martes, 29 de julio de 2014

PAISANOS NUESTROS: Pedro Núñez, el futbolista que pudo triunfar.


 Con el equipo del Tarifa. Soy el primero de la izquierda agachado-(nº 7)-.




Con una selección del Campo de Gibraltar. Soy el primero de la izquierda agachado.
 




Con el equipo del Elche CF. Soy el segundo de la izquierda agachado. En este equipo, está de pie: Aranquistain, portero que fue del Real Madrid, Lico, Llompart, entre otros. Agachados: El famoso  “Asensi”, que más tarde fue jugador del Barcelona. De los agachados, es el que hace el cuarto.




En el Llano de Periana, preparados para jugar un partido con mi primo José Antonio “Machaca” y Chico Martín. Como no teníamos equipación, utilizábamos la camisa y pantalón de la OJE.





En el Llano de Periana con un equipo fuerte y bueno. De pie: Rafael Gómez “Catalino”, Antonio “Corazón”, Don Francisco “Paquito de la Rafaela de entrenador”, Otros que no recuerdo sus nombres. Agachados de izquierda a derecha: Chico Martín, un servidor, Paco “El electricista” y otro que no recuerdo.




En Béjar con Antonio “Matagallo”, un servidor y Adolfo Arrebola “Pantorras”.



En Béjar con mi primo Rafael Núñez Ruiz “El Cano”, Pepe “Coliche” y un servidor.



En Béjar. De pie de izquierda a derecha: Rafael “Catalino”, Antonio “Matagallo”, Pepe “El Terrao”, Antonio Solórzano Peñas “Hijo de Cecilio el Barbero”, Antonio “Corazón”.
Agachados de izquierda a derecha: Paco Moreno “Tapaeras”, un servidor y Toré  de la Viñuela, primo de Paco Moreno Toré.





El Colegio o Seminario Menor de Béjar, con la Patrona de Béjar “Ntra. Sra. Del Castañar”.
 




Mi madre y un servidor.




Mi mujer, mis tres hijos y yo.


 Mi hermana Pepa y yo.



Mis hermanos Antonio, Pepe y yo.
 


Mis hermanos Paco, Antonio y yo.


Mi hermana Dolores y familia.


Mi hermano Rafael


Mi hermano Manolo.


Mi hermana María Pura.




Mis padres- (José y Dolores)-




Nuestro establecimiento “Apartamentos Bolonia Paraíso”.



Nuestro establecimiento, visto por otro frontal.


La piscina del establecimiento.




PAÍSANOS NUESTROS

Periana, hasta hace dos días, no ha tenido un campo de fútbol como Dios manda, pero su carencia no es óbice para que algunos de mis entrañables recuerdos infantiles estén ocupados por paisanos nuestros que eran buenísimos futbolistas. Chicos talentosos, aguerridos y habilidosos que con un poco de fortuna podrían haber sido alguien en el mudo del fútbol. Desgraciadamente no puedo incluirme entre ellos, el fútbol me apasionaba y me sigue gustando hasta la exageración, pero siempre fui una inutilidad para practicarlo. 

 De los niños perianenses con los que tuve la dicha de jugar al fútbol recuerdo con envidiosilla nitidez las espectaculares paradas de Isidro “Pizarro” y Jacinto “El Gallo”; los asombrosos regates de Isidro “El Caribe” y José Manuel “Adolfo”; el dominio del balón de José Antonio “El Niño de la Veinticuatro” y Juani “Mollete”; la potencia de Antoñito “El Caribe” y Curro; los centros de Manolo “El Melillero” y Lorenzo ”El Zapatero”; los cabezazos de José Manuel “El Negro” y Rafalito “El Caribe”; la solvencia defensiva de José Manuel de “La Prudencia” y Fermín, la…  En mi memorístico catálogo de excelentes futbolistas perianenses también tienen cabida otros con los que nunca jugué, pero admiraba su forma de hacerlo: José Antonio “Machaca”, Antonio “Tapaeras”, Pedro “Nini”, Pepe de “La Anita”, Antonio “Balastrera”, Pepe de “El Chico Martín”,  Rafael “Colodra”, Antonio, Paco y Pepe  “El Negro”, Rafael “Vallejo”, Manolito “El Guardia”, Pepe “Perfeto”, Rafael “El Charro”, Ramón “De las Avellanas,  Paco “El Electricista”, Antonio “Corazón”, Pepe “Guirre”, Paco “Adolfo”,  Rafael “El Cano”, Antonio de “Cecilio”, Antonio y Paco de “La Garboza”, Manolo, Pepe y Antonio “Fiñana”, Rafael “Catalino”, Antonio y Manuel Reina, Pepito “El Malagueño”, Antonio “Corro”, José Manuel “Marchena”, Pepe “Parra”, Pedro y Rafalito “El Correo”, Antonio de “Bernardo”, Joaquín de “El Secretario”, Paquito “Zaragoza”, Frasquito “El Chivo”, Antonio “El Pelón”… y, de manera muy especial, al protagonista de este PAÍSANOS NUESTROS. Alguien por cuyas venas además de glóbulos blancos y rojos circulaban balones de fútbol. Alguien que amaba, pensaba y convivía con el fútbol las veinticuatro horas del día. Alguien que pudo y debió haber sido un jugador de leyenda. Un perianense criado en La Quinta que poseía todas las cualidades necesarias para ser un gran futbolista: talento, clase, valentía, pasión, amor propio, espíritu de sacrificio, tenacidad, coraje, velocidad endiablada… y, por encima de todo, una afición indomable.

 Ante un plantel tan fabuloso de futbolistas –nombrados y olvidados- para qué necesitábamos nosotros, los que fuimos niños en la Periana de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, un campo de fútbol como Dios manda si  todas las calles, plazas, llanos y eras del pueblo las teníamos a nuestra disposición para convertirlas en imaginarios estadios. Además, poseíamos la gran virtud del conformismo.  Lo mismo nos daba que la superficie del terreno de juego estuviera terriza, empedrada o emporlada; tampoco importaba mucho su grado de horizontalidad o pendiente – imperaba la ley de la botella: el que la tira va por ella-;  ni mucho menos las inclemencias del tiempo –con frío o calor se jugaba al fútbol si había balón-.  Lo único imprescindible era disponer de un balón o una pelota para patearla.

La pelota de goma o el balón de plástico, ese era nuestro autentico suplicio. ¿Cuántas veces cambiamos el fútbol por otro entretenimiento al no disponer de una simple esfera que llevarnos a los pies? ¿Cuántas veces tuvimos que someternos a los dictadores caprichos del dueño de tan preciado objeto?  ¿Cuántas veces se suspendieron los partidos al empeñar la pelota tras una tapia y no devolverla los dueños de la casa? ¿Cuántas veces contábamos las estampas que nos faltaban para completar el álbum de chocolate Lloret y conseguir un balón de reglamento? ¿Cuántas veces soñamos con ser estrellas del fútbol y vernos retratados en las estampas que coleccionábamos? ¿Cuántas preguntas relacionadas con el fútbol podría seguir formulándome? En aquellos tiempos, repito, lo único imprescindible para jugar al fútbol era disponer de una pelota o un balón, todo lo demás era secundario. 

Al fútbol se jugaba a cualquier hora o deshora. Antes de entrar al colegio, en el recreo, a la salida de las clases matinales, después del almuerzo, al final de la jornada escolar, con la merienda en la mano… Los deberes para hacer en casa aún no se habían puesto de moda.  ¡Y qué decir de los períodos vacacionales cuando se practicaba en sesión continua! Solo ponía fin a nuestros interminables partidos, la llamada de nuestras madres anunciándonos la hora de comer o la llegada de la noche que impedía ver la pelota.  Para jugar al fútbol siempre estábamos equipados y preparados.

