RECORDANDO A LOS NUESTROS
En el anterior número de ALMAZARA, y con el beneplácito de su consejo de redacción, inicié una nueva sección con la que pretendo hacer justicia a un grupo numeroso de perianenses, así como a algunos foráneos muy relacionados con nuestro pueblo, que por su buen hacer merecen ser conocidos y formar parte de nuestra historia local. Dice el refrán que “nadie es profeta en su tierra”; yo, al menos, voy a intentar que lo sean en la revista de su pueblo. El objetivo de mis escritos siempre será el mismo, pero la sección recibirá denominaciones distintas en función de las circunstancias del protagonista.
Desde que comencé a recopilar nombres, la nómina ha crecido de manera considerable ya que ha surtido efecto mi petición y algunos lectores de la revista me han notificado las identidades de personas que por méritos propios merecen aparecer en ella. ¡Dios os lo pague! Si en la primera entrega (dedicada al doctor Blanca Gómez) decía que tenía una lista con más de una veintena de candidatos, en la actualidad, y gracias al llamamiento que efectuaba en el referido escrito, ese número ha aumentado de forma importante, estando cercano a los cincuenta. Estoy elaborando un censo, que espero incrementar con las nuevas aportaciones de los lectores de ALMAZARA, y creo que pocos pueblos de España, de características similares al nuestro, pueden presentar un palmarés personal tan brillante. Periana, en este como en otros muchos aspectos, es un municipio muy singular y, como muestra de lo dicho, ahí van tres ejemplos significativos.
- Aunque ciertos detractores, entre los que se encuentra algún amigo a quién estimo mucho, opinen lo contrario, la HISTORIA DE PERIANA, publicada en el año 2006, vuelvo a repetir, por enésima vez, es la mejor de cuantas se han escrito sobre los pueblos de Málaga y, posiblemente, de las mejores a nivel estatal. ¿Para cuando la esperadísima segunda parte?
-El blog PERIANA Y PEDANIAS (www.perianaypedanias.blogspot.com), que con gran esfuerzo y acierto saca adelante su administradora y creadora, mí admirada Gema Frías Luque (no somos familia), se ha consolidado como uno de los mejores de Andalucía. Asimismo, se ha convertido en referente obligado para los perianenes, del interior o de la emigración, que quieran estar al día de todo lo que acontece en su pueblo, ya que es el mejor difusor de Periana en el mundo. De su calidad y buen ver dan cuenta los numerosísimos visitantes que tiene y los importantes galardones que ha recibido.
- Y que decir de ALMAZARA, la revista de Periana, que cada nueva entrega mejora su continente y contenido, constituyendo un hito impensable para publicaciones de estructura análoga al conseguir, de manera ininterrumpida y saliendo con la periodicidad prefijada, superar la treintena de números.
Querido lector: ¿conoces algún pueblo, de características equiparables al nuestro, que pueda presumir de tener tres joyas similares? Esto sólo es posible en un terruño tan peculiar como el nuestro. Por supuesto que existen en Periana más cosas singulares que podía haber mencionado, pero, por ahora, y como muestra, creo que es suficiente.
Perdón. Me he desviado un “poco” de mis intenciones primigenias, pero por razones que no vienen al caso contar necesitaba desahogarme. Así que una vez liberados los efluvios patrios pongo punto y final al asunto y retomo el espíritu de esta sección. Sección que hoy va a ocuparse de un perianense excepcional, alguien que pudo haberse dado “la gran vida padre”, como hicieron la mayoría de sus colegas, pero que prefirió conducir la suya por los caminos del sacrificio permanente y complicársela hasta extremos que rondaron la heroicidad, en aquellos tiempos tan difíciles, al ponerse del lado de los más humildes y necesitados. Hay que tener alma de santo y una fe inquebrantable en lo que se hace para nadar permanentemente a contracorriente como lo hizo la persona que vamos a biografiar. Desde el púlpito, la barra del bar, la asamblea clandestina, el lugar del trabajo, la reunión obrera… su voz libre y huérfana de engolamiento removió conciencias y despertó recelos tanto en el estamento eclesial como en el político. Sin embargo, el pleno convencimiento de que la vedad le acompañaba logró que ni las advertencias institucionales ni las reprimendas de sus superiores consiguieran amedrentarlo.
