civil había golpeado
duramente. Un pueblo donde las cartillas de racionamiento, las colas, la
pobreza y el estraperlo forman parte del vivir cotidiano, y el negro es el
color predominante en el vestuario de los vencedores y vencidos. Sin mucha dificultad se hace una idea clara y
precisa del lugar donde va a trabajar y cada día que pasa se siente más
integrado en él. No sucederá lo mismo con Gloria, su esposa, que inicialmente
tiene menos contacto con las gentes del lugar. Pero ello no es óbice para que
se difunda, rápidamente, por todo el
pueblo, la noticia de lo caritativa que es la mujer del nuevo médico: ningún
pobre -y en aquellos tiempos eran muchos los que recorrían las calles de
Periana en busca de algo que llevarse a la boca o a su hogar-, que tocaba a su puerta se iba con las manos
vacías. Gloria era una mujer creyente y dotada
de una gran fe, pero nunca fue beata.
Las fuerzas vivas les hacen la protocolaria visita de
cortesía y el joven médico traba amistad
con Bartolomé Clavero, Pepe Núñez, Juan Nacle, Paco Molina, Antonio Mata,
Juanico “Campanillón”, don Ramiro Gil (el cura), algún guardia civil…; pero su gran
amigo, durante los casi once años que permaneció en Periana, fue Fabio
Valladares Fernández “El Herrero”, al que según me cuenta Gloria, su padre
llamó siempre “El Maestro Fabio”. Todas las noches, hiciese frío o calor,
lloviese o tronase, y siempre que las obligaciones del sanitario dejaban tiempo
para ello se veían, en casa de uno o del otro, y permanecían hablando hasta
altas horas de la madrugada. El más sencillo de sus conocidos se convirtió en
el mejor de sus amigos. Pongo la mente a
cavilar y me cuesta trabajo imaginar de que hablarían don Rafael y Fabio, dos
personas tan dispares, noche tras noche, todos los días del año, durante más de
dos lustros. ¡Cuánto me hubiese gustado asistir como espectador invisible a
alguna de aquellas conversaciones interminables! Por más que lo intentó no
consigo adivinar cuales serían los temas de sus pláticas, pero tengo la plena
seguridad de que tanto uno como otro, hijos de dos mundos distintos, tenían
mucho que contarse y enseñarse.
Dña. Gloria Rivera, esposa de D. Rafael.
Don Rafael permanece de servicio las veinticuatro
horas del día, y muchas noches se ve obligado a abandonar el lecho conyugal
requerido por algún habitante del pueblo o de las aldeas aledañas que
solicitaban sus servicios, para que acudiese a visitar a algún familiar o
vecino que se encontraba enfermo. Una prueba de lo dicho con anterioridad la
tenemos cuando estando su mujer dando a luz a Fernando, único de sus vástagos
que nació en Periana, lo llamaron para atender a un enfermo: rápidamente cogió
el maletín, dejó a su esposa en compañía de doña Margarita y emprendió la
marcha para visitarlo. La obligación pudo más que la devoción y se perdió el
nacimiento de su hijo. Al principio, el que tocasen a medianoche a su puerta le
inquietaba y sobresaltaba, pero muy pronto se acostumbra a ello y lo considera
un apéndice de su trabajo. Dentro del
núcleo urbano del pueblo las distancias eran cortas y las hacia caminado, pero
cuando necesitaba desplazarse al campo, el trayecto lo efectuaba montado en un
equino –caballo, yegua, burro, mulo, – que el demandante de sus servicios le
proporcionaba. Según me cuenta sus hijas, con anterioridad jamás se había
subido a una caballería, pero las necesidad hizo que se convirtiera en un
experto jinete. Incluso llegó a tener montura propia, regalo de un paciente
agradecido, que se convertiría en
compañera indispensable para todos sus desplazamientos. El ver al médico de Periana subido en su
yegua castaña se convirtió en algo habitual. En ocasiones, montada a la grupa,
le acompañaba su esposa. Una tarde, según me relata un testigo del hecho y me
confirman sus hijas, la mujer del médico, cuando estaba embarazada de su hijo
Fernando, se cayó del equino y se llevaron un gran susto. Tengo entendido que
su lugar de custodia era una cuadra que había en la casa anexa al local donde
pasaba consulta, y que de su cuidado se encargaba Antonio “Aliaga”.