En los tiempos actuales, lo niños, y menos niños, cuando van a jugar un partido de fútbol necesitan equiparse de la cabeza a los pies: chándal, botas de reglamento, calcetas, espinilleras, pantalones, camiseta, rodilleras, guantes, muñequeras, gorras… Nada de eso necesitábamos nosotros. Para patear disponíamos de una variadísima oferta de calzado: las sandalias hechas por alguno de los tres zapateros del pueblo: Antonio “El Chico Martín”, Antonio Narváez, que tenía la zapatería en la Cruz o Antonio Serrano que la tenía debajo de la tienda de Demetrio “El Niño Buenos Aires”; los zapatos de goma repletos de ventanas para que respirasen los dedos; las zapatillas de lona blanca que nos compraban para hacer la primera comunión y luego convertíamos en calzado futbolero y, los más afortunados, los zapatos Gorila o las botas de Segarra.  La equipación también la llevábamos permanentemente puesta, la ropilla de diario, y cuando aminoraba el frío, a veces, para diferenciarnos, uno de los equipos iba descubierto de cintura para arriba.

Ahora, al escribir este relato sobre el primer hijo de Periana que pudo jugar en la primera división de fútbol español, cuando los sesenta me pisan los talones y el patear un balón por cordura personal hace tiempo que pasó a formar parte de los placeres prohibidos, los recuerdos futboleros afloran en mi mente trasladándome a los campos de fútbol de mi niñez pueblerina y revivo el ceremonial que llevaba aparejado la presencia de una amada pelota o un querido balón. 

- Sin pérdida de tiempo se procedía a construir las porterías con las carteras del colegio o unas piedras.

- Los dos mejores jugadores -no era lícito ni ético que ambos compartieran equipo- tras decidir con el pares o nones, los pasos,  el lanzamiento de un platillo o la pajita quién comenzaban a elegir jugadores formaban los equipos.  Este trámite quedaba anulado cuando dos barrios o calles se enfrentaban entre sí.  Como es obvio suponer, comenzaban escogiendo a los que tenían mayor calidad futbolística, aunque a veces  las amistades  y rencillas influían en la selección.

- La distribución de los jugadores la realizaban los seleccionadores y era muy simple: si no había voluntarios para jugar de portero colocaban bajo los ficticios palos al peor jugador; como defensas a los más fuertes y contundentes a la hora de despejar, prohibiéndole que atravesaran el medio campo; actuando de delanteros los mejores jugadores que gozaban de absoluta libertad para moverse por todo el terreno del juego.

- No había árbitro, pero esta misión la desempeñaba casi siempre los capitanes, es decir, los que habían formado los equipos y el dueño de la pelota o balón, con el que había que tener mucho tacto para no enfadarlo y que se marchara con el esférico a otra parte.

- El partido comenzaba con un bote de la pelota en el centro del campo.

-Solían pitarse muy pocas faltas, pero era de obligado cumplimiento hacerlo cuando el contrario salía muy perjudicado del lance o manando sangre.

         - Alta, alta, alta… este grito lo lanzaba al unísono todos los miembros del equipo contrario al pasar la pelota una cuarta por encima de la cabeza de su portero.

- La aplicación del fuera de juego, offside u orsay, que nosotros llamábamos “orzai”, daba lugar a muchas polémicas y a veces se llegaba al acuerdo de no aplicarlo.  Había jugadores especialistas en permanecer siempre en tal irregular posición para marcar goles, de ellos se decía despectivamente que estaban a la “pesca”, y los defensas del equipo contrario solían empujarles o pellizcarlos para que la abandonaran. 
        
- Cuando se lanzaba una falta directa, la barrera se intentaba colocar lo más cerca posible del balón, excepto cuando el lanzador tenía mucha fuerza y bastante mala leche.

- En los lanzamientos de penalti, a veces, estaba permitido que el portero “titular” fuese sustituido por otro jugador de campo que paraba mejor.

- Si el partido comenzaba con menos de once jugadores, conforme iban llegando se integraban a los equipos.  En el transcurso del mismo también era reglamentario que se produjeran abandonos e incorporaciones.

- La duración del partido era ilimitada.  Se jugaba mientras las fuerzas aguantaban, es decir, hasta que se iba el dueño de la pelota o balón, nos llamaban nuestras madres o se hacía de noche.

- Si el partido se jugaba en una calle o plaza se detenía cuando pasaba una mujer embarazada o con un niño en brazos,  personas mayores, alguna autoridad o las fuerzas vivas del pueblo.

Dichosos tiempos aquellos cuando los niños de Periana con tan poco éramos tan felices. Niños flacos y morenos que compartíamos un mismo sueño: ser futbolistas, jugar en un equipo de primera división, llegar a la selección, vivir del futbol, vernos retratados en los cromos…  Al día de hoy, ningún perianense lo ha conseguido, pero hubo uno, Pedro Téllez Núñez, Pedrito “Mendas” (1), el protagonista de este PAISANOS NUESTROS que estuvo a punto de lograrlo.


PEDRO TÉLLEZ NÚÑEZ, el futbolista que pudo triunfar

Todos los humanos estamos hechos de la sustancia con la que se trenzan los sueños.

W. SHAKESPEARE

           
            Dolores Núñez Perea, la mujer de José Téllez López, no daba crédito a las palabras de Doña Margarita: “otra vez estaba embarazada”.  Siete eran los hijos que ya tenían: Dolores, Antonio, Pepa, Rafael, Pepe, Paco y Manolo. Además, aunque lo estaba de muy poco tiempo, todo hacía suponer que era de dos criaturas. El traer niños al mundo por parejas entonces, al igual que ahora, suele llamar la atención y rápidamente se extendió  la noticia por todo Periana.  La gestación, salvo algún que otro malestar –parece ser que el futuro futbolista comenzó a practicar en el vientre de su madre-, transcurrió con absoluta normalidad, pero cuando llegó la hora de dar a luz, en lugar de hacerlo en la calle Alta número 27 (hoy 25) que era donde vivía, aconsejada por Doña Margarita y don Ángel acudió a Hospital Civil de Málaga y allí, el 18 de junio de 1948, nacieron María Pura y Pedro.

El posparto transcurrió con absoluta normalidad y Dolores, mujer experimentada en aquellos menesteres, se recuperó rápidamente y a los pocos días en compañía de sus dos nuevos retoños emprendió regreso a Periana. Todas las vecinas de la Quinta y aledaños desfilaron por la casa de Dolores, mujer afable y servicial,  para llevarle algún presente y conocer a los mellizos.

         Si con anterioridad a su llegada al mundo el protagonista de esta sección de ALMAZARA vislumbró inclinaciones futbolísticas, me cuentan que las continuó tras su nacimiento y antes de comenzar a andar los pies de Pedro no podían estarse quietos y todo lo que se ponía a su alcance lo golpeaba sin piedad. Su madre, que necesitaba más horas de las que tenía el día para poder atender a aquella numerosísima familia, percatada de las tendencias pateadoras de su hijo y con la intención de refrenarlas comenzó a llamarle la atención e indicó a sus hermanos que hicieran lo mismo, pero todos los esfuerzos resultaron estériles, no había forma de aminorarlos y una vez que comenzó a andar el patear iba cada vez a más.  Cualquier objeto esférico –desde una aceituna a una naranja- lo convertía en pelota y muy pronto puso de manifiesto su extraordinaria habilidad. Se me olvidaba contar que también fueron victimas de su instinto pateador los hermanos con los que compartió cama, siendo Manolo, el que le antecedía en edad, el más perjudicado.
        
UN CARTERO DE DIEZ AÑOS
        
Pedro era una polvorilla de niño. Valía para todo y todo lo hacía bien. En la escuela era un número uno. Jugando al fútbol sobresalía por encima de todos.  Corriendo era una bala. De labia andaba sobrado. A la hora de pelearse, tampoco lo hacía mal.  Su puntería a mano, con honda o  tirachinos pocos la podían igualar… Pero Pedro, a todas las virtudes reseñadas con anterioridad unía la de ser un niño pillo, previsor, listo y capaz.

Desde que tuvo uso de razón, -y parece ser que en el desarrollo de esta capacidad humana, al igual que en otras muchas, Pedro iba muy por delante de su edad cronológica-, fue consciente de que en su casa había muchas bocas que alimentar y siguiendo el ejemplo de sus hermanos, muy pronto comenzó a arrimar el hombro. Su primer trabajo fue de vendedor de periódicos a los siete años por la tarde-noche. Le faltaban algunos meses para alcanzar la decena cuando se pluriempleo, convirtiéndose en cartero de Periana. En ambos empleos tenía el mismo patrón: Paco “El Correo”. 

