En la vida, sólo tenemos una oportunidad; hay que saber aprovecharla o dejarla ir. Ahora pensarás que es fácil, sólo hay dos opciones. Pero, no lo es, muy pocos saben reconocer esa oportunidad.
{Josemy Valverde}
Cuando se despertó en una cama que no era la suya cayó en la cuenta de todo lo que había pasado la noche anterior. Aquella noche Fernando había quedado con los compañeros del trabajo para ir a tomar una copa y luego ¿quién sabía? Quizás algún pub o alguna discoteca de aquellas del centro de su ciudad, a las que tanta gente estaba yendo últimamente. Sólo hacía unos pocos meses que el centro había vuelto a la vida nocturna, él aún no había tenido tiempo para disfrutarla, demasiado trabajo, demasiadas obligaciones. Sólo por ésta vez hizo una excepción, la ocasión lo merecía.
Era el último día en el que Nadia, su preciosa Nadia, estaría en la empresa. Sólo habían sido siete semanas: un trabajo temporal conseguido a través de una página de internet, tan famosas en aquellos días. En esta empresa sólo estaba cubriendo una baja en el departamento de administración. Sin embargo, siete semanas pueden dar para entablar cierta amistad con los compañeros. Y aquella noche las efímeras amistades de Nadia habían quedado en salir todas juntas para despedirse, sabían que una vez fuera de la empresa todo se esfumaría. Nadie puede amarrar una amistad eternamente si sólo la unió un soplo de viento en los hilos del destino.
Habían quedado en tomar algo para despedirla no fue un secreto, nadie pretendió que lo fuese en ningún momento, por uno o por otros y poco a poco se fue enterando toda la empresa menos una persona, Nadia había pedido expresamente ser ella quién le diera la noticia, quién lo invitara. Y fue durante el desayuno, cuando todos se acercaron a la cocina a por el típico café que los mantenía despiertos frente al ordenador, ella lo llamó a la sala de reuniones y lo invitó formalmente. Fernando aceptó sin dudar.
Fernando era contable. Trabajaba en una asesoría familiar de la ciudad, tal vez una de las mejores de aquella capital. El sueldo no estaba nada mal para su nivel de trabajo, rondaba los diecisiete mil euros –incluidas las pagas extras–; aunque también tenía sus inconvenientes, siempre había demasiado trabajo, y en periodos puntuales demasiadas horas extras sin remunerar. Y lo que en un principio menos le gustó: no podía tener más aspiraciones en la vida, ni siquiera podía soñar con un ascenso. No, en esa empresa no.
Si miraba atrás había perdido algunas oportunidades de cambiar el rumbo de su vida, de quizás mejorarla o empeorarla, ya nunca lo podrá saber. Ese trabajo, junto a todas sus horas, le daba la estabilidad que tanto tiempo había estado buscando, si hubiese cambiado, si se hubiera arriesgado lo habría perdido todo y no podría comprarse ese piso junto a su novia, ese lugar donde vivir en el futuro.
La novia de Fernando le había convencido de que eso era lo mejor para los dos, él nunca estuvo de acuerdo, tenía sueños por los que luchar, ilusiones que alcanzar, y lo que en un principio fue sólo un trabajo temporal tras unas prácticas de la universidad
acabó convirtiéndose en su cárcel, en su único futuro, su única realidad de la que no podría salir. Ella había cambiado su futuro por otro distinto.
Un futuro junto a la mujer que amaba podía ser maravilloso a pesar de todo lo que perdiera por dejar escapar sus sueños. Pero pasar años junto a esa persona por la que sólo sientes indiferencia, atrapado en aquella cárcel con barrotes en forma asientos contables podía ser algo terrible y si no encontraba el valor suficiente para evitarlo eso sería lo que le pasaría en la vida. Cuatro años con su novia habían sido suficientes para cambiarlo por completo, para dejar atrás todas aquellas ilusiones. Había sido tiempo suficiente para dejarlos tan atrás, que ya ni siquiera los recordaba. La conoció al poco tiempo de que le hicieran el primer contrato tras las prácticas, fue de seis meses.
