En
reunión celebrada el día veintiseis de diciembre de dos mil catorce en la Biblioteca Municipal de Periana (Málaga), un Jurado compuesto por D. José Antonio Mesa Toré, Dña. Belén Muñoz Hijano; actuando como Presidente el Alcalde, D. Adolfo Moreno Carrera;
acuerdan conceder por unanimidad el Premio Nacional “Villa de Periana”,
en esta su XXIII Convocatoria, a la obra presentada bajo el título “Un bucle en la niebla”, dotado de 2.000 euros, organizado por el Ayuntamiento de Periana, cuyo autor, una vez abierta la plica, resultó ser D. José Fernando Cuenca Gómez, nacido en Granada. Ha habido un total de 21 finalistas y una decena de obras aptas para ser premiadas.
Este premio se ha otorgado dentro del marco de
la Semana Cultural de Periana 2014 que en esta ocasión se han celebrado desde el 21 al 28 de diciembre.
Año
tras año es numerosa la participación de escritores, con la
presentación en esta edición de 500 relatos de autores de todos los
puntos de España e incluso de países extranjeros.
José Fernando Cuenca Gómez fue profesor de Física y Química del I.E.S. Alta Axarquía durante 11 años.
UN BUCLE EN LA NIEBLA
Son casi las diez de la noche. El hombre viejo viaja solo en un destartalado automóvil. Otro viaje que no ha servido para nada, solo para desesperarse aún más. Ahora vuelve derrotado a su lejana casa.
Hace más de un año lo echaron de la empresa en la que trabajaba. Después de casi veinte años trabajando para la misma familia, lo despidieron con unas gracias y que tengas suerte, Lorenzo. Desde entonces se ha presentado a decenas de entrevistas profesionales. Su perfil no encaja con los nuevos tiempos. Informática, lo justo. Inglés, menos aún.
Después de cuatro horas de conducción decide parar a comer algo. No es que tenga hambre, pero de esa forma se obliga a descansar. Aún le quedan varias horas para llegar a su hogar. A lo lejos ve una construcción aislada junto a la carretera que sin duda debe ser un bar de carretera. Al llegar aparca en un pequeño ensanche que hay a su lado.
Al descender del coche percibe con dificultad un rótulo: "Venta de Alf..."
El establecimiento se encuentra vacío. El camarero intenta entablar conversación con el cliente. Sin embargo nuestro hombre contesta con monosílabos rayanos en la mala educación.
- Buenas noches ¿Qué desea?
- Una cerveza y un bocadillo de jamón.
- Menuda noche tenemos. ¿Va usted lejos?
- No.
- Tenga usted cuidado. No me extrañaría que más adelante encuentre niebla. Por esta zona ocurre frecuentemente en invierno.
- Gracias.
El camarero, un poco desilusionado, coge de otra vez el periódico y vuelve a leerlo de nuevo. Se sabe de memoria la información deportiva, pero su vista pasea una y otra vez las noticias dedicadas al fútbol. El turno de noche es con diferencia el más aburrido, se dice a sí mismo.
Nuestro hombre no tiene ninguna gana de llegar a casa. Nadie le espera. Ni esposa ni hijos. Su mujer lo dejó hace años, cuando dedicaba más tiempo a la empresa que a ella. Su compañera buscó otra compañía. Poco después lo dejó la empresa. Doblemente abandonado.
Cuando regresa de sus pensamientos, se da cuenta que aunque la cerveza está vacía, el bocadillo está casi intacto. Con un gesto de fastidio, llama al camarero y le pide la cuenta.
Después de pagar, vuelve al coche. Entonces se da cuenta de que la carretera se bifurca. Decide tomar el desvío que lo lleva hacia la izquierda y conocer la comarca, buscar un hostal y mañana continuar el viaje hacia su casa.
En el dial de la radio busca en diferentes emisoras de música. Está harto de escuchar los problemas económicos que agobian a todo el país. ¡Bastante sabe ya él de problemas! Sin embargo la música no logra animarlo. Parece que los Djs se han confabulado para pinchar tristes baladas románticas. ¡ Y todas en inglés!.
La angosta carretera se retuerce en un interminable serpenteo y, tras descender siguiendo el estrecho cauce de un riachuelo, va penetrando en una zona de niebla que se va espesando progresivamente. Enciende las luces antiniebla y desconecta la radio. Necesita toda su atención para conducir en medio del océano acuoso en el que se ha zambullido. Inconscientemente se pega al parabrisas.