El protagonista de RECORDANDO A LOS NUESTROS, y tomo para definirlo, al igual que sucederá con casi todo este escrito, palabras que sobre él dijeron o escribieron otros: “es ante todo un hombre bueno”. Un hombre bueno llamado José Barroso Toledo, el hijo de Antonio “Castañetas” y Carmen “La Leoncia”. Un cura obrero, modelo de ética, coherencia y compromiso. Un sacerdote valiente, sincero, defensor de la justicia social, emprendedor, incansable, emigrante, minero, mecánico, cortador de caña de azúcar… Un párroco, humilde y sencillo, que dejó tras de sí una huella imborrable en los lugares donde ejerció su ministerio y, todos ellos, como muestras de agradecimiento por lo mucho que entregó y lo poco que pidió a cambio, lo homenajearon nombrándolo “Hijo Adoptivo”, “Ajárquico de Honor”… o poniéndole su nombre a alguna de sus calles para que, por los siglos de los siglos, su memoria permaneciera viva en los pueblos donde tanto bien hizo. ¿Conoces algún otro “pobre cura de pueblo”(1) que tenga calle en todos los lugares donde estuvo destinado?
Sí, paisanos, pretendo que todos – agnósticos, ateos y creyentes- conozcáis, un poco mejor, a uno de los nuestros, un paisano muy singular, un hijo de Periana que en su ejemplar peregrinar por este valle de lágrimas compaginó el apostolado con el trabajo manual e hizo méritos más que suficientes para ser beatificado, santificado y figurar en el santoral de la iglesia. Alguien que pudo elegir entre los poderosos y los débiles, y prefirió tener como amigos a los desfavorecidos y marchar siempre a su lado. Alguien que optó por llevar una existencia sencilla al servicio de Dios y de los pobres, inmersa en un ambiente obrero, viviendo como uno de ellos y realizando su mismo trabajo manual.
He aquí un pequeño resumen de su ejemplar vida y obra. Vuelvo a repetir que mi participación en la elaboración de este trabajo ha sido mínima, me he limitado a recopilar lo escrito y dicho por otros. Aunque lo suscribo en su totalidad.
(1) Creo recordar que esas palabras se las dijo el Papa Juan XXIII a su madre cuando era un niño: “yo solo quiero ser un pobre cura de pueblo”.
JOSE BARROSO TOLEDO, al servicio del pueblo
La muerte verdadera es el olvido.
Gerald Brenan
José Barroso Toledo nació en Periana (Málaga) el 27 de abril de 1930. Hijo de Antonio Barroso Arrebola “Castañetas”, de profesión agricultor y de Carmen Toledo García “La Leoncia”, ama de casa. Era el menor de seis hermanos: Antonio, Domingo, Manuel, Leoncio y Maria Teresa. Siendo adolescente toma contacto con grupos de jóvenes de Acción Católica y se despierta en él una vocación evangélica muy fuerte que, en algún momento, pensó orientar hacia las misiones pero finalmente acaba en el sacerdocio. Hasta el día de su ingreso en el Seminario Diocesano de Málaga, trabajó junto a su padre y hermanos en las labores del campo y también como arriero, transportando aceite y otros productos del campo en caballerías.
A los 20 años, sin otros estudios que los de la escuela primaria, ingresa en el seminario de Málaga. Allí tiene que estudiar en dos ocasiones un curso de septiembre a junio y otro durante el verano para equipararse a sus compañeros, mucho más jóvenes que él.
Por alumno aventajado le tiene José María González Ruiz "Cheuá", canónigo, teólogo y escritor, quien le ha retratado, en esa época, como un "campesino ilustrado".
El 17 de abril de 1960 es ordenado sacerdote y al año siguiente conoce su primer destino en dos pequeños pueblos de la Axarquía malagueña: Totalán y Olías. Allí empieza a tomar contacto con la gente y a poner en práctica un "estilo distinto" de ejercer el sacerdocio que, en esa época, se conocía bajo el concepto de "cura obrero".
"Yo me siento cura obrero -dice José Barroso- en el sentido socializante, es decir, llegar al mundo del trabajo y estar presente en él para promocionar y dignificar al trabajador pero no porque yo lo necesite, yo creo que mi misión es suficiente y sobra con ser cura".
Dedica los veranos a viajar a Alemania para llevar el mensaje evangélico a los emigrantes y, de regreso, trae ayuda de los católicos alemanes en forma de ropa o instrumentos musicales para sus parroquianos.
