José Torrubia, Isidro y Abel naturales de Periana, viajaron hasta Buñol, para disfrutar de la tradicional tomatina.
La Tomatina se celebró el 28 de agosto de 2013 ha sido revolucionaria hasta en la meteorología.
Pasaban las 9.00, pero parecía que ya estaba anocheciendo. Amenazaba
tormenta. Algo inédito. Lo demás siguió el guion previsto: el agua
tirada de mangueras y pozales desde las ventanas, ropa manchada de vino,
un enorme pene erecto de gomaespuma apuntando hacia la pancarta de Stop Homofobia colgada
por el Ayuntamiento... Y la gente enloquecida. Eso sí, la marea humana
era menor que la de otros años. La limitación del aforo a 20.000
personas y la obligatoriedad de pagar han traído cambios más importantes
que los simples números.
La tormenta llegó antes que la lluvia de tomate. Luego comenzaron a
volar las hortalizas. Quienes se habían refugiado de la lluvia bajo los
toldos de los edificios se juntaron formando un coro de casi 20.000
voces, que gritaron menos que el año pasado, cuando 40.000 personas,
según los datos municipales, se apuntaron a la Tomatina.
Este año, solo han sido 19.800. Lo que no ha cambiado es la
procedencia de los participantes. “¿Hablas castellano?”, exclamaba
sorprendido uno de los pocos españoles que asistió al evento. Una maraña
de gritos en inglés, francés, alemán y japonés le hicieron eco en la
calle principal.
¿Los objetivos del Ayuntamiento? Autofinanciar el evento, aumentar la
seguridad y traer de vuelta la gente del pueblo a la fiesta que antes
les pertenecía. “Tengo 71 años y participaba cuando era pequeña. La
fiesta era solo con gente del pueblo. Salíamos a la calle con los
tomates de nuestras propias casas y nos los tirábamos los unos a los
otros”, explicaba Francisca, asomada a la puerta de su casa frente al
Ayuntamiento. Pedro, su marido, decía que su manera de participar lleva
años limitada a tirar agua por la ventana “cuando la gente pide”.
Las novedades de este año no solo han hecho variar la organización o
la seguridad. El tráfico ha sido menor. Aparcar en el centro de Buñol
seguía siendo sencillo a las 9.30, momento en que otros años era
imposible incluso el mero tránsito. El estacionamiento donde el año
pasado se concentraban centenares de coches se ha convertido en un
enorme aparcamiento con cientos de autobuses organizados por las
operadoras turísticas.
También la economía local a pequeña escala se ha resentido
notablemente. Se ha reducido el número de vendedores y comercios
ambulantes que proveen gafas de bucear a la ida y camisetas limpias,
cerveza y bocadillos a la vuelta. Incluso los vecinos que abren sus
garajes para guardar las mochilas de los turistas, previo pago, han
visto sus estantes y sus bolsillos vacíos. Los autobuses bastaron este
año para mantener a salvo los objetos valiosos.
“El aspecto importante de todo esto ha sido que nos hemos quitado un
poco de morralla. Gente que venía no a disfrutar de la Tomatina sino a
hacer su agosto”, explica Rafael Pérez, concejal de Izquierda Unida
responsable de la fiesta. Desde el Consistorio explican que el enorme
efecto disuasorio que se ha notado en Buñol está alimentado por la
petición municipal de que “el que no tenga entrada que no venga”. Según
sus datos, difundidos por primera vez, en años anteriores se robaban
durante el evento hasta 65 vehículos.
En esta ocasión, el Ayuntamiento asegura que no ha habido incidentes,
ni con quienes han entrado ni con las personas que se han quedado
fuera.
En uno de los balcones del Consistorio observaba la fiesta una
delegación de coreanos llegados desde Boryeong, ciudad hermanada con
Buñol. El alcalde, traductora mediante, se negaba a responder sobre el
pacto al que han llegado ambas ciudades y que supone, entre otros, la
réplica de la batalla coreana del barro en Buñol.
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