lunes, 17 de mayo de 2010

Pregón nº 23 a San Isidro Labrador por José Manuel Zorrilla Barroso.

Foto José Manuel Fernández, podrás encontrar muchas más en su blog SAN ISIDRO LABRADOR










Como viene siendo habitual y según la programación prevista para estas Fiestas Patronales en Periana, el viernes a las 20:30 en la Fuente de Periana se realizó el tradicional Pregón a San Isidro Labrador a cargo de D. José Manuel Zorrilla Barroso.

Seguidamente se dio paso a una degustación a todos los presentes.
PREGÓN DE SAN ISIDRO 2010
JOSE MANUEL ZORRILLA BARROSO
Muchas gracias al alcalde y a los mayordomos por invitarme a compartir con todos vosotros unas palabras en la plaza más querida de Periana, ante el más entrañable de los auditorios.
Amigas y amigos, escuchad lo que este perianense y madrileño viene a pregonar en clave de nostalgia y desenfado. Llevo una espina clavada en la memoria y he venido a sacármela aquí en el balate de La Fuente, delante de mis paisanos. Permitidme que os cuente la historia de un desarraigo.
Cuando se trasplanta un olivo, aunque sea pequeño, es imposible arrancarlo con toda su cepa. Las raíces más largas, las que le sujetan al suelo, se rompen y se quedan ancladas para siempre al trozo de tierra donde germinó el hueso de
aceituna.
Hoy me siento dichoso pregonando en este pueblo donde nací, hace ni me acuerdo
cuantos años, en el número cuatro de la calle del Cura José Barroso. Doña Margarita ayudó a mi madre, María Teresa, la hermana de ese cura, a traerme al mundo. Mi padre es Manolo Zorrilla, el de aquella tienda que estaba siempre abierta y vendía de todo pero sin regateo. Ahí brotó este retoño de olivo y empezó a echar sus primeras hojas, sus primeras raíces.
Recuerdo que mi niñez fue, al menos, tan feliz como la de los demás niños.
Todos los clientes conocían a aquel chaval que, con su hermana Mari Tere, andaba enredando detrás del mostrador. Como la televisión era tan breve, y en blanco y negro, y no había videojuegos ni Internet, teníamos que jugar en la calle con los amigos, a lo que tocara: A los platillos, a las bolas, al trompo, a la rueda, a pídola, al pilla-pilla, al escondite, a la pelota o a los indios en la Peña del Sombrero.

Tuve la fortuna de alimentar mis sueños infantiles en el cine de la Lomilleja. Carmen la Veinticuatro, que contaba cuentos como nadie, vendía las entradas y Elías, el encargado de las proyecciones, me dejaba subir a la cabina para ver por un agujero las películas que el cura don Justo censuraba desde el altar. Aquel niño fantaseaba creyéndose vaquero o centurión, se partía de risa con el gordo y el flaco, soñaba con Marilyn Monroe y cada año esperaba con ilusión que llegaran las fiestas de San Isidro para ir al circo que instalaban en el llano, para montarse en los caballitos o en las barquillas, para comprar turrón a Antonio el del Puesto y comer las mejores avellanas, las de Ramón.
En frente del cine estaba la escuela de don Francisco García, Paquito la Rafaela, el maestro que nunca nos obligó a cantar el "Cara al sol", pero que nos sacudía con la vara de sierpe de olivo. No para castigar alguna gamberrada sino por haber confundido la beca con la uve o por no recitar de carrerilla la tabla del ocho. Él sabía mirar al futuro y convencía a nuestros padres diciéndoles: "El niño es aplicado, puede hacer carrera". El niño conseguía una beca y lo mandaban a estudiar fuera, a un colegio o a un seminario.
Y así, el miedo a defraudar a todo el mundo, que aseguraba que esa' era nuestra mejor oportunidad, provocó la párvula migración a los internados de toda una generación de niños y niñas de Periana.
Aquellos tiernos acebuches, antes incluso de que los injertaran, fueron arrancados y muchas de sus raíces quedaron incrustadas para siempre en esta hermosa tierra. Pocos pensaron en el desarraigo ocasionado a ese montón de críos que con sólo diez años nos veíamos privados de nuestras familias y de nuestros amigos. Niños a los que se nos partía el alma cada vez que la "alsina" nos sacaba de nuestro pueblo, llevando por equipaje una maleta colmada de soledad. Niños que dejamos de subir a las norias, que no disparamos más las escopetas de feria y que no volvimos a aplaudir las carreras de cintas ni a echar trigo al santo. Éramos demasiado pequeños para digerir tanto desamparo.
Esa es la otra cara de la historia. Y esa es, amigas y amigos, la gran deuda que tengo con estas fiestas. Mientras el pueblo se divertía y agasajaba a su patrón, los chicos y chicas de los internados hincábamos los codos para sacar los exámenes finales y no perder la beca, porque en esos pocos días nos jugábamos nada menos que la oportunidad de seguir estudiando.

