Año 1955, esta foto tiene 64 años. En el centro, Juan Antonio Ortigosa, con el sombrero en la mano, junto con vecinos de la aldea y el cura de aquellos años D. Justo Marcos Merino el día de la inauguración de la Escuela Cañizares-Rioseco.
Podemos recordar que estas escuelas rurales en cuyo extremo tenían situado un pequeño altar, eran dependientes de la iglesia fundadas por el Obispo Herrera Oria.
Podemos recordar que estas escuelas rurales en cuyo extremo tenían situado un pequeño altar, eran dependientes de la iglesia fundadas por el Obispo Herrera Oria.
Don Justo Marcos Merino fue un cura que pasó en Periana muchos años, ente los años 1953-1962.
Quiero describiros como era en esa época, vestía sotana y alzacuellos y la coronilla la llevaban afeitada.
Era un hombre bueno y bondadoso, era un cura muy querido entre los feligreses, tanto es así, que todo el mundo sigue recordándolo después de los años.
A cada persona le daba lo que humildemente necesitaba. Alabado sea Dios que manda a esta Tierra hombres tan misericordiosos y tan de buena fe como Don Justo.
Se volcaba con los más necesitados, bendecía a los pobres y adoraba a los ricos y aceptaba de muy buena voluntad a todo aquel que lo invitaba en el Bar de "Los Nervios"a un "traguito" de coñac. Porque lo queramos o no, los curas son personas como nosotros, de carne y hueso, con las mismas tentaciones y con las mismas necesidades.
Cuando se moría un pobre iba a su casa expresamente a confesarlo y después de la misa lo acompañaba hasta las puertas de la iglesia, todo un detalle por parte de Don Justo.
Si se moría un pobre pero éste ya tenía algunas propiedades Don Justo le hacía su confesión y la misa teniendo el detalle de acompañarlo hasta la fuente de Periana.
Si se moría una persona de cierta riqueza Don Justo le hacía la confesión y la misa y tenía el detalle de acompañarlo hasta "el visillo".
Pero si se moría un feligrés con mucho dinero Don Justo le hacía la confesión y misa, pero no cualquier misa, este cura desempolvaba su órgano siendo la misa celestial y lo acompañaba humildemente hasta el cementerio.
Y si al verlo pasar por la calle no te levantabas y te quitabas el sombrero te caía una manta de palos que te acordabas para los restos. Son las cosas de aquellos tiempos.
Menos mal que Dios no entiende de clases sociales.
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