20/11/2009 - www.infoaxarquia.es
Por segundo año consecutivo el argentino Max Sznaider ha ganado el Certamen Literario Villa de Periana. Este joven de 25 años se ha trasladado desde Buenos Aires para recoger el premio de la décimo octava edición. Es estudiante de cine en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda y conoció el certamen a través de internet.
Los miembros del jurado han querido aclarar que el proceso de lectura y valoración de los trabajos se ha llevado a cabo sin conocer los nombres de los autores de las obras ya que van en un sobre cerrado a parte. Con lo que al no haber ningún punto en las bases que impida que la misma persona gane el premio dos veces, y ante la calidad del trabajo presentado por Sznaider, han acordado por unanimidad volver a concederle el primer premio consistente en dos mil euros.
El año anterior Max Sznaider ganó el certamen con el relato de ciencia ficción “Las artes genéticas”. Este año el joven ha dado un giro radical en su obra, con el relato “Soldaditos de plástico”, una historia que transcurre durante la última dictadura militar argentina, narrada a través de los ojos de un niño pequeño, hijo de un militar. Se trata de un contraste entre la mirada inocente de un niño y el sanguinario mundo de los adultos.
Al concurso se han presentado 20 aspirantes menores de 30 años de toda España, siendo el ganador el único concursante internacional.
Este año el premio se ha entregado en el instituto de secundaria para hacer partícipe a los alumnos de segundo de bachillerato. El alcalde, Adolfo Moreno (PSOE) ha querido agradecer el apoyo que la Diputación Provincial de Málaga que ha venido prestando al certamen durante todos estos años. “El certamen se ha hecho grande, ya es mayor de edad, y pedimos el apoyo de los sectores sociales implicados en la cultura, al igual que lo viene haciendo la Diputación. Queremos que además de por el aceite de oliva, Periana se convierta en un referente para la cultura”, ha subrayado el regidor quien ha recordado que el certamen se enmarca dentro de las actividades de la Semana Cultural.
Susana Radío, diputada de Cultura, ha insistido en la importancia de la colaboración entre las instituciones como elemento fundamental para el desarrollo de la cultura, “la cultura es la base de la igualdad entre todos los ciudadanos, también de la libertad y del avance de sociedades cada vez más democráticas. Por ello, la Diputación Provincial estará encantada de colaborar con este tipo de iniciativas siempre que se la requiera”.
SOLDADITOS DE PLÁSTICO
Me acuerdo cuando mamá entró con la bebé. Tenía los ojos grandes y un chupete que le tapaba la boca. Ya me habían avisado que iba a venir, pero yo seguía sin entender ¿Cómo podía tener una hermanita si mamá no había estado embarazada? Recién a la noche papá me explicó como era la cosa. En realidad, ellos no habían tenido a la bebé. Los papás de verdad eran otros, pero como ellos no la podían cuidar la íbamos a cuidar nosotros. Eso tenía un poco más de sentido, pero igual me parecía raro. ¿Por qué no podían cuidarla ellos? Papá me explicó que el señor y la señora habían tenido un accidente, que se habían caído de un avión al río y se habían ahogado en el agua. Eso me impresionó un poco. Por suerte me olvidé, porque en seguida me entretuve viendo a la bebé en su cuna, sonriendo y moviendo las patitas. Mamá me dijo que se llamaba Carolina.
Ese primer día me cayó muy simpática. Pero me empezó a molestar un poquito. No es que tuviera nada en contra de Carolina, pero mamá se ocupaba tanto de ella que a mí no me prestaba atención. Me molestaba sobre todo porque estábamos de vacaciones y no pasaba mucho tiempo en casa. Yo creo que papá se dio cuenta de eso, porque empezamos a jugar más seguido cuando volvía del trabajo. A él le gusta mucho el fútbol y a veces íbamos al patio a tirar penalties. Me decía que en dos años iban a hacer un mundial acá en Argentina y que él me iba a llevar a la final. Que iba a ser una fiesta, toda la gente cantando y tirando papel picado. Igual a mi mucho no me interesaba.