Su velocidad se ha reducido a unos veinte kilómetros por hora. Su tensión ha aumentado rápidamente. Vigila constantemente delante y detrás de su vehículo. Teme chocar con algún coche que circule más lentamente que él, pero su verdadero miedo se debe a que alguien le embista por detrás. Los habitantes del lugar, nunca mejor dicho, conocerán la carretera como la palma de la mano, y seguro que, incluso en estas condiciones, conducen con rapidez. No puede uno fiarse de nadie y conecta los intermitentes de emergencia.
Solo ve tenuemente las desdibujadas líneas blancas de la carretera. A ambos lados, nada. Parece que navega en un barco fantasma. Si la niebla no desaparece, buscará pronto un sitio en el que dormir.
Tras los minutos en los que cree que terminará por caer por un barranco, un letrero le anuncia la llegada a un pueblo. No lo duda. Durante un par de minutos conduce con cuidado entre las invisibles casas.
La carretera zigzaguea entre los edificios, por la carretera alumbrada con farolas de luz mortecina. Al final, un amplio cruce le oferta seguir hacia la salida del pueblo o desviarse hacia la derecha e introducirse en el centro del mismo.
Opta por esto último y poco a poco, descendiendo lentamente, va penetrando en el pueblo. No se ve nadie. La luz amarillenta de las farolas penetra débilmente en la niebla. La luz parece flotar ajena a la tensión que atenaza al conductor. La velocidad se ha reducido hasta la de un viandante.
Unos metros más y llega hasta un ensanche en el que atisba un pequeño estanque. El coche se detiene brevemente. El hombre abre el cristal de la ventana en un inútil intento de aumentar la visibilidad. Nadie a la vista.
La niebla, a jirones, atraviesa la calle y desciende hacia el fondo del valle. Un sonido lejano que podría ser producido por el viento, hace que desee atravesar el pueblo lo antes posible. El sonido acelera lo que la niebla frena. Perdido totalmente, de nuevo asciende por calles desiertas. Parece que está saliendo del pueblo.
Un nuevo letrero hace que gire hacia la derecha. Vuelve a entrar en el pueblo, pero no se ve gente, ni ningún cartel que anuncie algún establecimiento hostelero.
De nuevo desemboca en la plaza del estanque. La niebla se ha espesado aún más y ahora casi es incapaz de ver el estanque. Un coche sale de la plaza cuando él está entrando. Poco más adelante, encuentra un aparcamiento vacío y decide detenerse para buscar ayuda. Mantiene el motor en marcha, las luces encendidas y conecta la radio. Infantil, ridículo, pero tranquilizador.
Cuando está a punto de volver el vehículo, por una bocacalle cercana, un hombre con abrigo largo y sombrero, desemboca en la plaza en la que se encuentra nuestro amigo. Despacio se aleja por otra calle hacia arriba. Camina algo encorvado con las manos en los bolsillos. Bamboleándose levemente. El sonido hueco de los tacones sobre la acera es el único ruido que se percibe en el pueblo. Y esto no ayuda a tranquilizar al viajero.
Después de un instante de duda, nuestro hombre se decide a seguirlo. Cuando se encuentra a un par de metros, lo interpela.
- ¡Oiga! ¡Por favor!
El desconocido no se detiene, por lo que aligera el paso, se acerca un poco más y repite alzando un poco más la voz.
- ¡Por favor!
El hombre del abrigo se detiene y girándose bruscamente, mira fijamente a nuestro protagonista. Unos grandes ojos bajo unas hirsutas cejas lo taladran. Los labios carnosos apenas se perciben dentro de una negra y larga barba acabada en punta. El sombrero deja escapar algunos rizos negros. El largo abrigo gris le llega a los tobillos.
-¿Puede indicarme algún hostal en el que pueda hospedarme esta noche? - Pregunta con una sonrisa que pretende ser amistosa.
Después de dudar unos interminables segundos, el hombre solitario parece decidirse a contestarle. Con voz profunda le responde con una entonación neutra:
- Siga por esta misma calle hacia arriba. Un poco más adelante, hay un cruce. Allí gire a la derecha. A unos cien metros, se encuentra el hostal "La Axarquía". Tenga mucho cuidado con la niebla.
- Gracias. Buenas noches.