Fuimos un puñado de jóvenes perianenses que tuvimos la inmensa fortuna de ir a la escuela de aquel maestro visionario -y de otros maestros y maestras como él- pero, sobre todo, nos tocaron unos padres que, a pesar de haber sufrido en primera persona la experiencia más trágica que ha vivido este país en los últimos tiempos, fueron valientes, arriesgaron y lo apostaron todo por sus hijos. Cambiaron sus planes familiares para que estudiáramos porque querían torcer el destino buscando para nosotros un futuro mejor que el suyo.
Sin embargo, nadie nos regaló nada, el estudio exige mucho sacrificio y tuvimos que aplicarnos. Con callos en los codos hicimos carrera, porque teníamos confianza en ese futuro que nos prometieron. No les defraudamos, el tiempo les dio la razón y ahí están los resultados. Nos honra que este pueblo haya producido una gran cosecha de maestras y maestros. Y también de médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, científicos, humanistas y algún que otro periodista. De esta generación quiero subrayar la labor de nuestro amigo Rafael Núñez Ruiz y su magnífica "Historia de Periana". Aquellos estudiantes iban llenando su maleta de conocimientos, de cultura, de vida.
Muchos nos instalamos fuera de aquí y construimos nuestra propia historia personal en otros lugares. Casi sin darnos cuenta, nos hicimos adultos y echamos otras raíces en tierras lejanas, junto a otras gentes. Aquellos olivos, con injertos forasteros, crecieron sanos, maduraron y se poblaron de nuevas ramas pero ya nunca más volvieron a dar aceitunas verdiales. Producían buen aceite pero sabía distinto porque les habían amputado sus primeros raigones.
El país cambiaba rápidamente y nosotros también. Mientras el dictador agonizaba, el mayo del 68 nos proporcionó argumentos para pegarle el último empujón a la dictadura y reivindicar la democracia. Eran tiempos revueltos en los que cualquier estudiante se jugaba el tipo corriendo delante de los grises y los sótanos de la Puerta del Sol estaban abarrotados de detenidos. Nos encandilaban las ideas pintadas en los muros del Barrio Latino ("Seamos realistas, pidamos lo imposible'). El mundo gritaba contra la guerra de Vietnam y los jóvenes rendían culto a la paz, a las flores y al cáñamo.