Lo que si me interesó fue el regalo que me trajo la semana siguiente, eran unos soldaditos de plástico de dos colores. Los buenos eran verdes los malos eran rojos. Me acuerdo que los desparramamos por todo el patio y papá me enseñó a jugar a la guerra. Él agarraba los soldados, les ponía voces graciosas y yo me mataba de risa. A los malos, les decía comunistas. Y después me explicó como hacían para esconderse y sorprender a los otros. Estrategias decía que eran. Papá siempre supo mucho de esas cosas porque trabaja en el ejercito. Pero él no usa casco como los soldados, porque se visten así cuando van a la guerra y nosotros no tenemos ninguna. Papá me explicó que todavía no van a ir a la guerra porque se tienen que ocupar de los problemas que tenemos acá. Me dijo que antes había una presidenta que era la esposa de un presidente que murió, y que ellos la tuvieron que sacar porque era una tonta y hacía todo mal. Por eso estaban ocupados.
A los pocos días se acabaron las vacaciones y volvieron las clases. Como siempre, había algunos compañeros nuevos y otros que se habían ido. Los nuevos se llamaban José, Guillermina y Damián. La maestra les pidió que se presentaran y ellos contaron por qué se habían cambiado de colegio. En general era porque se habían mudado. Después empezó la clase, aunque no me acuerdo bien de qué era. Creo que de matemáticas. Igual no importa. La cuestión es que apenas sonó el timbre del recreo, los chicos salieron al patio para jugar al fútbol. Martín había llevado una pelota hecha con diarios y una media, porque la directora no les dejaba usar una de verdad. Decía que iban a romper un vidrio, qué se yo. Igual a ellos les daba lo mismo y jugaban igual. Los equipos los elegían los dos mejores (Roberto y Martín) y a mi siempre me dejaban para el final, porque soy malísimo para el fútbol. Para colmo me mandaban a atajar (porque nadie quería atajar) y me moría de aburrimiento.
Ese primer día invitamos a los nuevos a jugar con nosotros. José aceptó pero Damián no quiso. Yo pensé que le daba vergüenza o algo así, pero después nos explicó que no le gustaba el fútbol. Lo que a él le gustaba eran los dinosaurios y tenía un libro grandote con todas las especies y una foto de cada uno. Se lo había regalado el papá y lo cuidaba mucho porque no quería romperlo. A mi me llamó la atención porque en la tapa tenía un dinosaurio enorme abriendo la boca y sacando los colmillos. Así que le pregunté a Damián si podía verlo y él me fue mostrando las fotos. Estaban el brontosaurio, triceratops el estegosaurio, pterodáctilo y otros más. Pero a mi el que más me gustaba era el tiranosaurio. Tanto me interesó el libro que dejé de jugar al fútbol y nos pasamos todos los recreos mirando las fotos. Damián tenía muy buena memoria y se acordaba cuanto medía cada uno si era carnívoro o vegetariano, y todas esas cosas.
Cuando volvía a casa le conté a mamá que había conocido a Damián y que tenía un libro de dinosaurios que estaba buenísimo. Le pregunté si podíamos ir al zoológico a ver algunos dinosaurios de verdad, pero me explicó que ya no quedaban más. Al principio pensé que me estaba haciendo una broma pero después me explicó que era en serio, que se habían muerto hace cien millones de años o algo así. A mi me parecía una pena. ¿Con tantos animales aburridos que hay justo se tenían que acabar los dinosaurios? ¿Por qué no los ratones o las iguanas?
Al otro día le conté a Damián que los dinosaurios se habían muerto todos, pero él ya lo sabía. Su libro decía que les había caído un meteorito encima o algo así. Pero para Damián era todo mentira. Según él, los habían matado unos cazadores, como esos que atrapan elefantes o rinocerontes. Mataron tantos que al final no quedó ninguno. Igual a nosotros nos gustaban igual, aunque ya no quedaran más.
En los recreos empezamos a llevar hojas y marcadores al patio para copiar las fotos de los dinosaurios. En realidad Damián no tenía marcadores, así que yo le prestaba los míos. Cada uno iba llenando su cuaderno con dibujos y él me criticaba porque hacía siempre al tiranosaurio. En realidad creo que me tenía un poco de envidia, porque yo dibujaba mejor que él. Bueno, por ahí el estegosaurio le salía mejor que a mí. Pero era el único. A los otros los hacía mejor yo.
Tratábamos de dibujar en todos los recreos, pero a veces teníamos que parar porque Pablo y Beto nos molestaban. Nos tiraban los marcadores al piso, nos arrancaban las hojas, nos hacían burlas. Y yo quería ser como los tiranosaurios del libro, para pisarlos con una pata gigante y que se dejaran de molestar. Pero no éramos ningunos dinosaurios, así que nos teníamos que defender hasta que viniera la maestra que les dijera que paren.