Su novia trabajaba en otra empresa como administrativa. A ella sí le gustaba su trabajo, llevaba varios años allí trabajando y estaba cómoda. Nunca había servido para estudiar y nadie apostaba por ella, no pensaban que tuviera la dedicación necesaria para estar todos los días en una oficina. Pero poco a poco se había ganado la confianza de los que estaban a su alrededor, primero había completado un ciclo formativo de administración y finanzas, y tras sus correspondientes prácticas había sido incorporada a la plantilla de la empresa, como pasó con Fernando. Ya llevaba tres años, y si todo iba bien, serían muchos más. Sin embargo antes de que empezara a estudiar, con veintidós años, ni en su familia recordaban por cuántos trabajos había pasado desde que acabara, con retraso, el bachillerato. Y dentro de un par de meses más volvería a sorprenderlos: daría la entrada para comprar un pequeño piso en el centro de la ciudad junto a su novio.
Y en el polo sur de la vida de Fernando estaba Nadia. Ella era todo lo contrario a Fernando y su novia: aún tenía sueños, aún tenía ilusiones por las que seguir luchando día a día, aún tenía ánimos con los que levantarse cada mañana con una sonrisa. Por eso, para alcanzar sus metas siempre buscaba trabajos de sustitución o temporales, necesitaba tiempo para mejorar como artista. Lo que realmente le gustaba, y se le daba bien, era la pintura.
Había estudiado un ciclo formativo de grado superior en contabilidad y finanzas, igual que la novia de Fernando, y otro de grado medio de Informática. Sabía muy bien que aquello la alejaría de su sueño a corto plazo, pero eran los pasos necesarios para obtener una cierta holgura financiera y poder dedicarse por completo a pintar. Eso era lo que estaba haciendo: trabajar cuando encontraba algo y ahorrar todo lo que podía para talleres de pintura, el resto del tiempo sólo lo empleaba en mejorar su estilo.
No había tenido tiempo para una relación seria, o al menos no tan seria como la de Fernando. Ella era un par de años más joven que ellos, tal vez por eso aún tenía sueños en su vida, o quizás aún los tuviera porque nadie le había cortado las alas. Durante las semanas que trabajó en la empresa estaba soltera –y aunque no lo hubiera estado– muchos hombres se fijaron en ella, pero ninguno tanto como Fernando. Aunque claro, siendo como era, rubia, con el pelo largo y con un toque tan angelical en su mirada que
era imposible no fijarse en ella, junto a sus ojos azules siempre iba regalando su sonrisa, ésa que sólo da los sueños cumplidos.
Ésa era la vida de estas personas y aunque aquella noche podía haber cambiado para los tres no fue así.
Fernando sí estaba en lo correcto, la cama dónde despertó no era la suya, aunque tampoco era la de Nadia. Era la de su compañero José, la pudo reconocer cuando se fijó detenidamente en todo lo que había en el dormitorio. Le dolía la cabeza y tenía la boca reseca, sólo podía significar que la noche anterior se había pasado con el alcohol. ¿Pero qué fue lo que hizo aquella noche? ¿Por qué bebió tanto y ahora despertaba en casa de José? ¿Y dónde estaba José ahora? Responder aquellas preguntas era lo único que le preocupaba.
En la mesilla de noche había una pequeña nota firmada por su amigo decía:
“Fernando,
Puedes quedarte todo el día en mi casa si quieres, no te preocupes. Hay algo de comida en el frigorífico. Yo estaré fuera, he salido con mi novia y volveré a la noche. Por cierto, he llamado a tu chica y le he dicho que estuvimos juntos y hoy nos quedaremos a descansar en mi casa, espero que no haya ningún problema. Mejor eso que la verdad.
Nos vemos, José.”