El viajero monta en el coche y siguiendo las indicaciones del caminante, asciende por la calle, gira en el cruce y pronto logra discernir entre la niebla el rótulo del hostal. Un gran letrero vertical con letras luminosas de color amarillo.
Justo a la derecha de la entrada hay un aparcamiento que se encuentra vacío. Después de aparcar, sale del automóvil y golpea con los nudillos la estrecha puerta del hostal. Una voz lejana contesta pasados unos segundos.
-¡Va! ¡Un momento! ¡Bajo enseguida!
Mientras espera en la puerta, el frío le cala los huesos. La niebla se le está introduciendo en el tuétano, el sudor perla la frente.
La puerta se abre con un leve chirrido. Un hombre pequeño, calvo, de unos sesenta años, con una sonrisa lobuna le recibe. El escaso cabello despeinado. Mal afeitado. Viste un anticuado batín de cuadros grises. Las viejas zapatillas de invierno no logran casar con el batín.
-¿Qué desea? - pregunta con voz pastosa.
- Me gustaría dormir esta noche en el hostal? ¿Tiene alguna habitación libre?
- Pase, no hay problema. Tenemos todas las habitaciones vacías. No son buenos tiempos para nuestro gremio. Me llamo Ildefonso. ¿Cómo ha logrado encontrar nuestro establecimiento?
- Me llamo Lorenzo. Un hombre me lo ha indicado calle abajo. Tiene una curiosa barba puntiaguda.
- Debe tratarse de mi amigo Salvador. Con esta noche ha debido darle un buen susto. ¿No trae equipaje?
- Solo tengo una pequeña bolsa que he dejado en el cocche. ¿Le importa indicarme cómo llegar a la habitación? Estoy cansado.
En ese momento, una voz femenina chillona y aguda que debe corresponder a una anciana, llega desde el piso superior hasta los dos hombres.
-¿Quién es Ildefonso?
- Un viajero mamá.
- Ten cuidado Ildefonso. Ven cuando puedas. Necesito levantarme.
- Si mamá. ¿Me acompaña? Mi pobre madre está impedida.
Con un gesto afirmativo, le sigue escaleras arriba. Juntos llegan hasta un estrecho y oscuro pasillo, al final del cual hay una pequeña puerta. Saca una llave, abre , le da la llave y le desea buenas noches.
Lorenzo, después de depositar la enorme llave sobre la mesita de noche, se deja caer sobre la cama. Unos mueles que deben estar oxidados desde hace años, lo acompañan con un maullido erótico. Está derrotado. Tras unos minutos con los ojos cerrados, lentamente se levanta y se dirige hacia la cercana ventana.
Un lar de niebla domina el carcano y agreste valle. El ligero viento provoca la agitación de la bruma. Los restos de un edificio emergen fantasmalmente del océano gaseoso. Parece un islote en medio de un inmenso lago. En ese momento comienza a sentirse peor. No llega a desvestirse. Se acuesta quitándose únicamente los zapatos. Tras unos minutos de zozobra consigue por fin quedarse dormido. Frecuentemente algún gruñido se escapa de sus resecos labios.
Al despertar, comprueba que el Sol se ha llevado la niebla y que la luz inunda todo el valle. A lo lejos parece percibir un pantano alimentado por un pequeño río. El pueblo hierve de alegre actividad.
Sin embargo su estado físico es deplorable. Parece que la niebla y la humedad se hubieran instalado en su interior. Abre la ventana intentando expulsar su malestar. Aunque es casi medio día, decide permanecer un poco más en la cama.
Minutos más tarde baja a la pequeña cafetería del hostal. Allí se encuentra a Ildefonso con uniforme de camarero. El deterioro del bar le informa que el negocio no está en su mejor momento. El uniforme de Ildefonso no desentona con el resto del local.
- ¿Ha descansado Don Lorenzo? El día es estupendo.
- No me encuentro demasiado bien. Seguramente comeré aquí. Después partiré para mi casa. ¿Me pone un café? Cargado, por favor.
- Claro. Podemos prepararle lo que le apetezca comer.
- Gracias, con un consomé y un poco de jamón me bastará.
Lorenzo sale a una amplia terraza que cuelga sobre el valle. Se sienta en uno de los sillones y contempla el espectáculo. El cielo azul compite en belleza con el verde valle. Miles, quizá millones de olivos, alfombran los montes cercanos. Todo es paz. Todo menos su interior.
