viernes, 30 de diciembre de 2016

Ganador del XXIV Certamen Literario Nacional “Villa de Periana”, de relato corto.




Entrega del Premio Relato Corto de Periana a D. Miguel Sánchez Robles con su relato "Las mariposas ciegas" a su lado el alcalde de Periana muestra el relato ganador junto a D. Rafael Alcolea y Dña. Inmaculada Toledo, miembros del jurado.


LAS MARIPOSAS CIEGAS. Autor: MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES
Ganador del XXIV Certamen Literario Nacional “Villa de Periana”, de relato corto

 En reunión celebrada el día de diciembre de dos mil dieciséis en la Casa Consistorial de Periana (Málaga), un Jurado compuesto por Dª Mercedes Belén Muñoz Hijano; Dª. Inmaculada Toledo Sánchez y D. Rafael Alcolea Harold; actuando como Presidente el Alcalde, D. Rafael Torrubia Ortigosa; acuerda conceder por unanimidad el Premio Nacional “Villa de Periana”, en esta su XXIV Convocatoria, a la obra presentada bajo el título “Las mariposas ciegas”, cuyo autor, una vez abierta la plica, resultó ser D. Miguel Sánchez Robles , con residencia en Murcia.

"LAS MARIPOSAS CIEGAS"
" Es tan lindo saber que usted existe"
Mario Benedetti
No me ves. Nunca me ves, pero yo estoy ahí, me llamo María, tengo diecinueve años y no sé lo que quiero ser en la vida. Resido en una ciudad en la que llueve mucho y me siento sincera y desvalida. Tampoco sé cómo vivir, estoy siempre improvisando. Incluso no formo parte de esta humanidad que está enamorada de que lo fácil calme su cerebro. Soy una de esas muchachas tristes que no funcionan bien, que no encajan nunca en las casillas del juego de la Oca. Todas las muchachas tristes que somos así sabemos que fuera de Internet el mundo entero ha empezado a oxidarse y solemos ser hijas de albañiles alcohólicos que cobran el subsidio o de empleados de naves industriales que usan monos azules o guardapolvos grises y les faltan enteros los dientes inferiores de delante. En realidad voy por el mundo como si fuese una mariposa ciega, he abandonado la FP básica, me pongo ropa negra y el cierre del sostén me lastima la espalda.
Quienes somos así no existimos para los planes de convergencia, ni para los proyectos de "Europa Creativa", ni para los comisarios de Bruselas. No salimos nunca de las esquelas, ni se nos ve bailar o emborracharnos en los pub, ni nos dejan folletos de IKEA en los buzones a nuestro nombre, ni buscamos cosas en las páginas web, ni recordamos las claves de las tarjetas de crédito porque no las usamos, están siempre sin saldo. Tampoco somos muy sexys, ni aparecemos en el Arte, ni en las esculturas o en los cuadros de los museos. Sale el "El grito" de Munch, salen esos campesinos que rezan el Ángelus en una obra de Millet, sale ese niño de Murillo que se come en el suelo un racimo de uvas, pero en esos cuadros no salimos nunca nosotras.
Nuestra alma es un alma distinta, un alma complicada y sutil, condolida y pequeña, que se parece mucho a esas lágrimas negras que se pintan en el rostro de los payasos tristes, esas lágrimas negras que vienen a decirnos que siempre hay en el mundo alguien que necesita llorar el alquitrán.
¿Qué más? ¡Ah sí! Odio ver las colillas de malboro tiradas en el suelo de las puertas de los ambulatorios y los bancos. Soy por dentro de plata, como las sardinas en aceite, y nunca soplo velas de cumpleaños, ni mis padres me apuntan al médico del odio, como llama mi amiga Elena al psiquiatra carísimo al que la llevan los suyos, ni digo hijo de puta, ni creo que los vencejos vivan siempre en el aire o que los caballos duerman de pié, pero leo a Neruda o a Kundera y te lo entiendo todo si me hablas despacio de tu vida o te abrazas a mi para llorar conmigo.
Sí, tengo alma de hada, pero carezco de termo luminiscencia. Estoy ahí, pero es muy difícil que me veas porque me camuflo entre otras muchachas que estudian "Conservatorio" o "Árabe" o "Biología Molecular" y sólo me puedes encontrar si, cuando vas a un banquete de Navidad o en una boda, les prestas mucha atención a las camareras que son jóvenes y de no mucha altura.
