jueves, 28 de noviembre de 2024
Presentación del libro de Daniel Clavero titulado HIJO DE STULL.
La alcaldesa de Periana solicita, junto con alcaldes de Viñuela, Alcaucín, Alfarnate, Alfarnatejo y Canillas de Aceituno, la implantación del Ciclo de Técnico en Atención a Personas en Situación de Dependencia.
SESIÓN INFORMATIVA DE CERTIFICADOS DIGITALES, USOS PRÁCTICOS.
El Poblado Navideño de La Muela, el Encuentro de Coros y una docena de actividades animan la Navidad de Periana.
martes, 26 de noviembre de 2024
Periana recopila la oferta de casas rurales y restaurantes del municipio en dos folletos turísticos.
lunes, 25 de noviembre de 2024
Periana contra la violencia de género. NO ESTÁIS SOLAS.
El Ayuntamiento de Periana se compromete a implementar los ODS de la Agenda 2030 para el año 2025.
domingo, 24 de noviembre de 2024
VISITA AL TRAVERTINO Y YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO "EL FUERTE"
El Club de Lectura y Teatro de Viñuela presenta en Periana su obra de teatro titulada "QUE PASE EL SIGUIENTE".
sábado, 23 de noviembre de 2024
Concierto de la Banda Municipal de Música de Periana en honor a Santa Cecilia y actuación especial de Dúo Ballix.
El programa de DÚO BALLIX fue el siguiente:
Sonata al estilo antiguo Español. C. Cassadó
I. Introduzione e Allegro
II: Grave
III. Danza con Variazioni
Après un Rêve. G. Fauré
Piezas de concierto. F. Couperin
I. Prélude
II. Siciliène
III. La Tromba
IV. Plainte
V. Air de Diable
Cavalleria Rusticana. Intermezzo. P. Mascagni
Danza Oriental. Nº 2. Opus 37. E. Granados
Salut d´amour. E. Elgar
Una furtiva lágrima. G. Donizelli
Sérénade. G. Cassadó
El cant dels ocells. Canción popular
Los componentes de la Banda Municipal de Música de Periana hicieron dúos con Jessica López de distintos clásicos.
Belén López Danés gana la XXV edición del Concurso Literario de Periana.
Título: Una mujer, un perro, un hombre Seudónimo: Grecia
La mujer se despierta primero. Es temprano. Lo sabe porque por los minúsculos agujerillos de la persiana apenas se cuela la luz. Le duele la cabeza y se nota los párpados hinchados. Sabía que esto pasaría. Cada vez que llora antes de acostarse se levanta con dolor de cabeza y los párpados hinchados. A su lado, el hombre, su marido desde hace once años, sigue durmiendo. Lo envidia. Poder dormir con esa facilidad, a pesar de todo. Se levanta y va al baño. Evita el espejo, se sienta en el inodoro mientras se masajea las sienes con la punta de los dedos. Es inútil. Necesitará una aspirina o dos y el día no ha hecho más que empezar. Desde el dormitorio el hombre la llama. Tiene una voz que siempre le ha gustado: grave, como si lo que fuera a decir fuera bonito o importante. A veces le parece que en vez de hablar esté recitando un poema inventado. Nunca lo ha escuchado alzar la voz y esto también le gusta de él, que es paciente y no se altera. Él le pregunta si ha dormido bien y ella le pregunta si recuerda haber visto aspirinas por casa. Él levanta la persiana y carraspea.
–Creo que hoy va a llover –dice.
Ella no le contesta. Necesita una aspirina cuanto antes o no va a poder con el día. El hombre entra en el baño y la mira unos segundos. Se ha dado cuenta de sus párpados hinchados, pero no dice nada. Abre un par de cajones y saca un blíster.
–Mira que no estén caducadas –le dice antes de dárselas.
Después él sale del baño y ella escucha cómo se aleja y cómo le susurra algo al perro. Puede imaginar la escena porque la ha visto varias veces en los últimos días: el perro en su cama, al lado de la calefacción que dejan encendida todas las noches, apenas levanta la cabeza mientras él le acaricia el lomo y le dice que es un buen chico. Ella toma una aspirina con el agua fría del grifo y guarda la otra para después. Cuando pasa por delante del perro se arrodilla y le acaricia el lomo suavemente varias veces. “¿Quién es el perro más precioso del mundo? ¿Eh? ¿Quién es? ¿Quién?”, susurra. Y nota dos lágrimas resbalando por su mejilla.
Desayunan en silencio. Empieza a lloviznar. El hombre mira por la ventana que da al jardín y suspira. Le gustaría decir algo, lo que fuera, pero no le salen las palabras. Es ella quien termina haciéndolo:
–¿A qué hora tenemos que ir?
Es una pregunta innecesaria. Ridícula, incluso. De sobra saben los dos que la cita es a las doce y cuarto. La fecha está señalada en rojo en el calendario que cuelga de la pared delante de la nevera y en sus cabezas desde hace cuatro días.
–Iré a por el periódico –dice él.
–¿Con esta lluvia?
–Es poca cosa.