Poco después vuelve a entrar para almorzar. Media sopa, medio plato de jamón y dos cervezas. Otro café.
Tras descansar un poco después de comer, decide partir. Aunque no se encuentra del todo bien, está deseando llegar a casa. Paga y de despide de Ildefonso.
Son las cinco de la tarde. De nuevo a la carretera. Cada vez se encuentra peor. El sudor baña su frente calenturienta. Una mirada vidriosa intenta discernir la carretera. La música a todo volumen no logra mantenerlo despejado.
Al anochecer su estado empeora. Está deseando llegar a su triste casa. ¿Cuánto faltará? Según le han dicho, al llegar a un cruce, debe girar a la derecha, hasta la costa, y desde allí todo recto. Durante los últimos kilómetros no ha visto ninguna indicación. No sabe por dónde circula y cree que ha tomado algún cruce equivocadamente.
Y lo peor. De nuevo la niebla. Nadie en la carretera. La velocidad del coche disminuye drásticamente. Cada vez se hace más de noche. La oscuridad más profunda, ayudada por la niebla, rodea a Lorenzo. Cada vez se encuentra peor.
Poco después llega hasta un pueblo y después de circular por sus calles, llega hasta una plaza. Allí vislumbra entre la niebla un automóvil que huye delante de él. Después de avanzar entre tinieblas durante varios minutos, aparca y desciende. A lo lejos ve un hombre. Desde lejos lo interpela.
- ¡Oiga! ¡Por favor!
- ...
- ¡Por favor! ¿Puede indicarme algún hotel en el que pueda hospedarme esta noche?
El hombre con sombrero y abrigo largo, por fin se vuelve. Mientras se mesa una barba puntiaguda, unos grandes ojos sonríen debajo de unos rizos negros.
-Siga por esta calle hacia arriba. Un poco más adelante hay un cruce. Allí gire a la derecha. A unos cien metros se encuentra con el hostal "Axarquía". Tenga mucho cuidado con la niebla.
- Gracias.
Mientras Lorenzo arranca su automóvil, el caminante silva una triste, lenta y monótona melodía. El taconeo de los zapatos pone el contrapunto al ruido amortiguado del motor.
Cuando el coche se pierde girando en el cruce, el hombre del abrigo se detiene, y levantando la cabeza ríe con estruendosas carcajadas.
José Fernando Cuenca Gómez fue profesor de Física y Química del I.E.S. Alta Axarquía durante 11 años.
UN BUCLE EN LA NIEBLA
Son casi las diez de la noche. El hombre viejo viaja solo en un destartalado automóvil. Otro viaje que no ha servido para nada, solo para desesperarse aún más. Ahora vuelve derrotado a su lejana casa.
Hace más de un año lo echaron de la empresa en la que trabajaba. Después de casi veinte años trabajando para la misma familia, lo despidieron con unas gracias y que tengas suerte, Lorenzo. Desde entonces se ha presentado a decenas de entrevistas profesionales. Su perfil no encaja con los nuevos tiempos. Informática, lo justo. Inglés, menos aún.
Después de cuatro horas de conducción decide parar a comer algo. No es que tenga hambre, pero de esa forma se obliga a descansar. Aún le quedan varias horas para llegar a su hogar. A lo lejos ve una construcción aislada junto a la carretera que sin duda debe ser un bar de carretera. Al llegar aparca en un pequeño ensanche que hay a su lado.
Al descender del coche percibe con dificultad un rótulo: "Venta de Alf..."
El establecimiento se encuentra vacío. El camarero intenta entablar conversación con el cliente. Sin embargo nuestro hombre contesta con monosílabos rayanos en la mala educación.
- Buenas noches ¿Qué desea?
- Una cerveza y un bocadillo de jamón.
- Menuda noche tenemos. ¿Va usted lejos?
- No.
- Tenga usted cuidado. No me extrañaría que más adelante encuentre niebla. Por esta zona ocurre frecuentemente en invierno.
- Gracias.
El camarero, un poco desilusionado, coge de otra vez el periódico y vuelve a leerlo de nuevo. Se sabe de memoria la información deportiva, pero su vista pasea una y otra vez las noticias dedicadas al fútbol. El turno de noche es con diferencia el más aburrido, se dice a sí mismo.