Les cuento cómo se colocó. Su hermano Paco era el cartero del pueblo, al comentarle su jefe que necesitaba un niño para vender periódicos le dijo que Pedro, su hermano menor, podía hacerlo. Le preguntó por su edad y al decirle que estaba a punto de cumplir los siete años, a Paco “El Correo” le pareció muy pequeño para tal menester, no obstante le sometió a prueba durante algunos días y la superó con matricula de honor.  Pedro iba a las casas y establecimientos públicos para llevar los periódicos, esto le permitió tener contacto con la gente más influyente del pueblo –los únicos que en aquellos tiempos se podían permitir tal lujo- y cuando la ocasión se prestó a ello supo utilizarlo a su favor.  De labia he dicho con anterioridad que andaba sobrado, de luces y decisión también.  Cuando comenzaron a construirse las Casas Nuevas del Barrero todos los obreros de Periana querían trabajar en ellas, sus hermanos Pepe y Rafael lo intentaron, pero fracasaron. Su madre dijo que allí solo contrataban a los recomendados y Pedro se quedó con aquel comentario.  Él conocía al jefe de las obras de llevarle el periódico, un hombre forastero que se hospedaba en la Fonda Giralda, así que decidió dialogar con él e interceder por sus hermanos. Llegó como todas las tardes, lo saludó y le pidió permiso para hablarle de un asunto muy importante.  Aquel señor, asombrado por la espontaneidad y gracejo del niño repartidor,  le preguntó su edad y le dijo que estaba dispuesto a escuchar lo que tenía que contarle. Pedro, que se explicaba como un libro abierto, le informó detalladamente de todo lo relativo a su familia.  Con su decir consiguió emocionar a su interlocutor y éste le dijo que a las ocho de la mañana del día siguiente, se presentaran sus hermanos en el tajo para comenzar a trabajar.  Finalizada su jornada laboral, llegó a su casa más contentó que unas castañuelas y le contó a su familia lo sucedido. Rafael decía que eso era imposible y no atendió lo dicho por su hermano. Pepe se presentó al día siguiente en la obra y estuvo trabajando en ella hasta su finalización.  Rafael al enterarse de que su hermano había sido admitido se entrevistó con el referido señor, pero éste le dijo que, tal y como le había dicho a su hermano pequeño, era a la ocho de la mañana cuando se debía haber presentado y no lo admitió.
Pedro, a pesar de su corta edad, no solo pensaba en colocar a sus hermanos, también lo hacía sobre su futuro y cuando las ocupaciones escolares y futboleras se lo permitían acompañaba a su hermano cartero en el reparto y le echaba una mano. Pronto llegó a conocer todas las calles del pueblo así como los nombres y apellidos de la mayoría de sus habitantes.  Al emigrar Paco a Tarifa, donde ya se encontraba su hermano Antonio, Pedro, tras superar la prueba correspondiente, se convirtió en cartero titular de Periana. Su jefe le aconsejó que se buscase un ayudante. El jovencísimo cartero le habló de su primo Rafael Núñez Ruiz “El Cano”, de edad similar a suya, y a Paco “El Correo” le pareció bien.

Los primos se llevaban de maravilla, compaginando perfectamente la asistencia a la escuela, juegos, el reparto del correo, la venta de periódicos y cuantas tareas le encomendaba su jefe.  Compartían su afición por el fútbol y al llevar siempre una pelotilla en el bolsillo, en cuanto podían se ponían a jugar. Siendo innumerables las veces que Paco “El Correo” tuvo que regañarle por hacerlo en su misma puerta.

Pedro con cara de satisfacción y mucha nostalgia en sus ojos me hace saber que su primer sueldo como cartero fue de 30 pesetas mensuales. Nada más tener ese dinero en la mano salió corriendo como nunca lo había hecho en su vida, la empinada cuesta a subir no fue obstáculo para llegar a su casa en tiempo de final olímpica, le entregó el dinero a su madre a la que quería con locura y se sintió feliz e importante por colaborar al sostenimiento de su familia.

Fueron muchas las aventuras y desventuras que el niño cartero vivió y padeció en el desempeño de su profesión.  De todas ellas les voy a contar una que tiene caracteres casi bélicos.   Aconteció una calurosa tarde del mes de mayo.  Pedro, con un manojo de cartas, ordenadas de la casa más cercana a la más lejana, se dirigía hacia el “Barrihumo” para proceder a su reparto. Se adentró en el callejón de Arrojo.  No se veía un alma por ninguna parte. De pronto, cuando se encontraba en la mediación del mismo, escucho una voz que parecía venir de ultratumba: “arriba todos, nos invade uno de la Quinta”.  Por todas partes aparecieron niños y al igual que si fueran feroces guerreros comenzaron a tirarle piedras. Pedro dio media vuelta y cogió la cuesta abajo que se perdía, más que correr parecía que volaba, las piedras silbaban a su alrededor.  Afortunadamente ninguna le alcanzó pero las cartas quedaron esparcidas por todo el trayecto. 

UN RECUERDO DE LA ESCUELA

Las ocupaciones laborales de Pedro jamás le impidieron asistir a clase, pasando todos sus años de escolarización en Periana con don Ernesto Iglesias Suárez(2). Y, al igual que la mayoría de los alumnos de aquel severo profesor gallego, fue victima de sus incansables manos pegadoras. Pedro, haciendo gala de una prodigiosa memoria, me cuenta lo ocurrido durante una jornada escolar.  Aquel día, al contrario de lo habitual, el de Villamarín comenzó sacando a la pizarra a los alumnos más pequeños, es decir, los que rondaban los ocho años, en lugar de hacerlo con los mayores como era lo normal.  El tema a tratar eran los números decimales. Pedro me confiesa que en todos los días de su vida jamás se había topado con ellos ni los había oído nombrar.  El primero en salir al estrado fue Paco “El Terrao”, el profesor le pidió que escribiera tres enteros con quince milésimas, el muchacho se encomendó a todos los santos del cielo, pero la inspiración no le llegó, le mandó otro número e ídem de lo mismo. El pobre alumno volvió a su sitio más caliente que una trébede en día de matanza colectiva de cerdos. La misma suerte corrieron Paquillo “Alegre” y Alfonso “El Herrador”.  Pedro, viendo que se aproximaba su hora, me cuenta que miraba para todos los lados, agachaba la cabeza cuando el profesor fijaba la vista en la zona donde él se encontraba, los sudores del que ve cercano su desafortunado destino comenzaron a correrle por todo el cuerpo, pero albergaba la esperanza de que no lo sacara.      De pronto, en el silencio miedoso de la clase, los ojos de profesor se fijaron en él y con su inconfundible voz le ordenó: “Téllez, a la pizarra”.  Me cuenta que cogió la tiza y se le cayó tres veces al suelo. El profesor le dictó que escribiera cuarenta y cinco enteros con una centésima. Al no haberlo hecho nunca, no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo.  Comenzó a resoplar y a mirar de reojo al maestro para ver por donde le podían venir los palos hasta que la vista se le nubló. Ni que decir tiene que volvió a su pupitre igual de caliente que sus compañeros de infortunio.

         Pero como las desgracias, tal y como decía mí vecina Dolores “La Chata”, nunca vienen solas, el profesor los dejó arrestados en la escuela a la hora de salir para almorzar. Algunos compañeros de clase, una vez que se marchó don Ernesto, se aproximaron a la puerta del colegio para mofarse de los castigados. Con todo lujo de detalles me ha relatado Pedro lo sucedido durante su cautiverio, y os notifico que es digno de contar, pero al ser un poco largo y no disponer de espacio para contarlo todo, me limitaré a transcribir la parte final. La noticia rápidamente fue conocida por toda la chiquillería de Periana y Maria Pura, la hermana melliza de Pedro, al enterarse de lo ocurrido se plantó llorando en la casa de doña Rosario, la primera mujer de don Ernesto que era también maestra, pidiendo clemencia para su hermano y los otros retenidos.  A doña Rosario le hizo tanta gracia lo contado por aquella dispuesta y atrevida niña, que rápidamente escribió una nota para que se la llevase a su marido que se encontraba en el bar Benítez y éste, nada mas leerla regresó a la escuela y procedió a la liberación de los niños.  

