11/12/2025 www.altaaxarquiadigital.es
Como en tantos hogares españoles, en la familia Calderón Negro la Navidad siempre ha comenzado mucho antes del 24 de diciembre. La preparación del hogar, la colocación de los adornos y el encendido de las primeras luces no eran solo tareas domésticas, sino un ritual compartido, una jornada de convivencia en la que cada gesto anunciaba que se acercaba el tiempo de reunirse, de celebrar y de recordar.
Pero en su casa, esta costumbre fue creciendo año tras año hasta convertirse en algo más grande que una tradición familiar. Lo que empezó como un pequeño ritual entre Prudencia y Francisco reuniendo a sus hijos para preparar el campo para las fiestas, terminó transformándose en uno de los rincones navideños más entrañables y visitados de Periana: la Aldea Navideña, que cada 8 de diciembre vuelve a encenderse por el día de la Inmaculada Concepción.
Todo comenzó cuando Prudencia quedó cautivada de uno de esos grandes árboles de Navidad que coloca algunos ayuntamientos y centros comerciales. Paco, el mayor de sus hijos, le propuso a su padre construir uno para sorprenderla. Y así fue: un gran árbol iluminaba cada Navidad junto a la casa, convirtiéndose en el símbolo de una tradición que ya no se detendría.
Cuando Prudencia falleció, Francisco no tenía ganas de continuar. La Navidad ya no iluminaba igual. Fue entonces cuando Paco, el mayor de sus hijos, decidió no solo mantener vivo aquel legado, sino hacerlo aún más grande, como si el objetivo fuera que “la Prudencia” pudiera disfrutarla desde donde los viera. Desde entonces, la aldea navideña se ha convertido en una forma de honrarla cada año, un puente entre el recuerdo y la vida que continúa.
Con el tiempo, también Francisco faltó, pero el espíritu familiar siguió intacto. Hoy son Paco, Mari, Jesús y Pepe quienes mantienen viva la tradición, faltando tan solo un año a su cita debido a problemas de salud. Su organización funciona como una maquinaria perfectamente sincronizada: cuando pasa el puente de Todos los Santos, empieza el ritual. Mari diseña, imagina colores, compra, fabrica y coloca adornos; Paco construye y da forma a las piezas grandes para, posteriormente, junto con Jesús y Pepe que aportan manos, ideas y fuerza, levantan los decorados que ya forman parte del paisaje navideño de Periana. Cada uno aporta su poquito de magia.
Y así, poco a poco, el campo se transforma. Surge el inmenso árbol que preside la aldea, aparecen los muñecos de nieve, la casa de Papá Noel, el trineo con renos que cada niño sueña ver despegar la noche del 24 de diciembre. Cada figura, cada detalle, cada luz instalada tiene algo de artesanía y mucho de cariño.
La Aldea Navideña ya no es solo “la tradición de una familia”. Se ha convertido en un punto de encuentro para vecinos y amigos que cada 8 de diciembre, al caer la tarde, se reúnen para inaugurar juntos la Navidad. Gente que se abraza, que recuerda, que se emociona al ver cómo una historia familiar ha construido un pequeño lugar de magia compartida entre olivos.
Desde esta tarde y hasta el 6 de enero, la Aldea Navideña de Periana volverá a iluminar cada atardecer. Será, como siempre, un homenaje a la vida, a la tradición y a la familia. Pero también, un recordatorio luminoso de cómo las historias más humildes, cuando se hacen con amor, pueden acabar perteneciendo a todo un pueblo.



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