Nuestro hombre no tiene ninguna gana de llegar a casa. Nadie le espera. Ni esposa ni hijos. Su mujer lo dejó hace años, cuando dedicaba más tiempo a la empresa que a ella. Su compañera buscó otra compañía. Poco después lo dejó la empresa. Doblemente abandonado.
Cuando regresa de sus pensamientos, se da cuenta que aunque la cerveza está vacía, el bocadillo está casi intacto. Con un gesto de fastidio, llama al camarero y le pide la cuenta.
Después de pagar, vuelve al coche. Entonces se da cuenta de que la carretera se bifurca. Decide tomar el desvío que lo lleva hacia la izquierda y conocer la comarca, buscar un hostal y mañana continuar el viaje hacia su casa.
En el dial de la radio busca en diferentes emisoras de música. Está harto de escuchar los problemas económicos que agobian a todo el país. ¡Bastante sabe ya él de problemas! Sin embargo la música no logra animarlo. Parece que los Djs se han confabulado para pinchar tristes baladas románticas. ¡ Y todas en inglés!.
La angosta carretera se retuerce en un interminable serpenteo y, tras descender siguiendo el estrecho cauce de un riachuelo, va penetrando en una zona de niebla que se va espesando progresivamente. Enciende las luces antiniebla y desconecta la radio. Necesita toda su atención para conducir en medio del océano acuoso en el que se ha zambullido. Inconscientemente se pega al parabrisas.
Su velocidad se ha reducido a unos veinte kilómetros por hora. Su tensión ha aumentado rápidamente. Vigila constantemente delante y detrás de su vehículo. Teme chocar con algún coche que circule más lentamente que él, pero su verdadero miedo se debe a que alguien le embista por detrás. Los habitantes del lugar, nunca mejor dicho, conocerán la carretera como la palma de la mano, y seguro que, incluso en estas condiciones, conducen con rapidez. No puede uno fiarse de nadie y conecta los intermitentes de emergencia.
Solo ve tenuemente las desdibujadas líneas blancas de la carretera. A ambos lados, nada. Parece que navega en un barco fantasma. Si la niebla no desaparece, buscará pronto un sitio en el que dormir.
Tras los minutos en los que cree que terminará por caer por un barranco, un letrero le anuncia la llegada a un pueblo. No lo duda. Durante un par de minutos conduce con cuidado entre las invisibles casas.
La carretera zigzaguea entre los edificios, por la carretera alumbrada con farolas de luz mortecina. Al final, un amplio cruce le oferta seguir hacia la salida del pueblo o desviarse hacia la derecha e introducirse en el centro del mismo.
Opta por esto último y poco a poco, descendiendo lentamente, va penetrando en el pueblo. No se ve nadie. La luz amarillenta de las farolas penetra débilmente en la niebla. La luz parece flotar ajena a la tensión que atenaza al conductor. La velocidad se ha reducido hasta la de un viandante.
Unos metros más y llega hasta un ensanche en el que atisba un pequeño estanque. El coche se detiene brevemente. El hombre abre el cristal de la ventana en un inútil intento de aumentar la visibilidad. Nadie a la vista.
La niebla, a jirones, atraviesa la calle y desciende hacia el fondo del valle. Un sonido lejano que podría ser producido por el viento, hace que desee atravesar el pueblo lo antes posible. El sonido acelera lo que la niebla frena. Perdido totalmente, de nuevo asciende por calles desiertas. Parece que está saliendo del pueblo.
Un nuevo letrero hace que gire hacia la derecha. Vuelve a entrar en el pueblo, pero no se ve gente, ni ningún cartel que anuncie algún establecimiento hostelero.
De nuevo desemboca en la plaza del estanque. La niebla se ha espesado aún más y ahora casi es incapaz de ver el estanque. Un coche sale de la plaza cuando él está entrando. Poco más adelante, encuentra un aparcamiento vacío y decide detenerse para buscar ayuda. Mantiene el motor en marcha, las luces encendidas y conecta la radio. Infantil, ridículo, pero tranquilizador.
Cuando está a punto de volver el vehículo, por una bocacalle cercana, un hombre con abrigo largo y sombrero, desemboca en la plaza en la que se encuentra nuestro amigo. Despacio se aleja por otra calle hacia arriba. Camina algo encorvado con las manos en los bolsillos. Bamboleándose levemente. El sonido hueco de los tacones sobre la acera es el único ruido que se percibe en el pueblo. Y esto no ayuda a tranquilizar al viajero.
