Una historia de amistad.
BUSCANDO A INGE
Antes de comenzar, quiero pedirles a los lectores que me disculpen si encuentran alguna falta de ortografía o la falta de algún signo de puntuación, pues no soy poeta, periodista ni escritor, solo soy un humilde niño en el cuerpo de un hombre escribiendo con el corazón.
Amigos míos, esto no es un film de dibujos animados como el del pez Nemo ni nada parecido. Para comenzar os contaré por encima como se conocieron dos niños que compartieron muchos veranos y fines de semana juntos. Era el año 1977, llegaron a la localidad de Estepona una pareja de holandeses con una niña rubia, traviesa y algo rebelde. Se ubicaron en una casa de campo a las afueras del casco urbano, en un paraje conocido con el nombre de Cortijo Reinoso. En aquel mismo lugar mis padres tenían una casita de campo y como mi padre trabajaba en la notaría del pueblo hicieron amistades con ellos. No eran poco los fines de semana que entre ellos y otros vecinos de allí organizaban comidas. La relación que surgió, entre nuestros padres hizo que aquella niña y yo comenzáramos a tener un vinculo de amistad. Tras la muerte de mi padre y la falta de entendimiento entre los suyos, mi madre y su madre, se hicieron grandes amigas hecho que condicionó que nosotros aun pasáramos más tiempo juntos. Por aquellos lugares andaban otros niños como Alicia, Toñi Mena, la hija de Márquez el que trabajaba en el Banco Andalucía, la hija de Ruiz, etc., pero Inge siempre acababa peleándose con ellas y jugando conmigo. Aún cierro los ojos y sueño cuando montábamos a su yegüita Flika e íbamos al río a intentar pillar algún que otro galápago, su perro Robín con su ladrido seco “gua,gua”, sus palomas blancas revoloteando el tejado, su gata que me puso la cara como un cristo cuando me acerqué a ver sus crías, aquellas plantas ornamentales que cosechaban unas bolas que tanto nos gustaba explotar, ese juego de fichas llamado algo así como chocochó, cazar mariposas e insectos y ni que decir, de aquellas cañas de pescar con anzuelos de alambre. Ahora que estoy enseñando a mi hijo a jugar al ajedrez, le comento que me enseño Juan Diego, el padre de Inge, una amiga, con la que compartí juegos como lo hace él hoy con sus amigos, aunque ellos le tira más eso de los video juegos. Él no esta teniendo la suerte que tuve yo de crecer en el campo, rompiéndome los pantalones, picándome las abejas.
Una vez pasada la adolescencia los dos tomamos caminos diferentes: ella terminó sus estudios secundarios y se marcho a Granada a estudiar no se qué, eso de estudiar no iba conmigo, lo primero era la chulería, el vacileo, el ligar, el emborracharme, ¡vamos el camino fácil! Lo tenía todo: chicas, motos, coche, juerga, diversión; pero por ello pagué un alto precio, caí en una adicción, el alcohol. Las dos ultimas ocasiones con las que compartí un frío hola y adiós con ella fueron en la boda de mi hermano y en el primer cumpleaños de mi sobrina Noelia que ha empezado a estudiar medicina, lo que nos hace ver que desde aquella última vez hasta ahora han transcurrido dos décadas.
Desde que deje el alcohol, se despertó en mí un gusanillo por aprender y adquirir conocimientos de cultura en general; no me acordaba ni siquiera de multiplicar. Me puse manos a la obra y en la única hora que tengo libre, al medio día, empecé a recibir clases de matemáticas y química de manos de Antonio J. Macias, el hijo de un cliente. Por las noches un poco de Ingles, eso del ingles siempre lo había odiado pero como para el acceso a la universidad es obligatorio unos conocimientos mínimos hice el sacrificio. Una vez matriculado en una asignatura de ciencias ambientales me vi también obligado a tomar contacto con las nuevas tecnología, si, la de los ordenadores, ese concepto que cuando me lo referían yo sacaba mi orgullo romano y el animal que llevaba dentro y aludía con excusas bobas para desprestigiar y restarle importancia al mundo de la informática.
Pero mi historia comienza cuando hace dos años, aproximadamente, cuando me cruce con ella o, por lo menos eso me pareció. Coincidiendo con mis primeros pinitos con esto de Internet decidí buscarla pero nunca tuve fortuna. Para mi hubiese sido muy fácil llamar a su madre y pedirle su correo electrónico pero lo de buscarla por la red se convirtió en un reto. Impliqué en muchas ocasiones a mi mujer e incluso a algunos amigos holandeses a ver si eran capaces de dar con ella pero siempre sin éxito. Nunca bajé los brazos por lo menos un día a la semana dedicaba un buen rato a su búsqueda. La única pista que llegué a encontrar fue una Inge en un club escocés ornitológico que me hacia pensar que quizás fuese ella ya que a Inge le encantaban los pájaros y los animales en general.