Gracias a la generosa colaboración de los
descendientes de don Rafael he tenido acceso a libro de la Iguala Médica, – suerte de
“seguro” de la época, que los particulares acostumbraban a suscribir-, y que de
su puño y letra –por cierto, preciosa y muy fácil de leer- elaboró durante el tiempo que permaneció en
Periana. Este documento, historia de nuestro pueblo, si tuviéramos un Museo
Antropológico o de Tradiciones Populares, como tienen muchos pueblos de nuestra
provincia, debería figurar en el mismo. ¡Lástima haber dejado escapar los años
de abundancia cuando era posible conseguido! Yo, por una parte, soy optimista y
no pierdo la esperanza de que algún día lo tengamos; pero, por otro lado, soy
pesimista y me temo que si llegase a ser una realidad, no haya cosas que
exponer en él. Casi todos los objetos que debían formar parte del mismo han sido malvendidos o tirados a la
basura.
D. Rafael en la yegua que sería su compañera inseparable en los desplazamientos para visitar a sus pacientes del campo de Periana.
El libro de las Igualas consta de cuarenta y ocho
páginas, donde en 36 apartados se encuentran incluidas todas las calles o
barrios del pueblo, así como las cortijadas que forman parte del mismo. Encabeza cada apartado el nombre de la calle,
barrio o cortijada que comprende, debajo se encuentra la hoja divida en cinco
partes, en la primera de ellas figura el nombre y apellidos del tomador de la
iguala –mayoritariamente son hombres, pero también figuran algunas mujeres- ;
le sigue el apodo por el que son conocidos en el pueblo; en el tercero figura
la palabra pagado, donde se van formando cuadrados y cada uno de sus lados
representa un periodo de tiempo abonado; el siguiente sirve para anotar la
cantidad mensual, trimestral o anual que cada abonado pagaba; y en el último,
titulado observaciones, anota la fecha de alta, baja, o que, por los motivos
que sea, no le cobra iguala. Las cuotas
que pagaban los igualados por mes, dependiendo de los miembros que componían la
familia igualada u otras circunstancias podían ser de 1, 1´5, 2, 2´5, 3, 4, 5,
7 o
12 pesetas; por trimestre eran de 4´50, 5, 7´50, 9 y 20; por año 10, 15, 18, 20, 24, 25, 28, 30, 32,
36, 40, 50, 60 ó 75. Una gran parte de
ellos, y como era muy habitual dada la época vivida, pagaban “en especie”. El recaudador
de las igualas era Antonio Frías Gallego “Chamarizo”, un cobrador ocurrente,
perseverante y muy eficaz. Al marcharse don Rafael de Periana, lo fichó don
Ángel Pérez Sánchez, el otro médico del pueblo.
A continuación expongo un listado, con la misma denominación
y orden que la realizada por don Rafael, reflejando los igualados que tenía en
cada una de las 36 partes que había dividido el pueblo.
NOMBRE
|
Nº IGUALADOS
|
C/ Queipo de Llano
|
22
|
C/ General Mola
|
13
|
C/ General Aranda
|
13
|
C/ La Cruz
|
20
|
C/ Vuelta
|
6
|
C/ Málaga
|
17
|
C/ Alta
|
18
|
C/ Horno
|
15
|
C/ Quinta
|
30
|
C/ Olivar
|
19
|
C/ Las Monjas
|
28
|
C/ Calvario
|
10
|
C/ Culebra
|
4
|
C/ Jesús
|
9
|
C/ General Moscardó
|
10
|
C/ Ancha
|
16
|
C/ General Varela
|
11
|
C/ La Lomilleja
|
25
|
C/ Carrscal
|
25
|
Cortijo Marchamona
|
8
|
Cortijada de Guaro
|
36
|
Cortijada la Laguna
|
9
|
Cortijada Baños de
Vilo
|
34
|
Cortijada de la Negra
|
20
|
Cortijada de Vilo
|
39
|
Cortijada de
Mondrón
|
43
|
Cortijada de la Viña
|
6
|
Cortijada de los
Marines
|
16
|
Cortijada de Regalón
|
26
|
Cortijada de Becerril
|
10
|
Cortijada de Moya
|
33
|
Las Rosas
|
22
|
Cortijada de la Muela
|
24
|
La Muela, Cortijo
Blanco, El Álamo,
Aguadero, Cañuelo, Carrión
|
30
|
Río Seco
|
47
|
Catalán
|
12
|
TOTAL………………
|
726
|
De los 726 igualados que tenía, 311 residían en el
núcleo urbano del pueblo y 415 en las cortijadas. Estas cifras nos dan idea de
la importancia que, en aquellos tiempos, tenía la población diseminada por el
campo. De los igualados del pueblo 295 pagaban su cuota mensualmente, 11 cada
trimestre y 5 anual. Por su parte, los de las cortijadas lo hacían así: 192
mensualmente, 16 de manera trimestral y 207 anualmente. Los hombres que
figuraban como contratantes de la
Iguala en el pueblo eran 283 y 28 las mujeres; en las
cortijadas se distribuía de la siguiente manera: 385 hombres y 30 mujeres.
