lunes, 13 de enero de 2025

JESÚS ARTACHO REYES GANADOR DE LA XV EDICIÓN DEL CERTAMEN NACIONAL DE LITERATURA "VILLA DE PERIANA" CON SU OBRA TITULADA "PHILLIES".


JESÚS ARTACHO REYES GANADOR DE LA XV EDICIÓN DEL CERTAMEN NACIONAL DE LITERATURA “VILLA DE PERIANA”.


NOTA DE PRENSA APARECIDA EN EL DIARIO SUR EL 19/11/2006

Un relato sobre Edouard Hooper gana el premio Villa de Periana.

EFE - www.diariosur.es 
El relato “Phillies”, obra que homenajea al cuadro “Nighthauks” del pintor norteamericano Edouard Hooper, ha sido la obra ganadora del XV Certamen Nacional de Literatura Villa de Periana. La narración, obra del joven autor Jesús Artacho, se desarrolla en una papelería denominada Phillies, el mismo nombre que tenía el café típicamente americano de los años 30 que Hooper plasmó en su cuadro de 1942,

Según el propio autor, natural de Cuevas Bajas, el relato tiene como protagonista a un niño que se interroga por el motivo de que su padre haya decidido poner dicho nombre a la papelería que regenta. Durante la trama, las relaciones entre los personajes que frecuentan el establecimiento “van dando pistas al niño, que comprende poco a poco la razón de la dominación elegida por su progenitor”.

El ganador ha recibido un cheque de 2.000 euros y verá publicada su obra en la revista “El Maquinista de la Generación”, editada por el Centro Cultural de la Generación del 27 de Málaga.

PHILLIES

Phillies. Así se llama la papelería de mi padre. No pudo ponerle cualquier otro nombre: tuvo que ser Phillies.

Es por el pintor Edward Hopper. En un cuadro suyo, titulado en inglés Nighthawks, hay un bar o un restaurante que se llama Phillies.

No tengo ningún reparo en decir que el cuadro no me gusta. Es más: incluso lo detesto. En el cuadro que les digo no hay nada, sólo una calle desierta y cuatro personas: una mujer y tres hombres. Uno, que lleva un gorrito blanco, está tras la barra de Phillies. Los otros dos, trajeados, llevan un sombrero de fieltro. Uno está solo y de espaldas, y el otro, que parece estar fumando, aunque en el cuadro no se observa ni pizca de humo, quizá no haya encendido aún el cigarrillo y sólo lo sostenga entre los dedos, el otro, digo, está acompañado por una mujer rubia de vestido rojo que, dicho sea de paso, no se ve muy animada. De hecho, parece que se esté mirando las uñas, de puro aburrimiento. Pero si uno presta atención descubre que no es así, sino que mira un pequeño papel que sujeta entre los dedos. Total, que en el cuadro no pasa nada. No se mueve ni una mosca.

No sé por qué mi padre le puso ese nombre a la papelería. Cada vez que se lo pregunto me dice que porque le gusta, o cosas por el estilo para salir del paso, pero barrunto que en el fondo tiene que haber otras razones. Mi padre no es un entendido en arte, ni mucho menos, e incluso sospecho que Nighthawks es el único cuadro que le gusta.

Mi padre dice que el cuadro que hay en la papelería no vale demasiado dinero. Le pregunté una vez si había visto el original, si sabía dónde estaba.
Contestó que no lo había visto, y tampoco sabía dónde estaba. Creía que en Chicago, pero no lo sabía con seguridad y tampoco le importaba mucho.

El cuadro es muy grande y está junto al mostrador, así que no hay más remedio que mirarlo mientras uno está esperando a que lo atiendan. Todo el mundo lo hace. La mayoría no dice nada al respecto, echa un vistazo y pronto mira para otro lado. La madre de Ricardo opina que es un cuadro muy soso, que ya puestos mi padre podía haber elegido un paisaje (mucho más agradable de ver). Pero a otros les gusta el cuadro. Es más: hay gente que viene a comprar a Phillies principalmente por el cuadro. Algunos de ellos no se conocían y se han hecho amigos. Todos ellos, sin excepción, le han preguntado a mi padre cómo es que le puso tan curioso nombre a la papelería. Y todos ellos han obtenido una respuesta nunca superior a dos frases, del todo insatisfactoria.