Mi amigo Paco, hombre desconfiado, ocurrente y previsor, que  tuvo al docente gallego varios cursos como profesor, dice que todos los alumnos damnificados deberían reunirse para formar una asociación y solicitar, con efectos retroactivos, la medalla de oro al sufrimiento con distintivo rojo y pensionada con la máxima cuantía posible. También piensa que si hay justicia en el más allá, cada año de clase con don Ernesto se debería convalidar, como mínimo,  por uno de infierno o tres de purgatorio.

¿LOS NIÑOS POBRES NO PODEMOS ESTUDIAR?

         Lo he dicho con anterioridad y me vuelvo a reafirmar en mi apreciación: el uso que Pedro hacía de la razón era muy superior al que le correspondía por edad.  Él, al contrario de lo que sucedía con la mayoría de los niños de su edad, quería estudiar.  Sabía que en el estudio estaba el futuro y la posibilidad de una vida mejor. Sus vecinos, los hijos de Pepe Núñez y María Rosa, estaban todos estudiando y él quería seguir sus pasos.  Un día le formuló a Rafael Núñez Ruiz la siguiente pregunta: “Rafael, ¿yo puedo estudiar o eso solamente pueden hacerlo los hijos de los ricos?”.  La sensata repuesta de Rafael fue la siguiente: “Para estudiar se necesitan dos requisitos, que la persona valga para ello y que su familia pueda hacer frente a los gastos, o que consiga una beca”.
         Concha Velasco, según la letra de la canción, le decía a su madre que quería ser artista.  Y Pedro “Mendas”, antes de que apareciera esa canción, tenía a la suya frita haciéndole saber, continuamente, que quería estudiar. Dolores de “La Perea” sabía que en su casa no había plan para estudios, pero era tanta la insistencia de su hijo que fue a hablar con José García Téllez, Pepe “Guirre”(3), sobrino de su marido, que estudiaba en el colegio de los Padres Teatinos de Béjar  (Salamanca), el cual estaba de vacaciones estivales en Periana. Le comentó que su hijo la traía loca, se le había metido en la cabeza que quería estudiar y no había forma de hacerle cambiar de opinión.  Pepe – primer perianense que estudió en el referido colegio- hizo las gestiones necesarias y consiguió que los curas le dieran media beca. Había que buscar la cuantía de la otra mitad para que Pedro pudiera hacer su sueño realidad. Su padre, José “Mendas” un modesto cabrero y camarero ocasional (que según me han contado hacía el mejor café que se podía tomar en Periana, era un excelente contador de chistes y siempre andaba de buen humor) no estaba en condiciones de asumirla. Pedro sabía que era la ocasión de su vida, contactó con sus hermanos Antonio y Paco, que tenían una cobranza en Tarifa, y estos, sin dudarlo un momento, dijeron que ellos se hacían cargo de lo que faltase. Al contarme lo narrado con anterioridad, al igual que sucedía cada vez que salían a relucir sus padres durante la conversación que mantuvimos, la emoción embarga a Pedro de la cabeza a los pies, su voz se entrecorta, apenas puede articular palabra, se pasa la mano por los ojos para refrenar las lágrimas que están a punto de brotar y me dice que jamás olvidará lo que hicieron por él, que mientras viva se lo agradecerá con toda su alma y su corazón.

HE VENIDO A ESTUDIAR

         La madre de Pedro cogiendo de aquí, sacando de allá, economizando hasta donde el diario vivir podía aguantar y dejando algo por deber preparó el ajuar de su hijo, aquel singular niño que cada momento le hacía saber que él, quería estudiar. 

         Desde que Pedro tuvo la certeza de que su sueño lo haría realidad un cosquilleo se apoderó de su ser. Siguió trabajando hasta el último momento y esperaba emocionado, ilusionado y algo asustado el día de su partida.  Y ese día, como todo en esta vida, llegó.  Aún era de noche cuando, en compañía de su padre y algunos hermanos que se turnaban para portar la maleta de cartón donde iba el ajuar que con tanto trabajito había reunido su querida madre, la mañana del lunes 7 de noviembre de 1960 arribó a La Lomilleja para junto a Adolfo “Pantorras”, Pepe “El Terrao”, Paco “Tapaeras”, Rafael “Catalino” y Antonio “Corazón” emprender viaje hacía Béjar.  Les acompañó Manuel Arrebola “Pantorras”, padre de Adolfo, hombre acostumbrado a viajar ya que había sido emigrante en Alemania. Este fue su recorrido: Periana-Málaga en autobús, Málaga-Madrid en tren, Madrid-Ávila en autobús, Ávila-Béjar en autobús, Béjar-Colegio en taxi.  Llegando a su destino la tarde del día 8.  Al día siguiente se encontraron con la sorpresa de que debido a la festividad de San Andrés Avelino, un santo italiano que perteneció a la Orden de los Teatinos, no hubo colegio.  Si llevaban casi dos meses perdidos – el curso había comenzado a mediados de septiembre- qué importaba un día más. Los llevaron a Cantagallo, una pequeña población cercana a Béjar, y Pedro se pasó todo el día jugando al fútbol con un balón de cuero, así mitigó, en parte, la añoranza de su familia, de sus amigos y de Periana.

Pedro tenía muy claro que estaba allí para estudiar y muy pronto dejó constancia de ello.  Comenzó sus estudios en el curso llamado de ingreso, pero al mes de estar allí lo pasaron a primero de bachiller.  Los nuevos condiscípulos le dijeron que ahora se iban a enterar de lo que valía un peine, que los estudios que emprendía eran muy complicados; pero Pedro, que ya estaba curado de espantos, no se dejó asustar, se adaptó perfectamente a su nuevo curso y lo finalizo con una de las mejores notas de la clase,  situación que se repitió durante todo el bachillerato, no suspendiendo jamás una sola asignatura. Pedro era un niño y además de estudiar mucho, de vez en cuando, se comportaba como tal. A unos doscientos metros del colegio se encontraba la plaza de toros de Béjar, conocida como “La Ancianita”, la más antigua de España, cuya reinauguración, tras mucho tiempo de remodelación, se anunció a bombo y platillo.   Nuestro paisano no quería perderse tal acontecimiento, así que se ausentó del colegio y subido en la rama de un castaño, a más de veinte metros de altura, lo presenció todo magníficamente. Era la primera vez que asistía a una corrida de toros y tan entusiasmado estaba con lo que ocurría en el ruedo que se le pasó la hora de volver al colegio. En el recuento lo echaron de menos y al regresar fue duramente reprendido por los curas y castigado severamente.  Pero valiéndose de su poder de convicción, argumentó su afición a los toros, circunstancia que no era verdad, consiguiendo ablandar el corazón de sus sancionadores y logró que el castigo quedara reducido a la mitad.

         Pedro era consciente de que no volvería a Periana hasta el mes de julio, no estaban las cosas para gastos de viajes en vacaciones de Navidad y Semana Santa. Muy a menudo, la nostalgia le invadía al acordarse de su familia, sus amigos, su casa, su pueblo… y la combatía de la mejor manera que se puede hacer, es decir, llorando; pero jamás consintió que nadie le viera llorar, lo hacía en el váter, en la cama con la cabeza tapada o escondido en algún lugar poco frecuentado.

         La vida en el colegio salmantino era dura, muy dura. Diana a las seis y media de la mañana, aseo, rezos, desayuno, misa diaria, sala de estudios, clases, almuerzo, clases, sala de estudios, rosario, cena, cama… tenían todo el día programado y sólo disponían de dos recreos de media hora cada uno, que Pedro aprovechaba para volverse loco jugando al fútbol con balones de cuero y liberarse de toda la tensión acumulada.  La disciplina también era espartana y todo estaba vigilado y controlado, hasta la correspondencia que salía o llegaba.