Don Rafael, al poco tiempo de estar en Periana se
convirtió en un perianense más. Fue Mayordomo de San Isidro, estuvo vinculado
como socio a alguna fábrica de aceite, incluso adoptó la matanza anual como una
tradición familiar. Sin embargo, había
ciertas costumbres muy arraigadas entre
los hombres del pueblo que nunca asimiló, jamás fue hombre de bares y rechazó
todas las proposiciones que le hicieron “para jugarse los cuartos”... Los tres
pilares de su existencia lo constituían su familia, sus pacientes y sus asiduas
conversaciones con Fabio.
El matrimonio Álvarez de Cienfuegos Rivera con sus hijos, Rafael, Gloria, Fernándo, Cristina, Mª Ángeles y Elena.
La familia Álvarez de Cienfuegos-Rivera pronto se convirtió en numerosa y aunque solo Fernando, tal y como he referido con anterioridad, nació en nuestro pueblo, todos, a excepción de María Ángeles y Elena, las menores, vivieron o fueron engendrados en Periana. Los integrantes de la misma son Gloria, Rafael, Cristina, Fernando, María Ángeles y Elena. Los seis realizaron estudios universitarios y han heredado de su padre cierta predilección por los perianenses, como han tenido ocasión de comprobar aquellos que requirieron su ayuda. Fernando, prestigioso cardiólogo, le hizo un gran favor a los hermanos Camacho González “Los Carpintero” y, aunque han transcurrido mas de treinta años, el mayor de ellos, mi amigo Paco, me comenta que nunca podrán olvidarlo, ya que su buen hacer ayudó a salvar la vida de su madre. Aman y recuerdan con cariño el pueblo donde nacieron, vivieron algún tiempo o visitaron a posteriori en compañía de sus padres. Pero, sin lugar a dudas, el que se siente más perianense es Rafael, marino mercante jubilado, que habiendo recorrido el mundo, cada vez que tiene ocasión para ello manifiesta, con infinita nostalgia, no haber conocido un lugar mejor para pasar la infancia que Periana. Vive en Torre del Mar y, muy a menudo, acude a nuestro pueblo para aliviar su añoranza. Algo similar sucede con su hermano Fernando, domiciliado en Málaga, al que le encanta visitar el pueblo donde nació.