Mañana tendré que servirte platos de lubina o angus. Tú olerás mucho a colonia Bvlgari y llevarás pulsera de alpaca o un reloj analógico chapado en oro y habrá niños que correrán por entre mis piernas mientras lo hago todo, mientras llevo la bandeja llena de cubalibres o café o cervezas. Y alguien, uno de esos tarados que se creen jefes, tal vez me gritará un poco en la cocina si no ando lo suficientemente rápida o si me siento un rato entre el primer plato y el segundo. Pero no estaré de mal humor. Pensaré mientras tanto en que el verano que viene voy a ir a la playa, en que a lo mejor tomo un autobús y me voy sola a Calblanque en Julio porque me gustan mucho las olas y la arena, y en que allí buscaré un rincón sin nadie para desnudarme, y me tumbaré al sol acordándome de muchas tardes de playa por esas fechas, cuando era más niña y más feliz que ahora, alumna de instituto, y aprovechaba entonces los fines de semana de marzo y abril para irme con otras amigas que tenían abuelos adinerados a casas en La Manga a leer a Cortázar en el porche mientras los demás duermen o a desayunar todos en un balancín al aire libre y bañarnos cuando es muy de noche y pasarnos dentro del agua los litros de cubata en una botella de vidrio para beber a morro. Y también pensaré mientras trabajo en que eso ya no puede ocurrir porque mi amiga Elena vive en Londres y Javier está de Erasmus en Berlín, y Neli, desde que no vivo con ella en el piso de Murcia porque dejó Medicina y yo dejé la FP, sólo dice que lo mejor que ha hecho nunca ha sido olvidarse de todos los amigos, y en Esther que siempre dice "Sólo quiero jugar al angly birds", y en Trini que está siempre sin alegría o le da vergüenza enseñar su cuerpo en la playa. Y ya sólo soy yo, siempre yo, un hada triste y sola, pensando a veces mientras trabajo o mientras sueño: "Debería fingir que me gusta estar viva".
Tú no lo verás, pero mañana sonará para mí el despertador muy temprano, me peinaré con prisa e iré andando sola al amanecer, con pantalón negro y camisa blanca, hasta el salón de celebraciones que hay en las afueras de Lorca. Entonces empezaré a poner jamón en platos, empanadillas en platos, patatas fritas en platos: 44 platos de jamón ibérico que no es ibérico, 44 platos de endivias con anchoas, 44 platos de langostinos fríos, 44 platos de todo y 90 individuales. De todo 90. Los camareros nos conoceremos un poco de lo que nos conocemos siempre los jóvenes pobres del pueblo, de vernos pasear por las glorietas con las manos metidas en los bolsillos de la parte de arriba del chándal escuchando a Marwan en el MP3, de cruzarnos al salir de los supermercados con nuestras compras minúsculas en las manos (¡Qué vergüenza me da hacer compras minúsculas en los supermercados!), de habernos emborrachado con absenta en el mismo bar oscuro que sólo abre de noche, de ir a las oficinas de empleo a que nos digan siempre que en España sólo hay trabajo ahora para cuidar ancianos o fregar suelos, y no hablaremos mucho entre nosotros, aunque a veces nos rozaremos los cuerpos al pasar con las bandejas vacías por las puertas volantes de la cocina, y al tocarnos un poco sentiremos pudor y habrá un impulso de algo en nuestros corazones altivos y orgullosos. Entonces el tiempo pasará de manera frenética, serán menos de las once de la mañana y hará un sol muy hermoso en la calle, y yo aún no llevaré la camisa untada de vino, ni tendré ansiedad por nada que algunas veces tengo en los momentos muertos de mi vida real y verdadera.
Luego repartirán las mesas, y empezará a haber más confianza entre nosotros, los camareros, y el jefe a lo mejor me dará las mesas mejores, las más próximas a las despensas, porque me habrá visto más débil, sincera o desvalida. El jefe dará órdenes muy rápidas, muy rápidas, muy rápidas. Y luego, antes de comenzar y de que empiece a llegar gente, comeré algo y tomaré un botellin de cerveza y se pasará muy rápido el tiempo hasta las dos. A esa hora comenzaréis a llegar todos en avalancha, mucha gente con traje pasando por entre las mesas y yo os sacaré quintos de mahou de seis en seis diciendo con cortesía: "Disculpe, perdone, ¿me permite?". Y pensaré en la camisa blanca que no soporto cómo me queda, incluso me alegraré de no tener mucho pecho, porque todos buscaréis entonces en mi escote el color del sujetador que siempre me aprieta y el volumen exacto de mis tetas, mientras yo os pregunto:"¿Puedo retirar? ¿Le traigo otra botella? ¿Quiere la carne al punto?".
