PREGÓN
DE SAN ISIDRO LABRADOR Nº 11
ANTONIO ZORRILLA RUIZ
14 DE MAYO DE 1998
ANTONIO ZORRILLA RUIZ
14 DE MAYO DE 1998
Buenas
noches.
Es
para mí un gran honor el dar hoy el pregón para las fiestas de San Isidro
Labrador de este año.
Podría
decir que estoy aquí por invitación de los mayordomos, lo cual es cierto y les
agradezco el detalle, pero no sería suficiente.
También
estoy aquí porque San Isidro es tan nuestro que, en circunstancias normales, no
se le puede decir que no.
En
lo que he escrito, sean recuerdos, vivencias o sentimientos, he procurado no
perder de vista que la justificación de esta reunión no es otra que San Isidro.
Una
vez, hace ya algún tiempo, cuando todavía era niño, estaba repasando unas
fotografías que había en mi casa. En una de ellas me tenían mis padres en
brazos, sentados junto a una pequeña mesa (yo era un bebé; tenía poco más de un
año de edad).
Les
pregunté y me dijeron que esa foto se la hicieron un día 15 de Mayo, como el de
mañana, en el ventorro que antes había en la “Lomilleja”. Me hablaron también
de cómo era el ventorro, del paseo, de los árboles que había en el paseo.
Me
llamó la atención porque era una fotografía que no tenía que ver ni con boda,
ni bautizo, ni comunión,… y, sin embargo, presentaba todo el aspecto de
acontecimiento grande.
Hasta
años más tarde no comprendí la dimensión real de esa foto y hasta qué punto
siempre ha sido importante esta fiesta para todo nuestro pueblo.
Vosotras, mujeres, las que ya sois
abuelas, os acordareis que en aquella época, de todo el año, sólo era en estas
fechas cuando salíais al ventorro, al bar o a la caseta con vuestros maridos y
vuestros hijos.
Afortunadamente,
los tiempos han cambiado. Ahora no es necesario que llegue San Isidro para
salir de paseo, pero también afortunadamente debemos decir que, cuando llega, todo el pueblo de Periana está en la calle.
De
aquellos años de niño, cuando ya íbamos a la escuela, recuerdo el camino entre
la casa y la escuela, los árboles que había cerca de la iglesia donde comíamos
unas florecillas blancas a las que llamábamos “pan y queso”, la Plaza del Mercado o el Arroyo
Cantarranas.
Entre
los partidos de fútbol en la
Plaza del Mercado y los mil y un juegos diferentes que nos
brindaba el arroyo Cantarranas iba transcurriendo nuestra niñez… y una vez al año llegaba San Isidro.
Era un día en el que estrenábamos ropa
y zapatos nuevos.
¡Eh,
mucho cuidado con no ensuciarse en el arroyo o en el matadero!, nos decían nuestras madres.
Y
más valía no hacerlo porque sino, además de la correspondiente regañina o de
algún que otro tortazo en el culo, nos quedábamos sin ropa nueva para la feria.
Unos
años después, todavía seguimos siendo niños pero ya un poco mayores.
Disfrutamos de las fiestas pero también empezamos a tener conciencia de que
existe la procesión de San Isidro. Queremos
ver al Santo y queremos ver como la gente le echa trigo. Nos situamos en
algún sitio donde poder verlo bien.
Cualquiera de nosotros se ha sentido
impresionado al ver a su padre, a su hermano mayor o a su vecino portando el
trono, observándolos sudorosos, salpicados de polvo y trigo, pero orgullosos y
felices de llevar en sus hombros a San Isidro.
Miramos la procesión y a cualquiera
de nosotros le da un vuelco el corazón al ver por primera vez a su madre, a sus
abuelas o a sus vecinas con una vela encendida, muchas con los pies descalzos y
alguien dejando, incluso, escapar unas lágrimas.
Te
vas a la feria con tus compañeros y te diviertes gozosamente como todos los
niños. Pero dentro de ti empieza a fraguarse lentamente la huella de que esto
es algo más que una feria y ropa nueva.
Preguntamos
a nuestros mayores cosas sobre el trigo, sobre la procesión, sobre los pies
descalzos.
Nos
hablan de la fe.
Normalmente,
a San Isidro no le pides que te solucione la vida. Esa es una labor de cada
uno. Pero confías en él y, entonces, le
agradeces con el trigo que tus hijos estén sanos, que el tiempo se ha portado
bien con el campo, que no hay motivos grandes para quejarse de la vida.