A lo largo de los casi once años que don Rafael Álvarez
de Cienfuegos López residió en Periana
sus vivencias fueron múltiples y variadas, pero, de todas ellas, hay una que
durante mucho tiempo no compartió con nadie y que desde su acaecer le acompañó
todos los días de su vida. Lo expuesto a
continuación, don Rafael, tal y como había prometido a sus hacedores, durante
mucho tiempo no se lo reveló a nadie, ni tan siquiera se lo refirió a su esposa
para no causarle preocupaciones. Solo, muchos años después de sucedido, se lo
contó a su familia. He preguntado a perianenses que vivieron aquellos años y
ninguno tiene conocimiento de ello. Como he escrito con anterioridad, el que
tocaran a cualquier hora de la noche a su puerta se convirtió en la cosa más
habitual del mundo, pero hubo alguna ocasión en que los demandantes de ayuda no
eran los parroquianos habituales, sino unos personajes muy especiales. En
aquellos tiempos, los maquis, guerrilleros, rojos o bandoleros –de las cuatro
formas se les llamaba en el pueblo- se
movían por la Alta Axarquía,
y uno de ellos fue el que llamó a la puerta de don Rafael solicitando sus
servicios. El médico, por obligación y
como de costumbre, se tiró de la cama, procedió a vestirse rápidamente y, en
apenas cinco minutos, estaba montado en el mulo que le tenía preparado su
requeridor. No lo reconoció, pero esta circunstancia le paso desapercibida:
llevaba poco tiempo en el pueblo y aún no conocía a todos sus habitantes. Además, en algunas ocasiones demandaban sus
servicios vecinos de Riogordo, Viñuela,
Ventas de Zafarraya, Alfarnate... Sin pérdida de tiempo se dirigieron
hacía el Barrero, al llegar a donde ahora se encuentran las conocidas como
“Casas nuevas” se les unió otro hombre montado a caballo, se identificó
como perteneciente a los maquis y le
dijo que tenían un compañero enfermo que requería su ayuda. Procedieron a
vendarle los ojos y durante un tiempo, que se le hizo interminable, caminaron
en silencio sin saber hacia dónde le llevaban.
Sería muy difícil, por no decir imposible, imaginar lo que don Rafael
pudo sentir en aquel momento, cuando en la más absoluta de las oscuridades
marchaba hacia lo desconocido. Tras
efectuar su trabajo, tal y como le habían prometido aquellos hombres, lo devolvieron a su casa
sano y salvo, y parece ser que la escena se repitió en varias ocasiones. La
disyuntiva que se le presentó al joven médico era de las que quitan el sueño
por mucho tiempo. Todo el que tuviese contacto o viese a los maquis tenía la
obligación, bajo penas de cárcel, de denunciarlos; pero los maquis también
cumplían sus amenazas y algún delator o sus familiares fueron victimas de
ellas.
Dña. Gloria, cuarta empezando por la izquierda, con su hija Gloria, en la Estación, junto a un grupo de mujeres de Periana.
Don Rafael se portó muy bien con los perianenses y estos supieron corresponderle de la forma como suelen hacerlo, es decir, obsequiándole con lo mejor de nuestra tierra: los melocotones, el aceite, el pan romano, las tortas de aceite, los mantecados, las magdalenas, los rosquillos, los pollos, los conejos, las gallinas, los huevos, los espárragos, las aceitunas aliñas y machacas, las brevas, los higos, los chumbos, las naranjas, los jamones, las morcillas, los chorizos, los chicharrones, el magro… nunca faltaron en su casa. Siendo la cantidad de aceite que recibía cada año tan importante, que según me cuenta Gloria, durante los años que ella estuvo interna en el colegio de las Esclavas de Málaga (situado en la calle Liborio García), donde tuvo por compañeras a algunas hijas de Bartolomé, su padre pagaba el colegio en aceite.
Entre sus agradecidos pacientes se encuentra Antonio
Perea “Patrocinio”, colaborador de ALMAZARA, que según me ha revelado le salvó la vida siendo niño.
Cuando tenía 11 años se clavó en la cabeza una piedra, Rafalito “Cartabones” lo
trajo de La Negra
subido en una burra a la consulta del médico y don Rafael, que se encontraba
almorzando, dio por concluida la comida y procedió a su cura. He tenido ocasión
de ver en su cabeza la cicatriz que, sesenta y cuatro años después de
producirse, aún conserva.
Dña. Gloria Rivera, esposa de D. Rafael.
Conforme avanza la conversación la nostalgia se
refleja en los ojos de Gloria al rememorar la Periana donde vivió sus
diez primeros años de vida. Recuerda a sus amigas Dolores Mata, Elisa Muñoz,
las hijas de Bartolomé y Nacle…; a Esperanza de “Guaro”, la mujer que la
cuidaba; a don José Calderón, el maestro que acudía a su casa para darle clase.
También recuerda que la gente se vestía de nuevo para ir al médico; lo mal que
lo pasaba cuando las mujeres que se encargaban de la cocina en su casa procedían a sacrificar los pollos, gallinas o conejos; y lo mucho que a su madre fastidiaban las
empedradas calles del pueblo que le impedían
calzar tacones.