La comida era manifiestamente mejorable, pero Pedro, niño de poco comer y acostumbrado a los potajes de garbanzos, lentejas o habichuelas, -aunque los de los curas no se podían comparar con los de su madre-,  lo llevaba mejor que la mayoría de sus compañeros.  Eso sí, el pan nunca le faltaba, pero si no hay nada que meterle dentro, su comer se hace aburrido.  Sus progenitores no podían enviarle dinero para poder tener en la taquilla salchichón, chorizo, latillas de… y esas otras cosas que mezcladas con el primer alimento natural, tan buenas migas hacen.  Los domingos había comida especial: patatas fritas con un huevo, a Pedro los huevos no le sentaban nada bien, lo cambiaba por las patatas, y siempre tenía lista de espera para proceder al trueque. 

Un porcentaje considerable de estudiantes no pudieron soportar aquel durísimo tren de vida y abandonaban. Pedro fue de los pocos que aguantaron hasta el final. Tenía muy claro que allí estaba su porvenir. Si regresaba a Periana le esperaban los duros trabajos del campo y guardar cabras.  Además, el muy tunante, desde el primer momento supo trajinarse a los curas y estos confiaban que algún día formaría parte de su congregación. Incluso llegó a sacarle al superior de la orden, las dos sotanas que para las ceremonias religiosas todos los alumnos debían incluir en su obligatorio ajuar.

En Béjar llegó a haber una auténtica colonia de niños de Periana, conocida como el Concilio Vaticano II, ellos solían decir que eran 12+1, 12 de Periana y una de Viñuela, Pepe Torés, primo de los “Tapaeras”.  La tropa perianense, salvó error u omisión, estaba integrada por Pepe “Guirre”, Antonio “Matagallo”, Pedro “Mendas”,  Adolfo “Pantorras”, Pepe “El Terrao”, Paco “Tapaeras”, Rafael “Catalino”, Antonio “Corazón”, Manolo “Collarea”, Rafael “Pallares”, Antonio “Tapaeras”,  Pedro “Corazón”, Pepe “Coliche”, Paco “Junco”, Ramón de “Las Avellanas”, Luis “El Zapatero”, Antonio de “La Magdalena”, Paco “Santico”, Antonio de “Cecilio”, Paco “Montaño”, Rafael “El Cano”… Decir que Antonio “Tapaeras” era la voz solista del Coro de la Escolanía de los Teatinos, los curas lo cuidaban como oro en paño, es decir, que le hacían la puñeta no dejándole hacer nada de lo que le apetecía: bañarse, jugar al fútbol o presenciar la segunda parte de los partidos que el Béjar jugaba en su campo, se hacía tarde y podía resfriarse. Su voz era muy valiosa y los domingos y fiestas de guardar le hacían cantar hasta en ocho misas.

Con notas de ensueño finalizó Pedro en Béjar los tres primeros cursos del bachiller. Los restantes debía de hacerlos en el colegio que los Padres Teatinos tenían en Mallorca.  Y allí marcha para proseguir sus estudios en compañía de Paco “Tapaeras” y Rafael “Catalino”.  Cuarto lo realiza con la brillantez acostumbrada y sin la menor novedad.  Pero llega el momento de hacer quinto y la disyuntiva que se la presenta a Pedro son de las que te quitan el sueño y hacen que tu vivir sea un constante preocupar.  Al finalizar el quinto de bachiller había que hacer el noviciado y vestir permanente sotana, esto equivalía a que dejabas de pertenecer a tus padres y pasaban a formar parte de la orden religiosa. Su siguiente destino sería Navarra, donde los Teatinos tenían otro centro y hacer el noviciado, para continuar compaginando los estudios de Filosofía y Letras y sacerdocio.  Los curas querían pillar a Pedro y Pedro se quería escapar. 

En el mes de junio de 1965, con la excelencia de los cursos anteriores finaliza quinto de bachiller y su vida se convierte en un sin vivir. Sabía cómo se las gastaban los curas y estaba convencido de que harían todo lo posible para no dejarlo marchar. Se arma de valor y acude directamente al prefecto, le cuenta su planeada, estudiada y ensayada  situación. Le dice que no duerme nada, come poco y está las veinticuatro horas del día dándole vueltas a la cabeza, pues las dudas le asaltan en lo referente a su vocación. El prefecto le remite al padre espiritual, Pedro hace la misma puesta en escena, un poco mejorada por la representación anterior.  La respuesta que recibe  por parte del sacerdote es que eso son tentaciones pasajeras, le recetó un poco de sosiego y que volviera a hablar con él cuando pasaran algunos días.  El mes de julio estrena sus primeros días, se aproxima la fecha para que Pedro se incorpore al colegio de Navarra,  las entrevistas con el padre espiritual se suceden, lo convence de que necesita vacaciones  para reflexionar su futuro y el mismo día que debía partir para el norte de España lo hace para Periana.

EN PERIANA SIN UN DURO Y CON EL BACHILLER EN EL AIRE

         Pedro llega al pueblo y se siente libre.  Recupera la cordura algo perdida en los últimos tiempos y se enfrenta con la dura y cruda realidad: no dispone de los certificados de bachiller para poder seguir estudiando ni sus padres pueden costearle el continuar haciéndolo. Él, al igual que otros muchos perianenses hacían en la década de los años sesenta del pasado siglo cuando tenían algún problema, acudió a la casa de los hermanos Rey –don Pedro y don Santiago- los curas del pueblo. ¡Qué gran deuda tiene Periana con ellos!  Tras contarles su situación le facilitó la dirección de los colegios y, al poco tiempo, los religiosos de Béjar, tras el pago de mil pesetas por cada curso de bachiller –todo un dineral para aquellos tiempos- le enviaron los certificados correspondientes.  Los de Mallorca se vengaron de la pillería de Pedro -fue de los pocos alumnos que terminaron quinto de Bachiller sin ingresar en la orden- y tardaron siete meses en enviárselos, es decir, el tiempo necesario para que perdiese un año de estudios.  Por supuesto que también le hicieron pagar las mil pesetas correspondientes por curso de bachillerato.

A TARIFA CON SUS HERMANOS

         Béjar y Mallorca forman parte del pasado. El próximo destino de Pedro es Tarifa.  No, no fueron los vientos los que le llevaron a la bella localidad gaditana.  Les cuento brevemente la historia.  Antonio, el mayor de los hermanos varones de Pedro, conocedor del incierto futuro que le aguardaba en Periana, mientras hacía el servicio militar tanteaba a sus compañeros de quinta para ver si en sus lugares de origen podría llevar una vida mejor. Finalizada la mili, uno de ellos le propuso que se marchara con él a la zona de Cádiz para trabajar en una cobranza.  No se lo pensó dos veces y allí se plantó.  El negocio marchaba bien y le sugirió a su jefe, un señor de Vélez-Málaga, encargarse de la zona de Tarifa, éste dio el visto bueno y así fue como los hermanos “Mendas” llegaron a la ciudad del viento. Antes que Pedro lo habían hecho Paco y Manolo.

         Pedro llega a Tarifa e inmediatamente se pone a trabajar con sus hermanos, lo de ir casa por casa cobrando es para él, cartero a los diez años en Periana, pan comido.  Se matrícula por libre en el Instituto de Algeciras y realiza sexto de bachiller.  A continuación, también por libre lo hace en la Escuela de Magisterio de Cádiz y se hace maestro. Pero no crean ustedes que aquí finalizan las ocupaciones de Pedro, exprime su tiempo al máximo y le queda tiempo para entrenar cada día con la Unión Deportiva Tarifa que militaba en la primera regional y hacerse con un puesto en el equipo.

PEDRO Y EL FÚTBOL

        Hay personas que nacen con un don especial y desde su más tierna infancia ponen de manifiesto las cualidades que tienen para desarrollarlo. Son unos privilegiados a los que la sabia y caprichosa naturaleza dota de unas capacidades singulares que les hace destacar en dicha actividad, muy por encima del resto de los mortales. Pedro Núñez Téllez, Pedrillo “Mendas”,  pertenece al grupo de los favorecidos y vino al mundo dotado con la magia del fútbol en su ser y desde muy niño comenzó a apuntar maneras. Me cuentan, que apenas levantaba un palmo del suelo y ya asombraba con los prodigios que sus pies eran capaces de hacer con un objeto esférico.