El 24 de octubre de 1963 es trasladado a otros dos pueblos de la Axarquía, Benamocarra e Iznate. Son los años del Concilio Vaticano II y José Barroso se une a los primeros religiosos que abandonan el uso cotidiano de la sotana. Al mismo tiempo, profundiza en su actitud de "cura obrero", acompañando cada temporada, como un trabajador más, a los cortadores de caña de azúcar de la vega de Vélez-Málaga.
De esta época es su anecdótica participación en una de las primeras huelgas durante el franquismo. Un verano estuvo trabajando en una explotación minera de la provincia de Gerona y los mineros se declararon en huelga como protesta por la mala calidad de la comida. Nuestro paisano no dudó ni un segundo en apoyarles, colocándose en la cabecera de la manifestación. A partir de ese momento, en la iglesia de la mina no cabía un alma cuando él decía misa.
Su siguiente destino es Coín, a donde llega el 27 de noviembre de 1969. En este municipio del valle del Guadalhorce desarrolla una incansable acción social, creando cooperativas de viviendas y de confección para la gente más humilde; se acerca a la juventud dando clases de religión en el Instituto; y trabaja como mecánico en un taller de automóviles. Todo ello lo hacia compatible con su labor pastoral como cura de la parroquia. Pero su trabajo no siempre fue entendido por las autoridades locales.
El entonces obispo de Málaga, Ángel Suquía, le preguntó en una ocasión que si tenía permiso para trabajar en un taller. Barroso le respondió que sí, que tenía permiso... del dueño. Suquía no supo qué contestar y aceptó la explicación.
Es el siguiente obispo de Málaga, Ramón Buxarrais, quien premia su labor y le nombra vicario de Vélez-Málaga. Allí se traslada el 4 de septiembre de 1976 e inicia una nueva etapa evangélica. Ahora, José Barroso da un giro a su sacerdocio para volcarse hacia la persona, hacia el individuo. Trabaja humanísticamente para dignificar al ser humano dentro de su propio entorno. Funda numerosas comunidades cristianas de base, lleva el mensaje evangélico a la familia, a la escuela, a los barrios marginales, al mundo de los atrapados por la droga y a los mismos centros penitenciarios. Aquí se rodea de un grupo de sacerdotes que propagarán su estilo de trabajo pastoral por toda la provincia. Tampoco esta actitud la comprenden algunos sectores de aquella sociedad.
A raíz de las polémicas suscitadas por los fastos de la Semana Santa en determinados pueblos andaluces, José Barroso sigue fiel a la claridad y sencillez del mensaje evangélico y afirma: "Eso no tiene nada de profético sino que es una diversión a costa de Jesús crucificado".
En estos últimos años empieza a agravarse su enfermedad, una hepatitis contraída por una transfusión de sangre contaminada con el virus. Termina por someterse a un primer trasplante de hígado que su organismo rechaza después de varios meses. El segundo trasplante se hace más llevadero y logra alargar su vida unos años más, sufriendo un calvario de complicaciones sanitarias.
A pesar de esta dura prueba de salud, José Barroso no renuncia a su labor evangélica y entrega sus últimos años como párroco al pueblo que le vio nacer. Sólo cuando la naturaleza le priva de las fuerzas imprescindibles para atender a sus parroquianos, se traslada a la Casa Sacerdotal de Málaga, donde pasa el final de su vida. El 7 de enero del año 2000 José Barroso Toledo fallece y sus restos reposan en el cementerio de su pueblo, en el camposanto de Periana, al lado de sus seres queridos.
Todos los municipios en los que ejerció como párroco le han dedicado cariñosos homenajes y le han puesto su nombre a una calle. El último en hacerlo fue su pueblo, Periana, en el primer aniversario de su muerte; pero como dice el refrán “más vale tarde que nunca”. El tesón y buen hacer de Fernando Villanueva “Mendío” fue fundamental en su consecución. Ese día, sus sobrinos le dedicaron una lápida que está colocada en la fachada de la que fue su casa familiar y que contiene la primera estrofa de la poesía que reproducimos más adelante.