Cuando el joven matrimonio llegó a Periana estaban
convencidos de que su estancia allí seria corta y que pronto se trasladarían a
otro lugar más principal. Ninguno de
ellos suponía que un pueblo de las características del nuestro, que apenas
figuraba en los mapas, pudiera llegar a cautivarlos. Pero sucedió lo no
previsto: don Rafael se siente muy a gusto en Periana y a los perianenses les
sucede lo mismo con él. El médico granadino se ha convertido en un perianense
más y las raíces que le unen a nuestra tierra son cada día más robustas y
profundas. No sucede lo mismo con su esposa que nunca consiguió adaptase del
todo. Gloria, insiste en salir de Periana y hace todo lo posible para
conseguirlo, durante algunos años sus intentos fueron baldíos; pero el pasar
del tiempo se convierte en su mejor argumento. Su hija mayor esta interna en un
colegio de Málaga y sus otros hijos en edad de escolarización, por lo que
aprovecha estas incuestionables circunstancias para convencer a su marido de
que en Periana no hay futuro para su prole.
Don Rafael prepara unas oposiciones al recién creado
cuerpo de Inspectores Médicos de la Seguridad Social.
Y en el año 1951, la familia Álvarez de Cienfuegos-Rivera, deja Periana para
trasladarse a Tolosa (Guipúzcoa), donde residieron dos años. Su siguiente destino sería Tortosa
(Tarragona), aquí fijaron su residencia hasta el 1970, año en que retornan a
Andalucía, para establecerse definitivamente en Málaga.
Casualmente, un perianense descubre que don Rafael
Álvarez de Cienfuegos López ha regresado
a Málaga y ocupa un puesto relevante en
la “Caja Nacional”. La noticia rápidamente se extiende por el pueblo y son
muchos los que acuden a él en busca de ayuda. A pesar del significado cargo al
que ha llegado en su carrera profesional y el mucho tiempo transcurrido, don
Rafael sigue siendo el mismo de siempre: un hombre sencillo, afable y servicial
que ama a Periana y continúa sintiendo algo especial por sus habitantes. La
mejor prueba de ello es que su domicilio malagueño, situado en la Alameda de Colón, volvió a
llenarse de los mejores productos de nuestro pueblo. Lamentablemente, solo
fueron diez los años que pudo seguir ayudando a los perianenses, ya que en el
1980 se vio obligado a jubilarse por enfermedad.
Asomada al balcón con vestido de faralaes.
Muchos perianenses a los que hizo algún favor, o los
descendientes de los mismos, aún lo recuerdan con gratitud. Tengo entendido que
cuando visitaba el pueblo la gente lo paraba por la calle para mostrarle su
respeto, agradecimiento, cariño y admiración. Pero no fue solamente don Rafael
quién dejó indeleble huella en Periana, nuestro pueblo también lo dejó a él
marcado para siempre. El espíritu de
Periana y sus gentes penetró en lo más profundo de su corazón y le acompaño
durante toda la vida. Su actividad profesional le hizo residir en varios
lugares de España, pero ninguno de ellos lo cautivo de la forma en que lo hizo
nuestro pueblo, donde vivió los mejores años de su existencia. Según me cuenta
sus hijas, al unísono, la palabra Periana se convirtió en compañera inseparable
de su existir cotidiano y raro era el día que, con alegría y mucha nostalgia, no la decía una cuantas
veces. También me informaron, con
evidente emoción, que cuando, en los últimos días de su vida, hacía
recuento de su pasar por este mundo, el nombre de nuestro pueblo, donde a él le
hubiera gustado echar raíces perpetuas, salía de sus labios con ternura
infinita. Don Rafael Álvarez de Cienfuegos
López, amó a nuestro pueblo y
siempre lo llevó grabado en lo más profundo de su corazón. Falleció el 22 de
septiembre de 2007, su esposa, Gloria, lo haría ocho meses después.
JOSÉ MANUEL
FRÍAS RAYA
Publicado en la revista LA ALMAZARA nº 33.
Publicado en la revista LA ALMAZARA nº 33.
Agradezco la colaboración y contribución a esta página de José Manuel Frías Raya por su implicación en la investigación de Perianenses que tuvieron una importancia crucial en la historia de Periana.
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