Después de un instante de duda, nuestro hombre se decide a seguirlo. Cuando se encuentra a un par de metros, lo interpela.
- ¡Oiga! ¡Por favor!
El desconocido no se detiene, por lo que aligera el paso, se acerca un poco más y repite alzando un poco más la voz.
- ¡Por favor!
El hombre del abrigo se detiene y girándose bruscamente, mira fijamente a nuestro protagonista. Unos grandes ojos bajo unas hirsutas cejas lo taladran. Los labios carnosos apenas se perciben dentro de una negra y larga barba acabada en punta. El sombrero deja escapar algunos rizos negros. El largo abrigo gris le llega a los tobillos.
-¿Puede indicarme algún hostal en el que pueda hospedarme esta noche? - Pregunta con una sonrisa que pretende ser amistosa.
Después de dudar unos interminables segundos, el hombre solitario parece decidirse a contestarle. Con voz profunda le responde con una entonación neutra:
- Siga por esta misma calle hacia arriba. Un poco más adelante, hay un cruce. Allí gire a la derecha. A unos cien metros, se encuentra el hostal "La Axarquía". Tenga mucho cuidado con la niebla.
- Gracias. Buenas noches.
El viajero monta en el coche y siguiendo las indicaciones del caminante, asciende por la calle, gira en el cruce y pronto logra discernir entre la niebla el rótulo del hostal. Un gran letrero vertical con letras luminosas de color amarillo.
Justo a la derecha de la entrada hay un aparcamiento que se encuentra vacío. Después de aparcar, sale del automóvil y golpea con los nudillos la estrecha puerta del hostal. Una voz lejana contesta pasados unos segundos.
-¡Va! ¡Un momento! ¡Bajo enseguida!
Mientras espera en la puerta, el frío le cala los huesos. La niebla se le está introduciendo en el tuétano, el sudor perla la frente.
La puerta se abre con un leve chirrido. Un hombre pequeño, calvo, de unos sesenta años, con una sonrisa lobuna le recibe. El escaso cabello despeinado. Mal afeitado. Viste un anticuado batín de cuadros grises. Las viejas zapatillas de invierno no logran casar con el batín.
-¿Qué desea? - pregunta con voz pastosa.
- Me gustaría dormir esta noche en el hostal? ¿Tiene alguna habitación libre?
- Pase, no hay problema. Tenemos todas las habitaciones vacías. No son buenos tiempos para nuestro gremio. Me llamo Ildefonso. ¿Cómo ha logrado encontrar nuestro establecimiento?
- Me llamo Lorenzo. Un hombre me lo ha indicado calle abajo. Tiene una curiosa barba puntiaguda.
- Debe tratarse de mi amigo Salvador. Con esta noche ha debido darle un buen susto. ¿No trae equipaje?
- Solo tengo una pequeña bolsa que he dejado en el cocche. ¿Le importa indicarme cómo llegar a la habitación? Estoy cansado.
En ese momento, una voz femenina chillona y aguda que debe corresponder a una anciana, llega desde el piso superior hasta los dos hombres.
-¿Quién es Ildefonso?
- Un viajero mamá.
- Ten cuidado Ildefonso. Ven cuando puedas. Necesito levantarme.
- Si mamá. ¿Me acompaña? Mi pobre madre está impedida.
Con un gesto afirmativo, le sigue escaleras arriba. Juntos llegan hasta un estrecho y oscuro pasillo, al final del cual hay una pequeña puerta. Saca una llave, abre , le da la llave y le desea buenas noches.
Lorenzo, después de depositar la enorme llave sobre la mesita de noche, se deja caer sobre la cama. Unos mueles que deben estar oxidados desde hace años, lo acompañan con un maullido erótico. Está derrotado. Tras unos minutos con los ojos cerrados, lentamente se levanta y se dirige hacia la cercana ventana.
Un lar de niebla domina el carcano y agreste valle. El ligero viento provoca la agitación de la bruma. Los restos de un edificio emergen fantasmalmente del océano gaseoso. Parece un islote en medio de un inmenso lago. En ese momento comienza a sentirse peor. No llega a desvestirse. Se acuesta quitándose únicamente los zapatos. Tras unos minutos de zozobra consigue por fin quedarse dormido. Frecuentemente algún gruñido se escapa de sus resecos labios.