Nos invadió el turismo y mudaron las costumbres. Las playas se llenaron de bañistas desinhibidas que soliviantaban nuestro tradicional recato, Hasta la Iglesia abrió sus puertas al torbellino de aire fresco. Aquí, los hermanos Rey se sacudieron el polvo de la sotana y limpiaron las telarañas de una religión oscura y trasnochada.
En este marco vertiginoso e incomparable, un grupo de jóvenes formamos una pandilla que sembró mucha amistad y cosechó una parva enorme de sueños veraniegos. Cinco ilusos tuvieron la osadía de crear un conjunto de música moderna. Ahora recordamos con nostalgia a Paco Palomo y a Paco Navas, que ya no están con nosotros, y que con Antonio Barroso, Paco Martín y Paco Javier formaron los "Briston". Los chicos con las chicas bailábamos bien juntos mientras ellos tocaban, a ritmo de Liverpool, míticas canciones como "Please, give peace a chance " ('Por favor, demos una oportunidad a la paz ") y tantas y tantas melodías inolvidables de ayer, de hoy y de siempre. Aquella si que fue una excelente cosecha.
Los emigrantes de los internados, aunque nos íbamos aclimatando al frío de otras
latitudes, volvíamos puntualmente cada verano al cobijo de la familia, al calor de la tierra que nos vio nacer para calmar las penas del exilio, para respirar el polen de los olivos, para mojar pan en aceite y os aseguro que esos días felices compensaban la dura carga del destierro.
La Constitución del 78 nos.,trajo por fin la libertad, las urnas, la democracia. Las
primeras elecciones municipales libres dieron la oportunidad a Rafael Zorrilla, con un grupo -de concejales, de acometer la mayor transformación que ha experimentado Periana en toda su historia. Los que venimos de tarde en tarde tenernos que descubrirnos ante esta gran obra que después han continuado, con vuestro voto, Juan Peñas y Adolfo Moreno. Ahí va nuestro reconocimiento y enhorabuena.
Ha pasado mucho tiempo. He perdido el pelo, el bigote y muchas cosas más. El camino ha sido muy largo y laborioso. Cuando vuelvo la vista atrás y veo esa senda que nunca he de volver a pisar, este caminante hace balance y agradece que las piedras del camino no le impidieran caminar, que no tuviera que estorbar a nadie para andar. Con una gran mujer, hija de la Castilla más auténtica, comparto dos retoños, ya talludos, que respetan y admiran el pueblo de su padre. Pero ellos han crecido al abrigo de la familia e ignoran
el trauma de la separación. Germinaron en otros campos y no sienten la llamada de esta tierra, por eso guardo un trozo de olivar, para que un día lo hereden y recuerden sin complejos el origen de sus antepasados.
Sinceramente, me llena de satisfacción ver que estos niños que ahora corretean por las calles no necesitarán alejarse de sus familias a tan tierna edad para seguir estudiando.
No tendrán que padecer el desarraigo de los internados. Se educan aquí hasta que son adolescentes y, si quieren hacer carrera, pueden marcharse más maduros.
Amigos, amigas, cada uno cuenta la historia según le fue. No creáis que el nuestro ha sido un camino de pétalos. Las rosas tienen muchas espinas, sus heridas se curan pero dejan cicatrices. Os confieso que, cuando estamos lejos de esta tierra nuestra, aquellas raíces que un día lejano se nos quedaron aquí constituyen nuestro más delicado tesoro.
Os pido que seáis comprensivos con todos los que tuvimos que emigrar, por uno u otro motivo, y nos acojáis como dignos paisanos que nunca hemos renunciado a nuestros orígenes, que paseamos orgullosamente el nombre de Periana por parajes lejanos. Os doy las gracias de todo corazón por dejarme sacar aquí, en La Fuente ante vosotros, esta espina tanto tiempo enquistada en la memoria.
Bueno, ya está bien de nostalgia, ahora toca el desenfado, porque empieza la feria y viene el cachondeo. Pongamos una sonrisa a estos versos tan sabrosos que Joaquín Sabina dedica al santo madrileño:
A la hora de la farra, De corazón os deseo
Que brindéis por San Isidro,
Santito de los ateos
Que camelando angelitos
Se escaqueó del currelo
Paisanas, paisanos, dejemos correr la alegría y la diversión. Bailemos y disfrutemos de las fiestas mientras duren, que ya tendremos tiempo de volver al trabajo, a la crisis o al desempleo. Los creyentes que echen trigo al patrón, los devotos que le recen y le pidan por los descreídos, los laicos que aprovechen el jolgorio pagano y todos juntos gocemos en paz de los festejos.

Para terminar, un deseo que en realidad es un sueño: Quiero un mundo más justo y solidario donde quepamos todos sin estorbarnos. Los de izquierdas, los de derechas y los mediopensionistas. Los de aquí y los de allá, los de Pekín y los del otro lado del Estrecho. En esta generosa tierra, junto a nuestros olivos, dejemos crecer abedules y bambúes, tamarindos y cocoteros que anuden sus raíces y renueven la savia del pueblo.
Que florezca un gran huerto de concordia y que la solidaridad sea su abono más feraz.
Que en el corazón de todos los hombres y mujeres germine la esperanza de un mundo cabal. Porque ya sólo nos quedan los sueños y los sueños, sueños son. Y siempre serán.
Amigas y amigos acompañadme con este grito que ya me quema en la garganta:
¡Vivan las fiestas del pueblo!

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