¿Mejor eso que la verdad? ¿A qué verdad se refería? ¿Qué pasó la noche anterior? Tenía la mente demasiado nublada para pensar, recién levantado y de resaca no podía acordarse de nada. Tomó una ducha, desayunó algo y se fue al salón a descansar para intentar pensar en todo lo que podría haber pasado por la noche.
Primero fue con José y algunos compañeros a cenar, ahí no hubo ninguna chica, o al menos no que pudiera recordar. Allí sólo cayeron un par de cervezas para ir entrando en tono, y ya después de cenar sí fueron al pub donde estaba Nadia y el resto de compañeras de la empresa, sí fueron donde ella lo había invitado. Pero allí tampoco pasó nada importante que pudiera recordar, tal vez sólo un par de copas más. Y, quizás, alguna que otra mirada con Nadia, alguna que otra vez ella descubriendo que se estaba fijando en su palestina… quizás algún comentario sobre echarla de menos a partir de ahora, tal vez un “me encantan tus ojos, son los más hermosos que he visto nunca”, o “¿Qué tomas? Yo te invito esta noche”. Después tal vez otro pub o alguna discoteca, no está seguro de tanto.
No podía evitarlo seguía doliéndole demasiado la cabeza, la ducha no había sido la panacea que buscaba, pero al menos sí le había dado algo de clarividencia. Fue a buscar alguna aspirina o ibuprofeno para el dolor, pero, sinceramente, aquella no era su casa y no sabía dónde buscarlas: ¿quizás en la cocina? ¿El baño? ¿Tal vez en el armario de su cuarto? Pero no, no había ninguna pastilla, ¿es qué José era de esas personas
contrarias a ellas? Se recostó en el sofá, se quedó dormido y cuando despertó había menguado un poco más el dolor de cabeza, empezaba a tener algo de hambre. Lo mejor del descanso era que, poco a poco, los recuerdos de aquella noche se iban despejando: ahora sí podía recordar lo que pasó entre él y Nadia.
Después de aquel pub dónde estaban las chicas de la empresa fueron a una discoteca, allí bailó con Nadia y tomaron algunas copas más. Hasta aquel momento no había pasado nada entre ellos, él no se atrevía a decirle apenas nada, y mucho menos a hacer algo. Sólo había sido capaz de decir que le encantaban sus ojos, y sólo podía dejar volar su imaginación mirando su cuerpo y su forma de moverse. Todo en ella le encantaba. En aquellos momentos habría matado por robarle un beso de sus labios, y de hecho estaba ansioso por rozarlos. Pero la impotencia le paralizaba, si hubiera estado solo habría gritado y llorado por la desesperación, pero con tanta gente sólo quedaba apretar los vasos con la mano bajo la oscuridad, creer que con ese gesto toda la rabia y la impotencia de no poder tenerla se irían. No comprendía la realidad: le faltaba valor.
Y hasta la hora de la despedida no hubo más entre ellos que miradas silenciosas que decían lo que sus almas sentían aquella noche, pero ningún hecho. Nadia se iría y él también tenía que hacerlo. Le acompañó hasta la puerta y allí, lejos de las miradas de sus compañeros, sacó el valor que no tenía. Le cogió la mano, la acarició con suavidad y la intentó acercar a él. Ella le pidió a Fernando que no olvidara que tenía novia. Él no le hizo caso, y volvió a cogerle la mano, al sentirla a su lado le susurró:
–¿Puedo pedirte un beso?
–No puedo hacerlo.
–Sólo uno, por favor. -replicó él.
–Fernando, no puedo, tienes novia. Tú no puedes hacer eso, y yo tampoco.
–Sólo uno, por una noche no va a pasar nada. Además, esta noche estoy soltero. Por favor.
–No sigas, por favor, Fernando… -dijo Nadia.
Antes de que ella pudiera terminar la frase Fernando le había robado un beso, y Nadia no había podido hacer nada por evitarlo, ni siquiera ademán de apartarse, tan sólo seguirle el juego, ella también quería seguir aquella senda de lo prohibido, pero aquella noche sólo se dieron un beso. En ese momento no hicieron más que alcanzar el segundo nivel del juego, el primero fueron las miradas.