Con todas esas peleas los marcadores se fueron rompiendo o perdiendo. Así que un día, cuando papá llegó del trabajo, le pedí que me comprara unos nuevos. Pero justo estaba del mal humor y me dijo que no lo molestara. Había traído una máquina del trabajo que se había roto y la tenía que arreglar. Yo le quise insistir, pero mamá me dijo que lo dejara tranquilo o se iba a enojar. Así que me fui para mi pieza a jugar con los soldaditos.
Al rato bajé la escalera y vi que la puerta de la cochera estaba abierta. Me dio ganas de ver cómo era la máquina, así que me metí para mirar un poco. Al final, era bastante fea. Yo me la había imaginado grandota, con muchos cables y cosas, pero era como una caja de zapatos hecha de metal. En la parte de adelante tenía unas perillitas y un cable con un bastoncito en la punta. Tuve poco tiempo para verla porque en seguida entró papá a la cochera y me retó. Me dijo que la máquina era peligrosa para los chicos o algo así, que yo me tenía que ir para que él la arreglara tranquilo.
Yo le hice caso, pero dejé un poquito abierto para espiar desde afuera. Igual no me quedé ahí porque se iba a dar cuenta. Me fui para la cocina y volví un ratito después, haciendo poco ruido para que no se avivara. Entonces vi que había abierto la caja y que adentro sí tenía cable y partecitas de metal como yo pensaba. Con una pinza, papá tocaba las partecitas despacio, con mucho cuidado. Supongo que así la fue arreglando. Después metió todo de vuelta en la caja y agarró el cable largo que salía para afuera, ese que terminaba en un bastoncito. La punta era de metal. Papá lo levantó y se lo apoyó en el brazo, como pinchándose la piel. En ese momento pasó lo que menos me esperaba. Papá apretó uno de los botones de la máquina y el cuerpo le comenzó a temblar, como si se estuviera electrocutando. Fue un segundito no más, porque en seguida se paró, pero papá pegó un grito fuerte y yo me asusté mucho.
Para que no me viera, salí corriendo para la cocina. La bebé también había escuchado el grito y se puso a llorar. Por suerte mamá le puso el chupete y en seguida se calló. Un ratito después papá salió de la cochera y pasó por la cocina. Yo pensé que iba a estar enojado, porque el aparato debía seguir roto. Pero no, estaba bastante contento. Según él la máquina ya estaba arreglada.
Esa misma semana, Damián me invitó a la casa, bueno, en realidad fue su mamá la que llamó a casa y habló con la mía. Aunque eso no importa. La cuestión es que un día fui a lo de Damián después del colegio. La pasamos muy bien esa tarde. La casa tenía un jardín grande en el fondo, y ahí jugamos a ser investigadores en una selva, buscando dinosaurios. A veces hacíamos que nos perseguían y nos escondíamos entre las plantas para que no nos comieran. Como había llovido a la mañana, la tierra estaba un poco mojada y nos manchamos toda la ropa. Pero estábamos tan divertidos que ni nos dimos cuenta. Dejamos de jugar un rato después, para tomar la merienda. La mamá de Damián nos había hecho unas tostadas con manteca y leche chocolateada. Cuando terminamos (aunque en realidad yo dejé una tostada, porque estaba lleno) Damián me llevó a recorrer la casa. Mientras estábamos en el living, vimos que se abría la puerta y entraba alguien. Era su papá que volvía del trabajo. Damián me había dicho que era profesor de historia y daba clases en la universidad. Además tocaba la guitarra aunque yo nunca lo vi tocar, ni cantar, ni nada. Después de saludarlo, subimos las escaleras para ver el resto de la casa. Arriba estaban las habitaciones. Primero entramos al cuarto de Damián. No era muy grande, pero tenía una repisa toda llena de muñecos. Muchos eran dinosaurios, como los del libro aunque algunos eran distintos. El estegosaurio, por ejemplo, tenía menos espinas nos quedamos unos minutos mirándolos y después fuimos a la habitación de los papás. Me acuerdo que había un afiche bastante grande pegado en la pared, todo negro y rojo. Tenía la cara de un señor de barba, con el pelo bastante largo y una boina en la cabeza, una boina con una estrellita en el medio. Cuando bajamos y vi de vuelta al papá de Damián, me causó gracia que tenía el mismo pelo y la misma barba que el señor del afiche. Parecía que lo quería imitar. Igual no lo pude ver mucho porque un rato después llegó mamá, que me venía a buscar. Mientras nos despedimos habló un poco con la mamá de Damián. Quedamos en que la semana siguiente él venía a mi casa.