La opinión de monseñor Dorado
El obispo de Málaga, Antonio Dorado, parafraseando a Antonio Machado, hizo la siguiente semblanza del cura Barroso, poco antes de su muerte:
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A lo expuesto con anterioridad, sobre José Barroso Toledo, quisiera añadir un magnífico y sentido poema que le dedicó alguien que no lo conoció personalmente; pero como estos versos tienen una historia, para explicarla me apropio de las palabras que su sobrino, José Manuel Zorrilla Barroso, -que, por cierto, hizo la Primera Comunión el mismo día que su tío cantó misa, en el pueblo que le vio nacer-, dijo en el homenaje que se le tributó en Periana:
“Hace más de un año, mi tío José me envió una copia del reportaje en vídeo, que hizo la televisión de Vélez, la VTV, y que muchos conocéis, donde se resume parte de su vida y me pidió mi opinión sobre ese trabajo periodístico. Invité a varios amigos a mi casa para verlo y analizarlo. Yo conocía todo lo que allí se decía y más cosas, pero mis amigos no. Observé que al periodista y escritor, José Luís Martín que estaba entre ellos, se le humedecían los ojos mientras miraba al televisor. Al día siguiente volvimos a reunirnos y este amigo apareció con cara de sueño y unas cuartillas. Había estado toda la noche escribiendo el boceto de lo que luego sería un poema muy hondo, muy sentido. Una poesía escrita por alguien que no conoció personalmente a José Barroso pero que supo expresar como nadie el sentimiento religioso que le acompañó toda su vida. Hay quien dice que un verso vale más que mil imágenes.
Salvando todas las distancias, este episodio recuerda el pasaje evangélico de Pablo de Tarso, el gran San Pablo de la Iglesia, que se convirtió en el primer defensor de Jesús de Nazaret sin haberle conocido personalmente”.
POR ÉL SE CONSTRUYERA EL CIELO
A un sacerdote llamado José Barroso
Aunque sólo un hombre hubiera existido
que con amor por el cielo preguntara
y en su zurrón trajera
aún los trozos del corazón
que no ha repartido,
por él, si no existiese,
Dios se inventara;
si no hubiera cielo, se construyera;
si no, la gloria se fundara.
¿Puede la nada negarse,
puede la existencia no reconocerse,
podría defraudar tanto el alma humana?
Dios es lo próximo, lo cercano,
aquello que tengo al alcance de la mano;
que puedo tocar, sin darme cuenta,
que puedo ver, sin yo saberlo.
Dios me acurruca con el viento que sopla,
con la caricia de la brisa.
Me moja con el agua de lluvia,
me tiñe con los copos blancos de la nieve.
Dios es cuanto sé,
lo poco,
y cuanto no sé,
lo mucho.
Es mi piel, mi aliento,
mi corazón, mi alma.
Lo siento, lo lloro,
lo río, me alegro,
me entristece;
es el color, es la luz.
Dios no aparece y desaparece,
no es un sueño inconsciente,
no es el miedo que nos desampara,
es la realidad viva;
llama que calienta el alma,
sopor que mitiga la herida,
camino que nos muestra el fin,
la vida cuando termina.
Dios no me confunde, que yo soy el caos;
soy el turbio cristal ciego, el instinto sin medida.
Es mi Dios el compendio
donde espero la riqueza de su Amor,
la dulzura de su paternidad,
la sonrisa de su alegría que por igual
inunde todos los poros de mi alma.
¿Quién soy yo sin mi Padre?
¿Podría, huérfano, encontrar el cielo?
¿Qué es el cielo?
¿Dónde está, Padre, el cielo?
El cielo es la herida profunda
donde se pierde el dolor
y se recupera el dulce letargo
de la felicidad completa.
Para hacer tabla rasa con tu vida,
que se escapa por la espita de mil enfermedades
(no mueres de una, sino de la suma de todas),
repartes generoso tu mundo,
espiga que al fuego consume.
Unos pocos libros,
un misal sobado,
una butaca añosa,
un cáliz de plata gastado
y tanto dinero,
que con él no pudo comprarse
la sábana con la que te amortajaron.
Regalaste tu vida paso a paso,
así hasta el postrer suspiro
donde, consumido y esperanzado,
miraste de ansia el firmamento,
la infinita entelequia,
el don que ampara generoso
la utopía del hombre convencido.
Se abrió el cielo al fin,
cánticos de Gloria
catarata de Amor.
La Luz saludó
tu memoria.
Por José Luís Martín
Cuando tienes la dicha de encontrarte con una sublime composición poética como la escrita por José Luís Martín, donde se retrata de forma magistral la vida y obra del hijo del Periana que ha ocupado las páginas de esta sección, creo que la más sabia y prudente de las posturas es reconocer que es imposible mejorarla y, en consecuencia, no añadir nada. Solamente me permitiría recomendar a los lectores que la leyeran varias veces: yo lo he hecho más de una decena y, en cada una de ellas, he descubierto nuevos mensajes y detalles sutiles que engrandecen el contenido, belleza y emotividad de la misma.
José Manuel Frías Raya
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