         El primer campo de fútbol donde jugó fue su propia casa y su primer balón una naranjilla verde a la que pateaba con mimo y precisión. La empedrada calle donde vivía fue su segundo campo, allí el peloteo individual dio paso al colectivo y sus imposibles regates y habilidad para llevar la pelota pegada al pie causaban la admiración de los viandantes y la desesperación de sus adversarios. Pedrillo crecía y los campos  donde poner de manifiesto sus cualidades futbolísticas lo hacían también: calles, plazas, eras, llanos…y cuando los mayores no lo tenían ocupado el campo de los campos: el llano de La Lomilleja.

         Las dotes futbolísticas de  Pedrillo no pasan desapercibidas y todos los aficionados del pueblo hablan de ellas.  Para la chiquillería formar parte de su equipo era tener casi garantizado el triunfo.  La Quinta con él a la cabeza se convierte en un equipo potentísimo.  Juegan contra todos los barrios del pueblo y de todos los partidos, tanto los jugados en campo propio como ajeno, salen victoriosos. A veces, muchas veces, el equipo rival no aceptaba deportivamente la derrota sufrida en campo propio y los vencedores tienen que salir por piernas al ser despedidos por una lluvia de piedras. Los corridos toman nota y al devolverle la visita sus adversarios les pagaran con la misma piedra.

         La rivalidad entre barrios era feroz, pero cuando se trataba de defender en nombre de Periana, los mejores jugadores de cada uno se unían y formaban una autentica selección para enfrentarse a los pueblos limítrofes. Estos partidos casi siempre se jugaban en la época estival y una tropa de niños, integrada por los jugadores y acompañantes, después de comer, provistos de cantimploras, tirachinos y munición en los bolsillos emprendían la marcha hacia Las Ventas, Riogordo, Cuevas Bajas, Zafarraya... Si el equipo local ganaba no sucedía nada, pero si lo hacía el visitante la cosa solía terminar bastante mal: insultos, empujones, puñetazos y para finalizar la función pedradas vienen, pedradas van.  Casi siempre, previniendo el conflictivo final: los capitanes o encargados de los equipos, antes de comenzar el partido acordaban la fecha para la devolución de la visita. Ni que decir tiene que en todos estos encuentros Pedrillo “Mendas” jugaba de titular. Y aunque corriendo no le ganaba nadie, cuando la cosa se ponía seria siempre fue de los últimos en abandonar la batalla campal, era peleista y le gustaba repartir al igual que sabía encajar.

         Pedro rompe tantas sandalias como todos sus hermanos juntos.  Se levanta dando patadas a una pelota y se acuesta con idéntica situación.  Incluso dormido sueña con glorias futbolísticas y el hermano con el que comparte cama paga las consecuencias al se tomado por un balón.  Su madre le regaña continuamente, pero termina por aceptar la inevitable realidad: su hijo es fútbol y nada ni nadie le puede cambiar. Desde muy niño, debido a sus ocupaciones escolares y laborales siempre anduvo escaso de tiempo, pero él se administraba a la perfección y todos los días, incluidos los domingos y fiestas de guardar, unos cuantos partidillos de fútbol, con su correspondiente ración de goles, no le podían faltar. Jugar al fútbol le era tan necesario como respirar.  Por primera vez en mi escrito han salido relucir los goles, se me había olvidado reflejarlo, pero la naturaleza fue tan espléndida con Pedrillo que también lo dotó del arte goleador.

         Llega a Béjar y relacionada con su indomable afición recibe una triple satisfacción. Primero, que entre tanto estudio y rezos había pequeños recreos para poder patear un balón; segundo, que en el colegio hay televisión para poder ver los partidos y tercero, que debido a las buenas relaciones que los curas mantienen con los directivos del Béjar, equipo que militaba en la tercera división, podría ver todos los partidos. Por cierto, Pedro, al igual que otros niños de Periana, contribuyó a la construcción del campo de fútbol del colegio acarreando algún carrillo de tierra. También colaboró en la edificación de la piscina. Sus dotes futbolísticas no pasan desapercibido y los estudiantes mayores, a veces, reclaman su presencia para jugar contra otros colegios. Por primera vez en su vida se viste de futbolista.
        
         Entre los días más felices de su niñez, Pedro menciona aquel que visitó el Estadio Santiago Bernabéu. Estudiaba en Béjar y acudió de excursión junto a sus compañeros de curso a Madrid. Entre los lugares a visitar se encontraba el campo del Real Madrid, su equipo favorito.  Alegría y emoción, a partes iguales, le embargaban al entrar a aquel santuario del fútbol. Con los ojos más abiertos que platos contemplaba extasiado las distintas instalaciones y soñaba despierto que algún día él, Pedro Téllez Núñez, el hijo de Dolores “La Perea” y José “Mendas”,  pisaría como jugador el cuidadísimo césped que veía desde la gradas. Pedro se puso a hacer números, por aquel entonces tenía trece años, y se dio cuenta de que suponiendo que sus sueños se hicieran realidad, aún quedaba muy lejos aquel día, así que rápidamente cambió de parecer.  Sin que los curas que los custodiaban se dieran cuenta y con el asentimiento de algún cómplice compañero logro zafarse del grupo. Anduvo desorientado por un laberinto de solitarios pasillos  hasta que encontró un lugar por donde acceder al césped y se topó con un jardinero. Pedro le pidió, por favor, que le dejara tocar el césped del Bernabéu. El empleado del club se negó a ello y le rogó que se incorporara a su grupo.  Nuestro paisano sacó a relucir sus dotes de persuasión, le dijo que era el sueño de su vida y con alguna legrimilla en los ojos logró permiso para un solo minuto.  Pedro accede al césped, lo besa, lo pisa, se revuelca y tendido con los ojos mirando hacia el cielo deja volar su imaginación… no puede contener las lágrima y rompe a llorar.  El cuidador al ver sus ojos  manando lágrimas se acerca a él, le pregunta si le pasa algo, Pedro se incorpora rápidamente y le dice que no, el hombre le acaricia la cabeza y se echa a reír. Pedrillo le da las gracias efusivamente y se incorpora a su grupo.  Ha pasado mucho tiempo, casi toda una vida, desde aquel feliz día, pero nunca lo ha podido olvidar.

         Tal y como he reflejado con anterioridad solamente regresaba a Periana en verano, y al no quedarle nunca ninguna asignatura pendiente la mayor parte de su tiempo lo ocupaba el fútbol.   Partidos en la La Peña, La Lomilleja y en algún pueblo cercano. Periana contra los Estudiantes. Los Estudiantes contra Periana.  La primera vez que integró el equipo de los Estudiantes se sintió raro,  y muy reconfortado. Lo había conseguido: él, Pedrillo “Mendas”, el hijo de un modesto cabrero, el menor de nueve hermanos, había convertido su sueño en realidad.  Dejó de jugar en el equipo de los niños y pasó a forma parte del de los mayores.  Los partidos adquieren cierta solemnidad y cuando Periana se enfrentaba a algún pueblo, chicos y grandes animábamos al equipo con la canción oficial:

El equipo de Periana
es un equipo feroz.
Tiene cinco delanteros
que son artilleros
al pie del balón.
La media son dos leones.
La defensa la mejor.
Y tiene un porteracho
que por altibacho
no le cuelan un gol.

Alabin, alaban, alabin, bon, ban. Periana, Periana y nadie más.

         Referente a los partidos que se diputaban en el llano de La Lomilleja me han contado, -yo, que pertenezco a otra generación, jugué allí centenares de veces y jamás viví algo similar- que a veces, sin saber por qué, la Guardia Civil se presentaba y requerían la pelota que se llevaban al cuartel.  Los niños inmediatamente iban corriendo a contarle a don Justo, el cura, lo sucedido y éste, dejaba lo que estuviera haciendo y poniéndose al frente de la procesión emprendían la marcha hacia la Casa Cuartel de la Guardia Civil. Al llegar, el guardia de  puerta se cuadraba, el párroco preguntaba por la pelota, al instante la tenía en sus manos y se la entregaba a los niños.  Los muchachos se quedaban asombrados del poder que tenía don Justo, más que la Guardia Civil que era la que mandaba en el pueblo. Instantáneamente los aplausos y vítores al cura, en muestra de agradecimiento, atronaban al unísono.