Después de esa experiencia extra, él la acompañó hasta el taxi y allí la dejó, ella no quiso ir más allá en ese momento. No quedaron en nada más, ni lo comentaron más, aquello fue como si nunca hubiera pasado pero pasando, el saber que dejas la puerta abierta a ese desconocido que te cautivó, pero a cada paso miras atrás para recriminarle que te siga.
Y tras dejarla dentro del taxi, volvió a la discoteca y se tomó otro par de copas con sus amigos. Allí le contó a José todo lo que había pasado en esos escasos cinco minutos
con Nadia. Cómo le había pedido un beso, y al negárselo, se lo robó. José no podía entender aquello que estaba haciendo Fernando, y Fernando tampoco podía entender porqué lo estaba contando, tal vez al hacerlo pretendía borrar algo de culpa. Su amigo siempre había pensado que las cosas entre Fernando y su novia estaban bien y no necesitaba mendigar los besos de otra, por muy guapa que fuera la chica. Pero José no sabía nada…
–Fernando, ¿por qué has hecho eso? ¿Por qué has besado a Nadia? -preguntó José asustado.
–Tú nunca lo entenderías -dijo con media sonrisa en su cara-. Tú y tu chica os lleváis bien, os amáis, sois una pareja y para vosotros todo es idílico. Mi vida no es igual, estoy encerrado en una cárcel, no puedo decidir nada sobre mi vida: está ya planeada por ella -la sonrisa se fue tornando seriedad y lágrimas-. Pero al encontrarme a Nadia, ver lo libre que es, quedarme enamorado de sus ojos, su cuerpo, y sentir que tal vez estaba interesada en mí… no sólo lo he sentido esta noche, han pasado muchas cosas en tan poco tiempo, no te lo puedo explicar ahora. No sé, ha sido todo muy rápido y lo necesitaba; sólo ha sido un beso.
–Pero, ¿por qué lo has hecho?-volvió a recriminarle.
–Carpe Diem, José. CARPE DIEM. -sentenció Fernando mientras iba a la barra a pedir otra copa, de lo que fuese, daba igual.
Ahí se acabaron todos sus recuerdos de aquella noche, pero al menos ya había conseguido recordar la verdad a la que se refería José, y el porqué estaba durmiendo en su casa.
Mas al otro lado de la moneda todo es distinto. Nadia sí recuerda muy bien todo lo que pasó la noche anterior, sí recuerda que le dijo que no podía besar a Fernando y que éste la besó, la acompañó hasta el taxi y le pidió su número de móvil para volver a verse algún día, aunque no está segura de querer hacerlo. No puede romper una pareja. Fernando le gusta, pero no puede hacer algo que no quiere que le hagan a ella.
Aún recuerda cómo se enteró que estaba comprometido, fue hace cuatro semanas, apenas habían hablado un poco a primera hora, desayunando en la cocina, o bajando las escaleras, y sólo habían sido conversaciones triviales. Aquel día también coincidieron en la cocina desayunando; se fijó en la mano de Fernando, tenía una alianza, asustada y un poco decepcionada, le preguntó si estaba casado. Él, haciéndose el interesante, le dijo que sólo era un anillo de noviazgo, en esta vida no hay nada seguro y además aún es muy joven para casarse. Con cuidado se la quitó de la mano y se la enseñó, hablaron un poco sobre Fernando y su novia. Le contó que las cosas siempre habían ido bien, pero últimamente, algo había cambiado entre los dos y no estaba todo como siempre.
Después le preguntó si ella tenía novio, o pareja, o algo. Ella le dijo que no, que en aquellos momentos estaba mejor soltera. Fernando no supo qué decir aunque en su cabeza rondó la idea de que estaría mejor a su lado; Nadia tampoco dijo mucho más hasta que, apresurados, acabaron su café y volvieron al trabajo.