La verdad es que sólo quiere salir un rato de casa. Cree que si se queda empeorará la situación: querrá estar con el perro, ella lo acompañará, dirá que es injusto, llorará. Le preguntará si hacen lo correcto. Él no sabrá qué más decir para consolarla, para hacerle ver que no hay otra solución. Lleva cuatro días intentándolo, pero nada de lo que dice es suficiente y a veces se siente culpable. No se lo ha dicho. No es el momento, pero tiene la sensación de que desde que tomaron la decisión, los dos, conjuntamente, él es el responsable de toda esa pena que se ha instalado en la casa.
–¿Podrás traer más aspirinas, por favor?
No le importa la lluvia. Tampoco le importaría si nevara o soplara un tifón tropical. Al contrario, el aire fresco le sienta bien. Se despeja. Se alegra incluso de estar solo y eso hace que se sienta mal. No debería alegrarse por nada. Mucho menos hoy. Ella, en cambio, piensa él, está destrozada. No hay más que verla. Escuchó sus sollozos toda la noche, pero no se atrevió a tocarla. ¿Significa esto que a él le importa menos todo este asunto? ¿Que no está tan afectado como su mujer? ¿Que ha asumido perfectamente que la vida sigue, sin más? Recoge el periódico y las aspirinas. Duda en comprar flores. Al final se decide por un ramo de tulipanes rosas poco vistosos pero elegantes. Regresa a casa a paso lento. Si pudiera, daría una vuelta por el barrio, pero no quiere dejarla a ella mucho rato sola. Cuando abre la puerta le sorprende el olor a frito. La ve en la cocina, ya vestida, ligeramente maquillada, friendo beicon en la sartén. Deja las aspirinas en la mesa y le enseña las flores.
–La última cena –dice ella removiendo el beicon y secándose una lágrima con la manga del vestido negro. No repara en las flores. Tampoco en la ropa de él, empapada por la lluvia fina.
–Voy a ducharme.
Ella no lo escucha tampoco. Llama al perro varias veces, pero el perro no se mueve de su cama. Al final es ella quién debe acercar el plato de comida al hocico del animal. El perro levanta la cabeza y olisquea el beicon. La mujer coge una loncha y la sostiene en la palma de su mano. El perro la mira un segundo. Tiene los ojos oscuros y cansados. El hombre observa la escena desde el umbral de la puerta. Quisiera decirle que no lo moleste, que lo deje dormir, que no tiene hambre, que lo atosiga demasiado. Se pone de mal humor, aunque ella no tiene la culpa. Ella, a su manera, también hace lo que puede. Ella se ha vestido de negro y él ha comprado flores. Cada uno cumple con una parte del ritual.
Es él quien carga con el perro hasta el coche y lo coloca sobre las mantas del asiento trasero. La mujer pasa el viaje secándose las lágrimas. La mano de él acaricia su rodilla fina y mira al perro por el retrovisor. El perro permanece inmóvil, como si ya presintiera adónde van y estuviera de acuerdo. Diez minutos después llegan a la consulta.
El veterinario es un hombre joven que les asegura que el perro no sentirá nada y que el procedimiento durará sólo unos segundos.
–¿Están preparados?
Los dos asienten, aunque ninguno de los dos lo está. La mujer coge la mano del hombre y la aprieta con fuerza. Cuando la jeringa toca el pelaje oscuro del perro ambos desvían la mirada hacia otro lado. El hombre ve un esqueleto de plástico de un pájaro pequeño. La mujer, una bata blanca colgada detrás de la puerta.
–Lo siento mucho –dice el veterinario.
Salen cogidos de la mano, a paso lento, como si no tuvieran ningún sitio al que llegar. Él le preguntaría si le apetece dar un paseo, ir al cine, tal vez. Ella le preguntaría si le gustaría tener un perro, más adelante, tal vez.
Al abrir la puerta, el olor a beicon frito permanece en el piso. La mujer abre las ventanas y toma otra aspirina. Luego se quita las medias negras y ve los tulipanes encima de la mesa donde él los dejó.
–Son muy bonitos –dice, pero el hombre no la escucha. Está en el salón, delante de la cama vacía del perro, debajo de la calefacción que sigue encendida. Ya no es culpa lo que siente. Ni rabia, ni siquiera tristeza. Siente un peso en el estómago, un agujero, un vacío. Como si alguien o algo le hubiera perforado justo ahí y luego se hubiera ido corriendo, dejándolo a solas, a tientas, con toda la memoria intacta. Se acerca a la cama y piensa en retirarla. Quizá no tirarla todavía, pero ponerla en otro sitio. En cualquier
sitio menos visible, pero ni siquiera llega a tocarla. Escucha a la mujer que lo llama y se gira. Ella se le acerca con las flores dentro de un jarrón rojo. Sonríe y le da las gracias.
–Podríamos salir cuando deje de llover, si te apetece –dice ella.
Él la mira. Quisiera sonreír también.
viernes, 22 de noviembre de 2024
Reclaman un segundo equipo de urgencias en el interior de la Axarquía.
APROXIMACIÓN A LA NOVELA CERVANTINA "SANCHO Y QUIJOTE" PARA LOS ESCOLARES DEL CEIP SAN ISIDRO Y CEIP ALDEA DE MONDRÓN.