Luego, te veré, siempre te veo yo sin que tú me veas nunca. ¡Tú, por fin! Un poco mayor que yo con el pelo rizado y los ojos de color ámbar como a mí me gustan, y me enamoré de ti al instante, y me dará vergüenza por si la camisa blanca no me queda bien o ya me la he manchado. Tú, que tendrás unos veinticinco o más años y serás alto, muy delgado y callado, muy callado, como yo, como todas las muchachas tristes y pobres que nos llamamos María y no sabemos lo que queremos ser en esta vida, y tal vez por todo eso sólo decimos siempre lo justo. Tú, que también serás, tal vez, el único chico de tu mesa que no hablará demasiado. Los demás sí, los demás no dejarán de llamarme, dirán: ¡María! ¡María! ¡María!". Muchas veces María. Y yo no sabré quién les ha dicho mi nombre, y tendré que mirarlos con una media sonrisa que detesto en mí. Y será como no soportaros y, por otro lado, teneros cariño a todos porque habláis con humor y con esa estridencia humana que produce el alcohol, lo hacéis todo siempre en las bodas con humor, aunque sea un humor tonto e ingenuo como el de las risas enlatadas de la televisión cuando alguien recibe un balonazo en sus partes o algo así.
Luego te miraré mucho. Cuando me detenga un poco entre dos mesas o cuando me apoye en la barra, no dejaré de mirarte. Tú sólo me mirarás un poco sabiendo que eres guapo y a mí me dará vergüenza de mi pelo despeinado y del olor a aceite y a sudor que tal vez tenga en mi cuerpo. Iré demasiadas veces a tu mesa, más de las necesarias, y te cogeré el plato con sumo cuidado. Te preguntaré: "¿Me dejas?" y tú sonreirás y eso te hará los ojos aún más perfectos y sublimes. Y pensaré para consolarme que eres estúpido, que eres bello y estúpido, bello y sin alma. Pero aún así, toda la jornada estaré buscándote, buscándote, buscándote. Y sentiré deseo, carnalidad de ti. Ese deseo que odio y que siempre me ha hecho daño, mucho daño. Pero mañana no podré evitar volver a sentirlo. No podré evitar esa branquia de lujuria en el estómago y esa impotencia de no poder acariciar ese pelo tuyo que te llega hasta el cuello y acercarte a mis labios a tu boca. Y me dará tanta rabia sentir eso que recordaré todas esas cosas que decía Neruda sobre que es tan corto el amor y tan largo el olvido, o Rilke sobre la belleza y los ángeles y la lucides, o eso de Benedetti: "Es tan lindo saber que usted existe" o "Me gustaría mirarme en todos los espejos contigo", o lo de Milan Kundera sobre que algún dios fue demasiado cruel a unir el sexo y el amor.
Y sentiré remordimientos mientras friego 90 copas por 3, un vesubio, otra de champán y otra de vino, mientras las friego y las voy secando una a una y metiéndolas en cajas y comiendo dátiles en los intervalos para calmar mi hambre, muy harta de las 90 copas por 3, muy harta de los ruidos, muy harta de tener que sonreír mientras trabajo y de fingir un poco que me gusta estar viva; pensando sólo en salir a buscarte donde quiera que estés y cogerte de la mano y proponerte: "Ven", y llevarte a la parte de atrás donde están todas esas cajas vacías de cerveza y los cubos donde se deposita la basura, al aire libre, y bajo un sol precioso de abril que yo me habré perdido ese día por trabajar, decirte: "No quiero fregar más 90 copas por 3, ni barrer uno a uno los huesos de las olivas, ni comerme las empanadillas que han sobrado". Y besarte entonces muchísimo en la boca.
Pero no es así. Estaré loca de amor, pero no tendré éxito. Y al final todo se volverá estridente y frenético. La gente bailará borracha. La música estará muy fuerte. Y a mí se me nublará la vista de cansancio. Los demás camareros estarán un poco borrachos también y se quedarán más horas. Y yo tendré de nuevo que olvidarme de ti, como me olvido siempre, mientras que vuelvo sola a casa por el camino triste de la Estación, despeinada, con la camisa sucia por fuera del pantalón, pensando que el mundo está mal y que todo está empezando a oxidarse solo. Y tendré que detenerme un poco en la fuente para limpiar con agua la suela de mis zapatillas negras, porque estarán tan sucias que se pegarán al firme de la calle impidiéndome andar, esas zapatillas hasta el tobillo con las que vamos al trabajo las muchachas pobres que nos llamamos María, tenemos diecinueve años, no sabemos aún lo que queremos ser en la vida y siempre estamos ahí, pequeñamente ahí, donde intentan su vuelo las mariposas ciegas.


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