Tras aquel “incidente” de la alianza su relación fue aumentando. Empezaron a hablar más, al principio eran conversaciones banales sin mucho sentido y sin mucha transcendencia hasta que se abrieron las dos almas, descubrieron que tenían muchas cosas en común, y si Fernando no hubiese cambiado tanto en tan poco tiempo aún tendrían más cosas que los acercaran. Cada día que pasaba se daba cuenta que estaba empezando a sentir más por ella, ya no sólo le gustaba su cuerpo y sus ojos, sino algo más. Sin embargo Nadia nunca se fijó demasiado en los sentimientos de Fernando, nunca le prestó atención, y pensaba que sólo eran amigos.
Antes de anochecer José llegó a su casa y se encontró a Fernando viendo la televisión, a modo de broma le comentó:
–¿Qué haces viendo la tele? ¡Carpe Diem!
Se echaron a reír y tomaron un par de cervezas. Hablaron sobre todo lo que pasó la noche anterior, José le ayudó a Fernando a ordenar un poco más sus recuerdos, y Fernando ayudó a su amigo a conocerle un poco más, junto a sus sentimientos, a que José llegara a entender por qué hizo las cosas así. Entonces, Fernando escuchó otra frase que le marcó:
–No se puede amar a un espejismo. A Nadia sólo la conoces desde hace unas semanas, apenas has hablado con ella, y eso no es tiempo suficiente para conocer a alguien y llegar a amarlo. Entiéndelo. No puedes echar toda tu vida por alto.
Pasaron algunos días y Fernando no podía olvidar aquella frase, “no se puede amar a un espejismo”. No le importaba que no se pudiera amar, él necesitaba intentarlo. Tampoco se puede amar el pasado si el presente y el futuro son sólo lágrimas.
Para muchas personas lo que Fernando hizo aquella noche fue un error, para otras sólo una vía de escape, pero para él fue algo más. La echaba de menos, desde que se fue en la empresa las cosas ya no eran igual, empezaba a hastiarse del trabajo, notaba que le faltaba algo, le faltaba una motivación. La voz de Nadia. Eso fue lo que se escuchó al otro lado del teléfono cuando la llamó, se le notaba alegre, tal vez por su llamada.
Aquella llamada era una invitación para volver a verse, aunque en privado, lejos de los compañeros. Tenía muchas cosas que contarle y algunas más que explicar. Ella se hizo de rogar, no quería demostrarle que no lo importaría cruzar de nuevo miradas, que no le molestó aquel beso, e incluso si no tuviera novia tal vez sí podrían llegar a algo más –aunque no fuese serio–; pero si ella se enteraba de su cambio, que dejó sus sueños atrás en tan poco tiempo por una mujer quizás olvidara esa idea. Finalmente Fernando comentó verse en un restaurante cercano a la empresa, según él, había cortado con su novia y necesitaba alguien para hablar. Nadia acabó por aceptar.
En la cena Fernando habló mucho más que ella, él debía explicar muchas más cosas, como por ejemplo, por qué la besó, no obstante ni él lo tenía claro.
–Siento mucho si lo que hice la otra noche te pudo molestar, de verdad. Sólo quiero que sepas dos cosas -dijo Fernando-. Cuando te pedí el beso no iba borracho, no fue un capricho, si lo hice era porque lo sentía y lo necesitaba en ese momento, es más lo volvería a hacer.
–¿Y lo segundo?
–Lo segundo es que has sido la primera mujer a la que he besado desde que estoy con mi novia, nunca creí en las infidelidades ni lo entendí hasta que te conocí. No quiero que pienses que voy besando chicas siempre que puedo, porque no es verdad. Jamás lo había hecho antes, y sé que jamás lo volveré a hacer.
–No te entiendo, ¿por qué arriesgas todo lo que tenías con tu novia por mí? Yo jamás pensé que podría interesarte, y menos aún nuestra última noche, sólo estábamos bailando y despidiéndome, no podía imaginar tus intenciones. Me dejaste en blanco por unos segundos.