         Con diecisiete años Pedro llega a Tarifa. Esta allí para estudiar, ayudar a sus hermanos y, por supuesto, jugar al fútbol. Jugar en el Tarifa, que militaba en primera regional, estaba muy caro. Su plantilla la componían jugadores cedidos por el Algeciras que militaba en la segunda división, de equipos de primera y segunda que hacían allí el servicio militar y de la cantera.  Pedro consigue que le hagan una prueba y algo debieron de ver en él, al permitirle entrenar con el primer equipo.  Por primera vez utiliza equipación completa, incluidas botas de fútbol, regalo de su hermano Paco. A partir de entonces siempre se las facilitó el club donde jugaba. En los entrenamientos lo da todo, lucha, pelea y se esfuerza como el que más; su entrega y ansia por jugar no pasa desapercibida y a mitad de temporada comienza a ser alineado en algunos partidos. En la temporada 1966-67 su titularidad es indiscutible.  Juega con el siete a la espalda y su juego es un compendio de Gento (famoso extremo del Real Madrid y de la selección española) y de Messi.  Del primero tenía su endiablada velocidad y del segundo su olfato goleador. No, no exagero nada, yo he tenido la suerte de verlos jugar a los tres. Además, a las pruebas me remito, su primer año de titular fue máximo goleador del equipo con 24 goles.  De los actuales jugadores yo lo compararía con Pedrito del Barcelona, pero su velocidad era superior a la del futbolista canario.

         Nuestro paisano, Pedrillo “Mendas”, conocido futbolísticamente por Téllez, rápidamente comienza a ser conocido, valorado y temido. Los porteros de los equipos rivales se pasan todo el partido gritando: “al siete, al siete, marca al siete”. Los defensas le temen más que a una vara verde y sus tobillos aún conservan la huellas de las muchas “caricias” que recibió.  Pero Pedro es de goma y jamás sufrió ninguna grave lesión, tan solo de niño, jugando en el llano de La Lomilleja se le salió un hueso y Antonia Ríos, con sus prodigiosas manos, lo devolvió a su lugar. 

         Pedro en todos los campos donde jugaba iba dejando constancia de su clase y los medios de comunicación de aquellos tiempos –aún el fútbol no tenía la relevancia que tiene en la actualidad- comienzan a hacerse eco de él.  Y como muestra copio textualmente lo publicado por un diario gaditano.

(O-5) El Tarifa endosó al Cádiz una
goleada en “Carranza”

El once tarifeño fue muy superior

En el Estadio “Ramón de Carranza” se celebró el encuentro de Regional entre los equipos de Cádiz y de la U. D. Tarifa, cuyo resultado fue de 5-0 a favor de los visitantes.

El encuentro empieza con ligero dominio de los locales, pero pronto la U. D. Tarifa se hace dueña de la situación, y a los 10 minutos hay un tiro fortísimo de Málaga, que sale lamiendo el poste.  Siguen dominando los visitantes, y a los 20 minutos hay una colada peligrosa de Téllez que tira, se le escapa al portero la pelota y Málaga, que seguía la jugada de cerca, clava el balón en la red.  A los 40 minutos, un centro de Cruz lo recoge Téllez y bate por segunda vez al portero local. Con este resultado termina la primera parte.

Comienza la segunda parte con dominio absoluto de los visitantes, haciendo éstos fútbol  de calidad, y a los 10 minutos es de nuevo Téllez quien marca el tercer gol. A los 25  minutos, en una buena jugada de toda la delantera visitante, es de nuevo Téllez quien pone el marcador en 4 – 0. Continua el Tarifa presionando el portal de los locales y a los 35 minutos, Pepín hace una internada, tira a puerta, da el balón en un poste y el rechace lo recoge Cabeza estableciendo el 5 – 0 definitivo.

Buen partido realizado por los discípulos de López Púa, siendo superior al contrario. Todo el conjunto estuvo a la misma altura, pero, por su facilidad goleadora, destacaremos al joven Téllez. Por el bando local destacamos a Corona, Santana y la dureza de López. El arbitraje del señor Jiménez, excelente.

Alineaciones:

TARIFA: Juanini; Valencia, Sánchez, Narváez, Ojeda, Cabeza; Téllez, Currito, Málaga, Santa Cruz y Pepín.

CADIZ: Rosado; Davila, Barrera, López; Corona, Quiñónez; Sánchez, Macias, Rivera, Torres y Rodríguez.

Tras la exhibición realizada por nuestro paisano en el Ramón de Carranza, el Cádiz, que militaba en la segunda división, le ficha.

En aquellos tiempos no era como ahora, donde la papanatería  futbolística ha llegado al extremo de que detrás de cada niño que con pulcritud da patadas a un balón hay varios ojeadores siguiendo sus progresos e emitiendo informes.  Pero Pedro nació con estrella futbolística y  Francisco Sánchez Febrero, un directivo del Elche C. F., equipo que militaba en la primera división, lo vio jugar y aconsejó su fichaje.  Pedro, en unión su hermano Paco, marcha a la capital ilicitana donde permanece un mes a prueba. Allí estuvo a las órdenes del mítico Alfredo Di Stéfano –del que dice fue muy amable y atento con él-  y compartió entrenamiento con jugadores como Aranquistain, Vavá, Asensi, Llompart, Iborra, Emilio, Curro, Lico, Ciriaco… Siendo alineado en un partido amistoso que jugó el Elche contra una selección valenciana. Pedro, que fue tratado a cuerpo de rey en tierras alicantinas,  no sabía si estaba soñando o lo que le sucedía era una realidad.  La impresión que causó al equipo técnico fue fabulosa y le dijeron que ya se pondrían en contacto con él para que se incorporara al inicio de la temporada.

Los días pasaban y la tan esperada llamada del Elche no llegaba.  A finales de julio recibe un telegrama del Cádiz que militaba en la segunda división, con el que había firmado un contrato previo, notificándole que el día 4 de agosto a las 8 de la tarde se personase en la secretaria del club, allí fueron presentados a la prensa y se les notificó que los entrenamientos comenzarían el día 8 en el “Bazán” de San Fernando. El Estadio Ramón de  Carranza donde jugaba sus partidos el Cádiz, se estaba preparando para la disputa del más prestigioso de los torneos de veraniegos, el Carranza, donde acudían los mejores equipos del mundo. 

Pedro se establece en Cádiz donde comparte piso con varios compañeros del equipo. Está ilusionado y decepcionado al mismo tiempo. Va a jugar con el Cádiz en la segunda división del fútbol español, pero su sueño era hacerlo con el Elche en primera.  El 7 de agosto recibe una llamada urgente de sus hermanos residentes en Tarifa donde la notifican que el Elche ha enviado dos telegramas para que se presentara en las oficinas del club para firmar su fichaje.  Pedro se vuelve loco y no sabe como actuar. Argumenta que su padre se encuentra enfermo y consigue que le den unos cuantos días de permiso para reflexionar. Marcha a Tarifa e intercambia opiniones con sus hermanos, consultan a expertos en cuestiones futbolísticas, pero en lugar de aclararle la situación se la complican cada vez más. Lo evidente era que había sido presentado con el Cádiz, su fotografía salido en la prensa y publicada alguna entrevista como nuevo jugador del equipo gaditano. Le hablan de un precedente similar ocurrido a un jugador del Murcia que fichó por el Atlético de Madrid y fue sancionado duramente por la Federación Española de Fútbol.  Con todo el dolor de su alma y su corazón rechaza la oferta del Elche y con ello la posibilidad de jugar en primera división.