Cuando volvimos me encontré con papá y me preguntó cómo me había ido. Yo le conté que habíamos jugado en el patio, que habíamos tomado la merienda y que la casa de Damián era muy grande. Y le conté también del afiche que tenía el papá y que me causaba gracia que él tuviera el mismo peinado y todo eso. Esa parte no sé por qué le interesó más. Me pidió que le explique mejor cómo era el afiche, los colores, la boina con la estrellita y todas esas cosas. Entonces se puso bastante serio y fue a hablar con mamá yo le pregunté si había algún problema pero él me sonrió y me dijo que no, que no había ningún problema.
El resto de la semana fue como siempre. Seguimos dibujando con Damián en los recreos, aunque él ahora se había conseguido un libro de trenes, y empezamos a coparlos también, a parte de los dinosaurios. Después vino el fin de semana y no me acuerdo bien qué hice. Creo que fuimos a comer a lo de los abuelos. Bueno, igual ni importa lo que pasó el fin de semana. Lo importante es que cuando llegó el lunes y tuvimos clases de vuelta, Damián estaba raro. Parecía triste y no tenía ganas de hablar. En la clase, no dijo ni una palabra. Y después, en el recreo, yo saqué el cuaderno de los dibujos como siempre, pero él se fue a un rincón y se sentó con la cabeza para abajo. Pensé que se le iba a pasar, así que me quedé dibujando solo. Pero cuando se fue de vuelta para el mismo rincón en el segundo recreo, le fui a preguntar qué le pasaba. Me dijo que su papá se había perdido y no lo podían encontrar. Hacía varios días que no lo veía y lo extrañaba un poco. A mí me pareció un poco raro. ¿Cómo un señor grande como el papá de Damián se podía perder? Pero él me dijo que era así, que el jueves a la noche fue reunirse con unos amigos y no volvió más.
Todo eso me dejó un poco preocupado, y el resto del día estuve pensando en dónde podía estar. Mi papá me dijo que me quedara tranquilo. Que por ahí se había ido a pasear y en cualquier momento aparecía de vuelta.
Pero en el colegio Damián seguía bastante callado. Sólo una vez lo pude convencer para que viniera a dibujar conmigo y lo hizo con pocas ganas. Fueron varios días así hasta que llegó el fin de semana otra vez. Y el lunes siguiente, cuando volvimos después del fin de semana, Damián no estaba.
Por ahí se había enfermado, así que no dije nada. Pero cuando el martes faltó de nuevo, fui y le pregunté a la maestra Mónica si sabía algo. Me dijo que Damián y su familia se habían ido a España. En realidad no toda la familia, porque parece que el papá seguía perdido. Yo me quedé un poco confundido, y recién un rato después volví y le pregunté a la maestra cuándo iban a volver. Pero me dijo que no, que se iban a quedar a vivir allá. A mí eso me pareció lo más raro de todo, pero ella no me lo quiso explicar. Bueno, por ahí tampoco sabía. La cuestión es que yo estuve un poco triste ese día, sobre todo porque Damián ni siquiera había ido al colegio a despedirse ni nada.
Cuando mamá me vino a buscar le conté todo y me dio un abrazo. Me dijo que no me preocupara, que al principio lo iba a extrañar, pero después iba a encontrar otros amigos para jugar. Por ahí mamá tenía razón, pero yo no podía olvidar tan fácil. No tenía ganas de hacer nada y me tiré a la cama, a no hacer nada. Al rato papá me fue a saludar. Como vio que estaba un poco mal, me invitó a jugar a los soldaditos. Al principio le dije que no, pero después me insistió y acepté. Agarramos los muñequitos y los llevamos al jardín. Los pusimos entre las plantas, como si estuvieran luchando en medio de la selva. Ahí vimos que no estaban todos. Faltaban varios soldaditos rojos. Así que volví a la pieza a buscarlos, a ver si se habían caído ahí. Pero no estaban. Bajé las escaleras y le pregunté a mamá. Pero tampoco sabía. Así que volví al jardín con papá. Y seguimos jugando.
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