–Lo sé y lo siento, pero… carpe diem, sólo vivimos una vez. Y no creo que hiciera daño a nadie. Aquel era el mejor momento para acercarme a ti y pedirte el beso. Al ver que no podías dármelo, sólo quedó robártelo.
–Quizás sí le hiciste daño a tu chica… -repuso Nadia, Fernando calló durante unos segundos.
Y tras aquel silencio le estuvo explicando que su novia ya no le hacía feliz, vivir con ella era como leer una novela: el protagonista no puede salir de los renglones que el autor dispuso para él. Su vida estaba ya planeada, estaba escrita, y aquella noche él quiso ser el señor de sí mismo. Y por una vez todo le había salido bastante bien, mas no pensó que, al contrario que en la física donde cada acción tiene una reacción igual en el amor ésta es más grande que la causa. Y en su caso, por un beso había muerto una relación. En realidad, siendo sinceros, aquel beso aún no había roto ninguna relación sólo lo sabían tres personas: Fernando, Nadia y José. Y, tal vez, ninguna de esas tres personas haría nada para romper la relación.
A partir de entonces fueron abriendo aún más sus almas y dándose cuenta que aquello podría funcionar, Nadia ya no tenía miedo ni le importaba compartir cosas con Fernando. Y a Fernando cada vez le gustaba más y se acordaba menos de su novia.
Volvieron a algún pub, no les importaba el nombre, sólo querían estar juntos y seguir hablando sobre ellos. Conocerse más, en palabras de José: “necesitaba que Nadia dejara de ser un espejismo para él”.
Por primera vez en toda la noche empezaba a tener miedo, se estaba dando cuenta de que todo podía ser perfecto junto a ella, y de hecho, aquella noche lo fue. Ella le habló de sus sueños de convertirse en una gran artista, de los trabajos para pagar sus sueños y que siempre los buscaba intentando que le dejasen tiempo libre. Él sólo podía admirarla cada vez más. Pero cuando Nadia preguntó si él tenía sueños, sólo pudo callar y decirle que algún día se los contaría. A pesar de todo, Nadia no se atrevió a preguntar por su ex novia, ni por sus sueños, no quería hacerle sentir mal pues como dijo algún
filósofo: “suprimid la mentira, y habréis hecho imposibles las relaciones sociales”. Pensó que aquella noche él podría ser para ella, él era “soltero y soñador”.
Sólo unas horas antes de que cerrasen el pub, Nadia dio otro paso hacia delante, aunque sin definir ningún camino –o eso temió Fernando–.
–¿Quieres hacer algo más? ¿Quizás tomar otra copa? -preguntó ella.
–No, por mí está bien, lo que tú digas.
–Bueno, pues… nos vamos ya, y mañana será otro día, ¿no?
Fernando no podía dejar que todo acabara así, no quería perderla para siempre ahora que estaba empezando a amarla, a conocerla más allá de sus ojos azules. Le dio otro beso, esta vez, sin preguntar nada, no hacía falta, lo había podido leer en sus ojos. Se fusionaron en aquel beso sin final, Nadia le cogió de la mano y lo arrastró hasta su casa. Allí pasó lo que el destino dejó que pasara entre los dos. Cuando Fernando miraba al azul infinito de la mirada de Nadia sólo podía pensar en una frase: Carpe Diem.
Mañana al despertar tendría que contarle a Nadia que la había engañado, seguía estando con su novia. Pero aún más difícil que eso sería decirle a su novia que le había sido infiel, y quería dejarla, no quería una relación social, quería una relación de pareja. Se había enamorado de un espejismo y no podía evitarlo, sólo necesitaba que el espejismo desapareciera y conocer a la persona que había detrás. La persona que, tal vez, podría llevarle de vuelta al mundo de los sueños.
Mientras tanto… Carpe Diem, quizás algunos espejismos se tornan realidad cuando despiertan los sueños.
Relato participante en el XX Certamen Literario Villa de Periana, enviado por Josemy Valverde al cual agradezco su colaboración y contribución en esta página.
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