Desilusionado, resignado y un poco amargado se incorpora a los entrenamientos: pruebas físicas, técnicas, tácticas, partidillos de entrenamiento… La liga esta a punto de comenzar.  El número 7 es suyo.  Pedro se recupera anímicamente y, con razón, piensa que jugar en el Cádiz puede ser un escaparate magnifico. Confía plenamente en sus posibilidades y está seguro que la temporada siguiente jugará en primera división.  Pero vuelve a sufrir una nueva decepción, le detectan una pleuresía traumática. En la actualidad su curación es fácil y rápida, pero en aquellos tiempos era algo diferente, requería muchos antibióticos, bastante descanso y buena alimentación.  Se marcha a Tarifa para recuperarse con su familia. La temporada 1967-68, la que estaba llamada a ser la de su consagración, se transforma en una gigantesca decepción, la pasa sin tocar balón, pide la baja al Cádiz y se la dan.

La enfermedad queda superada.  Pedro recupera las ilusiones por volver a jugar al fútbol, él mejor que nadie sabe de sus posibilidades.  Acaba de cumplir veinte años y tiene por delante un futuro más que prometedor.  Durante todo el verano del año 1968 se machaca físicamente, pierde los kilos que le sobraban, y recupera la forma física, la velocidad y, sobre todo, las ilusiones.  Se ofrece al Tarifa, su anterior club, y encantados le abren las puertas para jugar con ellos.  Pedro vuelve a ser  el extremo veloz y goleador de antes.  La temporada que realiza es fantástica y de nuevo el Elche se interesa por él. Le notifican que los únicos requisitos para firmarle era que no tuviera compromiso con ningún club ni problemas con el servicio militar.   Pedro cometió el segundo error de su vida deportiva.  Se precipitó, al igual que la vez anterior, y comunicó al Elche que debía realizar el servicio militar en el año 1970, circunstancia que no era del todo cierta: era estudiante de Magisterio y podía pedir prorrogas, además en aquel tiempo existía una Ley (conocida como elegidor de cuervos) según la cual habiendo servido más de tres hermanos, en su caso fueron cinco, podía elegir regimiento y lugar de España donde realizarla.  Queda claro que el problema de la mili no existía. Pero la posibilidad de jugar en primera división, una vez más, se esfumó.

VIDA DESPUÈS DEL FÚTBOL

         Estamos en el verano del año 1971.  Pedro ha concluido el servicio militar realizado en artillería de costa, terminado la carrera de Magisterio y le ofrecen la posibilidad de ejercer en Tarifa.  Tiene ofertas de varios equipos y en el Elche se siguen acordando de él.  Ha cumplido los 23 años y se plantea seriamente su futuro.  El fútbol ha sido su vida, su pasión y su ilusión.  La posibilidad de ser alguien en el mundo del fútbol ha llamado dos veces a su puerta y a estar escrito en  su destino, las ha dejado escapar. El dicho popular dice  “a la tercera va la vencida”, pero Pedro, que desde muy niño demostró una sensatez fuera de lo común, conoce los interiores del mundo de fútbol, detrás del deslumbrante oropel se esconde la oscura y dura realidad, nada es tan bonito como lo pintan y él lo sabe de primera mano, conoce a futbolistas que jugaron en equipos muy grandes, llegaron a ser internacionales y luego lo pasaron muy mal. Desde niño tuvo dos ilusiones: jugar al fútbol y estudiar.  Es el único de los hermanos que ha podido realizar una carrera.  Recuerda los sacrificios que la buena de su madre tuvo que hacer para que él pudiera estudiar; la ayuda de sus hermanos para completar la media beca recibida; lo orgullosa que su familia se sentía de él cuando regresaba los veranos a Periana y traía todas las asignaturas aprobadas con notas de ensueño. Pero Pedro tampoco olvida que siempre anheló construirles a sus padres la mejor casa que jamás hubiera existido en Periana. Sus padres se lo merecían todo y él pensaba compensarle el enorme sacrificio realizado para sacar a los nueve hermanos adelante. En aquellos tiempos los futbolistas no ganaban las barbaridades de hoy, pero si eras bueno, y Pedro era muy bueno, un buen pellizco podías ganar.  La papeleta que Pedro tiene ante sí es difícil de solventar: aventura o estabilidad. Él sabe mejor que nadie que le sobran facultades para jugar y triunfar en un club de primera división, pero no puede obviar que la diosa fortuna, que tan benévola se mostró con él al dotarle de todas las cualidades requeridas para ser un futbolista de leyenda, por dos veces le ha jugado una mala pasada. No quiere consejos de nadie, es su futuro lo que está en juego y es él quién debe tomar la decisión crucial. Corazón y razón entablan una dura lucha. Los días pasan y hay que decidirse ya.  Pedro Téllez Núñez, Pedrillo “Mendas”, con lágrimas en los ojos elige la docencia, será maestro –lo fue durante 37 años-, pero todos los días de su vida seguirá formulándose la misma pregunta: ¿hubiera triunfado yo?

Descartada la idea de ser profesional del fútbol, Pedro se vuelca en su profesión. En el año 1975 aprueba las oposiciones de maestro y le dan a elegir destino en Cataluña, Canarias o el País Vasco, se decide por Cataluña donde tenía familia. Durante seis años ejerce de maestro-director en un pueblecito de la Costa Brava llamado el Port de la Selva. Tiene posibilidades de jugar en el Figueras, pero las rechaza. Participa en el concurso de traslados y le asignan la localidad pedida en segunda lugar, Algeciras, allí permaneció dos meses hasta que en comisión de servicios le adjudican Tarifa, donde permanecerá el resto de su vida laboral y en el mismo centro docente, el Colegio Guzmán “El Bueno”, del que fue director durante 12 años. 

En el año 1977 contrajo matrimonio en la iglesia de San Mateo de Tarifa con Ángeles Silva Jiménez, empresaria hostelera, natural de Bolonia, una pedanía de Tarifa, siendo padres de tres hijos: Pedro, farmacéutico, Ángel y Estefanía, odontólogos. En la actualidad es un inquieto jubilado que regenta junto a su mujer un complejo de apartamentos en Bolonia, anhela que sus hijos le hagan abuelo, sigue amando el fútbol y siempre que sus ocupaciones se lo permiten se da una vuelta por Periana.  El fútbol era su vida, pero un buen día descubrió que más allá del fútbol había vida y se podía ser feliz.

P.D.: Al día de hoy, que yo sepa, ningún perianense ha tenido la dicha de jugar en la primera división del fútbol español. Pero hubo un paisano nuestro, Pedro Téllez Núñez, Pedrito “Mendas”, conocido futbolísticamente por Téllez, que estuvo a punto de lograrlo y el destino se lo impidió.

1)     El origen de los apodos que todos, o casi todos, tenemos en Periana, desde siempre, me ha interesado. En ALMAZARA se ha publicado algún trabajo sobre el referido tema. Al saber de donde viene el de “Mendas” os lo voy a contar.  Varias personas estaban tratando sobre la venta de algunos animales, el tira y afloja se prolongaba más de la cuenta y nadie vislumbraba el final. De pronto, José Téllez López, el padre de Pedro, dijo una cantidad y a todas las partes le pareció bien.  Uno de los presentes –posiblemente gitano- gritó: ¡Viva tu menda! ¡Has dado en el clavo! A partir de aquel momento, el apodo  “Mendas” pasó a acompañar a José y a todos sus descendientes.

2)     En el Boletín Oficial del Estado del miércoles 4 de enero de 1939 apareció una Orden de la Subsecretaría del Ejército destinando a don Ernesto Iglesias Suárez, Alférez provisional de Infantería, como subinstructor de la Academia Militar de Ávila. ¿Pensáis lo mismo qué yo?

3)     Y hablando de apodos. Ahí va el origen de otro. En el llano de La Lomilleja se jugó un partido de fútbol, el portero de uno de los equipos era José García Téllez, según me contaron testigos presenciales del encuentro su actuación fue colosal. Hizo paradas memorables y de todos los colores. En aquellos tiempos el Atlético de Madrid tenía un gran portero conocido como Aguirre. Uno de los espectadores que no sabía decir el nombre del guardameta rojiblanco comenzó a decir que Pepe era mejor que “Guirre”, de ahí viene el apodo que el hijo de Diego “El Moruno” y Dolores “Pacojunco” lleva desde entonces.


JOSÉ MANUEL FRÍAS RAYA

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