Unos meses antes de haberla encontrado conocí a un holandés estupendo que vino a mi negocio a comprar alimentos para sus palomas, congeniamos y me dijo que fuésemos mi mujer y mi hijo un día a almorzar a su casa, en fin, acepté y un domingo nos fuimos a su finca de Manilva y nada mas entrar, mi cerebro reprospecto en el tiempo; parecía que había llegado a la casa de Inge, aquella decoración típica holandesa. Nos sentamos en el porche conversamos un poco y nos fuimos a ver sus palomas y una piscina llena de peces grandísimos. Luego tomamos asiento y acompañados a un lado de la mesa por su perro, al otro por su gato y revoloteando por el tejado sus palomas, nos dispusimos a almorzar cuando de repente empezó Linda, la mujer de Gerard, a servir la mesa y me vino ese olor característico de esa crema de cacahuetes que les gusta tanto a los holandés y para rematar la faena mi hijo jugando con Lisa Noah, la hija de Gerard. No pude en aquel momento dejar de recordar a Inge. Por mi cabeza rondó un murmullo interno ¡Miguel la historia se repite! A veces la vida es un film infinito en el que los argumentos siempre son los mismos y en el que se van renovando los actores. A mi derecha, Gerard haciendo el papel de Juan Diego, Linda de Iche, mi mujer el de mi madre, yo el de mi padre y nuestros hijos como Inge y yo. Cuando el destino hizo que mis padres y los de ella se hicieran amigos y mientras compartían comilonas nosotros andábamos trepando por los árboles como monos.
Pero llegó el gran momento, una tarde tranquila de gente en mi tienda y me dije: voy a echar un vistazo por Internet y sin saber como pulse una de esas fotos de aves en las que se nombraba Inge van Leeuwen… al pincharla… descubrí, por fortuna, que su nombre no era Inge sino Ingeborg. Con entusiasmo escribí Ingeborg Van Leeuwen en Google y mi sorpresa ¡pazzz! un montón de páginas en las que aparecía este nombre. Abrí una de ellas, una en la que se hablaba de mujeres matemáticas y cuando la pinché y empecé a leer y ver fotos de mujeres una, dos, tres, cuatro, hasta que llego la suya ¡bingo! me sentí super satisfecho, por fin había dado con ella. Empecé a documentarme sobre ella y al ver donde había llegado; sentí una envidia enorme. Al día siguiente en facebook puse su nombre y mi sorpresa es que estaba ahí, antes lo había intentado pero como no escribía correctamente su nombre pues no la encontraba. Le envié un mensaje diciéndole quien era yo con la intención de tomar contacto con ella. Yo impacientemente miraba mañana y tarde el correo del facebook, a ver si recibía respuesta. Ya ella me había admitido como amigo pero yo no estaba seguro de si sabía bien quien era yo. Por una parte no quería que ella me respondiera pues había pensado que si yo había sentido envidia de ella no era merecedora de tener un amigo que la envidiase.
Pero leí un comentario suyo que había sido rescatada por un bombero consecuencia de un incendio al cual una vecina de mi tienda le dio muestras de alegría y satisfacción por no haber sucedido nada grave y que todo hubiese quedado en un susto. En el apartado de comentarios en el facebook yo también di muestras de alegría por no haber ocurrido nada y fue en ese momento cuando Inge me dio una pitada: ¿Miguel estas ahí? De repente Inge que esta a miles de kilómetros parecía que la tenia allí, a mi lado. Mi corazón se puso cardiaco, las piernas me temblaban, no podía concentrarme y entonces fue cuando le conté a Inge que llevaba mucho tiempo buscándola y que cuando la encontré al ver donde había llegado yo sentí mucha envidia, a lo que ella de manera humilde como siempre le caracterizado contestó: he estudiado mucho para nada, restándole importancia a su esfuerzo y su sacrificio. Inge me ha dado una bofetada sin manos (no de aquellas que sí me daba algunas veces de verdad) ¡Ojala! estuviera aquí para que me diera una. Inge con este gesto me ha demostrado que por encima de lo que muchos consideran como valores principales: tanto sabes tanto eres, tanto tienes tanto vales, por encima de ellos están los valores de la humildad, los que pueden hacer que los humanos recíprocamente podamos tener estrechos vínculos de amistad. Inge estoy orgulloso de ti, cuando les comento a mis amigos los que conocen de primera mano que te estaba buscando y les digo que te he encontrado y lo cualificada que estas, se me cae la baba.
Ahora estoy terminando mi pequeña y humilde historia y mi hijo me pregunta papi ¿Qué escribes? Hijo mío aún eres pequeño para comprenderlo, lo único que intentaré ayudarte dentro de la medida que pueda para que no tomes el camino equivocado y no tengas dentro de treinta años que escribir un articulo así a un amigo.
Por último, voy ha enviarle al otro personaje de mi aventura nuestra historia, rogar le que la lea con atención todo que aquí le digo pues en estas líneas se halla la paradoja.
Le pido que se sincere y me diga que si desde el principio hasta el final del texto o articulo ha sentido en algún momento emoción. Si es así publicare en diversos medios este relato con la intención de levantar el espíritu de la amistad, y si por el contrario me remite que no ha sentido añoranza y que no ha disfrutado del mismo, deberemos ambos tirarlo a la papelera de reciclaje y por mi parte me quedaré con el original, escrito a mano, con letra casi ilegible, lo guardaré y se lo leeré a mi hijo cuando sea mayorcito y con ello hacerle apreciar los valores de la amistad. Sin mas un saludo. Un amigo que nunca te olvida.
Firmado Miguel Ángel García Partal.
¡Ha, lo olvidaba!
El arma mas poderosa es la humildad, humildad que apenas se escucha frente a otros valores que se afanan por copar los sentimientos que mientras he estado redactando esta historia han hecho que mis ojos brillen e incluso suelten alguna lagrima. Hasta siempre.
Inge y Miguel
Amigos para siempre.
Para mi amigo Curro para que sepa apreciar la amista que le ofrecen las personas que de verdad merecen ser compañeros…..