Destaca, entre ellos, Víctor. Es raro el día en que Víctor entra a la papelería y no tiene un comentario para Nighthawks. 
-Paisajes, marinas, bares -dice-, ventanas, tipos solitarios con la mirada perdida, edificios urbanos, vías de trenes, rectángulos de luz en las paredes de habitaciones vacías. Todo eso es Hopper. Pero no hay nada como Nighthawks: los noctámbulos, los halcones de la noche.

O dice:

-Me pregunto si el tipo que está de espaldas ha elegido voluntariamente la soledad. Es curioso: la persona en la que se basó Daniel Defoe para escribirRobinson Crusoe no naufragó, sino que voluntariamente pidió que lo dejasen allí.
Pensaba que tras él se amotinaría toda la tripulación, pero se equivocó, lo dejaron solo y en aquella isla, en la más completa soledad, pasó los siguientes cuatro años de su existencia. Cuando llegó a Inglaterra de nuevo, intentó seguir con su vida. Se casó. Pronto, sin embargo, volvió a embarcar. Necesitaba echarse a la mar. ¿Y por qué? La respuesta es muy sencilla: porque echaba de menos la soledad.
 
O bien:

-No hay contacto entre los personajes. Cada uno está en su mundo, cada uno vive en su interior. Esto es: incomunicación, alienación del individuo en una ciudad poco menos que hostil. Noctámbulos. La noche como refugio. O la noche asociada a sueños que nunca se van a cumplir.

Mi padre escucha atenta y educadamente todo esto sin apenas comentar nada. Víctor no es muy alto y está completamente calvo pese a ser algo más joven que mi padre. Aunque vive lejos, siempre viene a comprar a Phillies. Es escritor, y se suele llevar bolígrafos, estilográficas, folios, cuadernos y esa clase de cosas. Mi padre dice que aún no le han publicado un solo libro. Un día mi padre le dijo que por qué no inventaba una historia con los personajes del cuadro, por qué no le daba vida a Nighthawks. En ese preciso momento estaba yo en el cuarto de baño de la trastienda, y me subí a un pequeño taburete desde donde, de puntillas, alcanzo a una pequeña ventana por la que se ve la tienda. Víctor, que llevaba una camiseta verde, respondió que no era mala idea.

-No es mala idea -repitió.

Pero la verdad es que no parecía demasiado entusiasmado con el asunto.

Aquella tarde de otoño entrenamos más de dos horas. El sábado comenzaba la liga de fútbol siete, y el entrenador estaba más tenso que de costumbre. Llegué a la papelería sudando y con las zapatillas llenas de barro. Phillies estaba vacío a esa hora. Mi padre, sentado tras el mostrador, hacía algunas cuentas con la calculadora.
Me dijo que había que traer unas cajas de la trastienda y colocar cada cosa en su sitio. Lo escuché sin detenerme, de camino al baño.

Me lavé un poco la cara y las manos. En un momento dado, en el silencio sonó la campanilla de la puerta. Se oyeron unos pasos acercándose con lentitud, a los que siguieron unos momentos de silencio. No se oía ni una mosca.

Me subí al taburete a ver qué pasaba. Al otro lado del mostrador, frente a mi padre, a quien veía de espaldas, había una mujer alta con un jersey azul. Tenía el pelo largo y moreno, y la piel blanca, casi pálida. No era una de esas mujeres despampanantes que salen en la televisión, pero la verdad es que era bastante guapa.

Permanecían los dos como inmóviles, frente a frente, en un insólito silencio que se prolongó durante unos segundos que se me hicieron eternos. Entonces ella miró el cuadro y luego a mi padre.

-Te encontré -dijo.

Y mi padre:

-Has tardado.

Ella dijo:

-Nunca es tarde -y pareció que sonreía.

Y así, sin añadir nada más, se dio la vuelta. Sus pasos se volvieron a oír -firmes, serenos- y la campanilla de la puerta tintineó en el silencio.

Para cuando me bajé del taburete, ya me dolían los tobillos de tanto estar de puntillas.

Mi padre aún miraba en dirección a la puerta. De repente se giró y me miró.

Como si acabara de llegar de un largo viaje, dijo:

-Daniel, a qué esperas para traer esas cajas -y se sentó de nuevo para seguir con los cálculos que estaba haciendo antes, como si nada hubiese ocurrido.

Pero esa misma noche, con las luces apagadas, descolgó el cuadro de Edward Hopper y lo guardó en el trastero.

Dos semanas después se lo vendió a un alemán que medía como dos metros.

Jesús Artacho Reyes

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