Pero, a veces, nos encontramos
desesperados ante alguna situación, no vemos que haya una salida, y le rogamos
que nos ayude elevándole alguna promesa.
En
definitiva, toda nuestra niñez ha sido una etapa de acercamiento a San Isidro.
Pero
esta etapa pasa y, cuando ya somos jovencitos, no nos produce ninguna emoción
ni pensamiento especial San Isidro. Lo único que nos interesa es el paseo con
los amigos y, por la noche, el baile en la discoteca o en la caseta. Nos
encontramos en una etapa de confusión. Aparentemente, lo relacionado con San
Isidro nos interesa poco aunque, en el fondo, se comprueba más tarde que esto
no es así.
Muchos
de nosotros, por ejemplo, después nos vamos a estudiar o a trabajar fuera de
Periana. Si estamos cerca venimos todos los fines de semana. Si estamos más
lejos puede que sólo podamos venir en las vacaciones.
En
los casos, en que por la distancia, hay dudas de que podamos estar en el pueblo
el día 15 de Mayo, cuando se va acercando dicha fecha empezamos a sentirnos
inquietos, nos distraemos con mucha facilidad de la actividad que estemos
haciendo e intentamos buscar alguna excusa que nos permita venir a nuestro
pueblo.
Si
al final no podemos hacerlo, a lo largo
del día 15 nos encontramos como traspuestos, como ausentes. Nuestro pensamiento
se nos va una y otra vez a Periana.
Nos
acordamos de la Misa
en honor a San Isidro y alguno, incluso, pensará en ese momento:
“¡Jolín!,
cómo es esto, si casi nunca voy a la iglesia!”.
Un poco antes
de las cinco de la tarde nos decimos:
“Ya
mismo empieza la procesión”.
A lo largo de
la tarde-noche varias veces nos preguntamos:
“¿Por
dónde irá San Isidro”.
Hay
instantes en que nos da pena, o nos ponemos tristes, o se nos coge un nudo a la
garganta. Y así hasta que por fin nos acostamos.
En
los días siguientes, mientras dura la fiesta, nos seguimos acordando, aunque ya
con menor intensidad.
Parecía
que en esos años jóvenes nos habíamos alejado de San Isidro, pero no es cierto.
La llama que se fue forjando desde que
nacimos es profunda y sigue muy viva.
El
ejemplo más intenso lo tenemos en esas muchas personas nacidas en Periana que,
por circunstancias de la vida, se fueron a vivir de forma permanente a otro
lugar, a veces bastante lejos. Tenemos paisanos viviendo en Valencia, en
Barcelona, en Bilbao, en Madrid y en otros sitios. Algunos, incluso, fuera de
España.
A todos los que están por ahí y no han
podido venir les mandó un fuerte y sincero saludo.
Cualquiera de estas personas puede
dar fe de que, aún llevando años sin poder venir a Periana en el mes de Mayo,
no se han olvidado de San Isidro ni se olvidarán mientras vivan.
Yo
he oído personalmente a alguien que hacía ya media vida que se fue de Periana y
que me dijo en una ocasión: “Antes de que sea demasiado viejo y me muera
tengo que ver otra vez a San Isidro”.Mientras lo escuchaba se me ponían
los pelos de punta.
Realmente, durante estas fiestas, en
Periana se respira una atmósfera especial, como pueblo somos más felices que
nunca y estamos más unidos que nunca. Existe sin ninguna duda el “espíritu de
San Isidro”.
Por
todo esto, sabemos que esa llama que mencioné antes no se apagará nunca.
Ya
nos hemos hecho adultos. Tenemos hijos. Ahora son nuestros hijos los que van
sorbo a sorbo bebiendo de nuestras fuentes.
Yo
vivo en una ciudad que se está haciendo demasiado grande. Málaga se acerca hoy
a los 700.000 habitantes. Una ciudad así es un tanto agobiante e impersonal.
Un
poeta se quejaba en una ocasión de no tener una “patria chica”.Yo quiero que
mis niñas crezcan sabiendo que su pueblo es Periana y que conozcan a sus gentes
y sus tradiciones, que conozcan sus campos y que admiren el cielo nocturno
lleno de estrellas en una noche despejada (esto no se ve desde Málaga). Y
cuando sean mayores, pase lo que pase y allá donde quiera que estén, que sepan
que Periana es su “patria chica”, nuestra “patria chica”.
¡Viva
Periana!
¡Viva
San Isidro!
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