Al despertar, comprueba que el Sol se ha llevado la niebla y que la luz inunda todo el valle. A lo lejos parece percibir un pantano alimentado por un pequeño río. El pueblo hierve de alegre actividad.
Sin embargo su estado físico es deplorable. Parece que la niebla y la humedad se hubieran instalado en su interior. Abre la ventana intentando expulsar su malestar. Aunque es casi medio día, decide permanecer un poco más en la cama.
Minutos más tarde baja a la pequeña cafetería del hostal. Allí se encuentra a Ildefonso con uniforme de camarero. El deterioro del bar le informa que el negocio no está en su mejor momento. El uniforme de Ildefonso no desentona con el resto del local.
- ¿Ha descansado Don Lorenzo? El día es estupendo.
- No me encuentro demasiado bien. Seguramente comeré aquí. Después partiré para mi casa. ¿Me pone un café? Cargado, por favor.
- Claro. Podemos prepararle lo que le apetezca comer.
- Gracias, con un consomé y un poco de jamón me bastará.
Lorenzo sale a una amplia terraza que cuelga sobre el valle. Se sienta en uno de los sillones y contempla el espectáculo. El cielo azul compite en belleza con el verde valle. Miles, quizá millones de olivos, alfombran los montes cercanos. Todo es paz. Todo menos su interior.
Poco después vuelve a entrar para almorzar. Media sopa, medio plato de jamón y dos cervezas. Otro café.
Tras descansar un poco después de comer, decide partir. Aunque no se encuentra del todo bien, está deseando llegar a casa. Paga y de despide de Ildefonso.
Son las cinco de la tarde. De nuevo a la carretera. Cada vez se encuentra peor. El sudor baña su frente calenturienta. Una mirada vidriosa intenta discernir la carretera. La música a todo volumen no logra mantenerlo despejado.
Al anochecer su estado empeora. Está deseando llegar a su triste casa. ¿Cuánto faltará? Según le han dicho, al llegar a un cruce, debe girar a la derecha, hasta la costa, y desde allí todo recto. Durante los últimos kilómetros no ha visto ninguna indicación. No sabe por dónde circula y cree que ha tomado algún cruce equivocadamente.
Y lo peor. De nuevo la niebla. Nadie en la carretera. La velocidad del coche disminuye drásticamente. Cada vez se hace más de noche. La oscuridad más profunda, ayudada por la niebla, rodea a Lorenzo. Cada vez se encuentra peor.
Poco después llega hasta un pueblo y después de circular por sus calles, llega hasta una plaza. Allí vislumbra entre la niebla un automóvil que huye delante de él. Después de avanzar entre tinieblas durante varios minutos, aparca y desciende. A lo lejos ve un hombre. Desde lejos lo interpela.
- ¡Oiga! ¡Por favor!
- ...
- ¡Por favor! ¿Puede indicarme algún hotel en el que pueda hospedarme esta noche?
El hombre con sombrero y abrigo largo, por fin se vuelve. Mientras se mesa una barba puntiaguda, unos grandes ojos sonríen debajo de unos rizos negros.
-Siga por esta calle hacia arriba. Un poco más adelante hay un cruce. Allí gire a la derecha. A unos cien metros se encuentra con el hostal "Axarquía". Tenga mucho cuidado con la niebla.
- Gracias.
Mientras Lorenzo arranca su automóvil, el caminante silva una triste, lenta y monótona melodía. El taconeo de los zapatos pone el contrapunto al ruido amortiguado del motor.
Cuando el coche se pierde girando en el cruce, el hombre del abrigo se detiene, y levantando la cabeza ríe con estruendosas carcajadas.
Gracias a todos por hacerme pasar una tarde tan gratificante.
ResponderEliminarSaludos.
José Cuenca
Quisiera saber acerca de los nombres de los 21 finalistas y la relación numérica de la elección del jurado.
ResponderEliminar¡Gracias!...
Concursante.
BUENAS TARDES QUERIDO AMIGO, PERIANA Y PEDANÍAS NO ES UNA PÁGINA OFICIAL DEL AYUNTAMIENTO DE PERIANA, ESTOS SON LOS ÚNICOS DATOS APORTADOS POR EL CONSISTORIO MUNICIPAL, SI DESEAS MÁS INFORMACIÓN DEBES PONERTE EN CONTACTO CON ELLOS EN EL TLF. 952536016.
ResponderEliminarUN SALUDO